CATEQUESIS DEL PAPA: EN EL DESIERTO, JESÚS OBEDECE UNA INSPIRACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO (25/09/2024)
«Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto. El Espíritu Santo nuestro aliado en la lucha contra el espíritu del mal»
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, Jesús, «fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo» (Mt 4, 1) – así dice el Evangelio de Mateo. La iniciativa no es de Satanás, sino de Dios. Al ir al desierto, Jesús obedece a una inspiración del Espíritu Santo, no cae en una trampa del enemigo, ¡no! Una vez superada la prueba, Él – está escrito – regresó a Galilea «con el poder del Espíritu Santo» (Lc 4, 14).
Jesús, en el desierto, se libró de Satanás, y ahora puede liberar de Satanás. Esto es lo que los evangelistas destacan con las numerosas historias de liberación de endemoniados. Dice Jesús a sus oponentes: «Si yo expulso los demonios por virtud del Espíritu de Dios, ha llegado a ustedes el reino de Dios» (Mt 12, 27).
Hoy asistimos a un extraño fenómeno con respecto al demonio. En un cierto nivel cultural, se considera que sencillamente no existe. Sería un símbolo del inconsciente colectivo, o de la alienación; en definitiva, una metáfora. Pero «la mayor astucia del demonio es hacer creer que no existe», como escribió alguien (Charles Baudelaire). Es astuto: él nos hace creer que no existe y así lo domina todo. Es astuto. Sin embargo, nuestro mundo tecnológico y secularizado está repleto de magos, ocultismo, espiritismo, astrólogos, vendedores de amuletos y hechizos y, por desgracia, de verdaderas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar, podría decirse, por la ventana. Expulsado con la fe, vuelve a entrar con la superstición. Y si eres supersticioso, inconscientemente estás dialogando con el diablo. Con el diablo no se dialoga.
La prueba más fuerte de la existencia de Satanás no se encuentra en los pecadores ni en los posesos, sino en los santos. «¿Y cómo es esto, Padre?». Sí, es cierto que el diablo está presente y actuando en ciertas formas extremas e “inhumanas” de mal y de maldad que vemos a nuestro alrededor. Pero por esta vía, sin embargo, es prácticamente imposible llegar, en cada caso particular, a la certeza de que se trata precisamente de él, ya que no podemos conocer con precisión dónde termina su acción y dónde comienza nuestro propio mal. Por eso, la Iglesia es muy prudente y rigurosa en el ejercicio del exorcismo, ¡a diferencia de lo que ocurre, lamentablemente, en ciertas películas!
Es en la vida de los santos, precisamente ahí, donde el demonio se ve obligado a salir al descubierto, a ponerse “a contraluz”. Unos más, otros menos, todos los santos, todos los grandes creyentes, dan testimonio de su lucha contra esta oscura realidad, y no se puede suponer honestamente que todos ellos fueran ilusos o simples víctimas de los prejuicios de su tiempo.
La batalla contra el espíritu del mal se gana como la ganó Jesús en el desierto: a golpes de palabra de Dios: Vean que Jesús no dialoga con el demonio, nunca dialogó con el demonio. O lo expulsa o lo condena, pero nunca dialoga. Y en el desierto no responde con sus palabras, sino con la Palabra de Dios. Hermanos, hermanas, ¡nunca dialoguen con el diablo! Cuando venga con tentaciones: “pero estaría bien esto, estaría bien lo otro…”, ¡detente! Alza tu corazón al Señor, pide a la Virgen y expúlsalo, como Jesús nos enseñó a expulsarlo. San Pedro sugiere también otro medio, que Jesús no necesitaba, pero nosotros sí, la vigilancia: «Sean sobrios, velen. Su enemigo, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pe 5, 8). Y San Pablo nos dice: «No den ocasión al diablo» (Ef 4, 27).
Después de que Cristo, en la cruz, derrotó para siempre el poder del «príncipe de este mundo» (Jn 12, 31), el diablo – decía un Padre de la Iglesia – «está amarrado, como un perro a una cadena; no puede morder a nadie, salvo a los que, desafiando el peligro, se acercan a él... Puede ladrar, puede apremiar, pero no puede morder, salvo a quien lo desee» [1]. Si eres tonto y vas con el diablo y le dices: “¿Cómo estás?”, te arruina. ¿El diablo? ¡A distancia! Con el diablo no se dialoga. Se le expulsa. Distancia. Y todos nosotros, todos, tenemos experiencia de cómo el diablo se acerca con alguna tentación, sobre los Diez Mandamientos. Cuando oigamos esto, ¡alto, distancia! No se acerquen al perro encadenado.
La tecnología moderna, por ejemplo, además de muchos recursos positivos que hay que apreciar, también ofrece innumerables medios para “dar ocasión al diablo”, y muchos caen en su trampa. Pensemos en la pornografía en la red, detrás de la cual hay un mercado muy floreciente, lo sabemos todos. Es el diablo que trabaja, ahí. Y este es un fenómeno muy difundido, del que los cristianos deben cuidarse y que deben rechazar con fuerza. Porque cualquier teléfono celular tiene acceso a esta brutalidad, a este lenguaje del diablo: la pornografía en línea.
La conciencia de la acción del diablo en la historia no debe desanimarnos. El pensamiento final debe ser, también en este caso, de confianza y seguridad: “Estoy con el Señor, vete”. Cristo ha vencido al demonio y nos ha dado el Espíritu Santo para hacer nuestra su victoria. La misma acción del enemigo puede volverse a nuestro favor si, con la ayuda de Dios, la ponemos al servicio de nuestra purificación. Pidamos, por ello al Espíritu Santo, con las palabras del himno Veni Creator:
«Aleja de nosotros al enemigo
y danos pronto la paz.
Contigo que eres nuestro guía
evitaremos todo mal».
Tengan cuidado, porque el diablo es astuto. Pero nosotros los cristianos, con la gracia de Dios, somos más astutos que él. Gracias.
[1] San César de Arlés, Discursos 121, 6: CC 103, p. 507.
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