ENCONTRAR, ESCUCHAR Y DISCERNIR: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DE APERTURA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS (10/10/2021)

El Papa Francisco presidió este 10 de octubre la Misa de apertura del Sínodo de los Obispos 2021 en la Basílica de San Pedro y se detuvo en tres verbos que considera necesarios para que los Obispos caminen en la misma dirección. El Papa Francisco explicó que muchas veces los Evangelios nos presentan a Jesús “en camino”, mientras acompaña el camino del hombre y escucha las preguntas que habitan e inquietan su corazón y aseguró que “hacer sínodo” significa: “caminar juntos en la misma dirección”. A continuación, compartimos el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Una persona, un hombre rico, va al encuentro de Jesús mientras Él «iba por el camino» (Mc 10, 17). Muchas veces los Evangelios nos presentan a Jesús “en camino”, mientras acompaña el camino del hombre y escucha las preguntas que habitan e inquietan su corazón. De este modo, Él nos revela que Dios no habita en lugares asépticos, en lugares tranquilos, distante de la realidad, sino que camina con nosotros y nos alcanza allí donde estemos, en los caminos a veces precarios de la vida. Y hoy, abriendo este itinerario sinodal, comenzamos preguntándonos todos —el Papa, Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, hermanas y hermanos laicos—: nosotros, comunidad cristiana, ¿encarnamos el estilo de Dios, que camina en la historia y comparte las vicisitudes de la humanidad? ¿Estamos dispuestos a la aventura del camino o, temerosos de las incógnitas, preferimos refugiarnos en las excusas del “no hace falta” o del “siempre se ha hecho así”?

Hacer Sínodo significa caminar por el mismo camino, caminar juntos. Miremos a Jesús, que en el camino primero encuentra al hombre rico, después escucha sus preguntas y finalmente lo ayuda a discernir qué hacer para tener la vida eterna. Encontrar, escuchar, discernir: tres verbos del Sínodo en los que quisiera detenerme.

Encontrar. El Evangelio se abre narrando un encuentro. Un hombre va al encuentro de Jesús, se arrodilla ante Él, haciéndole una pregunta decisiva: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna?» (v. 17). Una pregunta tan importante exige atención, tiempo, disponibilidad para encontrar al otro y dejarse interpelar por su inquietud. El Señor, de hecho, no está distante, no se muestra molesto o alterado, al contrario, se detiene con él. Está disponible para el encuentro. Nada lo deja indiferente, todo lo apasiona. Encontrar los rostros, cruzar las miradas, compartir la historia de cada uno; esta es la cercanía de Jesús. Él sabe que un encuentro puede cambiar la vida. Y el Evangelio está lleno de encuentros con Cristo que reaniman y curan. Jesús no tenía prisa, no miraba el reloj para terminar rápido el encuentro. Siempre estaba al servicio de la persona que encontraba, para escucharla.

También nosotros, que comenzamos este camino, estamos llamados a convertirnos en expertos en el arte del encuentro. No en organizar eventos o en hacer una reflexión teórica de los problemas, sino, ante todo, en tomarnos un tiempo para encontrar al Señor y favorecer el encuentro entre nosotros. Un tiempo para dar espacio a la oración, a la adoración – esta oración que descuidamos tanto: adorar, dar espacio a la adoración –, a lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia; para volvernos hacia el rostro y la palabra del otro, encontrarnos de tú a tú, dejarnos tocar por las preguntas de las hermanas y los hermanos, ayudarnos para que la diversidad de los carismas, vocaciones y ministerios nos enriquezca. Todo encuentro —lo sabemos— requiere apertura, valentía, disponibilidad para dejarse interpelar por el rostro y la historia del otro. Mientras a menudo preferimos refugiarnos en relaciones formales o usar máscaras de circunstancia – el espíritu clerical y de corte: soy más monsieur l’abbé que padre –, el encuentro nos cambia y con frecuencia nos sugiere nuevos caminos que no pensábamos recorrer. Hoy, después del Ángelus, recibiré a un grupo de personas de la calle, que simplemente se reunió porque hay un grupo de gente que va a escucharlos, solamente a escucharlos. Y desde la escucha lograron empezar a caminar. La escucha. Muchas veces es justamente así que Dios nos indica el camino a seguir, haciéndonos salir de nuestras costumbres desgastadas. Todo cambia cuando somos capaces de encuentros verdaderos con Él y entre nosotros. Sin formalismos, sin falsedades, sin maquillaje.

