CULTIVAR LA BELLEZA COMO ALGO ÚNICO Y SAGRADO PARA CADA CRIATURA: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DEL PROYECTO “CUSTODIOS DE LA BELLEZA” (30/09/2024)

El Papa Francisco recibió en audiencia este 30 de septiembre, en la Sala Clementina, a los participantes en el proyecto “Custodios de la Belleza” promovido por la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), destinado a proteger la dignidad de las franjas sociales más débiles. Para el Pontífice, ser “custodios de la belleza” es más bien “un modo de ser, un estilo”, porque “custodiar significa proteger, preservar, vigilar, defender”, por tanto, poner “atención y cuidado” a partir de “la conciencia del valor de quien o de lo que se nos confía”. Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Me alegra encontrarme con ustedes. Saludo a Mons. Giuseppe Baturi, Secretario General de la CEI, y a Mons. Carlo Redaelli, Presidente de Caritas Italiana. Les agradezco a todos por estar aquí y por lo que hacen por nuestras ciudades.

Ser “Custodios de la Belleza” es una gran responsabilidad, además de un importante mensaje para la comunidad eclesial y para toda la sociedad. Quisiera por eso reflexionar con ustedes precisamente sobre el nombre de su proyecto, que no es simplemente un slogan, sino que indica una forma de ser, un estilo, una elección de vida orientada a dos grandes finalidades: el custodiar y la belleza.

Custodiar significa proteger, conservar, vigilar, defender. Es una acción multiforme, que requiere atención y cuidado, porque parte de la conciencia del valor de quien o de lo que se nos confía. Por eso no admite distracciones ni pereza. Quien custodia mantiene los ojos bien abiertos, no tiene medio de dedicar tiempo, de ponerse en juego, de asumir responsabilidades. Y todo esto, en un contexto que a menudo invita a no “ensuciarse las manos”, a delegar, es profético, porque llama al compromiso personal y comunitario. Cada uno, con sus propias capacidades y competencias, con la inteligencia y con el corazón, puede hacer algo para custodiar las cosas, a los demás, la casa común, en una perspectiva de cuidado integral de la creación.

San Pablo nos dice que «la creación gime y sufre» (Rom 8,22); su clamor se une al de los muchos pobres de la tierra, que piden con urgencia decisiones serias y eficaces dirigidas a promover el bien de todos, en una perspectiva que, entonces, no puede ser solamente medioambiental, sino que debe hacerse ecológica en un sentido más amplio, integral.

Son muchas hoy las personas marginadas, descartadas, olvidadas en una sociedad cada vez más preocupada por la eficiencia y despiadada: los pobres, los migrantes, los ancianos y las personas con discapacidades que están solas, los enfermos crónicos. Sin embargo, cada uno es valioso a los ojos del Señor (cf. Is 43, 1-4). Por eso les pido que, en su trabajo de recuperación de tantos lugares dejados al abandono y la degradación, mantengan siempre como objetivo primario la custodia de las personas que los habitan y frecuentan. Sólo así devolverán la creación a su belleza.

Y precisamente éste es el otro valor: junto con el custodiar, la belleza. Hoy se habla mucho de ella, hasta convertirla en una obsesión. A menudo, sin embargo, se la considera de forma distorsionada, confundiéndola con modelos estéticos efímeros y masificadores, más ligados a criterios hedonistas, comerciales y publicitarios, que al desarrollo integral de las personas. Un enfoque de este tipo es nocivo, porque no ayuda a hacer florecer lo mejor de cada uno, sino que conduce a la degradación del hombre y de la naturaleza. Si de hecho «no se aprende a detenerse a admirar y apreciar lo bello, no es extraño que todo se transforme en objeto de uso y abuso sin escrúpulos» (Carta enc. Laudato si’, 215).

Se trata en cambio, de aprender a cultivar la belleza como algo único y sagrado para cada criatura, pensada, amada y celebrada por Dios desde los origines del mundo (cf. Gen 1, 4) como unidad inseparable de gracia y de bondad, de perfección estética y moral.

Esta es su misión; y yo los animo, como cooperadores del gran designio del Creador, a no cansarse de transformar lo feo en belleza, la degradación en oportunidad, el desorden en armonía.

Que los acompañe y sea para ustedes un modelo, en su esfuerzo, San José de Nazaret, el custodio humilde y silencioso del «más hermoso entre los hijos del hombre» (cf. Sal 44, 3), del Verbo encarnado en quien todas las cosas fueron creadas y subsisten (cf. Col 1, 16-17). Con su fidelidad discreta y laboriosa, San José contribuyó a devolver la belleza al mundo.

¡Gracias por todo el bien que hacen! Los bendigo y pido por ustedes. Y les pido, por favor, que oren por mí.

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