JESÚS, AYÚDANOS A DAR CARNE Y VIDA A NUESTRA FE: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DE LA NOCHE DE NAVIDAD (24/12/2022)

En la Homilía de la Misa de la Noche de Navidad, este 24 de diciembre, el Papa Francisco invitó a mirar el pesebre donde nace Jesús, para hacer renacer la confianza en su cercanía, la caridad hacia los últimos y la esperanza “en quien la ha perdido” haciendo “algo bueno”. También denunció que los hombres, “hambrientos de poder y dinero, consumen incluso a sus vecinos, a sus hermanos” en las guerras. Transcribimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Esta noche, ¿qué nos dice aún a nuestras vidas? Después de dos milenios del nacimiento de Jesús, después de muchas navidades festejadas entre decoraciones y regalos, después de tanto consumismo que ha envuelto el misterio que celebramos, hay un riesgo: sabemos muchas cosas sobre la Navidad, pero olvidamos su significado. Y entonces, ¿cómo reencontrar el sentido de la Navidad? Y sobre todo, ¿dónde ir a buscarlo? El Evangelio del nacimiento de Jesús parece escrito precisamente para eso: para tomarnos de la mano y llevarnos de nuevo ahí a donde Dios quiere. Sigamos el Evangelio.

Inicia de hecho con una situación similar a la nuestra: todos están presionados y ocupados por un importante evento que hay que celebrar, el gran censo, que requería muchos preparativos. En tal sentido, el clima de entonces era similar al que nos envuelve hoy en Navidad. Pero de ese escenario mundano el relato del Evangelio toma distancia: “separa” rápidamente la imagen para enmarcar otra realidad, sobre la cual insiste. Se detiene sobre un pequeño objeto, aparentemente insignificante, que menciona tres veces y sobre el cual los protagonistas del relato convergen: primero María, que pone a Jesús «en un pesebre» (Lc 2, 7); después los ángeles, que anuncian a los pastores «un niño envuelto en pañales, recostado en un pesebre» (v. 12); después los pastores, que encuentran «al niño, recostado en el pesebre» (v. 16). El pesebre: para reencontrar el sentido de la Navidad es necesario mirar ahí. ¿Pero por qué el pesebre es tan importante? Porque es el signo, no casual, con el que Cristo entra en la escena del mundo. Es el manifiesto con el que se presenta, la manera en que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia. ¿Qué nos quiere decir entonces a través del pesebre? Nos quiere decir al menos tres cosas: cercanía, pobreza y concreción.

1 Cercanía. El pesebre sirve para llevar el alimento cerca de la boca y consumirlo más aprisa. Puede también simbolizar un aspecto de la humanidad: la voracidad en el consumo. Porque, mientras los animales en el establo consumen alimento, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y dinero, consumen incluso a sus vecinos, a sus hermanos. ¡Cuántas guerras! ¡Y en cuántos lugares, aún hoy, la dignidad y la libertad son pisoteadas! Y siempre las principales víctimas de la voracidad humana son los frágiles, los débiles. También en esta Navidad una humanidad insaciable de dinero, insaciable de poder e insaciable de placer no hace lugar, como fue para Jesús (cf. v. 7), a los más pequeños, a tantos por nacer, pobres, olvidados. Pienso sobre todo en los niños devorados por las guerras, la pobreza y la injusticia. Pero Jesús viene precisamente ahí, niño en el pesebre del descarte y del rechazo. En Él, niño de Belén, está todo niño. Y está la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de los niños.

En el pesebre del rechazo y de la incomodidad, Dios se acomoda: viene ahí, porque ahí está el problema de la humanidad, la indiferencia generada por la prisa voraz de poseer y consumir. Cristo nace ahí y en ese pesebre lo descubrimos cercano. Viene a donde se devora el alimento para hacerse en nuestro alimento. Dios no es un padre que devora a sus hijos, sino el Padre que en Jesús nos hace sus hijos y nos alimenta de ternura. Viene a tocarnos el corazón y a decirnos que la única fuerza que cambia el curso de la historia es el amor. No se queda distante, no se queda poderoso, sino que se hace próximo y humilde; Él, que se sentaba en el cielo, se deja recostar en un pesebre.