Segundo verbo: escuchar. Un verdadero encuentro sólo nace de la escucha. Jesús, de hecho, se pone a la escucha de la pregunta de aquel hombre y su inquietud religiosa y existencial. No da una respuesta formal, no ofrece una solución prefabricada, no finge responder con gentileza sólo para librarse de él y continuar su camino. Simplemente lo escucha. Todo el tiempo que sea necesario, lo escucha, sin prisa. Y – la cosa más importante – Jesús no tiene miedo de escucharlo con el corazón y no sólo con los oídos. De hecho, su respuesta no se limita a contestar la pregunta, sino que le permite al hombre rico relatar su propia historia, hablar de sí mismo con libertad. Cristo le recuerda los mandamientos, y él comienza a hablar de su infancia, a compartir su itinerario religioso, la manera en la que se ha esforzado por buscar a Dios. Cuando escuchamos con el corazón sucede esto: el otro se siente acogido, no juzgado, libre para contar la propia experiencia de vida y el propio camino espiritual.

Preguntémonos, con sinceridad en este itinerario sinodal: ¿cómo estamos con la escucha? ¿Cómo va “el oído” de nuestro corazón? ¿Permitimos a las personas expresarse, caminar en la fe incluso si tienen recorridos de vida difíciles, contribuir a la vida de la comunidad sin ser obstaculizadas, rechazadas o juzgadas? Hacer Sínodo es ponerse en el mismo camino del Verbo hecho hombre: es seguir sus huellas, escuchando su Palabra junto a las palabras de los demás. Es descubrir con asombro que el Espíritu Santo sopla de modo siempre sorprendente, para sugerir itinerarios y lenguajes nuevos. Es un ejercicio lento, quizá fatigoso, para aprender a escucharnos mutuamente —Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, todos, todos los bautizados— evitando respuestas artificiales y superficiales, respuestas prêt-à-porter, no. El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos.

Finalmente, discernir. El encuentro y la escucha recíproca no son un fin en sí mismos, que deja las cosas tal como están. Al contrario, cuando entramos en diálogo, iniciamos la discusión, el camino, y al final no somos los mismos de antes, hemos cambiado. Hoy, el Evangelio nos lo muestra. Jesús intuye que el hombre que tiene en frente es bueno y religioso y practica los mandamientos, pero quiere conducirlo más allá de la simple observancia de los preceptos. En el diálogo, lo ayuda a discernir. Le propone que mire su interior, a la luz del amor con que Él mismo, mirándolo, lo ama (cf. v. 21), y discernir bajo esta luz a qué cosa su corazón está verdaderamente apegado. Para luego descubrir que su bien no es añadir otros actos religiosos sino, por el contrario, vaciarse de sí mismo: vender lo que ocupa su corazón para hacer espacio a Dios.

Es una indicación preciosa también para nosotros. El Sínodo es un camino de discernimiento espiritual, de discernimiento eclesial, que se realiza en la adoración, en la oración, en contacto con la Palabra de Dios. Y la segunda lectura justamente hoy nos dice que la Palabra de Dios «es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta el punto de división entre el alma y el espíritu, y escruta las intenciones y pensamientos del corazón» (Heb 4, 12). La Palabra nos abre al discernimiento y lo ilumina. Ella orienta el Sínodo para que no sea una “convención” eclesial, un congreso de estudios o un congreso político, para que no sea un parlamento, sino un evento de gracia, un proceso de curación conducido por el Espíritu. En estos días Jesús nos llama, como hizo con el hombre rico del Evangelio, a vaciarnos, a liberarnos de lo que es mundano, y también de nuestras cerrazones y de nuestros modelos pastorales repetitivos; a interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere conducirnos.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen camino juntos! Que podamos ser peregrinos enamorados del Evangelio, abiertos a las sorpresas del Espíritu Santo. No perdamos las ocasiones de gracia del encuentro, de la escucha recíproca, del discernimiento. Con la alegría de saber que, mientras buscamos al Señor, es Él quien primero viene a nuestro encuentro con su amor.

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