CATEQUESIS DEL PAPA: EVITAR CAMINOS EQUIVOCADOS LEYENDO EL LIBRO DE NUESTRO CORAZÓN (30/11/2022)

Durante la Audiencia General de este 30 de noviembre por la mañana, en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre ofreció su décima catequesis sobre el discernimiento. El Papa Francisco subrayó que “la auténtica consolación es una especie de confirmación” de que estamos caminando por los caminos de Dios, “es decir, por los caminos de la vida, de la alegría y de la paz”. ¿Cómo reconocemos el auténtico consuelo?, preguntó considerando que esta pregunta es muy importante para no dejarse “engañar en la búsqueda de nuestro verdadero bien”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La consolación auténtica

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuando nuestra reflexión sobre el discernimiento, y en particular sobre la experiencia espiritual llamada “consolación”, de la que hablamos el otro miércoles, nos preguntamos: ¿cómo reconocer la verdadera consolación? Es una pregunta muy importante para un buen discernimiento, para que no ser engañados en la búsqueda de nuestro verdadero bien.

Podemos encontrar algunos criterios en un pasaje de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. «Si en el pensamiento todo es bueno – dice San Ignacio – el principio, el medio y el fin, y si todo está orientado hacia el bien, este es un signo del ángel bueno. Puede darse, en cambio, que en el curso de los pensamientos se presente algo malo o que distraiga o menos bueno que lo que el alma se había propuesto hacer antes, o algo que debilita el alma, la inquieta, la pone en agitación y le quita la paz, le quita la tranquilidad y la calma que tenía antes: este, entonces, es un claro signo de que esos pensamientos provienen del mal espíritu» (n. 333). Porque es verdad: hay una verdadera consolación, pero también hay consolaciones que no son verdaderas. Y para ello es necesario entender bien el camino de la consolación: ¿cómo va y a dónde me lleva? Si me lleva a una cosa que va a menos, eso no es bueno, la consolación no es verdadera, es “fingida”, digámoslo así.

Y estas son indicaciones valiosas, que merecen un breve comentario. ¿Qué significa que el principio esté orientado al bien, como dice San Ignacio de una buena consolación? Por ejemplo, tengo el pensamiento de orar, y noto que se acompaña de afecto hacia el Señor y el prójimo, invita a realizar gestos de generosidad, de caridad: es un buen principio. Puede en cambio suceder que ese pensamiento surja para evitar un trabajo o un encargo que me ha sido encomendado: cada vez que tengo que lavar los platos o limpiar la casa, ¡me entran unas ganas enormes de ponerme a orar! Esto sucede, en los conventos. Pero la oración no es una huida de las tareas propias, al contrario, es una ayuda para realizar ese bien que estamos llamados a hacer, aquí y ahora. Esto en cuanto el principio.

Está después el medio: San Ignacio decía que el principio, el medio y el fin deben ser buenos. El principio es este: tengo ganas de orar para no lavar los platos: ve, lava los platos y luego ve a orar. Luego está el medio, es decir, lo que viene después, lo que sigue a ese pensamiento.

Siguiendo con el ejemplo anterior, si comienzo a orar y, como hace el fariseo de la parábola (cf. Lc 18, 9-14), tiendo a complacerme conmigo mismo y a despreciar a los demás, quizá con un ánimo resentido y ácido, entonces son signos de que el espíritu maligno ha usado ese pensamiento como llave de acceso para entrar en mi corazón y transmitirme sus sentimientos. Si voy a orar y me viene a la mente lo del fariseo famoso – “te doy gracias, Señor, porque hago oración, no soy como la demás gente que no te busca, no ora” – ahí, esa oración termina mal. Esa consolación de orar es para sentirse como un pavo real ante Dios. Y ese es el medio que no funciona.

