FE, FRATERNIDAD Y COMPASIÓN, VIRTUDES DEL CAMINO DE LA IGLESIA INDONESIA: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON OBISPOS, SACERDOTES, CONSAGRADOS Y CATEQUISTAS EN YAKARTA (04/09/2024)

El Papa Francisco sostuvo este 4 de septiembre un encuentro en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, con los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y catequistas. Con ellos reflexionó sobre el lema del viaje a Indonesia: Fe, Fraternidad y Compasión. La fe, en un país con tanta riqueza en su naturaleza, que evoca a Dios, admirarla con humildes ojos de hijos. Fraternidad, que significa acogerse mutuamente reconociéndose iguales en la diversidad. Y la compasión, que está vinculada con la fraternidad, lo que hace que el mundo siga adelante no son los cálculos de los propios intereses, sino la caridad prodigada. Compartimos a continuación el texto de su intervención, traducido del italiano:

El Santo Padre toma la palabra después de haber escuchado algunos testimonios y pide a la catequista que acaba de terminar que permanezca un momento a su lado.

Contigo aquí al frente, quisiera decirles una cosa.

La Iglesia – debemos pensar en esto –, la Iglesia la sacan adelante los catequistas. Los catequistas son los que van adelante, van adelante. Después vienen las hermanas – inmediatamente después de los catequistas –; después vienen los sacerdotes, el Obispo... Pero los catequistas están “al frente”, son la fuerza de la Iglesia.

Una vez, en uno de los viajes a África, un Presidente de la República me dijo que había sido bautizado por su padre catequista. La fe se transmite en casa. La fe se transmite en dialecto. Y las catequistas, junto con las madres y las abuelas, llevan adelante y esta fe. Agradezco mucho a todos los catequistas: ¡son buenos, son muy buenos! Gracias.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Hay Cardenales, Obispos, sacerdotes, hermanas, laicas, laicos, hay niños, pero todos somos hermanos. No es más importante el Papa, el Cardenal, el Obispo... Todos hermanos. Cada uno tiene su tarea para hacer crecer al pueblo de Dios. ¿Entendido?

Saludo a los Cardenales, a los Obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a las consagradas y consagrados, a los seminaristas y catequistas presentes. Agradezco al Presidente de la Conferencia Episcopal por sus palabras, y también a los hermanos y hermanas que han compartido con nosotros sus testimonios.

Como se ha recordado, el lema elegido para esta visita apostólica es “Fe, fraternidad, compasión”. Pienso que son tres virtudes que expresan bien tanto su camino de Iglesia como su índole como pueblo, étnica y culturalmente muy variada, pero al mismo tiempo caracterizada por una atención connatural hacia la unidad y la convivencia pacífica, Testigo en los principios tradicionales de la Pancasila. Quisiera reflexionar junto con ustedes sobre estas tres palabras.

La primera es fe. Indonesia es un gran país, con enormes riquezas naturales, a nivel de flora, fauna, recursos energéticos y materias primas, etc. Una riqueza tan grande podría fácilmente transformarse, leída con superficialidad, en motivo de orgullo y presunción, pero, si es considerada con mente y corazón abiertos, puede ser en cambio un recuerdo de Dios, de su presencia en el cosmos, en su vida y en nuestra vida, como nos enseña la Sagrada Escritura (cf. Gen 1; Sir 42, 15-43,33). Es el Señor, de hecho, el que da todo esto. No hay un centímetro del maravilloso territorio de Indonesia, ni un instante de la vida de cada uno de sus millones de habitantes, que no sea don del Señor, signo de su amor gratuito y previsor de Padre. Y mirar todo esto con ojos humildes de hijos nos ayuda a creer, reconocer los pequeños y amados (cf. Sal 8), y a cultivar sentimientos de gratitud y responsabilidad.

Como nos dijo Agnes, a propósito de nuestra relación con la creación y los hermanos, especialmente los más necesitados, que debemos vivir con un estilo personal y comunitario marcado por el respeto, la civilidad y la humanidad, con sobriedad y caridad franciscana.

Después de la fe, la segunda palabra del lema es fraternidad. Una poetisa del siglo XX usó una expresión muy hermosa para describir esta actitud: escribió que ser hermanos quiere decir amarse reconociéndose «distintos como dos gotas de agua». [1] ¡Hermoso! Y es precisamente así. No existen dos gotas de agua iguales una a la otra, ni existen dos hermanos, ni siquiera gemelos, completamente idénticos. Vivir la fraternidad, entonces, quiere decir acogerse mutuamente reconociéndose iguales en la diversidad.

