LA IGLESIA ESTÁ CON USTEDES Y LOS NECESITA: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN BAHRÉIN (05/11/2022)

Hacer suya la cultura del cuidado y difundirla, convertirse en campeones de fraternidad, enfrentar los desafíos de la vida dejándose orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros. Estas, en síntesis fueron las tres invitaciones que el Papa Francisco quiso entregar a los casi 800 jóvenes de Bahréin con quienes se encontró en la Escuela del Sagrado Corazón, en Awali. El Pontífice, sin olvidar el trasfondo de las guerras que contaminan el corazón, pronunció su discurso en un clima de alegre acogida, manifestada con una danza y un coro, después de las palabras de bienvenida de la directora de la Escuela, Sor Rosalyn Thomas A.C., y los testimonios de un estudiante musulmán y una estudiante católica. Provocado por las preguntas que le propusieron a la luz de su propia vida y experiencia de fe, les ofreció su apoyo esencial para vivir la fraternidad. Transcribimos a continuación, el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos amigos, hermanos y hermanas, buenos días:

Les agradezco por estar aquí, desde tantas naciones distintas y con tanto entusiasmo. Quisiera agradecer a Sor Rosalyn por las palabras de bienvenida que me dirigió y con el compromiso con el cual, junto a tantos otros, lleva adelante esta Escuela del Sagrado Corazón.

Y estoy contento por haber visto en el Reino de Bahréin un lugar de encuentro y diálogo entre culturas y credos distintos. Y ahora, mirándolos a ustedes, que no son de la misma religión y no tienen miedo de estar juntos, pienso que sin ustedes esta convivencia de las diferencias no sería posible. ¡Y no habría futuro! En la masa del mundo, ustedes son la levadura buena destinada a crecer, a superar tantas barreras sociales y culturales y a promover brotes de fraternidad y novedad. Son ustedes jóvenes los que, como inquietos viajeros abiertos a lo inédito, no temen confrontarse, dialogar, “hacer ruido” y mezclarse con los demás, convirtiéndose en la base de una sociedad amiga y solidaria. Y eso, queridos amigos, es fundamental en los contextos complejos y plurales en que vivimos: hacer caer ciertas cercas para inaugurar un mundo más a medida del hombre, más fraterno, aun cuando ello implique enfrentar numerosos desafíos. Sobre esto, inspirándome en sus testimonios y sus preguntas, quisiera dirigirles tres pequeñas invitaciones, no tanto para enseñarles algo, sino para animarlos.

La primera invitación: abrazar la cultura del cuidado. Sor Rosalyn usó esta expresión: “cultura del cuidado”. Tener cuidado significa desarrollar una actitud interior de empatía, una mirada atenta que nos lleva hacia fuera de nosotros mismos, una presencia gentil que vence la indiferencia y nos impulsa a interesarnos en los demás. Este es el cambio, el inicio de la novedad, el antídoto contra un mundo cerrado que, impregnado por el individualismo, devora a sus hijos; contra un mundo aprisionado por la tristeza, que genera indiferencia y soledad. Me permito decirles: ¡cuánto mal causa el espíritu de tristeza, cuánto mal! Porque si no aprendemos a cuidar lo que está a nuestro alrededor – los demás, las ciudad, la sociedad, la creación – acabamos por recorrer la vida como quien corre, se afana, hace muchas cosas, pero, al final, se queda triste y solo porque nunca ha saboreado en profundidad la alegría de la amistad y la gratuidad. Y no ha dado al mundo ese toque único de belleza que solo él, o ella, y ningún otro podía dar. Como cristiano, pienso en Jesús y veo que su actuar siempre estuvo animado por el cuidado. Cuidó las relaciones con todos aquellos que encontraba en las casas, en las ciudades y a lo largo del camino: miró a los ojos a las personas, prestó oído a sus peticiones de ayuda, se hizo cercano y tocó con la mano sus heridas. ¿Ustedes, miran a las personas a los ojos? Jesús entró en la historia para decirnos que el altísimo cuida de nosotros; para recordarnos que estar de parte de Dios quiere decir cuidar de cada uno y de cada cosa, especialmente de los más necesitados.

Amigos, ¡qué hermoso es convertirse en impulsores del cuidado, artistas de las relaciones! Pero eso requiere, como todo en la vida, un entrenamiento constante. Y entonces no se olviden de tener ante todo cuidado de ustedes mismos: no tanto en lo externo, sino en lo interno, de la parte más escondida y valiosa de ustedes. ¿Cuál es? ¡Su alma, su corazón! ¿Y cómo se hace para cuidar el corazón? Intenten escucharlo en silencio, a buscar espacios para estar en contacto con su interioridad, para sentir el don que ustedes son, para acoger su existencia y no hacer que se escape de la mano. Que no les ocurra ser “turistas de la vida”, que la miran solo desde lo externo, superficialmente. Y en el silencio, siguiendo el ritmo de su corazón, hablen con Dios, cuéntenle de ustedes mismos y también de aquellos que encuentran cada día y que Él les regala como compañeros de viaje. Llévenle sus rostros, las situaciones alegres y dolorosas, porque no hay oración sin relaciones, así como no hay alegría sin amor.