Y después está el final: el principio, el medio y el final. El final es un aspecto que ya hemos encontrado, es decir: ¿a dónde me lleva un pensamiento? Por ejemplo, a dónde me lleva el pensamiento de orar. Por ejemplo, aquí puede ocurrir que me comprometa totalmente con una obra hermosa y meritoria, pero esto me empuja a ya no orar, porque estoy ocupado con muchas cosas, me descubro cada vez más agresivo e irritado, considero que todo depende de mí, hasta perder confianza en Dios. Aquí evidentemente está la acción del espíritu maligno. Me pongo a orar, después en la oración me siento omnipotente, que todo debe estar en mis manos porque soy el único, la única que sabe sacar adelante las cosas: evidentemente no está el buen espíritu allí. Es necesario examinar bien el camino de nuestros sentimientos y el camino de los buenos sentimientos, de la consolación, en el momento en que quiero hacer algo. Cómo es el principio, cómo es la mitad y cómo es el final.

El estilo del enemigo – cuando hablamos del enemigo, hablamos del diablo, porque el demonio existe, ¡existe! – su estilo, lo sabemos, es presentarse de forma furtiva, enmascarada: empieza por lo que consideramos más importante y luego nos atrae hacia sí, poco a poco: el mal entra escondido, sin que la persona se dé cuenta. Y con el tiempo la suavidad se convierte en dureza: ese pensamiento se revela como realmente es.

De ahí la importancia de este paciente pero indispensable examen del origen y la verdad de los propios pensamientos; es una invitación a aprender de las experiencias, de lo que nos ocurre, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más nos conozcamos a nosotros mismos, más advertimos por dónde entra el mal espíritu, sus “contraseñas”, las puertas de entrada a nuestro corazón, que son los puntos a los que somos más sensibles, para prestarles atención para el futuro. Cada uno de nosotros tiene puntos más sensibles, puntos más débiles de la propia personalidad: y desde ahí entra el mal espíritu y nos lleva por el camino equivocado, o nos arranca del verdadero camino correcto. Voy a orar pero me aleja de la oración.

Los ejemplos podrían multiplicarse a voluntad, reflexionando sobre nuestros días. Por eso es tan importante el examen de conciencia cotidiano: antes de terminar el día, detenerse un poco. ¿Qué ha pasado? No en los periódicos; no, en la vida: ¿qué ha pasado en mi corazón? ¿Mi corazón ha estado atento? ¿Ha crecido? ¿Ha sido un camino en que ha pasado de todo, sin mi conocimiento? ¿Qué pasó en mi corazón? Y este examen es importante, es el esfuerzo valioso de releer lo vivido desde un particular punto de vista. Darse cuenta de lo que sucede es importante, es un signo de que la gracia de Dios está trabajando en nosotros, ayudándonos a crecer en libertad y conciencia. No estamos solos: es el Espíritu Santo quien está con nosotros. Veamos cómo han resultado las cosas.

La consolación auténtica es una especie de confirmación del hecho de que estamos realizando lo que Dios quiere de nosotros, de que caminamos por sus senderos, es decir, por los caminos de la vida, de la alegría, de la paz. El discernimiento, de hecho, no se trata simplemente del bien o del mayor bien posible, sino de lo que es bueno para mí aquí y ahora: sobre esto estoy llamado a crecer, poniendo límites a otras propuestas, atractivas pero irreales, para no ser engañado en la búsqueda del verdadero bien.

Hermanos y hermanas, es necesario entender, avanzar en comprender lo que pasa en mi corazón. Y para ello se requiere el examen de conciencia, para ver lo que ha pasado hoy. “Hoy me enojé allí, no hice eso...”: ¿pero por qué? Ir más allá del por qué es buscar la raíz de estos errores. “Pero, hoy estuve feliz pero estuve aburrido porque tenía que ayudar a esa gente, pero al final me sentí pleno, plena por esa ayuda”: y ahí está el Espíritu Santo. Aprender a leer en el libro de nuestro corazón lo que sucedió durante el día. Háganlo, sólo dos minutos, pero les hará bien, se los aseguro. Gracias.

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