SUS CARISMAS SON FERMENTO DE UNIDAD EN UN MUNDO LACERADO POR LA VIOLENCIA: PALABRAS DE LEÓN XIV A MOVIMIENTOS ECLESIALES (06/06/2025)

Moderadores, responsables internacionales y delegados de las 115 «asociaciones eclesiales reconocidas o erigidas por la Santa Sede» se encuentran en Roma desde el pasado miércoles para el encuentro anual organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida sobre el tema “La esperanza vivida y anunciada: El don del Jubileo para las asociaciones eclesiales”. El Papa León XIV se encontró con ellos este 6 de junio en la Sala Clementina del Palacio Apostólico y subrayó que estas realidades “tienen un papel fundamental en la evangelización”, exhortándolos a “colaborar” con el Papa por la unidad y la misión. Compartimos a continuación el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¡La paz esté con ustedes!

Señor Cardenal, queridos hermanos en el Episcopado, queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recibirlos en ocasión del encuentro anual organizado por el dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida con ustedes, moderadores, responsables internacionales y delegados de las asociaciones eclesiales reconocidas o erigidas por la Santa Sede.

Ustedes representan a miles de personas que viven su experiencia de fe y su apostolado dentro de asociaciones, movimientos y comunidades. Por ello deseo, ante todo, agradecerles por el servicio de animación que realizan. Sostener y apoyar a los hermanos en el camino cristiano implica responsabilidad, compromiso, a menudo incluso dificultades e incomprensiones, pero es una tarea indispensable y de gran valor. La Iglesia les está agradecida por todo el bien que hacen.

El don de la vida asociativa y de los carismas

Las realidades asociativas a las que pertenecen son muy distintas entre sí, por naturaleza e historia, y todas son importantes para la Iglesia. Algunas nacieron para compartir un objetivo apostólico, caritativo, de culto, o para apoyar el testimonio cristiano en ambientes sociales específicos. Otras, en cambio, han tenido origen a partir de una inspiración carismática, de un carisma inicial que dio vida a un movimiento, a una nueva forma de espiritualidad y evangelización.

En la voluntad de asociarse, que dio origen al primer tipo de asociaciones, encontramos una característica esencial: ¡nadie es cristiano por sí solo! Somos parte de un pueblo, de un cuerpo que el Señor ha constituido. San Agustín, hablando de los primeros discípulos de Jesús, dice: «Se habían convertido ciertamente en templo de Dios, y no se habían convertido en ello sólo como individuos, sino que todos juntos se habían convertido en templo de Dios» (En. in Ps. 131, 5). La vida cristiana no se vive en el aislamiento, como si fuera una aventura intelectual o sentimental, confinada en nuestra mente y nuestro corazón. Se vive con los demás, en un grupo, en una comunidad, porque Cristo resucitado se hace presente entre los discípulos reunidos en su nombre.

El apostolado asociado de los fieles fue vivamente animado por el Concilio Vaticano II, en particular con el Decreto sobre el apostolado de los laicos, donde, entre otras cosas, se afirma que éste «es de gran importancia incluso porque ya sea en las comunidades eclesiales o en los diversos ambientes, requiere a menudo ser ejercido con acción común. De hecho, las asociaciones erigidas para una actividad apostólica en común sirven de apoyo a sus propios miembros y los forman para el apostolado, ordenan y guían su acción apostólica, de manera que pueden esperarse frutos mucho más abundantes que si los individuos obrarán de forma separada» (n. 18).

Están, además, las realidades nacidas a partir de un carisma: el carisma de un fundador o de un grupo de iniciadores, o el carisma que se inspira en el de un instituto religioso. También esta es una dimensión esencial en la Iglesia. Quisiera invitarlos a considerar los carismas con referencia a la gracia, al don del Espíritu. En la Carta Iuvenescit Ecclesia, que ustedes conocen bien, se dice que la jerarquía eclesiástica y el sacramento del orden existen para que permanezca siempre viva entre los fieles «la ofrenda objetiva de la gracia» que se entrega a través «los Sacramentos, el anuncio normativo de la Palabra y el cuidado pastoral» (n. 14). Los carismas, en cambio, «son distribuidos libremente por el Espíritu Santo para que la gracia sacramental dé fruto en la vida cristiana de manera diversificada y a todos sus niveles» (n. 15).

