CATEQUESIS DEL PAPA: EL AMOR DESARMADO Y QUE DESARMA DE JESÚS (28/12/2022)
La Navidad con San Francisco de Sales
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y nuevamente feliz Navidad.
Este tiempo litúrgico nos invita a detenernos y reflexionar sobre el misterio de la Navidad. Y ya que precisamente hoy, hoy, se cumple el cuarto centenario de la muerte de San Francisco de Sales, Obispo y Doctor de la Iglesia, podemos inspirarnos en algunos de sus pensamientos. Él escribió mucho sobre la Navidad. A este respecto, tengo el placer de anunciar que hoy se publica la Carta Apostólica que conmemora tal aniversario. El título es “Todo pertenece al amor”, retomando una expresión característica de San Francisco de Sales. De hecho, así lo escribía en su Tratado sobre el amor de Dios: «En la Santa Iglesia todo pertenece al amor, vive en el amor, se hace por amor y viene del amor» (Ed. Paulinas, Milán 1989, p. 80). Y ojalá todos nosotros pudiéramos ir por este camino del amor, tan hermoso.
Intentemos ahora profundizar un poco en el misterio del nacimiento de Jesús, “en compañía” de San Francisco de Sales. Así, unimos las dos conmemoraciones.
San Francisco de Sales, en una de las muchas cartas dirigidas a Santa Juana Francisca de Chantal, escribe así: «Me parece ver a Salomón en su gran trono de marfil, dorado y esculpido, que no tuvo igual en ningún reino, como dice la Escritura (1 Re 10, 18-20); ver, en fin, a ese rey que no tuvo igual en gloria y magnificencia (cf. 1 Re 10, 23). Pero prefiero cien veces ver al querido pequeño Niño en el pesebre, más que a todos los reyes en sus tronos» [1]. Es hermoso lo que decía. Jesús, el Rey del universo, nunca se sentó en un trono, nunca: nació en un establo – así lo vemos representado –, envuelto en pañales y recostado en un pesebre; y finalmente murió en una cruz y, envuelto en una sábana, fue depositado en el sepulcro. En efecto, el evangelista Lucas, al relatar el nacimiento de Jesús, insiste mucho en el detalle del pesebre. Esto significa que es muy importante no solo como detalle logístico, sino como elemento simbólico para entender ¿qué? Para entender qué clase de Mesías es Aquel que nació en Belén, qué clase de Rey: quién es Jesús. Mirando el pesebre, mirando la cruz, mirando su vida de sencillez, podemos entender quién es Jesús. Jesús es el Hijo de Dios que nos salva haciéndose hombre, como nosotros, despojándose de su gloria y humillándose (cf. Flp 2, 7-8). Este misterio lo vemos concretamente en el punto central del pesebre, es decir, en el Niño que yace en un pesebre. Este es “el signo” que Dios nos da en Navidad: lo fue entonces para los pastores de Belén (cf. Lc 2, 12), lo es hoy y lo será siempre. Cuando los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús: “Vayan a buscarlo”; y el signo es: encontrarán un niño sobre un pesebre. Esa es la señal: el trono de Jesús es el pesebre o el camino, durante su vida cuando predicaba, o la cruz al final de la vida: Este es el trono de nuestro rey.
Este signo nos muestra el “estilo” de Dios. Y ¿cuál es el estilo de Dios? Nunca lo olviden: el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura. Nuestro Dios es cercano, compasivo y tierno. En Jesús se ve este estilo de Dios. Con este estilo suyo, Dios nos atrae hacia sí. No nos toma por la fuerza, no nos impone su verdad y su justicia, no hace proselitismo con nosotros, no: quiere atraernos con el amor, con la ternura, con la compasión. En otra carta, San Francisco de Sales escribe: «El imán atrae al hierro y el ámbar atrae a la paja y al heno. Pues bien, ya sea que seamos hierro por nuestra dureza, como si somos paja por nuestra debilidad, debemos dejarnos atraer por este pequeño Niñito celestial» [2]. Nuestras fuerzas, nuestras debilidades, se resuelven solamente ante el pesebre, delante de Jesús, o ante la cruz: Jesús despojado, Jesús pobre; pero siempre con su estilo de cercanía, compasión y ternura. Dios ha encontrado el medio de atraernos seamos como seamos: con el amor. No un amor posesivo y egoísta, como desgraciadamente es muy a menudo el amor humano. Su amor es puro don, pura gracia, es todo y solo para nosotros, para nuestro bien. Y así nos atrae, con este amor desarmado y también que desarma, porque cuando vemos esta sencillez de Jesús, también nosotros tiramos las armas de la soberbia y vamos allí, humildes, a pedir salvación, a pedir perdón, a pedir luz para nuestra vida, para poder ir hacia adelante. No se olviden del trono de Jesús: el pesebre y la cruz, este es el trono de Jesús.
