CATEQUESIS DEL PAPA: SOMOS LIBRES EN LA MEDIDA QUE SERVIMOS A LOS DEMÁS (20/10/2021)

El Papa Francisco, en la Catequesis de este 20 de octubre desarrolló el tema de la libertad en la Carta a los Gálatas del Apóstol San Pablo. En los primeros momentos de la Audiencia, un niño se acercó al Papa para saludarlo, y el Santo Padre, refiriéndose a esta situación, afirmó sobre la libertad del niño para acercarse y no tener miedo, “como si estuviera en su casa”, y añadió: “agradezco a este niño la lección que nos ha dado a todos”. El Papa puntualizó que el núcleo de la vivencia de la libertad no es “un modo de vivir libertino, según la carne”, sino todo lo contrario, la “libertad en Cristo nos lleva a estar al servicio de los demás”. Compartimos a continuación, el texto de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estos días estamos hablando de la libertad de la fe, escuchando la Carta a los Gálatas. Pero me ha venido a la mente lo que Jesús decía sobre la espontaneidad y la libertad de los niños, cuando este niño ha tenido la libertad de acercarse y moverse como si estuviera en su casa... Y Jesús nos dice: “También ustedes, si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los Cielos”. La valentía de acercarse al Señor, de estar abiertos al Señor, de no tener miedo del Señor: yo agradezco a este niño por la lección que nos ha dado a todos nosotros. Y que el Señor lo ayude en su limitación, en su crecimiento porque ha dado este testimonio que le ha venido del corazón. Los niños no tienen un traductor automático del corazón a la vida: el corazón va adelante.

El Apóstol Pablo, con su Carta a los Gálatas, poco a poco nos introduce en la gran novedad de la fe, lentamente. Es en verdad una gran novedad, porque no renueva solo algún aspecto de la vida, sino que nos lleva dentro de esa “vida nueva” que hemos recibido con el Bautismo. Allí se ha derramado sobre nosotros el don más grande, el de ser hijos de Dios. Renacidos en Cristo, hemos pasado de una religiosidad hecha de preceptos a la fe viva, que tiene su centro en la comunión con Dios y con los hermanos, es decir, en la caridad. Hemos pasado de la esclavitud del miedo y del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Otra vez la palabra libertad.

Buscamos hoy entender mejor cuál es para el Apóstol el corazón de esta libertad. Pablo afirma que la libertad está lejos de ser «un pretexto para la carne» (Gal 5, 13): la libertad, entonces, no es un vivir libertino, según la carne o según el instinto, los deseos individuales y las propias pulsiones egoístas; al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar —escribe el Apóstol— «al servicio los unos de los otros» (ibíd.). ¿Pero esto es esclavitud? Pues sí, la libertad en Cristo tiene algo de “esclavitud”, alguna dimensión que nos lleva al servicio, a vivir para los demás. La verdadera libertad, en otras palabras, se expresa plenamente en la caridad. Una vez más nos encontramos ante la paradoja del Evangelio: somos libres en el servir, no en el hacer lo que queremos. Somos libres en el servir, y ahí viene la libertad; nos encontramos plenamente en la medida en que nos donamos. Nos encontramos plenamente a nosotros en la medida en que nos donamos, en que tenemos la valentía de donarnos; poseemos la vida si la perdemos (cf. Mc 8, 35). Esto es Evangelio puro.

¿Pero cómo se explica esta paradoja? La respuesta del apóstol es tan sencilla como comprometedora: «mediante el amor» (Gal 5, 13). No hay libertad sin amor. La libertad egoísta del hacer lo que quiero no es libertad, porque vuelve sobre sí misma, no es fecunda. Es el amor de Cristo que nos ha liberado y es también el amor que nos libera de la peor esclavitud, la de nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor. Pero cuidado: no con el amor intimista, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos apetece y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: este es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que resplandece en el servicio gratuito, modelado sobre el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: «Les he dado un ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes» (Jn 13, 15). Servir los unos a los otros.

Para Pablo entonces, la libertad no es “hacer lo que me parece y me gusta”. Este tipo de libertad, sin un fin y sin referencias, sería una libertad vacía, una libertad de circo: no funciona. Y de hecho deja el vacío dentro: cuántas veces, después de haber seguido sólo el instinto, nos damos cuenta de quedar con un gran vacío dentro y haber usado mal el tesoro de nuestra libertad, la belleza de poder elegir el verdadero bien para nosotros y para los demás. Solo esta libertad es plena, concreta, y nos inserta en la vida real de cada día. La verdadera libertad nos libera siempre, en cambio cuando buscamos esa libertad de “lo que me gusta y no me gusta”, al final quedamos vacíos.

En otra carta, la primera a los Corintios, el apóstol responde a quien sostiene una idea equivocada de libertad. «Todo es lícito», dicen estos. «Sí, pero no todo es conveniente», responde Pablo. «Todo es lícito, pero no todo edifica», rebate el Apóstol. Y después añade: «Que nadie busque su propio interés, sino el de los demás» (1 Cor 10, 23-24). Esta es la regla para desenmascarar cualquier libertad egoísta. También, a quien está tentado de reducir la libertad solo a los propios gustos, Pablo pone delante la exigencia del amor. La libertad guiada por el amor es la única que hace libres a los demás y a nosotros mismos, que sabe escuchar sin imponer, que sabe querer sin forzar, que edifica y no destruye, que no explota a los demás para su propia comodidad y les hace el bien sin buscar su propio beneficio. En resumen, si la libertad no está al servicio —este es el test— si la libertad no está al servicio del bien corre el riesgo de ser estéril y no dar fruto. En cambio, la libertad animada por el amor conduce hacia los pobres, reconociendo en sus rostros el de Cristo. Por eso el servicio de los unos hacia los otros permite a Pablo, escribiendo a los Gálatas, subrayar algo de ninguna manera secundario: así, hablando de la libertad que los otros apóstoles le dieron para evangelizar, subraya que le recomendaron sólo una cosa: acordarse de los pobres (cf. Gal 2, 10). Esto es interesante. Cuando después de esa lucha ideológica entre Pablo y los Apóstoles se pusieron de acuerdo, qué le dijeron los apóstoles: “Sigue adelante, sigue adelante y no te olvides de los pobres”, es decir que tu libertad de predicador sea una libertad al servicio de los demás, no para ti mismo, para hacer lo que te gusta.

Sabemos en cambio, que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad termina donde empieza la tuya”. ¡Pero aquí falta la relación, el vínculo! Es una visión individualista. Sin embargo, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Jesús no puede pensar que la libertad consiste en estar lejos de los demás, sintiéndoles como molestia, no puede ver el ser humano encaramado en sí mismo, sino siempre inserto en una comunidad. La dimensión social es fundamental para los cristianos, y les permite mirar al bien común y no al interés privado.

Sobre todo en este momento histórico, necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que necesitamos los unos de los otros, pero no basta con saberlo, es necesario elegirlo cada día concretamente, decidir sobre ese camino. Decimos y creemos que los demás no son un obstáculo a mi libertad, sino que son la posibilidad para realizarla plenamente. Porque nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad.

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