Por tanto, todo en la Iglesia se comprende con referencia a la gracia: la institución existe para que siempre se ofrezca la gracia, los carismas se suscitan para que esta gracia sea acogida y dé fruto. Sin los carismas, existe el riesgo de que la gracia de Cristo, ofrecida en abundancia, no encuentre el buen terreno para recibirla. He aquí porque Dios suscita los carismas, para que ellos despierten en los corazones el deseo del encuentro con Cristo, la sed de la vida divina que Él nos ofrece, en una palabra, ¡la gracia!

Con esto quiero reiterar, en la estela de mis Predecesores y con el Magisterio de la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, que los dones jerárquicos y los dones carismáticos «son coesenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús» (San Juan Pablo II, Mensaje al Congreso Mundial de movimientos eclesiales, 27 de mayo 1998). Gracias a los carismas que dieron origen a sus movimientos y comunidades, muchas personas se han acercado a Cristo, han encontrado de nuevo esperanza en su vida, han descubierto la maternidad de la Iglesia y desean ser ayudadas a crecer en la fe, en la vida comunitaria, en las obras de caridad, y llevar a los demás, con la evangelización, el don que han recibido.

Unidad y misión, en unión con el Papa

Unidad y misión son dos ejes de la vida de la Iglesia y dos prioridades en el ministerio petrino. Por tanto, invito a todas las asociaciones y movimientos eclesiales a colaborar fiel y generosamente con el Papa, sobre todo en estos dos ámbitos.

Ante todo, siendo fermento de unidad. Todos ustedes viven continuamente la experiencia de la comunión espiritual que los vincula. Es la comunión que el Espíritu Santo crea en la Iglesia. Es una unidad que tiene su fundamento en Cristo: Él nos atrae, nos atrae hacia Él y así nos une también entre nosotros. Así hablaba de ello San Paulino de Nola escribiendo San Agustín: «tenemos una única cabeza, única es la gracia lo que nos inunda, vivimos de un único pan, caminamos sobre un único camino, habitamos en la misma casa. […] Somos una sola cosa, tanto en el espíritu como en el cuerpo del Señor, para evitar ser nada si nos separamos de ese Uno» (Carta 30, 2).

Esta unidad, que ustedes viven en los grupos y comunidades, extiéndala a todas partes: en la comunión con los pastores de la Iglesia, en la cercanía con las demás realidades eclesiales, haciéndose cercanos a las personas a las que encuentran, de manera que sus carismas permanezcan siempre al servicio de la unidad de la Iglesia y sean ellos mismos “fermento de unidad, de comunión y fraternidad” (cf. Homilía, 18 de mayo 2025) en el mundo tan lacerado por la discordia y la violencia.

En segundo lugar, la misión. La misión marcó mi experiencia pastoral y moldeó mi vida espiritual. También ustedes han experimentado este camino. A partir del encuentro con el Señor, a partir de la nueva vida que llenó su corazón, nació el deseo de hacerlo conocer a los demás. Y han involucrado a muchas personas, han dedicado mucho tiempo, entusiasmo, energías para hacer conocer el Evangelio en los lugares más lejanos, en los ambientes más difíciles, soportando dificultades y fracasos. Mantengan siempre vivo entre ustedes este impulso misionero: los movimientos tienen también hoy un papel fundamental para la evangelización. Entre ustedes hay personas generosas, bien formadas, con experiencia “en el campo”. Se trata de un patrimonio que hay que hacer fructificar, permaneciendo a la escucha de la realidad actual con sus nuevos desafíos. Pongan sus talentos al servicio de la misión, ya sea en los lugares de primera evangelización o en las parroquias y de estructuras eclesiales locales, para llegar a muchos que están alejados y, a veces sin saberlo, esperan la Palabra de vida.

Conclusión

Muy queridos todos, me alegra encontrarlos hoy en esta primera vez. Si Dios quiere, tendremos otras ocasiones para conocernos mejor, pero mientras tanto los animo a continuar el camino. ¡Tengan siempre en el centro al Señor Jesús! Eso es lo esencial, y los carismas mismos sirven para ello. El carisma existe en función al encuentro con Cristo, al crecimiento y la maduración humana y espiritual de las personas, a la edificación de la Iglesia. En este sentido, todos estamos llamados a imitar a Cristo, que se despojó a sí mismo para enriquecernos a nosotros (cf. Fil 2, 7). Así, quien quiera que persiga con los demás una finalidad apostólica o quien quiera que sea portador de un carisma está llamado a enriquecer a los demás, despojándose de sí mismo. Y esto es fuente de libertad y de gran alegría.

¡Gracias por lo que son y también por lo que hacen! Los encomiendo a la protección de María Madre de la Iglesia y de corazón los bendigo a ustedes y a todos los que representan. Gracias.

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