NO SE SIENTAN SOLOS, SEAN FIELES A DIOS: PALABRAS DE LEÓN XIV A SEMINARISTAS DEL TRIVENETO (25/06/2025)
¡Buenos días, buenos días!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La paz esté con ustedes.
Queridos hermanos en el Episcopado, queridos formadores y seminaristas de las Diócesis del Triveneto:
Me alegra poder encontrarlos en ocasión de la peregrinación jubilar. Pienso que todos estaban presentes también ayer, así que esta es la segunda oportunidad. Su tierra ostenta profundas raíces cristianas, que nos conducen nuevamente a la antigua Iglesia de Aquileia. En esta memoria de fe, espiritual, resplandece el testimonio de muchos mártires y santos pastores. Recordamos al Obispo Cromazio; recordamos a Jerónimo y Rufino, ejemplares en el estudio y la vida ascética; como también a los Beatos Tullio Maruzzo y Giovanni Schiavo, misioneros que irradiaron el Evangelio en distintos pueblos, lenguas y culturas.
Hoy nos toca a nosotros continuar esta obra apasionante. En particular, ustedes seminaristas están llamados a insertarse en esta rica historia de gracia, para custodiarla y renovarla en el seguimiento del Señor. No se desanimen si a veces el camino que está frente a ustedes se hace duro. Como llegó a decir al clero de Roma el Beato Juan Pablo I, entréguense en la disciplina de un «esfuerzo continuado, largo, no fácil. Incluso los ángeles vistos en el sueño por Jacob no volaban, sino subían un escalón a la vez; imaginemos nuestro caso, que somos pobres hombres sin alas» (Discurso al clero romano, 7 de septiembre 1978). Hablaba así un pastor en quién brillaron las mejores virtudes de su gente: en él tienen un verdadero modelo de vida sacerdotal.
Quisiera también recordar un pasaje de la conversión de San Agustín, como nos la refiere él mismo en sus Confesiones. Por un lado, él estaba deseoso de decidirse por Cristo, por el otro estaba retenido por escrúpulos y tentaciones. Profundamente turbado, un día se retiró a reflexionar en el jardín de su casa y allí se le apareció personificada la virtud de la Continencia, que le dijo: «¿Por qué te detienes – y no te detienes – en ti mismo? Lánzate hacia Dios sin temor. No se hará para atrás para hacerte caer. Lánzate tranquilo, él te acogerá y te sanará» (Conf. VIII, 27).
Como un padre les repito a ustedes estas mismas palabras, que le hicieron mucho bien al corazón inquieto de Agustín: éstas no son válidas solamente con referencia al celibato, que es un carisma que hay que reconocer, proteger y educar, sino que pueden orientar todo su camino de discernimiento y formación hacia el ministerio ordenado. En particular, estas palabras los invitan a tener una confianza sin límites en el Señor, el Señor que los ha llamado, renunciando a la pretensión de bastarse a sí mismos o de poder lograrlo solos. Y esto vale no solo para los años de Seminario, sino para toda la vida: en todo momento, mucho más en los de desolación o incluso de pecado, repítanse a sí mismos las palabras del salmista: «Me abandono a la fidelidad de Dios ahora y siempre» (Sal 51, 10). La palabra de Dios y los sacramentos son fuentes perennes, de las que podrán siempre tomar nueva savia para la vida espiritual y también para el compromiso pastoral.
No se piensen, entonces, solos, y mucho menos piensen que están solos. Sin duda – como afirma la Ratio fundamentalis – cada uno de ustedes «es el protagonista de su propia formación y está llamado a un camino de constante crecimiento en el ámbito humano, espiritual, intelectual y pastoral» (Congregación para el Clero, El don de la vocación presbiteral, 130); ¡pero protagonistas no significa solistas! Por ello los invito a cultivar siempre la comunión, ante todo con sus compañeros de Seminario. Tengan plena confianza en sus formadores, sin reticencias o dobleces. Y ustedes, formadores, sean buenos compañeros de camino de los seminaristas que les son encomendados: ofrézcanles el humilde testimonio de su vida y su fe: acompáñenlos con afecto sincero. Sépanse todos apoyados por la Iglesia, ante todo en la persona del Obispo.
Finalmente, lo más importante: mantengan fija la mirada en Jesús (cf. Heb 12, 2), cultivando la relación de amistad con Él. Al respecto, así escribió el presbítero inglés Robert Hugh Benson (1871-1914) después de su conversión al catolicismo: «si hay algo que no deja dudas en el Evangelio es precisamente esto: Jesús desea ser nuestro amigo […] El secreto que constituyó a los santos está todo aquí: la conciencia de la amistad de Jesucristo» (La amistad de Cristo, Milán 2024, 17). Él pide, como escribía el Papa Francisco en la Encíclica Dilexit nos, «que no te avergüences de reconocer tu amistad con el Señor. Te pide tener el valor de contar a los demás que es un bien para ti haberlo encontrado» (n. 211). Encontrar a Jesús, de hecho, salva nuestra vida y nos da la fuerza y la alegría de comunicar el Evangelio a todos.
Muy queridos todos, gracias por esta visita. ¡Buen camino! Que los acompañe siempre a la Virgen y también mi bendición. Gracias.
[Oración del Padre Nuestro]
[Bendición]
¡Que tengan buen día! ¡Muchas gracias y buen camino de fe!
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