¡ÁNIMO, PUEBLO PAPÚ! ÁBRETE A LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO: HOMILÍA DEL PAPA EN PAPÚA NUEVA GUINEA (08/09/2024)

La mañana de este 8 de septiembre, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre Francisco presidió la Santa Misa en el Estadio Sir John Guise de Puerto Moresby, en Papúa Nueva Guinea. “¡Ánimo, no temas, pueblo papú! ¡Ábrete! Ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de los hermanos”, fueron las palabras con que el Papa Francisco alentó en su homilía a los más de 35 mil fieles que participaron en la Santa Misa, en el marco del 45° Viaje Apostólico de su pontificado. Compartimos a continuación, el texto de su homilía, traducido del italiano:

La primera palabra que hoy el Señor nos dirige es: «¡Tengan valor, no teman!» (Is 35, 4). El profeta Isaías se lo dice a todos aquellos que están perdidos en el corazón. De esta manera anima a su pueblo y, aún en medio de las dificultades y sufrimientos, lo invita a levantar la mirada a lo alto, hacia un horizonte de esperanza y futuro: Dios viene a salvarnos, Él vendrá y, en ese día, «se abrirán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos» (Is 35, 5).

Esta profecía se realiza en Jesús. En el relato de San Marcos se ponen en evidencia sobre todo dos cosas: la lejanía del sordomudo y la cercanía de Jesús. La lejanía del sordomudo. Este hombre se encuentra en una zona geográfica que, con el lenguaje de hoy, llamaríamos “periferia”. El territorio de la Decápolis se encuentra más allá del Jordán, lejos del centro religioso que es Jerusalén. Pero aquel hombre sordomudo vive también otro tipo de lejanía; está lejos de Dios, está lejos de los hombres porque no tiene la posibilidad de comunicarse: está sordo y por tanto no puede escuchar a los demás, está mudo y por tanto no puede hablar con los demás. Este hombre está separado fuera del mundo, está aislado, es prisionero de su sordera y de su mudez y, por ello, no puede abrirse a los demás para comunicarse.

Y entonces podemos leer esta condición de sordomudo también en otro sentido, porque puede ocurrirnos que estemos separados fuera de la comunión y la amistad con Dios y los hermanos cuando, más que los oídos y la lengua, esté bloqueado el corazón. Existen una sordera interior y una mudez del corazón que dependen de todo lo que nos encierra en nosotros mismos, nos cierra a Dios, nos cierra a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo de arriesgar y ponernos en juego, el resentimiento, el odio, y la lista podría continuar. Todo ello nos aleja de Dios, nos aleja de los hermanos y también de nosotros mismos; y nos aleja de la alegría de vivir.

A esta lejanía, hermanos y hermanas, de otro responde con lo contrario, con la cercanía de Jesús. En su Hijo, Dios quiere mostrar ante todo esto: que Él es el Dios cercano, el Dios compasivo, que se preocupa por nuestra vida, que supera todas las distancias. Y en él trozo del Evangelio, de hecho, vemos a Jesús que se dirige a esos territorios periféricos, saliendo de Judea para ir al encuentro de los paganos (cf. Mc 7, 31).

Con su cercanía, Jesús sana, sana la mudez y la sordera del hombre: cuando de hecho nos sentimos lejanos, o incluso escogemos mantenernos a distancia – a distancia de Dios, a distancia de los hermanos, a distancia de quien es distinto a nosotros –entonces nos encerramos, ponemos una barricada en nosotros mismos y terminamos por dar vueltas solo alrededor de nuestro yo, sordos a la palabra de Dios y al grito del prójimo y por ello incapaces de hablar con Dios y con el prójimo.

Y ustedes, hermanos y hermanas, que viven en esta tierra tan lejana, quizá imaginan que están separados, separados del Señor, separados de los hombres, y eso no está bien, no: ustedes están unidos, unidos en el Espíritu Santo, unidos en el Señor. Y el Señor le dice a cada uno de ustedes: “¡Ábrete!”. Eso es lo más importante: abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer que se vuelva la brújula de nuestra vida.

También a ustedes hoy el Señor les dice: “¡Tengan valor, no teman, pueblo papú! ¡Ábrete! Ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de los hermanos”. Que ninguno de nosotros permanezca sordo y mudo ante esta invitación. Y que en este camino los acompañe el Beato Giovanni Mazzucconi: entre muchos problemas y hostilidades, el trajo a Cristo en medio de ustedes, para que nadie permaneciera sordo ante el gozoso Mensaje de la salvación, y a todos se les desatara la lengua para cantar el amor de Dios. ¡Que así sea, hoy, también para ustedes!

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