Hermano, hermana, Dios esta noche se hace cercano a ti porque le importas. Desde el pesebre, como alimento para tu vida, te dice: “Si te sientes consumido por los eventos, si tu sentido de culpa y tu insuficiencia te devoran, si tienes hambre de justicia, yo, Dios, estoy contigo. Sé lo que vives, lo he probado en aquel pesebre. Conozco tus miserias y tu historia. Nací para decirte que estoy y estaré siempre cerca”. El pesebre de Navidad, primer mensaje de un Dios infante, nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca. Valentía, no te dejes vencer por el miedo, por la resignación, por el desconsuelo. Dios nace en un pesebre para hacerte renacer precisamente ahí, donde pensabas haber tocado fondo. No hay mal, no hay pecado del que Jesús no quiera y no pueda salvarte. Navidad quiere decir que Dios está cerca: ¡que renazca la fe!

2 El pesebre de Belén, además que de cercanía, nos habla también de pobreza. Alrededor de un pesebre, de hecho, no hay mucho: paja y algún animal y muy poco más. Las personas estaban resguardándose en las posadas, no en el frío establo de un alojamiento. Pero Jesús nace ahí y el pesebre nos recuerda que no quiso nada más alrededor, sino a quien lo quiere: María, José y los pastores; toda gente pobre, unidos por afecto y asombro, no por riquezas y grandes posibilidades. El pobre pesebre hace entonces surgir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas.

Y la primera persona, la primera riqueza, es precisamente Jesús. ¿Pero nosotros queremos estar a su lado? ¿Nos acercamos a Él, amamos su pobreza? ¿O preferimos permanecer cómodos en nuestros intereses? Sobre todo, ¿lo visitamos ahí donde se encuentra, es decir en los pobres pesebres de nuestro mundo? Ahí Él está presente. Y nosotros estamos llamados a ser una Iglesia que adora a Jesús pobre y sirve a Jesús en los pobres. Como dijo un Obispo santo: «La Iglesia apoya y bendice los esfuerzos para transformar las estructuras de injusticia y pone solamente una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en un auténtico beneficio para los pobres» (O.A. Romero, Mensaje pastoral para el año nuevo, 1º de enero 1980). Es verdad, no es fácil dejar el cálido sopor de la mundanidad para abrazar la belleza desnuda de la gruta de Belén, pero recordemos que no es realmente Navidad sin los pobres. Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús. Hermanos, hermanas, en Navidad Dios es pobre: ¡que renazca la caridad!

3 Llegamos así al último punto: el pesebre nos habla de concreción. De hecho, un niño en un pesebre representa una escena que impacta, incluso cruda. Nos recuerda que Dios se hizo realmente carne. Y entonces sobre Él ya no bastan las teorías, los bellos pensamientos y los piadosos sentimientos. Jesús, que nace pobre, vivirá pobre y morirá pobre, no hizo muchos discursos sobre la pobreza, pero la vivió hasta el fondo por nosotros. Del pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: del nacimiento a la muerte el hijo del carpintero abrazó la rugosidad del leño, la aspereza de nuestra existencia. ¡No nos amó de palabras, no nos amó de broma!

Y entonces, no se contenta con apariencias. No quiere solo buenos propósitos, Él que se hizo carne. Él que nació en el pesebre, busca una fe concreta, hecha de adoración y caridad, no de habladurías y exterioridad. Él, que se coloca desnudo en el pesebre y se colocará desnudo en la cruz, nos pide verdad, ir a la desnuda realidad de las cosas, deponer a los pies del pesebre excusas, justificaciones e hipocresías. Él, que fue tiernamente envuelto en pañales por María, quiere que nos revistamos de amor. Dios no quiere apariencia, sino concreción. No dejemos pasar esta Navidad, hermanos y hermanas, sin hacer algo bueno. ¡Ya que es su fiesta, su cumpleaños, hagámosle regalos que le agraden! En Navidad Dios es concreto: ¡en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza en quien la ha perdido!

Jesús, te miramos a Ti, recostado en el pesebre. Te vemos tan cercano, cerca de nosotros para siempre: gracias, Señor. Te vemos pobre, para enseñarnos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres: perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros: Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén.

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