EL SEÑOR NOS LLAMA A VIVIR COMO IGLESIA AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD: PALABRAS DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL (24/11/2022)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Agradezco al Cardenal Ladaria por sus corteses palabras y expresó a todos ustedes mí gratitud por la generosidad, la capacidad y la pasión con que han emprendido su servicio en este décimo quinquenio de actividad de la Comisión Teológica Internacional.
Gracias a las herramientas de las que hoy disponemos, pudieron iniciar sus trabajos a distancia, superando las dificultades aún existentes por la pandemia. Y me alegro también por la acogida que reservaron a las propuestas de tres temas para profundizar: el primero es la actualidad irrenunciable y siempre fecunda de la fe cristológica profesada por el Concilio de Nicea, al cumplirse los 1700 años de su celebración (325-2025); el segundo es el examen de algunas cuestiones antropológicas hoy emergentes y de significado crucial para el camino de la familia humana, a la luz del designio divino de salvación; y el tercero es la profundización – hoy cada vez más urgente y decisiva – de la teología de la creación en perspectiva trinitaria, en la escucha del grito de los pobres y de la tierra.
Enfrentando estos temas, la Comisión Teológica Internacional sigue, con compromiso renovado, su servicio. Están llamados a cumplirlo en el surco trazado por el Concilio Vaticano II, que – a 60 años de su inicio – constituye la brújula segura para el camino de la Iglesia, «sacramento, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Const. dogm. Lumen gentium, 1).
Quisiera señalarles tres directrices de camino, en este momento histórico; momento arduo y sin embargo, para la mirada de la fe, cargado con la promesa y la esperanza que surgen de la Pascua del Señor crucificado y resucitado.
La primera directriz es la de la fidelidad creativa a la Tradición. Se trata de asumir con fe y con amor y de dirigir con rigor y apertura el compromiso de ejercer el ministerio de la teología – a la escucha de la Palabra de Dios, del sensus fidei del Pueblo de Dios, del Magisterio y de los carismas, y en el discernimiento de los signos de los tiempos – para el progreso de la Tradición apostólica, bajo la asistencia del Espíritu Santo, como enseña la Dei Verbum (cf. n. 8). Benedicto XVI describe de hecho a la Tradición como «el río vivo en el que siempre están presentes los orígenes» (Catequesis, 26 de abril 2006); de manera que ella «riega distintas tierras, alimenta distintas geografías, haciendo germinar lo mejor de esa tierra, lo mejor de esa cultura. De esta manera, el Evangelio sigue encarnándose en todos los rincones del mundo, de manera siempre nueva» (Const. Ap. Veritatis gaudium, 4d).
La tradición, el origen de la fe, que o crece o se apaga. Porque, decía uno – creo que era un músico – que la tradición es la garantía del futuro y no una pieza de museo. Es aquello que hace crecer a la Iglesia de abajo hacia arriba, como el árbol: las raíces. En cambio otro decía que el tradicionalismo es la “fe muerta de los vivos”: cuando te cierras. La tradición – quiero subrayar esto – nos hace mover en esta dirección: de abajo hacia arriba; vertical. Hoy existe un gran peligro, que decir en otra dirección: el “regresionismo”. Ir de regreso. “Siempre se ha hecho así”: es mejor ir de regreso, que es más seguro y no avanzar con la tradición. Esta dimensión horizontal, la hemos visto, ha movido a algunos movimientos, movimientos eclesiales, a quedarse fijos en un tiempo, en un detrás. Son los regresionistas. Pienso – para hacer una referencia histórica – en algún movimiento nacido a finales del Vaticano I, buscando ser fieles a la tradición, y así hoy se desarrollan para ordenar mujeres, y otras cosas, fuera de esta dirección vertical, donde crece, la conciencia moral crece, la conciencia de la fe crece, con esa hermosa regla de Vincenzo di Lérins: “ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate”. Esta es la regla del crecimiento. En cambio el regresionismo te lleva a decir que “siempre se ha hecho así, es mejor seguir así”, y no te deja crecer. Sobre este punto, ustedes los teólogos piensen un poco en cómo ayudar.
