LOS SACERDOTES ARRIBISTAS SON RIDÍCULOS, UN SACERDOTE ESTÁ CERCA DE LA GENTE: ENCUENTRO DEL PAPA CON SACERDOTES Y SEMINARISTAS QUE ESTUDIAN EN ROMA (24/10/2022)

El pasado 24 de octubre, en un encuentro en el Aula Pablo VI con los seminaristas y sacerdotes que estudian en Roma, el Papa Francisco abordó numerosos temas: desde el estilo compasivo al ser cercanos a las personas y no trepadores, hasta la dirección espiritual; desde el uso de las nuevas tecnologías hasta el discernimiento, y desde el diálogo entre ciencia y fe, hasta el papel de la Iglesia en las guerras. Transcribimos a continuación el largo texto, resultante de las preguntas que le hicieron al Santo Padre, traducido del italiano:

Señores Cardenales, señores Obispos, sacerdotes:

Ante todo, pido una disculpa por el retraso: en verdad pido una disculpa, pero el problema es que fue un día pesado, porque tuve la visita de dos Presidentes de la República... Por ello este retraso. Es un momento en el que no es fácil esperar porque el estómago a esta hora comienza a hacerse sentir... Vamos adelante.

Cuando entré vi: ¡este es un monumento al estado clerical! Porque en verdad son muchos, muchos sacerdotes juntos, es un placer. Así comenzamos.

Pregunta

Santo Padre, quisiera pedirle un consejo acerca de la dirección espiritual de los jóvenes sacerdotes. Para los sacerdotes es fácil ser guías espirituales para los laicos, las religiosas y aquellos que aún están en formación. Según mi punto de vista, en cambio, es difícil para los sacerdotes buscar una dirección espiritual de parte de otros hermanos. ¿Cómo aconsejaría a los presbíteros, sobre todo a los jóvenes, buscar esta ayuda espiritual para su formación? Gracias.

Papa Francisco

Ante todo les agradezco por el interés, ¡hicieron 205 preguntas! Si hay tiempo, haremos diez, porque son demasiadas.

Gracias Dominique. El problema de la dirección espiritual – hoy se usa un término menos directivo, “acompañamiento” espiritual, que me agrada –. ¿Es obligatoria la dirección espiritual, el acompañamiento espiritual? No, no es obligatorio, pero si no tienes a alguien que te ayude a caminar, caerás y harás ruido. A veces es importante ser acompañado por alguien que conozca mi vida y que no es necesario que sea el confesor; a veces sí, pero lo importante es que sean dos papeles distintos. Tú vas con el confesor para que te perdone los pecados y vas preparándote sobre los pecados. Vas con el director espiritual para decirle las cosas que están sucediendo en tu corazón, las mociones espirituales, las alegrías, las rabias y lo que sucede dentro de ti. Si te relacionas solo con el confesor y no con el director espiritual, no sabrás crecer, será algo que no funciona. Si te relacionas solo con un director espiritual, un acompañante y no vas a confesar tus pecados, esto tampoco funciona. Son dos roles distintos y en las escuelas de espiritualidad, por ejemplo en la jesuita, San Ignacio dice que es mejor distinguirlos, que uno sea el confesor y otro el director espiritual. A veces es el mismo pero son dos cosas distintas, que quizás hace una sola persona, pero dos cosas distintas.

Segundo. La dirección espiritual no es un carisma clerical, es un carisma bautismal. Los sacerdotes que hacen dirección espiritual tienen el carisma no porque sean sacerdotes, sino porque son laicos, porque son bautizados. Sé que hay algunos de la Curia, quizá alguno de ustedes, que tienen dirección espiritual con una hermana que es buena, que enseña en la Gregoriana, es buena y ella es la directora espiritual. Adelante, no hay problema, es una mujer de sabiduría espiritual que sabe dirigir. Algunos movimientos tienen quizá un laico sabio, una laica sabia. Esto lo digo porque no es un carisma sacerdotal. Puede ser un sacerdote, pero no es exclusivamente de los sacerdotes. Y para ser director espiritual se necesita una gran unción. Por eso, a tu pregunta, diría: primero que nada estar seguro de que debo ser acompañado, siempre. Porque a la persona que no es acompañada en la vida le salen “hongos” en el alma, los hongos que después te molestan. Enfermedades, soledades sucias, muchas cosas terribles. Necesito ser acompañado. Aclarar las cosas. Buscar las emociones espirituales, que alguien me ayude a entenderlas, qué quiere el Señor con esto, dónde está la tentación... Me encontré con algunos estudiantes de teología que no sabían distinguir una gracia de una tentación; es necesario que alguien me acompañe. Y esto no es necesario hacerlo todas las semanas, no, tú vas con el director espiritual una vez al mes, cada dos meses, cuando tienes algo que conversar con él o ella. Pero estas cosas que sean claras.

¿Qué hacer para encontrar uno? Tengan cuidado, tú ves a uno que te atrae por la forma en que habla, a quien escuchaste de uno, de otro... Busca al director espiritual, pero según lo que dije, creo que es importante: distinguir del confesor, son dos papeles distintos; es un carisma laical, lo puede hacer un sacerdote, un obispo, una mujer, un hombre laico; y después buscar a la persona que te suscite confianza y simpatía espiritual. Eso es muy importante, ustedes entienden bien eso que quiero decir, esa sintonía que ayuda mucho.

No sé si respondí. Es algo importante. Que esto que digo ahora sirva al menos para que ninguno de ustedes de ahora en adelante esté sin dirección espiritual, sin acompañamiento espiritual, porque no crecerá bien, lo digo por experiencia. ¿Está bien? ¿Es claro para todos? Muy bien. Sigamos adelante.