Y el amor – ustedes lo saben – no es una telenovela o una película romántica: amar es considerar importante al otro, cuidar al otro, ofrecer el propio tiempo y los propios dones a quien los necesita, arriesgarse por hacer de la vida un don que genera más vida. ¡Arriesgarse! Amigos, por favor, nunca olviden algo: sean todos – sin excluir a nadie – un tesoro, un tesoro único y precioso. Por tanto, no tengan la vida en una caja fuerte, pensando que sea mejor ahorrarla y que el momento de gastarla aún no ha llegado. Muchos de ustedes están aquí de paso, por motivos laborales y a menudo por un tiempo determinado. Sin embargo si vivimos con la mentalidad del turista, ¡no captamos el momento presente y nos arriesgamos a tirar pedazos completos de vida! Qué hermoso, en cambio, dejar ahora una huella buena en el camino, cuidando la comunidad, a los compañeros de clase, a los colegas del trabajo, a la creación... Nos hace bien preguntárnoslo: ¿yo, qué huella estoy dejando ahora, aquí donde vivo, en el lugar donde la Providencia me ha puesto?

Esta es la primera invitación, la cultura del cuidado; si la abrazamos, contribuimos a hacer crecer las semillas de la fraternidad. Y esa es la segunda invitación que quisiera dirigirles: sembrar fraternidad. Me gustó lo que dijiste tú, Abdulla: “¡Es necesario ser campeones no sólo en los campos de juego, sino en la vida!”. Campeones fuera del campo. Es verdad, ¡sean campeones de fraternidad, fuera del campo! Este es el desafío de hoy para vencer mañana, el desafío de nuestras sociedades, cada vez más globalizadas y multiculturales. Vean, todos los instrumentos y la tecnología que a la modernidad nos ofrece no son suficientes para hacer al mundo pacífico y fraterno. Lo estamos viendo: los vientos de guerra, de hecho, no se aplacan con el progreso técnico. Constatamos con tristeza que en muchas regiones las tensiones y las amenazas aumentan y a veces estallan en conflictos. Pero eso a menudo sucede porque no se trabaja sobre el corazón, porque se dejan ensanchar las distancias con respecto a los demás y así las diferencias étnicas, culturales, religiosas y de otros tipos se convierten en problemas y miedos que aíslan cualquier oportunidad para crecer juntos. Y cuando parecen más fuertes que la fraternidad que nos une, se corre el riesgo de confrontación.

A ustedes jóvenes, que son más directos y más capaces al generar contactos y amistades, superando los prejuicios y las cercas ideológicas, quisiera decir: sean sembradores de fraternidad y serán cosechadores de futuro, ¡porque el mundo tendrá futuro sólo en la fraternidad! Es una invitación que llevo en el corazón de mi fe. «Quien de hecho – dice la Biblia – no ama a su propio hermano que ve, no puede amar a Dios que no ve. Y este es el mandamiento que tenemos de él: el que ama a Dios, que ame también a su hermano» (1 Jn 4, 20-21). Sí, Jesús nos pide nunca separar el amor a Dios por aquel que se tiene al prójimo, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10, 29-37). De todos, no sólo de quien nos parece simpático. Vivir como hermanos y hermanas es la vocación universal confiada a toda criatura. Y ustedes jóvenes – sobre todo ustedes –, ante la tendencia dominante de permanecer indiferentes y mostrarse indolentes ante los demás, incluso de avalar guerras y conflictos, están llamados a «reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y amistad social que no se limite a las palabras» (Fratelli tutti, 6). Las palabras no bastan: se requieren gestos concretos hechos avanzar en lo cotidiano.

Planteémonos también aquí algunas preguntas: ¿estoy abierto a los demás? ¿Soy amigo o amiga de alguna persona que no entra en mi grupo de intereses, que tiene un credo y costumbres distintas a las mías? ¿Busco el encuentro o me quedo en lo mío? El camino es el que en pocas palabras nos dijo Nevin: “crear buenas relaciones”, con todos. En ustedes jóvenes es vivo el deseo de viajar, de conocer nuevas tierras, de superar las fronteras de los lugares de costumbre. Quisiera decirles: sepan viajar también dentro de ustedes, ensanchar las fronteras interiores, para que caigan los prejuicios sobre los demás, se restrinja el espacio de la desconfianza, se derrumben los recintos del miedo, ¡que germine la amistad fraterna! También aquí, déjense ayudar por la oración, que ensancha el corazón y, abriéndonos al encuentro con Dios, nos ayuda a ver en quien encontramos a un hermano o una hermana. A este respecto, son hermosas las palabras de un profeta que dice: «¿Acaso no nos creó un único Dios? ¿Por qué entonces actuar con perfidia uno contra el otro?» (Mal 2, 10). Sociedades como esta, con una notable riqueza de credos, tradiciones y lenguas distintas, pueden convertirse en “gimnasios de fraternidad”. Estamos aquí a las puertas del gran y multiforme continente asiático, que un teólogo definió como «un continente de lenguas» (A. Pieris, en Teologia in Asia, Brescia 2006, 5): ¡sepan armonizar en la única lengua, la lengua del amor, como verdaderos campeones de fraternidad!

