DEN FELICIDAD CON EL ARTE, DIFUNDAN SERENIDAD, COMUNIQUEN ARMONÍA: PALABRAS DEL PAPA A UNA DELEGACIÓN DE LA FUNDACIÓN “ARENA DE VERONA” (18/01/2024)

El Papa Francisco, al recibir esta mañana en la Sala Clementina a los miembros de la Fundación italiana “Arena de Verona”, les exhortó a dar al público felicidad, difundir serenidad y comunicar armonía. Humildad y generosidad: dos virtudes del verdadero artista de las que nos habla su historia, les dijo el Santo Padre, animándolos a continuar con este trabajo y a hacerlo con amor, no tanto por el éxito personal, sino por la alegría de dar algo hermoso a los demás. Compartimos a continuación el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Excelencia, distinguidas autoridades, queridos amigos, bienvenidos:

Me alegra acogerlos con ocasión de las celebraciones del centenario del “renacimiento” de la Arena de Verona, que comenzó en 1913 con la gran representación de Aída, de Giuseppe Verdi, y ha continuado hasta hoy. Cien temporadas de actividad artística del más alto nivel, que han recogido y mantenido viva una valiosa herencia del pasado, para transmitirla aún más rica a las generaciones futuras. Y esto es muy hermoso: es una forma inteligente, creativa y concreta de gratitud y caridad.

La herencia de la que hablamos es multiforme. El edificio mismo de la Arena, en primer lugar, tiene una historia de veinte siglos, y se ha conservado a lo largo del tiempo precisamente gracias al hecho de que siempre ha sido un lugar vivo. Como sucede a menudo, se ha adaptado a diversos usos, protagonista de fortunas alternas: valorado, en algunos periodos, en su función original de lugar de espectáculo; degradado, en otros, a los usos más humildes, hasta el punto de correr el riesgo, en algunos momentos, de quedar reducido incluso a una cantera de piedra. Sin embargo, siempre ha sido rescatado por el afecto con el que los veroneses han protegido de vez en vez su supervivencia, volviendo a restaurarlo una y otra vez. Y así llegó a principios del siglo XX para alojar el nacimiento de lo que se convertiría en la hermosa aventura del Festival, ahora ya centenaria.

Cuánto trabajo en todo eso, cuánta dedicación y cuánto esfuerzo: desde el de quienes construyeron y reconstruyeron las estructuras, al de los autores y artistas, al de los organizadores de los diferentes eventos y al de todo aquellos, muchísimos, quizá la mayoría, que han trabajado, como suele decirse, “entre bastidores”. Pensando en eso, me viene a la mente lo que San Pablo dice de la Iglesia cuando la compara con un cuerpo que tiene muchos miembros: cada parte es complementaria a las demás en su función específica (cf. 1 Cor 12, 1-27). Cien años de arte, en efecto, no pueden ser producidos por una sola persona, ni siquiera por un pequeño grupo de elegidos: requieren la contribución de una gran comunidad, cuya obra va más allá de la existencia misma de los individuos y en la que quienes trabajan saben que están construyendo algo no sólo para sí mismos, sino también para los que vendrán después. Por eso, al mirarlos, veo junto a ustedes a la multitud aún más grande de hombres y mujeres que los han precedido y que, idealmente, traen aquí: una multitud siempre presente, incluso en el escenario, en cada espectáculo, que nos recuerda lo importante que es, en el arte como en la vida, ser humildes y generosos. Humildad y generosidad: ¡dos virtudes del verdadero artista de las que nos habla su historia!

Los animo entonces a continuar esta obra, y a hacerlo con amor, no tanto por el éxito personal, sino por la alegría de dar algo hermoso a los demás. ¡Den felicidad con el arte, difundan serenidad, comuniquen armonía! Todos lo necesitamos tanto. Los bendigo de corazón. Y les pido, no se olviden de orar por mí.

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