Pregunta

Santo Padre, ¿podría ayudarnos a entender cómo podemos ser en el ministerio puentes entre el mundo de la fe y el de la ciencia? ¿Qué consejo concreto puede darnos a nosotros que en la práctica pastoral tenemos la responsabilidad de promover un diálogo, no una contraposición entre estas dos áreas? Gracias.

Papa Francisco

Es importante no negar el papel de la ciencia, incluso de la ciencia que va adelante, la ciencia que hace investigación, es importante, es muy importante. Y las personas que estudian, pero incluso si no son investigadores de oficio, toda persona, piensa en los estudiantes universitarios, todos debemos estar abiertos a las inquietudes que surgen en los estudiantes. Ante todo, diría, escuchar, estar abiertos a las problemáticas. Si vas por el camino de la problemática, te preguntas: ¿pero cómo? Y te lo preguntas muchas veces. Y no das una de esas respuestas que en un tiempo se usaban, en los libros hechos para responder a todas las dificultades contra la Iglesia, contra nuestra fe. Son respuestas que no sirven, son puramente teóricas y no podemos proponerlas como respuesta a la altura de un universitario que está estudiando esa especialidad. Debemos dar una respuesta a la altura, digna del hombre, y esto creo que es muy importante: mirar con horizontes amplios, amplios... Y se puede decir: “No conozco esto, pero reflexiónalo...; el anuncio de la fe es éste, sobre este punto hay estos horizontes, mira...”. Siempre abierto, y guiarlo... Y después también decir: “No sé cómo responder, pero ve a buscar a esta persona, a este hombre, a esta mujer, a este sacerdote, que es especialista en esto y te puede explicar”. Nunca cerrar la puerta, no cerrarla. Aunque vengan contigo con cuestiones que intuyes que no son coherentes con la moral; si puedes responder, responde; si no puedes responder, busca a alguien que pueda hacerlo y di: “De esto puedes hablar con éste, con aquel otro”. Pero siempre abierto, siempre abierto. Porque una actitud de defensa cierra el diálogo, cierra la puerta. Abierto: “Sí, interesante...”.

A la mayor parte de las cosas podemos responder porque lo sabemos. Cuando los estudiantes universitarios vienen con una duda, les doy un consejo: cuando te traen una duda de parte de la Universidad, por ejemplo, los estudiantes – quizás este es el sector de mayor trabajo –, si es posible, responder con otra duda, y así estás atento y el mismo gesto que él te haga tú se lo haces, de manera que no se sienta demasiado seguro. “Tú me preguntas esto, bien, ¿pero para ti esto cómo está?”. Esto, Jesús lo hacía a menudo, lo vemos en el Evangelio. A una pregunta que contenía una trampa, Jesús respondía con otra pregunta y dejaba al interlocutor en medio del camino intelectual. Es importante responder así o, si no es posible, orientar hacia una persona que puede responder sobre aquel aspecto científico, aquel aspecto que va contra la fe y al que quizá yo no puedo responder. En la mayor parte de los casos, creo que se puede responder. Pero – es siempre un consejo que les doy – no responder “al aire”: te respondo a ti, a ti que me haces la pregunta. Si tú te comprometes con esta pregunta, yo a ti te digo esto. Jesús lo hacía. Por ejemplo, cuando curaba el sábado, decía: “¿Y tú? ¿No tomas a la vaca para darle de beber, el sábado? (cf. Lc 13, 15). Él hacía ver la contradicción en la propia pregunta. Cuando son cosas científicas serias, que van más allá de nuestra posibilidad, decir lo que podamos y lo que no sepamos; decir: “Sobre esto debes preguntar a alguien que entienda más de esta ciencia”. Ser humilde, tener fe no es tener la respuesta a todo. Ese método de defensa de la fe no funciona más, es un método anacrónico. Tener fe, tener la gracia de creer en Jesucristo es estar en camino. Y que el otro entienda que tú estás en camino, que no tienes todas las respuestas a todas las preguntas. Había un tiempo en que estaba de moda una teología de defensa y había libros con preguntas para defenderse. Cuando era joven ese era el método para defenderse. Son respuestas, algunas buenas, otras cerradas pero que no hacen bien al diálogo. “¿Viste? Te respondí, yo gané”. No, no funciona. El diálogo con la ciencia siempre abierto. Y decir: esto no sé explicártelo, pero debes ir con este científico, con estas personas que quizá te ayudarán. Huir de la contraposición religión/ciencia, porque este es un mal espíritu, no es el espíritu verdadero del progreso humano. El progreso humano hace avanzar a la ciencia y también conserva la fe.

Pregunta

Querido Papa Francisco, en este tiempo de preparación en Roma, ¿cómo podemos vivir nuestro ministerio sin perder ese “olor a oveja” propio de nuestro ministerio sacerdotal? Gracias.

