HOY HAY HAMBRE DE PAZ, QUE DIOS ILUMINE LAS MENTES DE QUIEN PUEDE DETENER LAS ARMAS: MENSAJE NAVIDEÑO DEL PAPA (25/12/2022)

En el tradicional mensaje previo a la bendición de Navidad, el Papa Francisco recordó este 25 de diciembre que “Jesús, luz verdadera”, viene a un mundo enfermo de indiferencia”. Después dirigió la mirada a los dramas que tienen lugar en Siria, Líbano, Myanmar, Irán, Yemen, Haití y África. El Santo Padre denunció que “cada día grandes cantidades de alimento son desperdiciadas y se gastan recursos para las armas” pidiendo además que “no se utilice el alimento como arma”, lanzando nuevamente un llamado para “poner fin a esta guerra insensata” haciendo una referencia directa a la situación en Ucrania. Compartimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡feliz Navidad!

Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente de fe y de esperanza; y traiga también el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Él ama!» (Lc 2, 14).

En este día de fiesta volvamos la mirada a Belén. El Señor vino al mundo en una gruta y es recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un alojamiento, a pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino entre nosotros en el silencio y en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores, ni el clamor de voces  humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, la luz que aclara el camino. «Venía al mundo la luz verdadera — dice el Evangelio —, la que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9).

Jesús nace en medio de nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestro vivir cotidiano, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo.

Como los pastores de Belén, dejémonos envolver por la luz y vayamos a ver el signo que Dios nos ha dado. Venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que hacen olvidar quién es el festejado. Salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos induce a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios nacido para nosotros.

Hermanos, hermanas, volvamos a Belén, donde resuena el primer llanto del Príncipe de la  paz. Sí, porque Él mismo, Jesús, Él es nuestra paz: esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando al mundo a su Hijo. San León Magno tiene una expresión que, en lo conciso de la lengua latina, resume el mensaje de este día: «Natalis Domini, Natalis est pacis», «el Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz» (Sermón 6, 5).

Jesucristo es también el camino de la paz. Él, con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. ¡Sigamos este camino! Pero para poder hacerlo, para ser capaces de caminar detrás de Jesús, debemos despojarnos de los pesos que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados.

¿Y cuáles son estos pesos? ¿Cuál es este “lastre”? Son las mismas pasiones negativas que impidieron al rey Herodes y a su corte reconocer y acoger el nacimiento de Jesús: es decir, el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira. Estos pesos impiden ir a Belén, excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, mientras nos es entregado el Príncipe de la paz, vientos de guerra continúan soplando gélidos sobre la humanidad. 

¡Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz, miremos a Belén y fijemos la mirada en el rostro del Niño que nació para nosotros! Y en ese pequeño rostro inocente, reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz.

Que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, en el frío o lejos de sus casas, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra. ¡Que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a cuantos están sufriendo e ilumine las mentes de quien tiene el poder de hacer callar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata! Desafortunadamente, se prefiere escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿quién la escucha?

Nuestro tiempo está viviendo una grave hambre de paz también en otras regiones, en otros  escenarios de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto que pasó a un segundo plano pero que no ha acabado; y pensemos en Tierra Santa, donde en los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al Señor para que allá, en la tierra que lo vio nacer, retomen el diálogo y la búsqueda de confianza recíproca entre palestinos e israelíes. Que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que  viven en todo el Medio Oriente, para que en cada uno de esos países se pueda vivir la belleza de la convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos. Que ayude en particular al  Líbano, para que finalmente pueda recuperarse, con el apoyo de la comunidad internacional y con la fuerza de la fraternidad y de la solidaridad. Que la luz de Cristo ilumine la región del Sahel, donde la convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia. Que oriente hacia una tregua duradera en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar y en Irán, para que cese todo derramamiento de sangre. Que inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, para esforzarse por pacificar las tensiones  políticas y sociales que afectan a varios países; pienso particularmente en el pueblo haitiano, que está sufriendo desde hace mucho tiempo.

En este día, en que es hermoso volver a reunirse alrededor de una mesa bien arreglada, no separemos la mirada de Belén, que significa “casa del pan”, y pensemos en las personas que padecen hambre, sobre todo los niños, mientras cada día grandes cantidades de alimentos se desperdician y se gastan recursos para las armas. La guerra en Ucrania ha agravado aún más la situación, dejando poblaciones enteras con riesgo de hambre, especialmente en Afganistán y en los países del Cuerno de África. Toda guerra — lo sabemos — provoca hambre y explota el alimento mismo como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo. En este día, aprendiendo del Príncipe de la paz, comprometámonos todos, en primer lugar los que tienen responsabilidades políticas, para que el alimento sea solamente un instrumento de paz. Mientras saboreamos la alegría de reencontrarnos con los nuestros, pensemos en las familias que están más heridas por la vida, y en aquellas que, en este tiempo de crisis económica, tienen dificultades a causa de desocupación y les falta lo necesario para vivir.

Queridos hermanos y hermanas, hoy como entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a un mundo enfermo de indiferencia – ¡tremenda enfermedad! – que no lo acoge (cf. Jn 1, 11); es más, lo rechaza, como le ocurre a muchos extranjeros; o lo ignora, como muy a menudo hacemos nosotros con los pobres. No nos olvidemos hoy de tantos desplazados y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos – sabiduría de un pueblo – que corren el riesgo de terminar descartados, de los presos que miramos sólo por sus errores y no como seres humanos.

Hermanos y hermanas, Belén nos muestra la sencillez de Dios, que se revela no a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto (cf. Mt 11, 25). Como los pastores, vayamos también nosotros sin dudarlo y dejémonos asombrar por el evento impensable de Dios que se hace hombre para nuestra salvación. Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre [1] y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud. [2] ¡Feliz Navidad a todos!


[1] cf. San Gregorio Nacianceno, Discurso 45.

[2] cf. ibid.

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