ANTE LO INESPERADO, CONFIAR EN LA VÍA DE LA MISERICORDIA: ÁNGELUS DEL 18/12/2022

En el cuarto y último domingo de Adviento, el Papa Francisco asomado desde la ventana de su estudio en el Palacio apostólico reflexiona como siempre, sobre el Evangelio de este 18 de diciembre que ve a san José en su discernimiento sobre la paternidad del hijo de Dios en el vientre de su prometida María. Una Plaza de San Pedro soleada y repleta de peregrinos entra junto al Pontífice en las tribulaciones de un hombre que sueña para el futuro “una hermosa familia, con una esposa afectuosa, muchos hijos buenos y un trabajo digno; sueños simples y buenos”, pero que parecen romperse ante la noticia del embarazo de su prometida, María. Compartimos a continuación, el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia nos presenta la figura de San José (cf. Mt 1, 18-24). Es un hombre justo que está a punto de casarse. Podemos imaginar lo que sueña para el futuro: una hermosa familia, con una esposa afectuosa y muchos hijos buenos y un trabajo digno; sueños simples y buenos, sueños de la gente sencilla y buena. De improviso, sin embargo, estos sueños se rompen contra un descubrimiento desconcertante: ¡María, su prometida esposa, espera un niño y ese niño no es suyo! ¿Qué habrá sentido José? Desconcierto, dolor, desorientación, quizá también irritación y desilusión… ¡Experimentó que el mundo se derrumba sobre él! ¿Qué puede hacer?

La Ley le da dos posibilidades. La primera es denunciar a María y hacerle pagar el precio de una presunta infidelidad. La segunda es anular su compromiso en secreto, sin exponer a María al escándalo y a graves consecuencias, tomando sin embargo sobre sí el peso de la vergüenza. Y José escoge esta segunda vía, la vía de la misericordia. Y he aquí que, en el corazón de la crisis, precisamente mientras piensa y valora todo esto, Dios enciende en su corazón una luz nueva: en sueños le anuncia que la maternidad de María no procede de una traición, sino que es obra del Espíritu Santo, y el niño que nacerá es el Salvador (cf. v. 20-21); María será la madre del Mesías y él será su custodio. Al despertar, José comprende que el sueño más grande de todo israelita piadoso – ser el padre del Mesías – se está haciendo realidad para él de modo absolutamente inesperado.

Para realizarlo, de hecho, no le bastará con pertenecer a la estirpe de David y ser un fiel observante de la Ley, sino que deberá confiar en Dios por encima de todo, acoger a María y a su hijo de modo completamente distinto de como se esperaba, distinto de cómo siempre se había hecho. En otras palabras, José deberá renunciar a sus certezas que le dan seguridad, a sus planes perfectos, a sus legítimas expectativas y abrirse a un futuro enteramente por descubrir. Y ante Dios, que cambia sus planes y le pide confiar, José responde sí. La valentía de José es heroica y se realiza en el silencio: su valentía consiste en confiar, él confía, acoge, se hace disponible, no pide más garantías.

Hermanos, hermanas, ¿qué nos dice José hoy a nosotros? También nosotros tenemos nuestros sueños, y quizá en Navidad pensamos más en ellos, los discutimos juntos. Quizá añoramos algunos sueños rotos y vemos que las mejores esperanzas a menudo deben enfrentarse a situaciones inesperadas, desconcertantes. Y cuando esto sucede, José nos indica el camino: no hay que ceder a los sentimientos negativos, como la rabia y la cerrazón, ¡este es el camino equivocado! Es necesario, en cambio, acoger las sorpresas, las sorpresas de la vida, incluso las crisis, poniendo atención en algo: que cuando se está en crisis no hay que decidir de prisa según el instinto, sino dejarse pasar por un tamiz, como hizo José, “considerar todas las cosas” (cf. v. 20) y apoyarse en el criterio principal: la misericordia de Dios. Cuando se habita la crisis sin ceder a la cerrazón, a la rabia y al miedo, sino teniendo la puerta abierta a Dios, Él puede intervenir. Él es experto en transformar las crisis en sueños: sí, Dios abre las crisis a perspectivas nuevas, que antes no imaginábamos, quizá no como nosotros nos esperamos, sino como Él sabe. Y estos son, hermanos y hermanas, los horizontes de Dios: sorprendentes, pero infinitamente más amplios y hermosos que los nuestros. Que la Virgen María nos ayude a vivir abiertos a las sorpresas de Dios.

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