Papa Francisco

Ya sea para aquellos de ustedes que estudian, o para aquellos que trabajan en la Curia o tienen algún empleo, no es algo bueno para la salud espiritual no tener contacto con el pueblo Santo de Dios, contacto presbiteral. Por eso, aconsejo, más aún, digo a los Prefectos que miren si alguno no tiene este ministerio el sábado y el domingo, en una parroquia o donde sea, que estén atentos y lo inviten a hacerlo; y si no lo hace, tener cuidado y que lo hablaremos. Es importante mantener el contacto con la gente, con el pueblo fiel de Dios, porque existe la unción del pueblo de Dios: son las ovejas y, como tú dices, se puede perder el honor a oveja. Si tú las alejas, serás un teórico, un buen teólogo, un buen filósofo, un excelente curial que hace todas las cosas, pero ha perdido la capacidad de percibir el olor a oveja. Más aún, tu alma ha perdido la capacidad de dejarse despertar por el olor a oveja. Por eso creo que es importante – diría necesario, es más, obligatorio – que cada uno de ustedes tenga una experiencia pastoral semanal, al menos. En una parroquia, en una casa de jóvenes o de ancianos, cualquiera que sea, pero el contacto con el pueblo de Dios. Se los recomiendo. Y le digo a los Prefectos: vean si hay alguno que no lo hace: no para castigarlo, sino para hablarle, porque es importante y está perdiendo una gran fuerza, una gran fuerza de la vida sacerdotal.

A mí me gusta hablar con los sacerdotes de las “cuatro cercanías”. Cercanía con Dios: ¿oras? Cercanía con el Obispo: ¿cómo está tu cercanía con el Obispo? ¿Eres uno de los que habla mal del obispo o “cuanto más lejos mejor”? ¿O eres cercano al Obispo y vas a discutir con el Obispo? Tercero: cercanía entre ustedes. Es interesante, es una de las cosas que se encuentran tanto en los seminarios como en los presbiterios: la falta de verdadera cercanía fraterna entre los sacerdotes. Sí, todos con una gran sonrisa, pero después se van y en pequeños grupos se despellejan uno al otro. Esto no es cercanía, esto es falta de fraternidad. Y la cuarta: cercanía al pueblo de Dios. Si no hay cercanía con el pueblo de Dios, no eres un buen sacerdote. Y esa cercanía se mantiene y se ejercita con el ministerio – en este caso, semanal.

Pregunta

Buenos días, Santo Padre. El sacerdote es un signo del amor de Dios para los hombres. Sin embargo, desafortunadamente, muchas veces tal signo es desfigurado a causa de nuestras carencias. Santidad, ¿cómo hacer para encontrar un equilibrio entre la experiencia de la misericordia por nuestras carencias y el esfuerzo por vivir las virtudes y llegar a la santidad? ¿Cuáles, según usted, son los aspectos más urgentes en la formación de los seminarios que deben subrayarse y puestos a consideración para que los seminaristas de hoy, pero también los de mañana, pueden responder la llamada de Dios?

Papa Francisco

Gracias. Hay dos cosas distintas, en lo que dijiste. Primero usaste una palabra que no me gusta – no te lo reprocho, la usaste, pero no me gusta –: la palabra “equilibrio”. La vida no es un equilibrio, queridos, no es un equilibrio. Y si encuentras a uno que piensa: “yo estoy equilibrado perfectamente”, a eso diría: ¡tú no eres nada! Porque el equilibrio, que lo haga el que trabaja en el circo, que haga esas cosas, que hace el equilibrista. Pero la vida es un desequilibrio continuo, porque la vida es caminar y encontrar, encontrar dificultades, encontrar cosas bellas que te hacen avanzar y éstas te desequilibran, siempre. Más aún, si tienes prácticas que realizar, es verdad, necesitas un equilibrio en la práctica, pero que no falte también tu parte afectiva, digámoslo así, que te balancea por una parte y la otra y decir: “Me siento de esta forma”. Pero el equilibrio, en la vida, es también el equilibrio con la experiencia de perdón y misericordia por el pecado. Pero gracias a Dios que somos pecadores, querido, y gracias a Dios que necesitamos ir todas las semanas o cada quince días – yo lo hago cada quince días – con el confesor para que nos perdone. Y ese es un desequilibrio grande porque te lleva a la humildad. La vida cristiana es un continuo caminar, caer y levantarse. Caminar un poco solo y un poco con los demás: no hay una hoja de ruta. Cierto, tú pones el navegador en el auto y vas. Están los consejos de oración, de cosas que te ayudan a crecer. Ese es el desequilibrio. Más aún, diría lo contrario: cómo vivir en el desequilibrio, en el desequilibrio cotidiano. No tengan miedo del desequilibrio: somos humanos. Y en el desequilibrio hacer el discernimiento. Una persona “equilibrada” no puede hacer discernimiento, porque no tiene mociones de espíritu. En el desequilibrio hay mociones de Dios que te invitan a algo, a la voluntad de hacer el bien, a levantarse después de la caída en el pecado... Saber vivir en el desequilibrio: ahí se lleva un equilibrio distinto. Hablaría de un equilibrio dinámico, que no soy yo quien puede regirlo: lo rige el Señor. Te va llevando adelante, con la unción del Espíritu. Esto con respecto al equilibrio y al desequilibrio.

Después, la formación de los seminarios. Creo que aquí el Cardenal [Prefecto del Dicasterio para el Clero] puede hablar mejor que yo de los seminarios porque en el Dicasterio son especialistas. Por ejemplo, comienzo con decir: el seminario debe ser de un cierto número de seminaristas, que juntos hagan decir “la comunidad”. “No, nosotros somos cinco en la diócesis”: eso no es un seminario, eso es un movimiento parroquial. El seminario debe ser un número –25, 30 – un número moderado. Si son 200, divididos en pequeñas comunidades: un número humano de grupo, de comunidad, eso es importante. Los seminarios grandes – 300, todos juntos – ¡ya no funcionan! Eran la expresión de otra época. No, pequeñas comunidades donde se trabaja, pero pequeñas comunidades insertas en una más grande.