También éste es un valor importante para la tradición de la Iglesia de Indonesia, que se manifiesta en la apertura con la que ésta se relaciona con las distintas realidades que la componen y la rodean, a nivel cultural, étnico, social y religioso, valorando el aporte de todos y entregando generosamente el suyo en cada contexto. Esto, hermanos y hermanas, es importante, porque anunciar el Evangelio no quiere decir imponer o contraponer la propia fe a la de los demás, no quiere decir hacer proselitismo, quiere decir entregar y compartir la alegría del encuentro con Cristo (cf. 1 Pe 3, 15-17), siempre con gran respeto y afecto fraterno por todos. Y en esto les invito a mantenerse siempre así: abiertos y amigos de todos – esa expresión me gusta mucho: “mano con mano”, andar así, como dijo don Maxi –, profetas de comunión, en un mundo donde parece en cambio que está creciendo cada vez más la tendencia a dividirse, imponerse y provocarse mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67). Y sobre esto quiero decirles algo: ¿saben ustedes quién es la persona que en el mundo provoca las más grandes divisiones? ¿Saben quién es? El gran divisor, que siempre divide, divide... Jesús une y este divide. Es el diablo. ¡Tengan cuidado!

Es importante tratar de llegar a todos, como nos lo recordó Sor Rina, con el deseo de poder traducir a Bahasa Indonesia, además de los textos de la palabra de Dios, también las enseñanzas de la Iglesia, para hacerlas accesibles al mayor número de personas posible. Y lo hizo evidente también Nicholas, describiendo la misión del catequista con la imagen de un “puente” que une. Esto me impactó y me hizo pensar en el espectáculo maravilloso, en el gran archipiélago de Indonesia, de miles de “puentes del corazón” que unen a todas las islas, y aún más de millones de dichos “puentes” que unen a todas las personas que habitan en ellas. Esa es otra hermosa imagen de la fraternidad: un tejido inmenso de hilos de amor que atraviesan el mar, superan las barreras y abrazan toda diversidad, haciendo de todos «un solo corazón y un solo espíritu» (cf. Hch 4, 32). El lenguaje del corazón, no lo olviden.

Y llegamos a la tercera palabra: compasión, que está muy ligada a la fraternidad. Compasión quiere decir padecer con el otro, compartir los sentimientos: ¡es una hermosa palabra! Como sabemos, de hecho, la compasión no consiste en dar limosnas hermanos y hermanas necesitados mirándolos desde arriba hacia abajo, mirándolos desde las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, compasión significa hacerse cercanos unos a otros, despojándonos de todo lo que puede impedirnos inclinarnos para entrar realmente en contacto con quien está en el piso, y así levantarlo y darle nuevamente esperanza (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 70). Y esto es importante: tocar la pobreza. Cuando confieso, pregunto siempre las personas adultas: “¿Das limosna?”, y me dicen que sí, generalmente, porque es gente buena. Pero la segunda pregunta es: “Cuando das limosna, ¿tocas la mano del mendigo? ¿Miras sus ojos? ¿O le avientas la moneda desde lejos para no tocarlo?”. Esto es algo que debemos aprender todos: la compasión significa sufrir, padecer, acompañar en los sentimientos que está sufriendo y abrazarlo, acompañarlo. Y no solamente: quiere decir también abrazar sus sueños y deseos de rescate y justicia, cuidar de ellos, hacerse promotores y cooperadores suyos, involucrando también a otros, ensanchando la “red” y los límites en un gran dinamismo expansivo de caridad (cf. ibid., 203). Y eso no quiere decir ser comunista, eso quiere decir caridad, quiere decir amor.