Otro aspecto que destaca en el pesebre es la pobreza – de verdad hay pobreza, allí –, entendida como renuncia a toda vanidad mundana. Cuando nosotros vemos el dinero que se gasta por la vanidad: tanto dinero por la vanidad mundana, tantos esfuerzos, tantas investigaciones por la vanidad; mientras Jesús nos hace ver la humildad. San Francisco de Sales escribe: «¡Dios mío, cuántos santos afectos hace surgir este nacimiento en nuestros corazones! Sobre todo, sin embargo, nos enseña la perfecta renuncia a todos los bienes, a toda la pompa […] de este mundo. No lo sé, pero no encuentro otro misterio en el que se mezclen tan suavemente la ternura y la austeridad, el amor y el rigor, la dulzura y la aspereza» [3]: todo esto lo vemos en el pesebre. Sí, tengamos cuidado de no resbalar en la caricatura mundana de la Navidad. Y esto es un problema, porque la Navidad es esto. Pero, hoy vemos que hay “otra Navidad” entre comillas, es la caricatura mundana de la Navidad, que reduce la Navidad a una fiesta consumista y endulzada. Hace falta hacer fiesta, hace falta, pero que esto no sea la Navidad, la Navidad es otra cosa. El amor de Dios no es meloso, nos lo demuestra el pesebre de Jesús. El amor de Dios no es un buenismo hipócrita que esconde la búsqueda de placeres y comodidades. Nuestros viejos, que habían conocido la guerra y también el hambre, lo sabían bien: la Navidad es alegría y fiesta, ciertamente, pero en la sencillez y en la austeridad.
Y concluimos con un pensamiento de San Francisco de Sales que retomé también en la Carta Apostólica. Se lo dictó a las Hermanas de la Visitación – ¡imagínense! – dos días antes de morir. Y decía: «¿Ven al Niño Jesús en la cuna? Acepta todas las inclemencias del tiempo, el frío y todo lo que su Padre permite que le suceda. No rechaza las pequeñas consolaciones que su Madre le da, y no está escrito que haya extendido alguna vez sus manos al pecho de su Madre, sino que dejó todo al cuidado y previsión de ella; así que no debemos desear nada ni rehusar nada, soportando todo lo que Dios nos enviará, el frío y las inclemencias del tiempo» [4]. Y aquí, queridos hermanos y hermanas, hay una gran enseñanza, que nos viene del Niño Jesús a través de la sabiduría de San Francisco de Sales: no desear nada y no rechazar nada, aceptar todo lo que Dios nos manda. Pero ¡cuidado! Siempre y solo por amor, porque Dios nos ama y quiere siempre y solo nuestro bien.
Miremos el pesebre, que es el trono de Jesús, miremos a Jesús en las calles de Judea, de Galilea, predicando el mensaje del Padre y miremos a Jesús en el otro trono, en la cruz. Esto es lo que nos ofrece Jesús: el camino, pero este es el camino de la felicidad.
A todos ustedes y a sus familias, ¡feliz tiempo de Navidad y buen inicio del nuevo año!
[1] A la madre de Chantal, Annecy, 25 de diciembre 1613, en Tutte le lettere, vol. II (1619-1622), edición de L. Rolfo, Paulinas, Roma 1967, 402-403 (Œuvres de Saint François de Sales, edición completa, Annecy, Tomo XVI, 120-121).
[2] A una religiosa, París, hacia el 6 de enero 1619, en Tutte le lettere, vol. III (1619-1622), edición de L. Rolfo , Paulinas, Roma 1967, 10 (Œuvres de Saint François de Sales, edición completa, Annecy, Tome XVIII, 334-335).
[3] A una religiosa de la Abadía de Santa Catalina, Annecy, 25 o 26 de diciembre 1621, en Tutte le lettere, vol. III (1619-1622), edición de L. Rolfo , Paulinas, Roma 1967, 615 (Œuvres de Saint François de Sales, edición completa, Annecy, Tome XX, 212).
[4] Entretenimientos espirituales, Paulinas, Milán 2000, 463 (F. De Sales, Entretiens spirituels, Œuvres. Textos presentados y anotados por A. Ravier con la colaboración de R. Devos, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, París 1969, 1319).
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