CATEQUESIS DEL PAPA: NO CANCELEN EL DIÁLOGO CON EL ESPÍRITU SANTO (21/12/2022)

Continuando con las catequesis sobre el discernimiento, este 21 de diciembre, el Papa Francisco habló sobre las “ayudas” que pueden facilitar este “ejercicio” de la vida espiritual. Siguiendo estas catequesis se podría pensar cuán “complicado” es discernir, pero en realidad – observó el Papa – es la vida la que es complicada y, si no aprendemos a leerla, corremos el riesgo de malgastarla, llevándola adelante con estrategias que terminan por envilecernos. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Las ayudas para el discernimiento

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Continuamos ― están terminando ― las catequesis sobre el discernimiento, y quien ha seguido hasta ahora estas catequesis podría quizá pensar: pero ¡qué complicado es discernir! En realidad, es la vida la que es complicada y, si no aprendemos a leerla, complicada como es, corremos el riesgo de malgastarla, llevándola adelante con estrategias que terminan por envilecernos.

En nuestro primer encuentro habíamos visto que siempre, cada día, lo queramos o no, realizamos actos de discernimiento, en lo que comemos, leemos, en el trabajo, en las relaciones, en todo. La vida nos pone siempre frente a elecciones, y si no las realizamos de forma consciente, al final es la vida la que elige por nosotros, llevándonos donde no quisiéramos.

El discernimiento, sin embargo, no lo hacemos solos. Hoy entramos más específicamente en algunas ayudas que pueden hacer más fácil este ejercicio del discernimiento, indispensable de la vida espiritual, aunque de alguna manera ya las hemos encontrado en el transcurso de estas catequesis. Pero un resumen nos ayudará mucho.

Una primera ayuda indispensable es la confrontación con la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia. Estas nos ayudan a leer lo que se mueve en el corazón, aprendiendo a reconocer la voz de Dios y a distinguirla de otras voces, que parecen imponerse a nuestra atención, pero que al final nos dejan confundidos. La Biblia nos advierte que la voz de Dios resuena en la calma, en la atención, en el silencio. Pensemos en la experiencia del profeta Elías: el Señor le habla no en el viento que rompe las piedras, no en el fuego o en el terremoto, sino que le habla en una brisa ligera (cf. 1 Re 19, 11-12). Es una imagen muy hermosa que nos hace entender cómo habla Dios. La voz de Dios no se impone, la voz de Dios es discreta, respetuosa, yo me permitiría decir que la voz de Dios es humilde, y precisamente por esto es pacificadora. Y solo en la paz podemos entrar en lo profundo de nosotros mismos y reconocer los deseos auténticos que el Señor ha puesto en nuestro corazón. Y muchas veces no es fácil entrar en esa paz del corazón, porque estamos ocupados en muchas cosas todo el día… Pero por favor, cálmate un poco, entra en ti mismo, en ti misma. Dos minutos, detente. Mira qué siente tu corazón. Hagamos esto, hermanos y hermanas, nos ayudará mucho, porque en ese momento de calma escuchamos enseguida la voz de Dios que nos dice: “Mira, es bueno lo que estás haciendo…”. Dejemos en la calma que venga enseguida la voz de Dios. Nos espera para esto.

Para el creyente, la Palabra de Dios no es simplemente un texto que hay que leer, la Palabra de Dios es una presencia viva, es una obra del Espíritu Santo que conforta, instruye, da luz, fuerza, descanso y gusto por vivir. Leer la Biblia, leer un fragmento, uno o dos pedacitos de la Biblia, son como pequeños telegramas de Dios que te llegan enseguida al corazón. La Palabra de Dios es un poco ― y no exagero ―, es un poco como un verdadero anticipo de paraíso. Y lo había comprendido bien un gran santo y pastor, Ambrosio, Obispo de Milán, que escribía: «Cuando leo la divina Escritura, Dios vuelve a pasear en el paraíso terrestre» (Epist., 49, 3). Con la Biblia nosotros abrimos la puerta a Dios que pasea. Interesante…