Hay quien tiene miedo de la compasión, hay personas que tienen miedo de la compasión, porque la consideran una debilidad – sufrir con el otro, una debilidad – y exaltan en cambio, como si fuera una virtud, la sagacidad de quien logra sus propios intereses manteniéndose a distancia de todos, no dejándose “tocar” por nada ni nadie, pensando así que se es más lúcido y libre al alcanzar sus propios objetivos. Por desgracia recuerdo a una persona muy rica, riquísima, en Buenos Aires, pero que tenía el vicio de tomar, tomar, tomar, cada vez más dinero. Murió y dejó una herencia enorme. ¿Saben cuáles eran las bromas que hacía la gente? “Pobrecito, no podían cerrar el ataúd”. Quería llevarse todo y no se llevó nada. Hace reír, pero no olviden algo: que el diablo entra por los bolsillos, ¡siempre! Es verdad. El hecho de tener riquezas como seguridad es una forma falsa de mirar la realidad. Lo que hace avanzar al mundo no son los cálculos de interés – que terminan generalmente con la destrucción de la creación y la división de las comunidades – sino la caridad que se entrega. Eso hace avanzar: la caridad que se entrega. Y la compasión no ofusca la visión real de la vida, más bien, nos hace ver mejor las cosas, a la luz del amor, es decir nos hace ver mejor las cosas con los ojos del corazón. Y quisiera repetirlo, por favor, tengan cuidado, no lo olviden: ¡el diablo entra por los bolsillos!

El portal de esta Catedral, en su arquitectura, me parece que resume muy bien lo que hemos dicho, en clave mariana. Éste, de hecho, está sostenido, al centro del arco de medio punto, por una columna sobre la cual está colocada una estatua de la Virgen María. Nos muestra así a la Madre de Dios ante todo como modelo de fe, mientras que simbólicamente sostienen, con su pequeño “sí” (cf. Lc 1, 38), todo el edificio de la Iglesia. Su cuerpo frágil, apoyado en la columna, en la roca que es Cristo, parece en efecto llevar con él sobre sí misma el peso de toda la construcción, como para decir que ésta, obra del trabajo y el ingenio del hombre, no puede sostenerse sola. María aparece después como imagen de fraternidad, con el gesto de acoger, en medio del portal principal, a todos aquellos que quieren entrar. Es la madre que acoge. Y finalmente es también icono de compasión, al vigilar y proteger al pueblo de Dios que, con las alegrías y los dolores, las fatigas y las esperanzas se reúne en la casa del Padre. Es la madre de la compasión.

Queridos hermanos y hermanas, quiero concluir esta conversación retomando lo que es San Juan Pablo II, en visita aquí así algunas décadas, dijo precisamente dirigiéndose a los Obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas. Citaba el versículo del Salmo: «Laetentur insulae multae» – «Alégrense todas las islas» (Sal 96, 1) invitaba a sus escuchas a realizarlo «dando testimonio de la alegría de la resurrección y entregando la […] vida de manera que también las islas más lejanas puedan “gozarse” escuchando el Evangelio, del que ustedes son verdaderos predicadores, enseñantes y testigos» (Oncuentro con los obispos, el clero y los religiosos de Indonesia, Yakarta, 10 de octubre 1989).

También yo renuevo esta exhortación, y los animó a continuar su misión fuertes en la fe, abiertos a todos en la fraternidad y cercanos a cada uno en la compasión. Fuertes, abiertos y cercanos, con la fortaleza de la fe. La apertura para acoger a todos, ¡a todos! Me impacta mucho esa parábola del Evangelio, cuando los invitados a las bodas no han querido venir y no llegaron. ¿Qué hace el Señor? ¿Se entristece? No, ese hombre entiende algo y manda a sus servidores: “vayan a los cruces de los caminos y traigan a todos, a todos, a todos a la fiesta”. Todos dentro, con ese estilo tan hermoso que es avanzar con la fraternidad, con la compasión, con la unidad... Y pienso en tantas islas, tantas islas... Y el Señor le dice a la gente buena, a ustedes: “Todos, todos” – “Pero, Señor, aquél...” – “Todos, todos”. Más aún, el Señor dice: “Buenos y malos, ¡todos!”.

También yo renuevo esta exhortación, y los animó a continuar su misión fuertes en la fe, abiertos a todos en la fraternidad y cercanos a cada uno en la compasión. Fe, fraternidad y compasión. Tres palabras que les dejo y ustedes después las piensan. Fe, fraternidad y compasión. Los bendigo, les agradezco por el mucho bien que hacen cada día en todas estas hermosas islas. Pido por ustedes. Hago oración, pero, por favor, les pido orar por mí. Y tengan cuidado con algo: ¡oren a favor, no en contra! Gracias.


[1] W. Szymborska, “Nada ocurre dos veces”, en La alegría de escribir. Todas las poesías (1945-2009), Milán, 2009, p. 45.

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