La segunda directriz se refiere a la oportunidad, con la finalidad de realizar con pertinencia y de manera incisiva el trabajo de profundización e inculturación del Evangelio, de abrirse con prudencia al aporte de las distintas disciplinas gracias a la consulta con expertos, incluso no católicos, como está previsto por los Estatutos de la Comisión (cf. n. 10). Se trata – expresé ese deseo en la Constitución Apostólica Veritatis gaudium – de atesorar el «principio de interdisciplinariedad: no tanto en su forma “débil” de simple multidisciplinariedad, como enfoque que favorece una mejor comprensión desde más puntos de vista de un objeto de estudio; sino en su forma “fuerte” de transdisciplinariedad, como colocación y fermentación de todos los saberes en el espacio de Luz y de Vida que ofrece la Sabiduría que emana de la Revelación de Dios» (n. 4c).
La tercera directriz, finalmente, es la de la colegialidad. Ella adquiere particular relevancia y puede ofrecer una contribución específica en el contexto del camino sinodal, al que he convocado a todo el Pueblo de Dios. Los subraya el documento elaborado con tal propósito, en el quinquenio anterior, sobre La sinodalidad En la vida y la misión de la Iglesia: «Como para cualquier otra vocación cristiana, también el ministerio del teólogo, más allá de ser personal, es comunitario y colegial. Las sinodalidad eclesial compromete entonces a los teólogos a hacer teología de manera sinodal, promoviendo entre ellos la capacidad de escuchar, dialogar, discernir e integrar la multiplicidad y variedad de instancias y aportes» (n. 75).
Los teólogos deben ir más allá, buscar ir más allá. Pero esto quiero distinguirlo del catequista: el catequista debe proporcionar la doctrina correcta, la doctrina sólida; no las eventuales novedades, de las cuales algunas son buenas, sino lo que es sólido; el catequista transmite la doctrina sólida. El teólogo se arriesga a ir más allá y será el magisterio quien lo detenga. Pero la vocación del teólogo es siempre la de arriesgarse a ir más allá, porque está buscando y está buscando hacer más explícita la teología. Pero nunca den catequesis a los niños y a la gente con doctrinas nuevas que no son seguras. ¡Esta distinción no es mía, es de San Ignacio de Loyola, que creo entiende algo mejor que ello!
Les deseo entonces, en este espíritu de escucha recíproca, de diálogo y discernimiento comunitario, en apertura a la voz del Espíritu Santo, un sereno y provechoso trabajo. Los temas encomendados a su atención y pericia revisten gran importancia en esta nueva etapa del anuncio del Evangelio que el Señor nos llama a vivir como Iglesia al servicio de la fraternidad universal en Cristo. Estos temas de hecho nos invitan a asumir plenamente la mirada del discípulo, el cual, con asombro siempre nuevo, reconoce que Cristo « precisamente revelando el misterio del padre y de su amor revela también plenamente al hombre a sí mismo y le manifiesta su altísima vocación» (Const. past. Gaudium et spes, 22); y así Él nos enseña que « la ley fundamental de la humana perfección, y por ello también de la transformación del mundo, es el nuevo mandamiento del amor» (ibid., 38). Y usé la palabra “asombro”. Creo que es importante, quizá no tanto para los investigadores, pero ciertamente para los profesores de teología: preguntarse si las lecciones de teología provocan asombro en aquellos que las reciben. Es un hermoso criterio éste, puede ayudar.
Queridos hermanos y hermanas, les agradezco por su valioso servicio, en verdad valioso. De corazón bendigo a cada uno de ustedes y a sus colaboradores. Y les pido por favor orar por mí.
Creo que quizás sería importante aumentar el número de mujeres, no porque esté de moda, sino porque tienen un pensamiento distinto al de los hombres y hacen de la teología algo más profundo y también más “saboreable”. Gracias.
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