Esta relación afectiva con la Biblia, con la Escritura, con el Evangelio, lleva a vivir una relación afectiva con el Señor Jesús: ¡no tengan miedo de esto! El corazón habla al corazón, y esta es otra ayuda indispensable y que no debe darse por descontada. Muchas veces podemos tener una idea distorsionada de Dios, considerándolo como un juez hosco, un juez severo, preparado para atraparnos en el error. Jesús, al contrario, nos revela un Dios lleno de compasión y de ternura, dispuesto a sacrificarse a sí mismo para salir a nuestro encuentro, precisamente como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32). Una vez, alguien preguntó ― no sé si a su mamá o a su abuela, me lo contaron ― “¿qué debo hacer, en este momento?”“Escucha a Dios, Él te dirá qué debes hacer. Abre el corazón a Dios”: un hermoso consejo. Recuerdo una vez, en una peregrinación de jóvenes, que se hace una vez al año al Santuario de Luján, a 70 kilómetros de Buenos Aires: se hace todo el día para llegar allí; yo tenía la costumbre de confesar durante la noche. Se acercó un joven, unos 22 años, todo lleno de tatuajes. “Dios mío ―pensé yo― ¿qué será este?”. Y me dijo: “Sabe usted, vine porque tengo un problema grave y se lo he contado a mi madre y mi madre me dijo: ‘Ve con la Virgen, haz la peregrinación, y la Virgen te dirá’. Y vine. Tuve contacto con la Biblia, aquí, escuché la Palabra de Dios y me tocó el corazón y debo hacer esto, esto, esto, esto, esto”. La Palabra de Dios te toca el corazón y te cambia la vida. Y así lo he visto muchas veces, esto, muchas veces. Porque Dios no quiere destruirnos, Dios quiere que seamos más fuertes, más buenos cada día. Quien permanece ante el Crucificado advierte una paz nueva, aprende a no tener miedo de Dios, porque Jesús en la cruz no da miedo a nadie, es la imagen de la impotencia total y a la vez del amor más pleno, capaz de enfrentar cualquier prueba por nosotros. Los santos siempre han tenido una predilección por Jesús Crucificado. El relato de la Pasión de Jesús es el camino maestro para confrontarnos con el mal sin ser abrumados por él; en ella no hay juicio ni tampoco resignación, porque es atravesada por una luz más grande, la luz de la Pascua, que permite ver en esas acciones terribles un designio más grande, que ningún impedimento, obstáculo o fracaso puede hacer vano. La Palabra de Dios siempre te hace mirar hacia otro lado: es decir, está la cruz, aquí, es terrible, pero hay otra cosa, una esperanza, una resurrección. La Palabra de Dios te abre todas las puertas, porque Él, el Señor, es la puerta. Tomemos el Evangelio, tomemos la Biblia en la mano: cinco minutos al día, no más. Lleven un Evangelio de bolsillo con ustedes, en el bolso, y cuando estén de viaje tómenlo y lean un poco, durante el día, un pedacito, dejen que la Palabra de Dios se acerque al corazón. Hagan esto y verán cómo cambiará su vida con la cercanía a la Palabra de Dios. “Sí, Padre, pero yo estoy acostumbrado a leer la Vida de los Santos”: esto hace bien, hace bien, pero no dejen la Palabra de Dios. Toma el Evangelio contigo, y léelo, aunque sea sólo un minuto al día.

Es muy hermoso pensar en la vida con el Señor como una relación de amistad que crece día tras día. ¿Han pensado en esto? ¡Es el camino! Pensemos en Dios que nos ama, ¡nos quiere como amigos! La amistad con Dios tiene la capacidad de cambiar el corazón; es uno de los grandes dones del Espíritu Santo, la piedad, que nos hace capaces de reconocer la paternidad de Dios. Tenemos un Padre tierno, un Padre afectuoso, un Padre que nos ama, que nos ha amado desde siempre: cuando se experimenta, el corazón se derrite y caen dudas, miedos, sensaciones de indignidad. Nada puede oponerse a este amor del encuentro con el Señor.

Y esto nos recuerda otra gran ayuda, el don del Espíritu Santo, que está presente en nosotros, y que nos instruye, hace viva la Palabra de Dios que leemos, sugiere significados nuevos, abre puertas que parecían cerradas, indica sendas de vida allí donde parecía que hubiera sólo oscuridad y confusión. Yo les pregunto: ¿ustedes oran al Espíritu Santo? ¿Pero quién es este gran Desconocido? Nosotros oramos al Padre, sí, el Padre Nuestro, oramos a Jesús, ¡pero olvidamos al Espíritu! Una vez, haciendo la catequesis a los niños, hice una pregunta: “¿Quién de ustedes sabe quién es el Espíritu Santo?”. Y un niño: “¡Yo lo sé!” ― “¿Y quién es?” – “El paralítico” ¡me dijo! Él había oído “el Paráclito”, y pensaba que era un paralítico. Y muchas veces ― esto me hizo pensar ― para nosotros el Espíritu Santo está ahí, como si fuera una Persona que no cuenta. ¡El Espíritu Santo es el que te da vida al alma! Déjenlo entrar. Hablen con el Espíritu, así como hablan con el Padre, como hablan con el Hijo: hablen con el Espíritu Santo ― ¡que no tiene nada de paralítico! En Él está la fuerza de la Iglesia, es el que te lleva adelante. El Espíritu Santo es discernimiento en acción, presencia de Dios en nosotros, es el don, el regalo más grande que el Padre asegura a aquellos que lo piden (cf. Lc 11, 13). ¿Y Jesús cómo lo llama? “El don”: “Premanezcan aquí en Jerusalén esperando el don de Dios”, que es el Espíritu Santo. Es interesante llevar la vida en amistad con el Espíritu Santo: Él te cambia, Él te hace crecer.

La Liturgia de las Horas hace iniciar los principales momentos de oración de la jornada con esta invocación: «Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme». “¡Señor, ayúdame!”, porque solo no puedo ir adelante, no puedo amar, no puedo vivir… Esta invocación de salvación es la petición irreprimible que brota de lo profundo de nuestro ser. El discernimiento tiene el objetivo de reconocer la salvación que el Señor ha obrado en mi vida, me recuerda que nunca estoy solo y que, si estoy luchando, es porque lo que está en juego es importante. El Espíritu siempre está con nosotros. “Oh, Padre, he hecho algo malo, tengo que ir a confesarme, no puedo hacer nada…”. Pero ¿has hecho algo malo? Habla con el Espíritu que está contigo y dile: “Ayúdame, hice esto terrible”. Pero no cancelen el diálogo con el Espíritu Santo. “Padre, estoy en pecado mortal”: no importa, habla con Él para que te ayude a recibir el perdón. Nunca dejen este diálogo con el Espíritu Santo. Y con estas ayudas, que el Señor nos da, no debemos temer. ¡Adelante, ánimo y con alegría!

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