SU DOLOR ES MI DOLOR: CARTA DEL PAPA AL PUEBLO UCRANIANO (25/11/2022)

“En su tierra, desde hace nueve meses, se ha desencadenado la absurda locura de la guerra. En su cielo resuenan sin cesar el rugido siniestro de las explosiones y el sonido inquietante de las sirenas”. Así escribe el Papa Francisco en una sentida carta que envía al pueblo ucraniano, dada a conocer este 25 de noviembre. Está firmada el 24 de noviembre desde la Basílica San Juan de Letrán, cuando se cumplen nueve meses del comienzo del conflicto. Reproducimos a continuación el texto de la carta, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas ucranianos:

En su tierra, desde hace nueve meses, se ha desencadenado la absurda locura de la guerra. En su cielo resuenan sin cesar el rugido siniestro de las explosiones y el sonido inquietante de las sirenas. Sus ciudades son impactadas por las bombas mientras lluvias de misiles provocan muerte, destrucción y dolor, hambre, sed y frío. En sus calles muchos han tenido que huir, dejando casas y afectos. Junto a sus grandes ríos corren cada día ríos de sangre y de lágrimas.

Quisiera unir mis lágrimas a las suyas y decirles que no hay día en que no esté cerca de ustedes y no los lleve en mi corazón y en mi oración. Su dolor es mi dolor. En la cruz de Jesús hoy los veo a ustedes, a ustedes que sufren el terror desencadenado por esta agresión. Sí, la cruz que torturó al Señor revive en las torturas encontradas en cadáveres, en las fosas comunes descubiertas en varias ciudades, en esas y en muchas otras imágenes crueles que nos han entrado en el alma, que hacen levantar un grito: ¿por qué? ¿Cómo pueden los hombres tratar así a otros hombres?

En mi mente regresan muchas historias trágicas de las que tengo conocimiento. Ante todo las de los pequeños: ¡cuántos niños asesinados, heridos o que han quedado huérfanos, arrancados a sus madres! Lloró con ustedes por cada pequeño que, a causa de esta guerra, ha perdido la vida, como Kira en Odessa, como Lisa en Vinnytsia, y como centenares de otros niños: en cada uno de ellos se derrota a la humanidad entera. Ahora ellos están en el seno de Dios, ven nuestros afanes y oran para que terminen. ¿Pero cómo no sentir angustia por ellos y por cuantos, pequeños y grandes, han sido deportados? Es incalculable el dolor de las madres ucranianas.

Pienso después en ustedes, jóvenes, que para defender valerosamente a la patria han tenido que tomar las armas en lugar de sus sueños que habían cultivado para el futuro; pienso en ustedes, esposas, que han perdido a sus maridos y mordiéndose los labios continúan en el silencio, con dignidad y determinación, haciendo cualquier sacrificio por sus hijos; en ustedes, adultos, que buscan de cualquier manera proteger a sus seres queridos; en ustedes, ancianos, que en lugar de vivir un sereno atardecer de la vida han sido lanzados en la tenebrosa noche de la guerra; en ustedes, mujeres que han sufrido violencia y llevan grandes pesos en el corazón; en todos ustedes, heridos en el alma y el cuerpo. Pienso en ustedes y estoy cerca de ustedes con afecto y con admiración por cómo enfrentan pruebas tan duras.

Y pienso en ustedes, voluntarios, que se desgastan cada día por el pueblo; en ustedes, Pastores del pueblo santo de Dios, que – a menudo con gran riesgo para su integridad – se han quedado junto de la gente, llevando la consolación de Dios y la solidaridad de los hermanos, transformando con creatividad lugares comunitarios y conventos en alojamientos donde ofrecer hospitalidad, ayuda y alimento a quien se encuentra en condiciones difíciles. También, pienso en los refugiados y los desplazados internos, que se encuentran lejos de sus viviendas, muchas de los cuales han sido destruidas; y en las autoridades, por las que hago oración: sobre ellas recae el deber de gobernar al país en tiempos trágicos y tomar decisiones de largo plazo para la paz y para desarrollar la economía durante la destrucción de tantas infraestructuras vitales, en ciudades como en el campo.

Queridos hermanos y hermanas, en todo este mar de mal y dolor – a 90 años del terrible genocidio de Holodomor –, estoy admirado por su buen ardor. Aún en la inmensa tragedia que está sufriendo, el pueblo ucraniano nunca se ha desanimado o abandonado a la conmiseración. El mundo ha reconocido a un pueblo audaz y fuerte, un pueblo que sufre y ora, llora y lucha, resiste y espera: un pueblo noble y mártir. Yo sigo estando cerca de ustedes, con el corazón y con la oración, con el cuidado humanitario, para que se sientan acompañados, para que no se acostumbren a la guerra, para que no sean dejados solos hoy y sobre todo mañana, cuando vendrá quizás la tentación de olvidar sus sufrimientos.

En estos meses, en los que la inclemencia del clima vuelve esta situación que viven aún más trágica, quisiera que el afecto de la Iglesia, la fuerza de la oración, el bien que desean para ustedes muchísimos hermanos y hermanas en todas las latitudes sean una caricia sobre su rostro. Dentro de pocas semanas será Navidad y la estridencia del sufrimiento se advertirá aún más. Pero quisiera volver con ustedes a Belén, a la prueba que la Sagrada Familia tuvo que afrontar en esa noche, que parecía solamente fría y oscura. En cambio, la luz llegó: no de los hombres, sino de Dios; no de la tierra, sino del Cielo.

Que la Madre suya y nuestra, la Virgen, vele sobre ustedes. A su Corazón Inmaculado, en Unión con los Obispos del mundo, he consagrado a la Iglesia y a la humanidad, en particular a su país y a Rusia. A su corazón de Madre presentó sus sufrimientos y sus lágrimas. A ella que, como escribió un gran hijo de su tierra, «trajo a Dios a nuestro mundo», no nos cansemos de pedirle el don anhelado de la paz, en las certeza de que «nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37). Que Él de cumplimiento a las justas esperanzas de sus corazones, sane sus heridas y les dé su consolación. Yo estoy con ustedes, hago oración por ustedes y les pido orar por mí.

Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide.

Roma, San Juan de Letrán, 24 de noviembre 2022

FRANCISCO

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