¿CÓMO VA MI PERSEVERANCIA?: ÁNGELUS DEL 13/11/2022
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, feliz domingo!
El Evangelio del día nos lleva a Jerusalén, al lugar más sagrado: el templo. Allí, en torno a Jesús, algunas personas hablan de la magnificencia de aquel grandioso edificio, «adornado por hermosas piedras» (Lc 21, 5). Pero el Señor afirma: «De lo que ven, no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida» (v. 6). Luego aumenta la intensidad, explicando cómo en la historia casi todo se derrumba: habrá, dice, revoluciones y guerras, terremotos, hambrunas, plagas y persecuciones (cf. vv. 9-17). Es como si dijera: no hay que confiar demasiado en las realidades terrenales: pasan. Son palabras sabias, que sin embargo pueden darnos un poco de amargura: ya muchas cosas van mal, ¿por qué también el Señor hace discursos tan negativos? En realidad, su intención no es ser negativo, es otra, es la de darnos una valiosa enseñanza, es decir, el camino de salida de toda esta precariedad. ¿Y cuál es el camino de salida? ¿Cómo podemos salir de esta realidad que pasa y pasa y no existirá más?
Éste se encuentra en una palabra que quizás nos sorprenda. Cristo la revela en la última frase del Evangelio, cuando dice: «Con su perseverancia salvarán su vida» (v. 19). La perseverancia. ¿Qué cosa es esto? La palabra indica ser “muy severos”; pero ¿severos en qué sentido? ¿Con uno mismo, considerándose no estar a la altura? No. ¿Con los demás, volviéndose rígidos e inflexibles? Tampoco. Jesús nos pide que seamos “severos”, disciplinados, persistentes en lo que a Él le importa, en lo que cuenta. Porque, lo que realmente cuenta, muchas veces no coincide con lo que atrae nuestro interés: a menudo, como aquella gente en el templo, damos prioridad a las obras de nuestras manos, a nuestros éxitos, a nuestras tradiciones religiosas y civiles, a nuestros símbolos sagrados y sociales. Esto está bien, pero les damos demasiada prioridad. Son cosas importantes, pero pasan. En cambio, Jesús dice que nos concentremos en lo que permanece, para evitar dedicar la vida a construir algo que luego será destruido, como aquel templo, y olvidarse de construir lo que no se derrumba, de construir sobre su palabra, sobre el amor, sobre el bien. Ser perseverantes, ser severos y decididos para edificar aquello que no pasa.
Esto es, entonces, la perseverancia: es construir cada día el bien. Perseverar es permanecer constantes en el bien, sobre todo cuando la realidad circundante empuja a hacer otra cosa. Pongamos algún ejemplo: sé que orar es importante, pero también yo, como todos, siempre tengo mucho que hacer, y entonces pospongo: “No, ahora estoy ocupado, no puedo, lo hago después”. O bien, veo a tantos astutos que se aprovechan de las situaciones, que “burlan” las reglas y yo también dejo de observarlas, de perseverar en la justicia y la legalidad: “Pero si estos astutos lo hacen, también lo hago yo”. ¡Tengan cuidado con eso! Todavía más: hago un servicio en la Iglesia, para la comunidad, para los pobres, pero veo que tanta gente en el tiempo libre piensa sólo en divertirse y entonces me dan ganas de abandonar y hacer como ellos. Porque no veo resultados o me aburro o no me hace feliz.
Perseverar, en cambio, es permanecer en el bien. Preguntémonos: ¿cómo va mi perseverancia? ¿Soy constante, o vivo la fe, la justicia y la caridad según los momentos: si me apetece, hago oración, si me conviene, soy correcto, disponible y servicial, mientras que, si estoy insatisfecho, si nadie me lo agradece, dejo de hacerlo? En resumen, ¿mi oración y mi servicio dependen de las circunstancias o dependen de un corazón firme en el Señor? Si perseveramos —nos recuerda Jesús— no tenemos nada que temer, ni siquiera en los acontecimientos tristes y difíciles de la vida, ni siquiera en el mal que vemos a nuestro alrededor, porque permanecemos anclados en el bien. Dostoievski escribió: «No tengan miedo de los pecados de los hombres, amen al hombre incluso con su pecado, porque este reflejo del amor divino es el culmen del amor en la tierra» (Los hermanos Karamazov, II, 6, 3g). La perseverancia es el reflejo en el mundo del amor de Dios, porque el amor de Dios es fiel, es perseverante, nunca cambia.
Que la Virgen, sierva del Señor perseverante en la oración (cf. Hch 1, 12), fortalezca nuestra constancia.
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