QUE LA DEMOCRACIA SEA EL ANTÍDOTO CONTRA LOS NACIONALISMOS: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON AUTORIDADES Y SOCIEDAD CIVIL EN LUXEMBURGO (26/09/2024)
Altezas Reales, Sr. Primer Ministro, distinguidos representantes de la sociedad civil, ilustres miembros del cuerpo diplomático, señoras y señores, Eminencias:
Me alegra realizar esta visita al Gran Ducado de Luxemburgo; agradezco sentidamente a Su Alteza Real y al primer ministro por las cordiales expresiones de bienvenida que me ha dirigido. Y también por la bienvenida tan familiar con su familia [Granducal], gracias.
Debido a su particular posición geográfica, en las fronteras de distintas áreas lingüísticas y culturales, Luxemburgo se ha encontrado a menudo, siendo la encrucijada de los más relevantes acontecimientos históricos europeos; en dos ocasiones, en la primera mitad del siglo pasado, tuvo que sufrir la invasión y la privación de la libertad y la independencia.
Educado por su historia – la historia es maestra de vida –, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, su país se ha distinguido por el compromiso en la construcción de una Europa unida y solidaria, en la cual todo país, pequeño o grande, tuviera su propio papel, dejando finalmente a las espaldas las divisiones, los enfrentamientos y las guerras, causados por nacionalismos exasperados e ideologías perniciosas. Las ideologías siempre son un enemigo de la democracia.
También debe reconocerse que cuando prevalecen lógicas de enfrentamiento y violenta contraposición, los lugares que se encuentran en las fronteras entre potencias que están en conflicto terminan por ser – a su pesar – fuertemente involucradas. Cuando en cambio los espíritus finalmente encuentran caminos de sabiduría, y en la contraposición la sustituye la cooperación, entonces estos mismos lugares se convierten en más adecuados para señalar, no solo simbólicamente, las exigencias de una nueva época de paz y los caminos que hay que recorrer.
Luxemburgo no hace excepción a esta regla, socio fundador de la Unión Europea y de las Comunidades que la precedieron, sede de numerosas instituciones europeas, entre los cuales está la Corte de Justicia de la Unión, el Tribunal de Cuentas y la Banca de Inversiones. Y esto se logra siempre con la paz, no olvidemos que la guerra siempre es una derrota. La paz – Luxemburgo tiene una historia de construcción de la paz – es necesaria. Es muy triste que hoy en un país de Europa las inversiones que producen más rédito son las de las fábricas de armas. Es muy triste.
A su vez, la sólida estructura democrática de su país, que considera muy importante la dignidad de la persona humana y la defensa de sus libertades fundamentales, es la premisa indispensable para un papel tan significativo en el contexto continental. En efecto, no es la extensión del territorio o el número de habitantes la condición indispensable para que un estado desempeñé una parte importante en el plano internacional, o porque pueda convertirse en un centro neurálgico a nivel económico y financiero. Lo es en cambio, la paciente construcción de instituciones y leyes sabias, las cuales, disciplinando la vida de los ciudadanos según criterios de equidad y en el respeto del estado de derecho, coloquen al centro a la persona y al bien común, previniendo y combatiendo los peligros de discriminación y exclusión. Luxemburgo es un país de puertas abiertas, un hermoso testimonio de no discriminación y no exclusión.
Al respecto, permanecen actuales las palabras pronunciadas por San Juan Pablo II cuando, en 1985, visitó Luxemburgo: «Su país – dijo –permanece fiel a su vocación de ser, en esta importante encrucijada de civilizaciones, un lugar de intercambio y de cooperación intensa entre un número cada vez mayor de países. Deseo ardientemente que esta voluntad de solidaridad una cada vez más a las comunidades nacionales y se extienda a todas las naciones del mundo, en particular a las más pobres» (Discurso en la Ceremonia de bienvenida, 15 de mayo 1985). Al hacer mías dichas afirmaciones, en particular renuevo el llamado para que se instauren relaciones solidarias entre los pueblos, de manera que todos puedan convertirse en partícipes y protagonistas de un ordenado proyecto de desarrollo integral.
La doctrina social de la Iglesia señala las características de dicho progreso y los caminos para alcanzarlo. Yo también estoy inserto en la estela de este magisterio profundizando dos grandes temáticas: el cuidado de la creación y la fraternidad. El desarrollo, de hecho, para ser auténtico e integral, no debe saquear y degradar nuestra casa común y no deben dejar a los márgenes a pueblos o grupos sociales: todos, todos hermanos. La riqueza – no lo olvidemos – es una responsabilidad. Por tanto, pido que esté siempre despierta la atención para no olvidar a las naciones más desfavorecidas, más aún, que éstas sean ayudadas a levantarse de sus condiciones de empobrecimiento. Este es un camino maestro para lograr que disminuye el número de quienes están obligados a emigrar, a menudo en condiciones inhumanas y peligrosas. Que Luxemburgo, con su historia peculiar, con su posición geográfica también peculiar, con poco menos de la mitad de sus habitantes provenientes de otras partes de Europa y del mundo, sirva como ayuda y ejemplo para señalar el camino que hay que emprender para acoger e integrar a migrantes y refugiados. Y ustedes son un modelo de esto.