La formación de los seminaristas: los seminaristas deben tener una buena formación espiritual. “Yo voy al seminario, estoy aprendiendo filosofía, teología...”. Sí, ¿pero el espíritu, qué es? Ante todo, una buena formación espiritual. Incluso en el propedéutico. El fin del propedéutico, hoy, es este: acostumbrar al seminarista al discernimiento espiritual, a la formación espiritual, a la ciencia, a las ciencias del espíritu. Segundo, una seria formación intelectual. Esto no quiere decir que sean maestros de las ideas, no. Que sepan razonar y que sepan la teología básica, con eso estoy tranquilo, y se necesitan cuatro años para la teología básica. Que sepan eso. Pero con una bella formación espiritual. Por eso es necesario, a veces, agregar pequeñas comunidades de seminaristas en una, para que haya profesores y formadores adecuados. Dije espiritual e intelectual. Ahora: comunitaria. En pequeños grupos, sí, pero vida comunitaria, deben aprender a vivir comunitariamente y no caer después en la crítica uno del otro, en los “partidos” dentro del presbiterio y todo eso. Esto se aprende, en un seminario. Y después, la vida apostólica. Todo seminario tiene la práctica propia de la vida apostólica. Por costumbre, el fin de semana van a una parroquia: eso es muy importante, porque la vida apostólica te da también esta capacidad, el “olor a oveja” del que hablabas. Te da la capacidad de situarte en la realidad. Y quizás te toca ir con un párroco neurótico, a una parroquia donde hay problemas y verás cómo manejar eso. Y la gente de las parroquias a dónde vas los conoce mejor – a veces – que los superiores. Mi experiencia: cuando pedía información para promover a uno a los órdenes, ya sea al diaconado o al presbiterado, cuando era jesuita, preguntaba a los hermanos coadjutores, a muchos pero siempre a los hermanos coadjutores y a la gente de la parroquia; y las mejores informaciones no me llegaban de los profesores: eran buenas, pero las mejores venían de los hermanos coadjutores y de las mujeres de las parroquias. Es curioso: tienen el olfato. Recuerdo un caso, un buen muchacho, inteligente, que debía ser ordenado diácono, eso lo recuerdo bien. Una mujer de la parroquia me dijo: “Yo lo haría esperar un poco porque es bueno, tiene todas las cualidades, pero hay algo que no me convence”. Suficiente. Y un hermano coadjutor me dijo: “Padre, hágalo esperar un año, no le hará mal”. Los demás, con todo el incienso. Seguí ese camino y después de cuatro meses se fue por su propia voluntad: había estallado una crisis. Eso es importante. El pueblo de Dios te entiende bien. Entonces, la formación en el seminario tiene cuatro cosas: la formación espiritual debe ser seria, dirección espiritual seria; formación intelectual seria, no de manual; formación comunitaria entre los seminaristas y formación apostólica.

Pregunta

Santo Padre, la actual generación de sacerdotes y seminaristas está inmersa en el mundo digital y de las redes sociales. ¿Cómo podemos aprender a usar estos instrumentos como oportunidad para compartir la alegría de ser cristianos, sin olvidar nuestra identidad o ser demasiado expuestos y arrogantes? Gracias.

Papa Francisco

Creo que estas cosas se deben usar, porque es un progreso de la ciencia, hacen un servicio para poder progresar en la vida. Yo no los uso porque llegué tarde, ¿saben? Cuando fui ordenado Obispo, hace 30 años, me regalaron uno, un teléfono celular, que era como un zapato, así de grande, ¿no? Yo dije: “No, esto no voy a poder usarlo”. Y finalmente dije: “Haré una llamada”. Llamé a mi hermana, la saludé, y después lo restituí. “Regálame otra cosa”. No logré usarlo. Porque mi psicología no era la adecuada o era perezoso, no lo sé. Lo único que logré utilizar fue una Olivetti con memoria, de una sola línea, que compré cuando estaba en Alemania y un Angebot, de 59 marcas, nada más. Y esa me ayudó y se quedó en Buenos Aires, la usé hasta entonces. No es mi mundo. Pero deben usarlos, deben usarlos sólo para eso, como ayuda para ir adelante, para comunicar: eso está bien. Pero no puedo dejar de hablar aquí de los peligros, los peligros de estar viendo las noticias de aquí, de allá, de allá y dando vueltas todo el día; o ver ese programa que me interesa o aquel otro, porque tienes todo a la mano... O poner esa música que me interesa y que no me deja trabajar... Es necesario saber usarlo bien. Y sobre esto también hay otra cosa, que ustedes conocen bien: la pornografía digital. Lo digo con letras claras. No diré: “Levante la mano quien ha tenido al menos una experiencia de eso”, no lo diré. Pero cada uno de ustedes piense si ha tenido la experiencia o la tentación de la pornografía digital. Es un vicio que tiene mucha gente, muchos laicos, muchas laicas, y también sacerdotes y hermanas. El diablo entra por ahí. Y no hablo solamente de la pornografía criminal como la de los abusos de niños donde ves en vivo casos de abuso: esa es ya una degeneración. Sino de la pornografía un poco “normal”. Queridos hermanos, tengan cuidado con esto. El corazón puro, el que recibe a Jesús todos los días, no puede recibir estas informaciones pornográficas. Que hoy están a la orden del día. Y si de tu teléfono celular puedes borrar esto, bórralo, así no tendrás la tentación a la mano. Y si no puedes borrarlo, defiéndete bien para no entrar en eso. Les digo, es una cosa que debilita el alma. Debilita el alma. El diablo entra por ahí: debilita el corazón sacerdotal.