Todavía quisiera hacerles una tercera invitación: se refiere al desafío de tomar decisiones en la vida. Lo saben bien, a partir de la experiencia de cada día: no existe una vida sin desafíos que afrontar. Y siempre, frente a un desafío, como ante una bifurcación, es necesario elegir, ponerse en juego, arriesgar, decidir. Pero esto requiere una buena estrategia: ¡no se puede improvisar, viviendo sólo de instinto o sólo al instante! ¿Y qué se hace para prepararse, para entrenar la capacidad de elegir, la creatividad, la valentía, la tenacidad? ¿Cómo afinar la mirada interior, aprender a juzgar las situaciones, a captar lo esencial? Se trata de crecer en el arte de orientarse en las decisiones, de tomar las direcciones correctas. Por eso, la tercera invitación es tomar decisiones en la vida, decisiones correctas.

Todo esto me vino a la mente repensando las preguntas de Merina. Son preguntas que expresan precisamente la necesidad de entender la dirección que debe tomarse en la vida – ¡es valiente, ella, por cómo dijo las cosas! Y puedo contarles mi experiencia: era un adolescente como ustedes, como todos, y mi vida era la vida normal de un muchacho. La adolescencia – lo sabemos – es un camino, es una fase de crecimiento, un período en que nos enfrentamos a la vida en sus aspectos a veces contradictorios, afrontando por primera vez ciertos desafíos. Y bien, mi consejo ¿cuál es? ¡Vayan adelante sin miedo y nunca solos! Dos cosas: ir adelante sin miedo y nunca solos. Dios nunca los deja solos pero, para darles una mano, espera que se la pidan. Él nos acompaña y nos guía. No con prodigios y milagros, sino hablando delicadamente a través de nuestros pensamientos y nuestros sentimientos; y también a través de nuestros profesores, nuestros amigos, nuestros padres y todas las personas que quieren ayudarnos.

Es necesario entonces aprender a distinguir su voz, la voz de Dios que nos habla. ¿Y cómo aprendemos eso? Como nos decías tú, Merina: a través de la oración silenciosa, del diálogo íntimo con Él, custodiando en el corazón lo que nos hace bien y nos da paz. La paz es un signo de la presencia de Dios. Esta luz de Dios ilumina el laberinto de los pensamientos, emociones y sentimientos en que a menudo nos movemos. El Señor desea aclarar su inteligencia, sus pensamientos más íntimos, las aspiraciones que llevan en el corazón, los juicios que maduran dentro de ustedes. Quiere ayudarles a distinguir lo que es esencial de lo que es superfluo, lo que es bueno de lo que es malo para ustedes y los demás, lo que es justo de lo que genera injusticia y desorden. A Dios nada le es extraño de lo que sucede dentro de nosotros, nada, pero a menudo somos nosotros los que nos alejamos de Él, los que no le encomendamos a las personas y situaciones, los que nos cerramos en el temor y la vergüenza. No, alimentemos en la oración la certeza consoladora de que el señor vela por nosotros, que no se duerme sino que nos mira y nos custodia siempre.

Amigos, jóvenes, la aventura de las decisiones no se lleva adelante solos. Permítanme por ello decirles una última cosa: busquen siempre, antes que las sugerencias en internet, buenos consejeros en la vida, personas sabias y confiables que puedan orientarles, ayudarles. Primero eso. Pienso en los padres y profesores, pero también en los ancianos, en los abuelos y en un buen acompañante espiritual. ¡Cada uno de nosotros necesita ser acompañado en el camino de la vida! Repito lo que les dije: ¡nunca solos! Necesitamos ser acompañados en el camino de la vida.

Queridos jóvenes, necesitamos de ustedes, de su creatividad, de sus sueños y su valentía, de su simpatía y sus sonrisas, de su alegría contagiosa y también de ese pedazo de locura que saben aportar en cada situación, y que ayuda a salir del adormecimiento de las costumbres y los esquemas repetitivos en que a veces encasillamos la vida. Como Papa quiero decirles: la iglesia está con ustedes y necesita mucho de ustedes, de cada uno de ustedes, para rejuvenecer, explorar nuevos senderos, experimentar nuevos lenguajes, volverse más alegre y hospitalaria. ¡Nunca pierdan la valentía de soñar y de vivir en grande! Hagan suya la cultura del cuidado y difúndanla; conviértanse en campeones de fraternidad; enfrenten los desafíos de la vida dejándose orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros. Y por último, acuérdense de mí en sus oraciones. Yo haré lo mismo por ustedes, llevándolos en el corazón. ¡Gracias!

¡Que Dios esté con ustedes! Allah ma’akum!

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