Por desgracia, debe constatarse el resurgimiento, incluso en el continente europeo, de fracturas y enemistades que, en lugar de resolverse con base en la recíproca buena voluntad, en los tratados y el trabajo diplomático, desembocan en hostilidades abiertas, con sus consecuencias de destrucción y muerte. Parece, justamente, que el corazón humano no siempre sabe custodiar la memoria y que periódicamente se olvida y vuelve a recorrer los trágicos caminos de la guerra. Somos desmemoriados en ello. Para sanar esta peligrosa esclerosis, que enferma gravemente a las naciones y aumenta los conflictos y pone en riesgo de lanzarlas hacia aventuras con costos humanos inmensos, renovando masacres inútiles, es necesario levantar la mirada hacia lo alto, es necesario que el vivir cotidiano de los pueblos y de sus gobernantes esté animado desde elevados y profundos valores espirituales. Serán estos valores los que impidan el enloquecimiento de la región y el irresponsable retorno a cometer los mismos errores de tiempos pasados, agravados además por el mayor poder técnico del que el ser humano hoy puede valerse. Luxemburgo está precisamente en el centro de la capacidad de crear la amistad y evitar estos caminos. Lo diré: es una de sus vocaciones.
Como Sucesor del Apóstol Pedro, en nombre de la Iglesia que – como decía Pablo VI – es experta en humanidad, soy enviado aquí a dar testimonio de que esta savia vital, esta fuerza siempre nueva de renovación personal y social es el Evangelio. Éste nos hace encontrar simpatía entre todas las naciones, entre todos los pueblos: simpatía, sentir de la misma forma, padecer de la misma forma. El Evangelio de Jesucristo, por sí mismo es capaz de transformar en profundidad el ánimo humano, haciéndolo capaz de obrar el bien incluso en las situaciones más difíciles, de apagar los odios y reconciliar a las partes en conflicto. Que todos puedan, cada hombre y cada mujer, en plena libertad, conocer el Evangelio de Jesús, que reconcilió en su Persona a Dios y al hombre y que, conociendo lo que hay en el corazón humano, puede sanar sus heridas. Siempre positivo.
Alteza Real, señoras y señores:
Luxemburgo puede mostrar a todos las ventajas de la paz con respecto a los horrores de la guerra, de la integración y promoción de los migrantes con respecto a su segregación – y sobre esto les doy muchas gracias: ese espíritu de acogida a los migrantes y también darles una inserción en su sociedad, esto enriquece –, los beneficios de la cooperación entre las naciones frente a las nefastas consecuencias del endurecimiento de las posiciones y de la persecución egoísta y miope o incluso violenta de los propios intereses. Y me permito agregar algo. Vi la tasa de nacimientos: por favor, más niños, ¡más niños! Es el futuro. No digo más niños y menos perritos – eso lo digo en Italia –, pero más niños.
De hecho, hay una imperiosa necesidad de que cuántos están investidos de autoridad se comprometan con constancia y paciencia en tratados honestos con vistas a la solución de los enfrentamientos, con el ánimo dispuesto a identificar compromisos honorables, que en nada perjudican y que en cambio pueden construir para todos seguridad y paz.
“Pour servir”, “Para servir”: con este lema he venido entre ustedes. Se refiere directa y eminentemente a la misión de la Iglesia, que Cristo, Señor que se hizo siervo, envió al mundo como el padre lo había enviado a Él. Pero permítanme recordarles que esto, el servicio, es también para cada uno de ustedes el alto título de nobleza. El servicio es para ustedes también la tarea principal, el estilo que hay que asumir cada día. Que el buen Dios les conceda hacerlo siempre con ánimo alegre y generoso. Y que aquellos que no tienen fe trabajen por los hermanos, trabajen por la patria, trabajen por la sociedad. Ese es un camino para todos, ¡siempre por el bien común!
Que Maria Mutter Jesu, Consolatrix afflictorum, Patrona Civitatis et Patriae Luxemburgensis vele sobre Luxemburgo y sobre el mundo, y obtenga de su hijo Jesús la paz y todo bien.
¡Que Dios bendiga a Luxemburgo! Gracias.
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