Discúlpenme si desciendo a estos detalles sobre la pornografía, pero es una realidad: una realidad que toca a los sacerdotes, los seminaristas, las hermanas, las almas consagradas. ¿Entendieron? Muy bien. Eso es importante.

Pregunta

Papa Francisco, en estos años en Roma, junto a un hermano mío, dimos seguimiento a un grupo de jóvenes hacia la Confirmación en una parroquia aquí cerca. Los dos venimos de otros países. Un día un joven me dijo: “¿Te has dado cuenta que él – refiriéndose al otro hermano – habla mejor que tú el italiano? Tú en cambio usas mejor las manos y los gestos”. Con esta observación de un muchacho entendí que en la evangelización vale lo mismo hablar bien que acompañar con las manos el discurso. Mucho importan las palabras, como los gestos y quizá para los italianos son los gestos que acompañan las palabras. En la formación hacia el sacerdocio nos enseñan mucho cómo hablar, cómo usar bien las palabras y la palabra, a hacer un discurso filosófico coherente, a interpretar la escritura, a hacer un buen sermón en la Iglesia. Sin embargo usted, Santo Padre, nos ha hecho ver la importancia de los gestos, de las obras, de la ternura concreta y qué poderosos son los gestos, qué elocuentes son nuestros gestos. Yo veo cómo usted abraza a los que sufren y cuánto quisiera hacerlo también yo. Sé que no se aprenden los gestos de la noche a la mañana y sé que nunca seré un sacerdote que predica con el ejemplo si no aprendo el lenguaje de los gestos de hoy. ¿Cómo aprendió usted estos gestos de misericordia? ¿Cómo podemos llegar también nosotros en el seminario, cómo podemos aprender este lenguaje tan importante?

Papa Francisco

Gracias. Donde aprendí los gestos... Los gestos, la vida te los enseña. Por ejemplo, una cosa que aprendí de la experiencia personal es que cuando vas a visitar a un enfermo, que está mal, no debes hablarle demasiado. Tómale la mano, míralo a los ojos, di dos palabras y quédate así. En la intervención que me hicieron, en que me quitaron una parte del pulmón cuando tenía 21 años, venían todos los amigos, las tías, todos a hablar: “Bien, bien, te recuperarás pronto, hablarás, podrás jugar otra vez...”. Me gustaba, pero me aburría. Un día vino la hermana que me había preparado para la primera comunión, Sor Dolores, una buena vieja, y me tomó la mano, me miraba a los ojos y me dijo: “Estás imitando a Jesús”, y no dijo nada más. Ella me consoló. Por favor, cuando vayan con un enfermo, no lo llenen de motivaciones de promesas del futuro. El gesto de la cercanía habla más con la presencia que con las palabras.

Un gesto te hice ver. Los gestos se aprenden; los gestos de la ternura los aprenderás con los viejos, yendo con los viejos. El primer día los saludarás así, a distancia. Después de dos, tres veces que vayas, los acariciarás, a los viejitos. Deja, déjate expresar. Deja que la expresión sea total. También en la predicación. Una vez llamé a una sobrina. “¿Cómo estás?” – era domingo, a veces los domingos llamo a mi hermana – “¿Cómo estás?”. “Bien, bien, pero un poco aburrida porque fuimos con mi marido y los niños a misa en una parroquia a la que no acostumbramos ir y escuché una hermosa explicación filosófica de 40 minutos, ¡pero de la Palabra de Dios nada!”. Si no eres humano con los gestos, también la mente se hace rígida y en la predicación dirás cosas abstractas que ninguno entiende y alguno tendrá la tentación de salirse a fumar un cigarro y volver, como se hace... Hay tres lenguajes que te hacen ver la madurez de una persona: el lenguaje de la cabeza, el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos. Y nosotros debemos aprender a expresarnos en estos tres lenguajes: que yo piense lo que siento y hago, sienta lo que pienso y hago, haga lo que siento y pienso. Aquí uso la palabra equilibrio: un equilibrio entre estas tres cosas. A veces te viene el deseo de hacerle una broma alguno, y te viene, pero... que esté el gesto con el pensamiento y el corazón y las manos.

Cuando veo a los muchachos enfermos – “cuánto sufren los niños” decía Dostoievski – los muchachos enfermos, ahí, acariciarlos... Alguno te puede acusar de ser pedófilo, pero no, no, sal de esa posible acusación. Como los viejitos que necesitan caricias... Recuerdo que iba con frecuencia en Buenos Aires a las casas de descanso, y a veces celebraba la Misa. Los viejitos son geniales, porque te hacen las preguntas más comprometedoras... Y en la misa después decía: “¿Quién de ustedes va a comulgar?”. Y pasaba, porque muchas veces no pueden caminar, son viejos, van con el bastón. Y pasaba: “Quien quiera comulgar levante la mano”. Todos levantaban la mano... Doy la comunión a una señora, después ella me toma la mano: “Gracias, padre, soy judía”. “Pero a este que te di también era judío, sigue adelante”. Los viejos quieren caricias, quieren que los escuches, quieren que les hagas hablar de sus tiempos y aprenderás mucho.

La ternura. Aquí caemos en el estilo de Dios. El estilo de Dios es la cercanía. Él mismo lo dice en el Deuteronomio: “Piensa, ¿qué pueblo tiene a sus dioses tan cerca como tú me tienes a mí?” (cf. cap. 4). La cercanía es el estilo de Dios. Se hizo cercano en la Encarnación de Cristo. Está cerca de nosotros. Siempre la cercanía. Pero una cercanía con compasión, porque perdona siempre, y con ternura. Un buen sacerdote es cercano, compasivo y tierno. Seguramente es más placentero acariciar a una hermosa niña que a una viejita – ¡tengan cuidado ahí! – pero la ternura crece y se expresa mejor en los opuestos, ya sea en los niños, con los niños pequeños que te llaman y con los ancianos, pero... se aprende...

