NO TENGAN MIEDO DE ENSUCIARSE LAS MANOS AL SERVICIO DE LOS NECESITADOS: PALABRAS DEL PAPA A LOS REDENTORISTAS (01/10/2022)

El Santo Padre Francisco recibió este 1º de octubre en la Sala Clementina, en audiencia, a 140 Redentoristas participantes en el Capítulo General de la Congregación y entregó un discurso en el que los animó a recorrer nuevos caminos y a perseverar en su misión. “Celebrar un Capítulo General no es una formalidad canónica. Es vivir un Pentecostés, que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5)”: así o reafirmó el Papa Francisco en su mensaje a los miembros de la Congregación del Santísimo Redentor al encontrarles durante la tercera semana de su 26º Capítulo General, que han definido como la más importante porque se ha elegido el nuevo Gobierno General de la Congregación. Compartimos a continuación el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Saludo con alegría a todos los misionarios redentoristas presentes en los 85 países en que trabaja la congregación del Santísimo Redentor. Saludo también a cuántos se encuentran en camino de formación, a las religiosas redentoristas, a toda la familia carismática y a los laicos asociados a la misión. Los saludo con afecto y agradezco al nuevo Superior General, el padre Rogério Gomes, por las palabras que me ha dirigido.

Celebrar un Capítulo General no es una formalidad canónica. Es vivir un Pentecostés, que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). En el Cenáculo los discípulos de Jesús tenían dudas, inseguridades, miedos, querían quedarse quietos y protegidos; pero el Espíritu que sopla donde quiere (cf. Jn 3, 8) los provoca a moverse, a salir, a ir hacia las periferias para llevar el kerygma, la buena Noticia.

En estos días están enfrentando cinco temas importantes para su Congregación: identidad, misión, vida consagrada, formación y gobierno. Se trata de temas fundamentales, conectados entre ellos, para repensar su carisma a la luz de los signos de los tiempos. Este discernimiento comunitario está arraigado en la capacidad de cada uno de ustedes de buscar el misterio de Cristo Redentor, que es la razón de su consagración y de su servicio a los hombres y mujeres que viven en las periferias existenciales de nuestra historia de hoy. tiene sus raíces en la fecundación del carisma alfonsiano, como savia que alimenta la vida espiritual y la misión de cada uno y la hace florecer de nuevo. Los animó a atreverse, teniendo como única frontera el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia. No tengan miedo de recorrer nuevos caminos, de dialogar con el mundo (cf. Const. 19), a la luz de su rica tradición de teología moral. No teman ensuciarse las manos al servicio de los más necesitados y de la gente que no cuenta.

En sus Constituciones hay una expresión muy hermosa, ahí donde se dice que los Redentoristas están disponibles a enfrentar toda prueba para llevar a todos la redención de Cristo (cf. n. 20). Disponibilidad. ¡No demos por descontada esta palabra! Significa darse enteramente a la misión, con todo el corazón; dies impendere pro redemptis, hasta las últimas consecuencias, con la mirada fija en Jesús que, «aún teniendo la condición de Dios [...], se humilló a sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose similar a los hombres» (Fil 2, 6-7); y se hace un buen samaritano, un siervo (cf Lc 10, 25-37; Jn 13, 1-15).

Hermanos y hermanas, la Iglesia y la vida consagrada están viviendo un momento histórico único, en que tienen la posibilidad de renovarse para responder con fidelidad creativa a la misión de Cristo. Esta renovación pasa a través de un proceso de conversión del corazón y de la mente, de intensa metanoia, y también a través de un cambio de estructuras. A veces necesitamos romper las viejas ánforas (cf. Jn 4, 28), heredadas por nuestras tradiciones, que han traído mucha agua pero ya han cumplido su función. Y romper nuestras ánforas, llenas de afectos, de usanzas culturales, de historias, no es una tarea fácil, es doloroso, pero es necesario si queremos beber el agua nueva que viene de la fuente del Espíritu Santo, fuente de toda renovación. Quien permanece apegado a sus propias seguridades se arriesga a caer en la esclerocardia, que impide la acción del Espíritu en el corazón humano. En cambio no debemos poner obstáculos a la acción renovadora del espíritu, ante todo en nuestros corazones y nuestros estilos de vida. ¡Sólo así nos volvemos misioneros de esperanza!

Sus Constituciones afirman: «La Congregación, conservando siempre su propio carisma, debe adaptar sus estructuras e instituciones a las exigencias del Ministerio apostólico y a aquéllas peculiares de cada misión» (n. 96). «Vino nuevo en odres nuevos» (Mc 2, 22). «Una renovación incapaz de tocar y cambiar las estructuras y el corazón no lleva a un cambio real y duradero. [...] Requiere la apertura a imaginar formas de seguimiento profético y carismático, vividas en esquemas adecuados y quizá inéditos». [1]

En este proceso de re-imaginar y renovar la Congregación, no deben olvidarse tres pilares fundamentales: la centralidad del misterio de Cristo, la vida comunitaria y la oración. El testimonio y las enseñanzas de San Alfonso nos llaman continuamente a “permanecer en el amor” del Señor. Sin Él no podemos hacer nada; permaneciendo en Él damos fruto (cf. Jn 15, 1-9). El abandono de la vida comunitaria y la oración es la puerta de la esterilidad en la vida consagrada, la muerte del carisma y la cerrazón hacia los hermanos. En cambio la docilidad al Espíritu de Cristo impulsa a evangelizar a los pobres, según el anuncio del Redentor en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 14-19), hecho concreto en la congregación de San Alfonso María de Liguori. Esta misión, llevada adelante por sus santos, mártires, beatos y venerables, conduce a los redentoristas de todo el mundo a dar la vida por el Evangelio y a escribir historias de redención en las páginas de nuestro tiempo.

Deseo al nuevo Gobierno General, primer organismo de animación de la vida apostólica de la Congregación, humildad, unidad, sabiduría y discernimiento para guiar su Instituto en este momento hermoso y desafiante de nuestra historia. La obra es del Señor, nosotros somos sólo siervos que hemos hecho lo que debíamos hacer (cf. Lc 17, 10). Aquellos que se apropian de la función de liderazgo por un interés personal no sirven al Señor que lavó los pies a los discípulos, sino a los ídolos de la mundanidad y el egoísmo.

Queridos hermanos, encomiendo a su Congregación a la protección de la Madre del Perpetuo Socorro, para que los acompañe siempre como acompañó a su Hijo al pie de la cruz (cf. Jn 19,25). No están solos, son hijos amados y custodiados. Pido al señor que puedan ser fieles y perseverantes en su misión, sin olvidar nunca a los más pobres y abandonados a quienes sirven y a quienes anuncian la Buena Noticia de la Redención. De corazón los bendigo a ustedes, a las hermanas y a los fieles laicos que comparten su carisma. Y les pido por favor orar por mí. Gracias.


[1] Congregación para los Institutos de Vida consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Para vino nuevo odres nuevos. Del Concilio Vaticano II, la vida consagrada y los desafíos aún abiertos (6 de enero 2017), n. 3.

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