LA PAZ ES UN GRITO QUE MERECE SER ESCUCHADO: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO DE ORACIÓN POR LA PAZ EN EL COLISEO (25/10/2022)

El Papa Francisco intervino este 25 de octubre en la clausura, celebrada en el Coliseo de Roma, del Encuentro de Oración por la Paz con los Líderes Cristianos y de las Religiones del Mundo que se inauguró el pasado domingo en “la Nuvola” de Roma, promovido por la Comunidad de San Egidio. Repitió con fuerza un llamado que ya había lanzado hace un año, también en el Coliseo, pero que afirmó que era “aún más actual” hoy: “Las religiones no pueden ser utilizadas para la guerra (...) que nadie utilice el nombre de Dios para bendecir el terror y la violencia”. Compartimos a continuación, el texto de su intervención, traducido del italiano:

Ilustres líderes de las Iglesias cristianas y de las Religiones mundiales, hermanos y hermanas, distinguidas autoridades:

Agradezco a cada uno de ustedes que participan en este encuentro de oración por la paz. Expresó especial reconocimiento a los líderes cristianos y de otras religiones, animados por el espíritu de fraternidad que inspiró la primera con vocación histórica deseada por San Juan Pablo II en Asís, hace treinta y seis años.

Este año nuestra oración se ha convertido en un “grito”, porque hoy la paz es gravemente violada, herida, pisoteada: y eso en Europa, es decir en el continente que el siglo pasado vivió las tragedias de las dos guerras mundiales – y estamos en la tercera. Lamentablemente, desde entonces, las guerras nunca han dejado de ensangrentar y empobrecer la tierra, pero el momento que estamos viviendo es particularmente dramático. Por eso hemos elevado nuestra oración a Dios, que siempre escucha el grito angustiado de sus hijos. ¡Escúchanos, Señor!

La paz está en el corazón de las religiones, en sus Escrituras y su mensaje. En el silencio de la oración, esta tarde, hemos escuchado el grito de la paz: la paz sofocada en muchas regiones del mundo, humillada por demasiada violencia, negada incluso a los niños y los ancianos, a quienes no se han evitado las terribles asperezas de la guerra. El grito de la paz es a menudo silenciado, más allá que por la retórica bélica, también por la indiferencia. Es silenciado por el odio que crece mientras se combate.

Pero la invocación por la paz no puede ser suprimida: surge del corazón de las madres, está escrita en el rostro de los prófugos, de las familias que huyen, de los heridos y los moribundos. Y este grito silencioso sube al Cielo. No sabe de fórmulas mágicas para salir de los conflictos, pero tiene el derecho sacrosanto de pedir paz en nombre de los sufrimientos padecidos y merece ser escuchado. Merece que todos, empezando por los gobernantes, se inclinen a escuchar con seriedad y respeto. El grito de la paz expresa el dolor y el horror de la guerra, madre de todas las pobrezas.

«Toda guerra deja al mundo peor de como lo encontró. La guerra es un error de la política y la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota ante las fuerzas del mal» (Enc. Fratelli tutti, 261). Son convicciones que surgen de las lecciones tan dolorosas del Siglo XX, y también desafortunadamente de esta parte del XXI. Hoy, de hecho, se está comprobando lo que se temía y que nunca hubiéramos querido escuchar: es decir que el uso de las armas atómicas, que culpablemente después de Hiroshima y Nagasaki se han seguido produciendo y experimentando, es ahora una amenaza abierta.

En este escenario oscuro, donde desafortunadamente los designios de los poderosos de la tierra no proporcionan confianza a las justas aspiraciones de los pueblos, no cambia, para nuestra salvación, el designio de Dios, que es “un proyecto de paz y no de desventura” (cf. Jer 29, 11). Aquí encuentra escucha la voz de quien no tiene voz; aquí se basa la esperanza de los pequeños y los pobres: en Dios, cuyo nombre es Paz. La paz es don suyo y la hemos pedido a Él. Pero este don debe ser acogido y cultivado por nosotros hombres y mujeres, especialmente por nosotros, creyentes. No nos dejemos contagiar por la lógica perversa de la guerra; no caigamos en la trampa del odio por el enemigo. Volvamos a poner la paz en el corazón de la visión del futuro, como objetivo central de nuestro actuar personal, social y político, a todos los niveles. Desactivemos los conflictos con el arma del diálogo.

Durante una grave crisis internacional, en octubre de 1962, mientras parecían cercanos un encuentro militar y una conflagración nuclear, San Juan XXIII hizo este llamado: «Suplicamos a todos los gobernantes a no permanecer sordos a este grito de la humanidad. Que hagan todo lo que está en su poder para salvar la paz». «Evitarán así al mundo los horrores de una guerra, de la cual no se puede prever cuáles serán las terribles consecuencias. [...] Promover, favorecer, aceptar los diálogos, a todos los niveles y en todo tiempo, es una regla de sabiduría y prudencia que atrae la bendición del cielo y de la tierra» (Radiomensaje, 25 de octubre 1962).

Sesenta años después, estas palabras suenan de impresionante actualidad. Las hago mías. No seamos «neutrales, sino defendamos la paz. Por ello invocamos la ‘ius pacis’ como derecho de todos a solucionar los conflictos sin violencia» (Encuentro con los estudiantes y el mundo académico de Bolonia, 1º de octubre 2017).

En estos años, la fraternidad entre las religiones ha logrado progresos decisivos: «Religiones hermanas que ayuden a los pueblos hermanos a vivir en paz» (Encuentro de oración por la paz, 7 de octubre 2021). ¡Cada vez más nos sentimos hermanos entre nosotros! Hace un año, encontrándonos precisamente aquí, frente al Coliseo, lanzamos un llamado, hoy aún más actual: «Las religiones no pueden ser utilizadas para la guerra. Solo la paz es santa y que ninguno use el nombre de Dios para bendecir el terror y la violencia. Si ven en torno a ustedes la guerra, ¡no se resignen! Los pueblos desean la paz» (ibid.).

Y eso es lo que buscamos seguir haciendo, cada vez mejor, día tras día. No nos resignemos a la guerra, cultivemos semillas de reconciliación; y hoy elevemos al cielo el grito de la paz, una vez más con las palabras de San Juan XXIII: «Que se hermanen todos los pueblos de la tierra y florezca en ellos y siempre reine la muy deseada paz» (Enc. Pacem in terris, 91). Que así sea, con la gracia de Dios y la buena voluntad de los hombres y mujeres que Él ama.

Comentarios