Una vez un profesor mío de filosofía – era un gran padre espiritual, publicó muchos libros también sobre los Ejercicios y se tradujeron al italiano, el padre Fiorito – un día dio una conferencia sobre los comportamientos, los fundamentos filosóficos, pero se resbaló de repente hacia la espiritualidad y una de sus preguntas se la haré a todos ustedes, seminaristas, teólogos: ¿ustedes juegan con los niños? ¿Saben jugar con los niños? Esta pregunta él la hacía siempre a los padres de familia, decía: “Tú, papá, cuando vuelves del trabajo, o tu mamá, juegas con tus hijos?”. La ternura se aprende con los niños y con los viejos. Y la costumbre que hay de alejar a los viejos porque molestan, esto nos aleja de una de las fuentes de ternura. El estilo de Dios, no lo olvides, es siempre cercanía, compasión y ternura. Y si tú eres cercano, con compasión y ternura, estás en el buen camino. La ternura no es “hacerse el bueno”. A veces en hacerse el bueno se puede resbalar en hacer el ridículo. No. Ternura es esto que dije.

Pregunta

Buenos días Santo Padre. Quisiera hacer mi pregunta partiendo de dos eventos importantes de la Iglesia universal: los 400 años de Propaganda fide al servicio de la misión y de la evangelización y después el Sínodo de los Obispos con el tema “comunión, participación y misión”. ¿Cómo podemos nosotros los jóvenes seminaristas salir de nuestra “comodidad” para evangelizar a los demás jóvenes? ¿Cuáles son los desafíos para nosotros los jóvenes que queremos convertirnos en sacerdotes en el mundo de hoy? Gracias.

Papa Francisco

No hay un método para eso. Tú usas una palabra muy clerical, “comodidad”. Es decir, no molestar al sacerdote, el sacerdote está ocupado, la comodidad muchas veces lleva a los sacerdotes a buscar su propia tranquilidad: yo recibo de tal hora a tal hora... Una vez un buen párroco de un barrio me decía que quería hacer un muro donde estaba la ventana, porque la gente a cualquier hora iba y tocaba en su ventana porque necesitaba esto, aquello, aquello otro, una oración, una Misa... Y yo dije: ¿E hiciste el muro en la ventana?”. Dijo: “No, no puedo, padre, sin la gente no soy sacerdote”. Hermosa respuesta a aquella, ¡hermosa! La comodidad. Hay una figura que siempre me ha impactado, el sacerdote cómodo, un poco el “monsieur l’abbé” de las cortes francesas, un funcionario – ustedes que trabajan en la curia tengan cuidado –, el sacerdote funcionario. El sacerdote funcionario vive el sacerdocio como si fuera un empleo. Es cómodo, tiene sus horarios, esto me corresponde, esto no... Y así con el crecimiento se transforma en un “solterón”, con muchas costumbres maníacas, es un neurótico cotidiano. Ten cuidado, ten cuidado de esto. No busquen la propia comodidad; el sacerdocio es un servicio sagrado a Dios, el servicio del cual la Eucaristía es el más alto grado, es un servicio a la comunidad. Si no te agrada, habla con el Obispo, quizá serás un buen padre de familia, pero por favor no sean funcionarios. Esa es la comodidad de la que hablas.

Hay otra cosa que acompaña a esta comodidad, es la dimensión “arribista”, los sacerdotes arribistas, que hacen carrera. Creo que se ven... En la curia no, ¡en la curia no sucede! Pero en otras partes sucede... Cuando estás por hacer un cambio, ahí llegan... el arribista. Por favor deténganse, deténganse. Porque el arribista finalmente es un traidor, no es un servidor. Busca su propia ventaja y después no hace nada por los demás. Yo tenía una abuela a la que le gustaba hacernos las “catequesis” normales, era migrante y los migrantes, con el tiempo, los migrantes italianos, venían a América y hacían la casa y la educación de los hijos... Y la abuela nos enseñaba: “En la vida deben progresar”, es decir de inmediato los ladrillos, la tierra, la casa, progresar, es decir hacerse una posición, una familia y nos enseñaba esto. Pero tengan cuidado en no confundir el progresar con ser arribistas, porque la revista es uno que sube, sube, sube y cuando está arriba hace ver su... ¡La abuela sí decía la palabra! Te hace ver, él es así, te hace ver eso. La única cosa que los arribistas hacen es el ridículo, hacen el ridículo. Eso me ha hecho bien en la vida. Más aún, cuando vienen las informaciones para los Obispos – usted está en la Congregación de los Obispos y sabe cómo van las cosas –, de inmediato las informaciones de los compañeros: este es un arribista, este está buscando el puesto... Tengan cuidado, es decir la comodidad y el arribismo, hacer carrera. Cuando era joven se usaba en español y no sé si en italiano se usa: este eligió la “carrera” sacerdotal. La carrera de médico, de abogado... Hoy ya no se usa, gracias a Dios, pero el arribista hace carrera, tengan cuidado, tengan cuidado; y si tienen un compañero así, ayúdenlo a detenerse, a no ser arribista, porque al final hará ver lo peor de sí mismo. Y el arribista nunca está satisfecho.

