FAVORECER LA ESCUCHA Y EL COMPARTIR: PALABRAS DEL PAPA A LA UNIÓN DE SUPERIORES GENERALES (26/11/2022)

“Llamados a ser artesanos de la paz” es el tema de la 98ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales (USG), celebrada del 23 al 25 de noviembre en la localidad italiana de Sacrofano. En él se inspiró el Papa Francisco para subrayar, en el discurso entregado a los religiosos durante su encuentro, en la mañana del pasado 26 de noviembre, en el Aula Nueva del Sínodo, que “la construcción de la paz es un llamado urgente que nos concierne a todos y de manera especial a las personas consagradas”. Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Me alegra recibirlos a todos ustedes, miembros de la Unión de Superiores Generales, con el Arzobispo Secretario del Dicasterio de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Agradezco al Padre Arturo Sosa por las corteses palabras.

En su Asamblea, con base en la Encíclica Fratelli tutti, enfrentaron el tema Llamados a ser artesanos de la paz. Se trata de un llamado urgente que nos concierne a todos, de manera particular a las personas consagradas: ser artesanos de la paz, de esa paz que el señor nos ha dado y que nos hace sentir a todos hermanos: «Les dejo la paz, les doy mi paz. No como la da el mundo, se la doy a ustedes» (Jn 14, 27).

¿Cuál es la paz que Jesús nos da y en qué se diferencia de la que da el mundo? En estos tiempos, escuchando la palabra “paz” pensamos sobre todo en una situación de no-guerra o de fin de guerra, un estado de tranquilidad y de bienestar. Esto – lo sabemos – no corresponde plenamente al sentido de la palabra hebrea shalom, que, en el contexto bíblico, tiene un significado más rico.

La paz de Jesús es ante todo don suyo, fruto de la caridad, nunca es una conquista del hombre; y, a partir de este don, está el conjunto armónico de las relaciones con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación. Paz es también la experiencia de la misericordia, del perdón y la benevolencia de Dios, que nos hace capaces a nuestra vez de ejercitar misericordia, perdón, rechazando toda forma de violencia y opresión. He ahí porque la paz de Dios como don es inseparable de ser constructores y testigos de paz; como dice Fratelli tutti, «artesanos de paz dispuestos a iniciar procesos de curación y de renovado encuentro con ingenio y audacia» (n. 225).

Como nos recuerda San Pablo, Jesús abatió el muro de separación de enemistad entre los hombres, reconciliándolos con Dios (cf. Ef 2, 14-16). Tal reconciliación define las formas de ser «constructores de paz» (Mt 5, 9), porque ésta – como decíamos – no es simplemente ausencia de guerra y ni siquiera un equilibrio entre fuerzas adversarias (cf. Gaudium et spes, 78). Se funda en cambio en el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y requiere un orden al que concurren inseparablemente la justicia, la misericordia y la verdad (cf. Fratelli tutti, 227).

“Hacer la paz” es, entonces, un trabajo artesanal, qué hay que hacer con pasión, paciencia, experiencia, tenacidad, porque es un proceso que dura en el tiempo (cf. ibid., 226). La paz no es un producto industrial sino una obra artesanal. No se realiza de manera mecánica, necesita de la intervención sabia del hombre. No se construye en serie, con sólo el desarrollo tecnológico, sino que requiere el desarrollo humano. Por eso los procesos de paz no se pueden delegar a los diplomáticos o los militares: la paz es una responsabilidad de todos y cada uno.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5, 9). bienaventurados nosotros los consagrados si nos comprometemos a sembrar paz con nuestras acciones cotidianas, con actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de misericordia; y si en la oración invocamos incesantemente a Jesús «nuestra paz» (Ef 2, 14) el don de la paz. Así la vida consagrada puede convertirse en una profecía de este don, si los consagrados aprenden a ser artesanos, comenzando por sus propias comunidades, construyendo puentes y no muros dentro de la comunidad y fuera de ella. Cuando cada uno contribuye haciendo con caridad su propio deber, en la comunidad existe la paz. ¡El mundo necesita de nosotros los consagrados también como artesanos de paz!

Esta reflexión sobre la paz, hermanos y hermanas, me lleva a considerar otro aspecto característico de la vida consagrada: la sinodalidad, este proceso al que estamos llamados a entrar todos como miembros del pueblo santo de Dios. Como consagrados, además, somos considerados para participar de manera particular, en cuanto que la vida consagrada es sinodal por su naturaleza. Ella tiene muchas estructuras que pueden favorecer la sinodalidad: pienso en los capítulos – generales, provinciales o regionales y locales –, en las visitas fraternas y canónicas, en las asambleas, en las comisiones y en otras estructuras propias de los institutos en lo particular.

Agradezco a aquellos que han ofrecido y están ofreciendo su contribución para este camino, a varios niveles y en distintos ámbitos de participación. Gracias porque hacen escuchar su voz como consagrados. Pero, como bien sabemos, no basta tener estructuras sinodales: es necesario “revisitarlas”, preguntándonos, ante todo: ¿cómo se preparan y utilizan estas estructuras?

En tal contexto, se debe ver y quizá volver a ver incluso la manera de ejercer el servicio de autoridad. De hecho, es necesario vigilar el peligro de que pueda degenerar en formas autoritarias, a veces despóticas, con abusos de conciencia o espirituales que son terreno propicio incluso para los abusos sexuales, por qué no se respeta más a la persona y sus derechos. Y además existe el riesgo de que la autoridad se ejerza como privilegio, por quien la detenta o por quien la ostenta, también como una forma de complicidad entre las partes, para que cada quien haga lo que le parece, favoreciendo así de manera paradójica una especie de anarquía, que tanto daño implica para la comunidad.

Deseo que el servicio de autoridad se ejerza siempre en estilo sinodal, respetando el derecho propio y las mediaciones que ello implica, para evitar tanto el autoritarismo, como los privilegios, o el “dejar hacer”; favoreciendo un clima de escucha, de respeto por el otro, de diálogo, de participación y compartir. Los consagrados, con su testimonio, pueden aportar mucho a la iglesia en este proceso de sinodalidad que estamos viviendo. Ojalá que ustedes sean los primeros en vivirla: en caminar juntos, en escucharse, en valorar la variedad de los dones, en ser comunidades acogedoras.

En esta perspectiva, se incluyen también los caminos de valoración de idoneidad y actitud, para que pueda ocurrir de la mejor manera una renovación generacional en la guía de los institutos. Sin improvisaciones. De hecho, la comprensión de los problemas actuales, a menudo inéditos y complejos, implica una adecuada formación, de otra manera no se sabe bien hacia dónde ir y se “navega sin instrumentos”. Además, una reorganización o reconfiguración del instituto debe hacerse siempre salvaguardándola comunión, para no reducir todo a fusiones de circunscripciones, que después pueden resultar difíciles de administrar o motivo de enfrentamientos. Al respecto, es importante que los superiores estén atentos para evitar que cualquier persona no sea bien ocupada, porque eso, además de dañar a los sujetos, genera tensiones en la comunidad.

Queridos hermanos y hermanas, gracias por este encuentro. Les deseo que lleven adelante con serenidad y fruto su servicio, y que sean artesanos de paz. Que la Virgen los acompañe. Los bendigo a todos de corazón. Y les pido por favor orar por mí.

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