“CARIDAD, PALABRA Y PERDÓN”, LAS CLAVES DEL TESTIMONIO CRISTIANO: ÁNGELUS DEL 26/12/2022

Al saludar a los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita este 26 de diciembre en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre señaló que la liturgia, para ayudarnos a acoger y profundizar mejor la Navidad, prolonga la duración de esta fiesta por ocho días, hasta el 1 de enero. Sin embargo, sorprendentemente, en estos mismos días se conmemoran algunas figuras dramáticas de los santos mártires. El Papa Francisco afirmó que la Navidad no es la fábula del nacimiento de un rey, sino la venida del Salvador, que nos libera del mal tomando sobre sí nuestro mal: el egoísmo, el pecado, la muerte. Y en esto, indicó el Pontífice, los mártires son los más semejantes a Jesús. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz fiesta!

Ayer celebramos la Natividad del Señor y la liturgia, para ayudarnos a acogerlo mejor, extiende la duración de la fiesta hasta el 1º de enero: durante ocho días. Sorprendentemente, sin embargo, estos mismos días se recuerda a algunas figuras dramáticas de santos mártires. Hoy, por ejemplo, San Esteban, el primer mártir cristiano; pasado mañana, los Santos Inocentes, los niños mandados matar por el rey Herodes por miedo a que Jesús le arrebatara el trono (cf. Mt 2, 1-18). En resumen, la liturgia parece precisamente querer alejarnos del mundo de las luces, las comidas y los regalos en los que en estos días podemos estar algo entregados. ¿Por qué?

Porque la Navidad no es la fábula del nacimiento de un rey, sino la venida del Salvador, que nos libra del mal tomando sobre sí nuestro mal: el egoísmo, el pecado, la muerte. Este es nuestro mal: el egoísmo que llevamos dentro, el pecado, porque somos todos pecadores, y la muerte. Y los mártires son los más semejantes a Jesús. De hecho, la palabra mártir significa testigo: los mártires son testigos, es decir, hermanos y hermanas que, a través de su vida, nos muestran a Jesús, que venció el mal con la misericordia. E incluso en nuestros días los mártires son numerosos, más que en los primeros tiempos. Hoy pedimos por estos hermanos y hermanas mártires perseguidos, que dan testimonio de Cristo. Pero nos hará bien preguntarnos: ¿yo doy testimonio de Cristo? ¿Y cómo podemos mejorar en esto, en dar testimonio mejor de Cristo? Nos puede ayudar precisamente la figura de San Esteban.

Ante todo, los Hechos de los Apóstoles nos dicen que era uno de los siete diáconos que la comunidad de Jerusalén había consagrado para el servicio de las mesas, es decir, para la caridad (cf. 6, 1-6). Esto significa que su primer testimonio no lo dio con palabras, sino a través del amor con que servía a los más necesitados. Pero Esteban no se limitaba a esta obra de asistencia. A los que encontraba les hablaba de Jesús: compartía la fe a la luz de la Palabra de Dios y de la enseñanza de los Apóstoles (cf. Hch 7, 1-53.56). Esta es la segunda dimensión de su testimonio: acoger la Palabra y comunicar su belleza, contar cómo el encuentro con Jesús cambia la vida. Esto para Esteban era tan importante, que no se dejó intimidar ni siquiera por las amenazas de sus perseguidores, ni siquiera cuando vio que las cosas para él se ponían mal (cf. v. 54). Caridad y anuncio, este era Esteban. Sin embargo, su testimonio más grande es otro: es que supo unir la caridad al anuncio. Y nos lo dejó cuando estaba a punto de morir, cuando, según el ejemplo de Jesús perdonó a sus asesinos (cf. v. 60; Lc 23, 34).

He aquí entonces, nuestra respuesta a la pregunta: nosotros podemos mejorar nuestro testimonio a través de la caridad hacia los hermanos, la fidelidad a la Palabra de Dios y el perdón. Caridad, Palabra, perdón. Es el perdón el que dice si realmente practicamos la caridad hacia los demás y si vivimos la Palabra de Jesús. El “per-dón” es en de hecho, como indica la propia palabra, un don más grande, un don que damos a los demás porque somos de Jesús, perdonados por Él. Yo perdono porque he sido perdonado: no olvidemos esto… Pensemos, cada uno de nosotros piense en su capacidad de perdonar: ¿cómo es mi capacidad de perdonar, en estos días en los que quizá encontramos, entre muchas, a algunas personas con las que no hemos estado de acuerdo, que nos han herido, con las que nunca hemos vuelto a “coser” nuestras relaciones. Pidamos a Jesús recién nacido la novedad de un corazón capaz de perdonar: ¡todos nosotros tenemos necesidad de un corazón que perdone! Pidamos al Señor esta gracia: Señor, que yo aprenda a perdonar. Pidamos la fuerza para pedir por quienes nos han hecho el mal, pedir por las personas que nos han herido, y dar pasos de apertura y reconciliación. Que el Señor nos dé hoy esta gracia.

Y que María, Reina de los mártires, nos ayude a crecer en la caridad, en el amor a la Palabra y en el perdón.

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