Comunión, participación y misión. Sí, si tienes comunión piensas en los demás, si tienes participación compartes con los demás, si tienes misión piensas en los demás. Siempre el servicio, servir. El servicio, también el litúrgico es un servicio. Servir a los demás, no a la propia comodidad. Creo que sobre esto no se me ocurre otra cosa. Han entendido claramente el peligro de buscar el propio placer y la propia tranquilidad y el peligro de ser arribistas y desafortunadamente en la vida hay muchos que buscan hacer carrera. Muchos. Por favor, si alguno de ustedes tiene esta tentación, detente, pide consejo para detenerla.

Pregunta

Buenos días, Santo Padre. Mil gracias, Santidad, por esta maravillosa ocasión de estar con usted. El camino vocacional de un seminarista es el que consiste siempre en el discernimiento de su vocación. A partir de mi experiencia y de cuanto sé de la experiencia de los demás, a veces – o la mayoría de las veces – nos damos cuenta de las propias debilidades, se siente el miedo de no poder satisfacer las exigencias de la vocación sacerdotal, el miedo de no ser feliz en el ministerio. O incluso, se siente el ser atraído no principalmente por el amor de Dios, sino por otros detalles menos importantes que caracterizan al sacerdocio, etcétera. Sin embargo, al mismo tiempo, se siente fuertemente la llamada de Dios dentro de sí mismo y de las circunstancias que han caracterizado su camino. En este tipo de situación, Santidad, ¿cuál podría ser el camino correcto a seguir para un seminarista en su proceso de discernimiento? Más en general: ¿en qué consiste un justo discernimiento? Mil gracias, Santo Padre.

Papa Francisco

Gracias. El justo discernimiento – antes que nada te digo – no consiste en un equilibrio, no consiste en eso. Eso lo hace la balanza. El discernimiento siempre está “desequilibrado”, disculpa, la situación sobre la cual debes discernir está desequilibrada, porque tienes emociones por este lado, emociones allá, emociones acá... El justo discernimiento es buscar cómo este desequilibrio encuentra el camino de Dios – no “encuentra el equilibrio” – porque siempre se resuelve, el desequilibrio, en un plano superior, no en el mismo plano. Y esa es una gracia de la oración, una gracia de la experiencia espiritual. Ve frente al Señor con un desequilibrio, ayudado por un hermano si quieres, y la oración, la búsqueda de hacer la voluntad de Dios te lleva a resolver el desequilibrio, pero sobre otro plano. Siempre te hace avanzar, tequita de la contradicción del desequilibrio – que no es una contradicción matemática, es una contradicción humana – y te lleva un paso hacia adelante. Un desequilibrio no se resuelve con una de las partes solamente, no. Ambas cambian hacia una nueva situación. Y esa es la gracia del acompañamiento espiritual, que nos ayuda a encontrar este camino para resolver los desequilibrios.

“En este tipo de situación, ¿cuál podría ser el camino correcto a seguir para un seminarista en su proceso de discernimiento?”. El que dije sobre el discernimiento. La oración y el diálogo con la persona que te acompaña, que puede ser un sacerdote, un amigo, una hermana, un laico, quien sea. Oración y diálogo.

“Más en general: ¿en qué consiste un justo discernimiento?”. Un justo discernimiento no consiste en el hecho de que el resultado sea un equilibrio. El justo discernimiento lo ves después. La decisión es armónica, no “equilibrada”. Una cosa es el equilibrio, otra cosa es la armonía. Son cosas distintas. El equilibrio es una cosa matemática, física; la armonía es algo de belleza, si quieres decirlo así. El equilibrio es hacer una comparación de las partes y encontrar un arreglo; la armonía, en el discernimiento, es el don del Espíritu Santo: el único que puede hacer la armonía es el Espíritu Santo. Es un don. San Basilio definía al Espíritu Santo como “ipse harmonia est”. Él es la armonía. Entramos en el discernimiento con el Espíritu Santo dentro. Tú no puedes hacer un discernimiento cristiano sin el Espíritu Santo. Y por eso el desequilibrio entra en oración, entra en el camino del Espíritu Santo y Él te lleva a una nueva situación armónica. Y después se puede entrar en otra desarmonía y será el Espíritu quien te lleve adelante. No es algo físico, no es algo intelectual, no es algo sentimental: es la gracia de recibir al Espíritu Santo, que es armónico. Y con la oración llegamos a esta gracia de entender la armonía del Espíritu. No sé si respondí bien a esto. Dime: ¿entendiste? No se trata en el discernimiento de equilibrar como una balanza, no: se trata de orar, de ir adelante y dejar que sea el Espíritu con las emociones interiores que sigan adelante.

Y después, ¿cuál es el resultado de un justo discernimiento? El consuelo espiritual. El Espíritu Santo, cuando te da la armonía, te consuela. En cambio, cuando estás con un problema, no estás en el consuelo, estás en la desolación. Nosotros debemos aprender a usar, en nuestra vida, las emociones del Espíritu, consolación y desolación: esto me hace bien, esto me hace feliz, esto me quita la paz... Qué hace el Señor en el corazón y qué hace el diablo. ¡Porque el diablo existe! San Pedro dice que da vueltas, da vueltas, da vueltas para buscar a quién comerse. Es nuestro peligro. Porque el Espíritu es el guía. Y ese es el camino: seguir al Espíritu Santo.

[Dirigiéndose al Cardenal Lazzaro You Heung-sik] Quisiera responder ahora a la décima pregunta, porque es de un ucraniano y su patria sufre.

