LA POBREZA ES UNA FRAGILIDAD QUE UNE PRIMERO A DIOS: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA ORDEN CISTERCIENSE (17/10/2022)

A los Cistercienses de la Común Observancia, a quienes recibió en la Sala Clementina este 17 de octubre con motivo de la celebración de su Capítulo General, el Papa Francisco les habló de la importancia de seguir a Jesús en comunidad, cada uno con su propio paso, abriéndose y saliendo al encuentro de los demás: “no dejemos que el maligno nos robe la esperanza”, les dijo, en el mensaje que compartimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos todos:

Agradezco al Abad General por sus palabras de introducción – con los mejores deseos para su renovado encargo – y saludo a todos ustedes, que participan en el Capítulo General de la Orden Cisterciense de la Común Observancia.

Este adjetivo “común” hace pensar. Sabemos que intenta distinguir de una observancia “especial”. Pero común tiene siempre un sentido más rico, que indica el conjunto, la comunión. Y me agrada partir desde aquí, desde esta realidad fundamental que los constituye como Iglesia, gracias al don de Dios Uno y Trino y a nuestro ser en Cristo. Comunidad, común.

Común observancia, es decir, como un caminar juntos detrás del Señor Jesús, para estar con Él, escucharlo, “observarlo”... Observar a Jesús. Como un niño que observa a su papá, o a su mejor amigo. Observar al Señor: su manera de hacer, su rostro, lleno de amor y de paz, a veces indignado ante la hipocresía y la cerrazón e incluso turbado y angustiado en la hora de la pasión. Y este observar hacerlo juntos, no individualmente, hacerlo en comunidad. Hacerlo cada uno a su propio paso, ciertamente cada uno con su propia historia única e irrepetible, pero juntos. Como los Doce, que estaban siempre con Jesús y caminaban con Él. No se habían elegido ellos, Él los había elegido. No era siempre fácil estar de acuerdo: eran distintos entre sí, cada uno con sus “asperezas”, y su orgullo. También nosotros somos así y tampoco para nosotros es sencillo andar juntos en comunión. Sin embargo, no deja de asombrarnos y de darnos alegría este regalo recibido: ser su comunidad, así como somos, no perfectos, no uniformes, no, no así, sino con-vocados, involucrados, llamados a estar y a caminar juntos detrás de Él, nuestro Maestro y Señor.

Ésta, hermanos y hermanas, es la base de todo. Les agradezco por haberlo subrayado y les animo a reavivar el deseo y la disponibilidad hacia esta común observancia de Cristo.

Esta observancia implica un compromiso constante de conversión de un yo cerrado a un yo abierto, de un corazón centrado en sí mismo a un corazón que sale de sí mismo y va al encuentro del otro. Y eso, por analogía, es válido también para la comunidad: de una comunidad autorreferencial a una comunidad extrovertida, en el buen sentido de la palabra, acogedora y misionera. Es el movimiento que siempre el Espíritu Santo busca imprimir a la Iglesia, trabajando en cada uno de sus miembros y en cada una de sus comunidades e instituciones. Un movimiento que surge en Pentecostés, el “bautismo” de la Iglesia. El mismo Espíritu después suscitó y suscita una gran variedad de carismas y formas de vida, una gran “sinfonía”. Las formas son muchas, muy distintas entre sí, pero para ser parte de la sinfonía eclesial deben obedecer a este movimiento de salida. No un andar caótico, con un orden disperso: un caminar juntos, todos sintonizados al único corazón de la Iglesia que es el amor, como afirma con tanto entusiasmo Santa Teresa del Niño Jesús. No hay comunión sin conversión y, por tanto, esta es necesariamente fruto de la Cruz de Cristo y de la acción del Espíritu, ya sea en las personas individuales o en la comunidad.

Volviendo a la imagen – o mejor al sonido – de la sinfonía, ustedes se proponen abrazar el gran respiro misionero de la Iglesia valorando también la complementariedad entre masculino y femenino, como también la diversidad cultural entre miembros asiáticos, africanos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos. Los animo en este camino, que no es fácil, pero que puede ser sin duda una riqueza para las comunidades y para la Orden.

Les agradezco por el compromiso con el que cooperan al esfuerzo que la Iglesia entera está haciendo En este sentido en cada comunidad particular: hoy la experiencia del encuentro con la diversidad es un signo de los tiempos. La suya es una contribución valiosa, particularmente rica, porque, debido a su vocación contemplativa, ustedes no se contentan con poner juntas las diversidades a nivel superficial, las viven también en el plano de la interioridad, de la oración, del diálogo espiritual. Y eso enriquece la “sinfonía” con resonancias más profundas y más generadoras.

Otro aspecto sobre el que deseo animarlos es su propósito de una mayor pobreza, ya sea de espíritu o de bienes, para estar más disponibles para el Señor, con todas sus fuerzas, con las fragilidades y los adornos que Él nos regala. Por ello alabemos a Dios por todo, por la ancianidad y la juventud, por la enfermedad y la buena salud, por las comunidades en “otoño” y aquellas en “primavera”. ¡Lo esencial es no dejar que el maligno nos robe la esperanza! Lo primero que busca el maligno es robar la esperanza, así nos toma de la mano, siempre. Porque la pobreza evangélica está llena de esperanza, fundada en la bienaventuranza que el señor anuncia a sus discípulos: «Bienaventurados ustedes, los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios» (Lc 6, 20).

Queridos hermanos y hermanas, gracias por esta visita. Que la Virgen María los acompañe y sostenga siempre su camino. De corazón los bendigo a ustedes y a todas sus comunidades. Y ustedes por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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