AFRONTAR COMO SAN FRANCISCO LOS RETOS DE LA PAZ, EL DESARROLLO Y LA CREACIÓN: PALABRAS DEL PAPA A LA COORDINACIÓN ECLESIAL PARA EL VIII CENTENARIO FRANCISCANO (31/10/2022)

Tomando como punto de partida la figura del Pobrecillo de Asís, al que órdenes, congregaciones y familias franciscanas celebrarán con una serie de iniciativas desde 2023 hasta 2026, cuando se cumplen 800 años de su muerte, el Papa Francisco lo señaló este 31 de octubre como ejemplo de “hombre de paz y pobreza, que ama y celebra la creación”, al recibir en la Sala Clementina a la Coordinación Eclesial para el VIII Centenario Franciscano. Reproducimos a continuación el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Me alegra encontrarles, ahora en la proximidad del octavo Centenario Franciscano (2023-2026), que se anuncia como una peregrinación que desde el Valle Santa Reatina, pasando por La Verna, llegará a Asís, donde todo comenzó. Agradezco por las palabras dirigidas por el Padre General de los Hermanos Menores

Cuando elegí llamarme Francisco sabía que hacía referencia a un santo muy popular, pero también muy incomprendido. De hecho, Francisco es el hombre de la paz, el hombre de la pobreza, el hombre que ama y celebra la creación; ¿pero cuál es la raíz de todo esto, cuál es la fuente? Jesucristo. Es un enamorado de Jesucristo, que para seguirlo no tiene miedo de hacer el ridículo sino que sigue adelante. La fuente de toda su experiencia es la fe. Francisco la recibe como don ante el Crucificado, y el Señor Crucificado y Resucitado le revela el sentido de la vida y del sufrimiento humano. Y cuando Jesús le habla en la persona del leproso, él experimenta la grandeza de la misericordia de Dios y su propia condición de humildad. Por eso, lleno de gratitud y de asombro, el Pobrecillo pasaba horas con su Señor y decía: “¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?”. De esta fuente recibe en abundancia el Espíritu Santo, que lo impulsa a imitar a Jesús y a seguir el Evangelio a la letra. Francisco vivió la imitación de Cristo pobre y el amor por los pobres de manera inseparable, como las dos caras de una misma medalla. [1]

El próximo Centenario Franciscano será un acontecimiento no ritual, si sabe entregar juntos la imitación de Cristo y el amor por los pobres. Y eso será posible también gracias a la atmósfera que emana de los distintos “lugares” franciscanos, cada uno de los cuales posee un carácter peculiar, un don fecundo que contribuye a renovar el rostro de la Iglesia.

La primera etapa de este itinerario franciscano, en orden cronológico (1223), es Fontecolombo, en Rieti. Primera etapa por motivo de la Regla y junto a Greccio, lugar del Pesebre. Se trata de una invitación poderosa a redescubrir en la Encarnación de Jesucristo el “camino” de Dios. Tal elección fundamental dice que el hombre es el “camino” de Dios y, en consecuencia, el único “camino” de la Iglesia. Lo expresa con palabras memorables la Gaudium et spes donde se lee: «En realidad, solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre. [...] Precisamente revelando el misterio del Padre y de su amor revela plenamente el hombre al hombre y le hace notar su altísima vocación» (n. 22).

La Verna con los estigmas (1224) representa «el último sello» – como dice Dante (Paraíso, XI, 107) – que hace al Santo asemejarse al Cristo crucificado y capaz de penetrar dentro de la vivencia humana, radicalmente marcada por el dolor y el sufrimiento. San Buenaventura escribirá que «la carne santísima» de Francisco, «crucificada junto con sus vicios», transformada «en nueva creatura, mostraba a los ojos de todos, por un privilegio singular, la efigie de la pasión de Cristo y, mediante un milagro nunca visto, anticipaba la imagen de la resurrección» (LegM XV, 1: FF 1246).

Finalmente, Asís (1226), con el Tránsito de Francisco en la Porciúncula, revela lo esencial del cristianismo: la esperanza de la vida eterna. No es una casualidad que en la tumba del Santo, colocada en la Basílica Inferior, se haya convertido con el tiempo en el imán, el corazón palpitante de Asís: signo inequívoco de la presencia de aquél cuya «maravillosa vida / se cantaría mejor en la gloria del cielo» (paraíso, XI, 95-96).

Después de ocho siglos, San Francisco sigue siendo sin embargo un misterio. Así como permanece intacta la pregunta de Fray Mateo: «¿Por qué todo el mundo viene tras de ti, y toda persona parece que desea verte y oírte y obedecerte?» (Florecillas, X: FF 1838). Para encontrar una respuesta es necesario meterse en la escuela del Pobrecillo, reencontrando en su vida evangélica el camino para seguir las huellas de Jesús. En concreto, eso significa escuchar, caminar y anunciar hasta las periferias.

Escuchar, en primer lugar. Francisco, ante el Crucifijo, escucha la voz de Jesús que le dice: “Francisco, ve y repara mi casa”. Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a este llamado del Señor: reparar su casa. ¿Pero qué casa? Poco a poco, se da cuenta de que no se trataba de ser albañil y reparar un edificio hecho de piedras, sino de dar su contribución para la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejará cada vez más el Rostro de Cristo.

En segundo lugar caminar. Francisco fue un viajero nunca quieto, que atravesó a pie innumerables pueblos y villas de Italia, no dejando que faltara su cercanía con la gente y eliminando la distancia entre la Iglesia y el pueblo. Esta misma capacidad de “ir al encuentro”, más que la de “esperar en la puerta”, es el estilo de una comunidad cristiana que siente la urgencia de hacerse cercana más que replegarse sobre sí misma. Esto nos enseña que quien sigue a San Francisco debe aprender a ser firme y caminante: firme en la contemplación, en la oración, y después seguir adelante, caminar en el testimonio, el testimonio de Cristo.

Finalmente, anunciar hasta las periferias. Eso que todos necesitamos es justicia, pero también confianza. Solo la fe restituye a un mundo cerrado e individualista el soplo del Espíritu. Con este suplemento de aliento los grandes desafíos actuales, como la paz, el cuidado de la casa común y un nuevo modelo de desarrollo pueden ser enfrentados, sin rendirse ante los datos que de hecho parecen insuperables.

Queridos hermanos y hermanas, les animo a vivir en plenitud el esperado Centenario Franciscano. Deseo vivamente que tal camino espiritual y cultural pueda conjugarse con el Jubileo del 2025, en la convicción de que San Francisco de Asís impulsa todavía hoy a la Iglesia a vivir su fidelidad a Cristo y su misión en nuestro tiempo. Los bendigo a todos de corazón, y les pido por favor orar por mí. Gracias.


[1] cf. Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud (21 de enero 2014).

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