Pregunta

Santidad, Papa Francisco, sí, soy un sacerdote ucraniano. Hoy vemos cómo en el mundo contemporáneo hay muchas guerras y conflictos armados, en particular la guerra en Ucrania. Quisiera preguntarle: ¿Cuál es el papel que debe desempeñar la iglesia católica ante los territorios afectados por las guerras y cuál sería la tarea de los sacerdotes en esas regiones? Gracias.

Papa Francisco

Gracias. La Iglesia católica – la Iglesia, la Santa Madre Iglesia – es madre, madre de todos los pueblos. Y una madre, cuando los hijos se pelean, sufre. La Iglesia debe sufrir ante las guerras, porque las guerras son la destrucción de los hijos. Como una mamá sufre cuando los hijos no se ponen de acuerdo o discuten y no se hablan – las pequeñas guerras domésticas – la Iglesia, la Madre Iglesia ante una guerra como esta en tu país, debe sufrir. Debe sufrir, llorar, orar. Debe asistir a las personas que han tenido consecuencias terribles, que pierden la casa o a los heridos de guerra, los muertos... La Iglesia es madre y el papel primero que todo es cercanía con la gente que sufre. Es la madre, es como una madre.

Y después es una madre también creadora de paz: busca hacer la paz en ciertos momentos... En este caso no es muy fácil, pero el corazón abierto de la Madre Iglesia... Ustedes cristianos no toman partido en esto. Es verdad que es la propia patria, esto es verdad, debemos defenderla. Pero ir más allá, más allá de esto: un amor más universal. Y la Madre Iglesia debe estar cerca de todos, de todas las víctimas. Más aún, orar por el pecado de los agresores, por este que viene aquí a arruinarme la patria, a matar a los míos: ¿hago oración por eso? Y esa es una actitud cristiana. Ustedes sufren mucho, tu pueblo, lo sé, estoy cerca. Pero oren por los agresores, porque son víctimas como ustedes. No se ven las heridas que tienen en el alma, pero oren, oren para que el señor los convierta y pueda venir la paz. Eso es importante.

Pregunta

Buenos días. Santo Padre, buenos días y gracias. Nos recuerda la Ratio fundamentalis que el primer ámbito en que se desarrolla la formación permanente es la fraternidad presbiteral. De hecho, un presbiterio unido en que los sacerdotes y su Obispo se apoyan mutuamente, celebran las alegrías y sufren por las dificultades del otro, contribuiría a hacer del presbiterio un espacio de formación y comunión. ¿Qué consejo puede darnos, a partir de su experiencia de Pastor, para crear en el presbiterio relaciones más fraternas y que nos ayuden a enfrentar los desafíos del tiempo presente? Gracias, Santidad.

Papa Francisco

Hay muchas cosas. Antes que nada, la cercanía y hablarse, no hacer distancia. A los Obispos les digo: los sacerdotes son su primer prójimo, estén cerca de los sacerdotes. Les digo: “Escucho a un sacerdote que me dice: llamé al episcopado para hablar con el obispo y la secretaria me dijo que este mes está lleno, quizá el próximo mes...”; pienso que este Obispo está arruinando a los sacerdotes. Cercanía. Por ejemplo, el Arzobispo de Nápoles, nombrado hace poco, ¿qué hizo? le dio el número del celular a todos los sacerdotes – los napolitanos son más de mil –. “¿Te molestan?”  – “No, no, pero cuando lo necesitan me llaman, directamente”. Esta cercanía es válida para el sacerdote con el obispo y también para el sacerdote con los demás. No sé si esto sucede aquí, pero en mi patria sucede, que hay grupos de sacerdotes que hablan mal de los otros, y que están los de derecha, los de izquierda, los de acá y los de allá... Eso es un veneno. Es un veneno, una polilla que mata al cuerpo presbiteral. Unidad entre los presbíteros. Y si no tienes los pantalones para decir las cosas a la cara alguno, te lo callas. Pero no vas a quitarte el hambre criticando a tu hermano sacerdote, no. Eso no es de hombres. El hombre va y dice las cosas como son. Con caridad y con amor. Y si no puede decirlas porque aquel otro es un poco violento, que se lo diga al Obispo que es padre de todos. Pero no decirlo a todos los demás. Se necesita esta cercanía, para evitar que el cuerpo sacerdotal termine mal. Y al Obispo, sostenerlo mutuamente. A veces el obispo es un poco “maniático”, tiene sus cosas, ¡porque también los Obispos son hombres! Y termino con esto, sobre cómo se debe actuar con el Obispo, con un relato, que también lo contaba la abuela. Había una familia muy hermosa, pero el abuelo que vivía con ellos envejeció, envejeció y comenzaba a caerle la saliva mientras comía y se ensuciaba. Y un día el papá dijo a la familia: “Desde mañana, el abuelo comerá en la cocina. Hice una bonita mesa, ahí estará el abuelo y nosotros podemos así invitar gente y él comerá aparte”. Pasan algunos días y el papá vuelve del trabajo y ve a su hijo de seis años que trabajaba con los clavos, la madera... “¿Qué haces?” “¡Una mesita, papá!”“¿Para qué?”“Para ti, ¡para cuando seas viejo!”. A los viejos, así, se les hace a un lado. Por favor, busquen conocer al Obispo como papá. Y si alguno tiene la posibilidad de decirle los defectos, que se los diga, como al papá. Es el padre, no es el enemigo ni el dueño de la empresa.

¡Muchas gracias, queridos! Ahora oremos a la Virgen para que nos ayude a todos.

[Angelus Domini…]

[Bendición]

Y quizás la próxima vez, veremos las 198 preguntas que quedaron.

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