CATEQUESIS DEL PAPA: EL DEMONIO SABE ENGAÑARNOS (14/12/2022)

El Papa Francisco entró en la fase final de su ciclo de catequesis sobre el discernimiento esta mañana, en la que pronunció la duodécima catequesis dedicada a este tema que inició el pasado 31 de agosto y desde entonces nos ha regalado discursos hablándonos del ejemplo de San Ignacio de Loyola, de los elementos del discernimiento como lo son la oración, el conocerse a uno mismo, el deseo y el “libro de la vida”; pero también se ha detenido en la desolación y la consolación. Hoy, en cambio, el Pontífice quiso hablar de “la actitud de la vigilancia”, una actitud que considera “esencial” y “oportuna para que no se pierda todo el trabajo realizado para discernir lo mejor y tomar la decisión correcta”, aseguró. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La vigilancia

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entramos ahora en la fase final de este recorrido de catequesis sobre el discernimiento. Iniciamos desde el ejemplo de San Ignacio de Loyola; después consideramos los elementos del discernimiento — es decir, la oración, el conocerse a uno mismo, el deseo y el “libro de la vida”—; nos detuvimos en la desolación y la consolación, que forman la “materia”, y así hemos llegado a la confirmación de la decisión tomada.

Considero necesario insertar en este punto la referencia a una actitud esencial para que todo el trabajo realizado para discernir lo mejor y tomar la decisión correcta no se pierda, y esta sería la actitud de la vigilancia. Hemos hecho el discernimiento, consolación y desolación; hemos elegido una cosa… todo va bien, pero ahora vigilar: la actitud de la vigilancia. Porque de hecho hay un riesgo, como hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se leyó. El riesgo existe, y es que el “aguafiestas”, es decir, el Maligno, puede arruinarlo todo, haciéndonos volver al punto de partida, es más, a una condición aún peor. Y esto sucede, por eso es necesario estar atentos y vigilar. Por eso es indispensable estar vigilantes. Por tanto, hoy me ha parecido oportuno destacar esta actitud, que todos necesitamos para que el proceso de discernimiento llegue a buen término y permanezca ahí.

En efecto, Jesús en su predicación insiste mucho en el hecho de que el buen discípulo está vigilante, no se duerme, no se deja llevar por la excesiva seguridad cuando las cosas van bien, sino que permanece atento y preparado para hacer el propio deber.

Por ejemplo, en el Evangelio de Lucas, Jesús dice: «Estén listos, con sus vestiduras ceñidas y las lámparas encendidas; sean como aquellos que esperan a que su señor vuelva de la boda, de manera que, cuando llega y toca la puerta, le abran de inmediato. Dichosos esos siervos que a su regreso el señor encuentre todavía despiertos» (12, 35-37).

Vigilar para custodiar nuestro corazón y entender qué sucede dentro. Se trata de la disposición de ánimo de los cristianos que esperan la venida final del Señor; pero se puede entender también como la actitud ordinaria que hay que tener en la conducta de vida, de manera que nuestras buenas decisiones, realizadas a veces después de un arduo discernimiento, puedan proseguir de forma perseverante y coherente y dar fruto.

Si falta la vigilancia, es muy fuerte, como decíamos, el riesgo de que se pierda todo. No se trata de un peligro de tipo psicológico, sino de tipo espiritual, una verdadera insidia del espíritu malo. Este, de hecho, espera precisamente el momento en el que estamos demasiado seguros de nosotros mismos, ese es el peligro: “Estoy seguro de mí mismo, he ganado, ahora estoy bien…” este es el momento que el espíritu malo espera, cuando todo va bien, cuando las cosas van “a toda vela” y tenemos, como se dice, “viento en popa”. De hecho, en la pequeña parábola evangélica que hemos escuchado, se dice que el espíritu impuro, cuando vuelve a la casa de la que había salido, «la encuentra vacía, barrida y adornada» (Mt 12, 44). Todo está en su lugar, todo está en orden, pero ¿el dueño de la casa dónde está? No está. No hay nadie que la vigile y la custodie. Este es el problema. El dueño de la casa no está, ha salido, se ha distraído; o está en casa, pero dormido, y por tanto es como si no estuviera. No está vigilante, no está atento, porque está demasiado seguro de sí y ha perdido la humildad de custodiar el propio corazón. Debemos custodiar siempre nuestra casa, nuestro corazón y no estar distraídos e irnos… porque aquí está el problema, como decía la parábola.

Entonces, el espíritu malo puede aprovecharse y volver a esa casa. Dice el Evangelio que, sin embargo, no vuelve solo, sino junto a otros «siete espíritus peores que él» (v. 45). Una compañía de malhechores, una banda de delincuentes. Pero — nos preguntamos — ¿cómo es posible que puedan entrar sin ser molestados? ¿Cómo es posible el dueño no se dé cuenta? ¿No había sido tan bueno al hacer el discernimiento y echarlos fuera? ¿No había recibido también las felicitaciones de sus amigos y de los vecinos por esa casa tan hermosa y elegante, tan ordenada y limpia? Claro, pero quizá precisamente por esto se había enamorado demasiado de la casa, es decir, de sí mismo, y había dejado de esperar al Señor, de esperar la venida del Esposo; quizá por miedo a arruinar ese orden ya no acogía a nadie, no invitaba a los pobres, a los sin techo, esos que molestan… Una cosa es cierta: aquí está de por medio el mal orgullo, la presunción de ser justos, de ser buenos, de estar en lo correcto. Muchas veces oímos decir: “Sí, yo era malo antes, me convertí y ahora, ahora la casa está en orden gracias a Dios, y estás tranquilo por esto…”. Cuando confiamos demasiado en nosotros mismos y no en la gracia de Dios, entonces el Maligno encuentra la puerta abierta. Entonces organiza la expedición y toma posesión de esa casa. Y Jesús concluye: «La condición de aquel hombre acaba siendo peor que antes» (v. 45).

¿Pero el dueño no se da cuenta? No, porque estos son los demonios educados: entran sin que tú te des cuenta, llaman a la puerta, son corteses. “No, está bien, venga, venga, entra…” y después al final mandan ellos en tu alma. Estad atentos a estos diablitos, a estos demonios: el diablo es educado, cuando finge ser un gran señor. Porque entra con la nuestra para salirse con la suya. Es necesario custodiar la casa de este engaño de los demonios educados. Y la mundanidad espiritual va por este camino, siempre.

Queridos hermanos y hermanas, parece imposible, pero es así. Muchas veces perdemos, somos vencidos en las batallas, por esta falta de vigilancia. Muchas veces, quizá, el Señor ha dado muchas gracias y al final no somos capaces de perseverar en esta gracia y lo perdemos todo, porque nos falta la vigilancia: no hemos custodiado las puertas. Y además hemos sido engañados por alguien que viene, educado, y se mete dentro y adiós… el diablo tiene estas cosas. Cada uno puede también verificarlo pensando de nuevo en la propia historia personal. No basta con hacer un buen discernimiento y tomar una buena decisión. No, no basta: es necesario permanecer vigilantes, custodiar esta gracia que Dios nos ha dado, pero vigilar, porque tú puedes decirme: “Pero cuando yo veo algún desorden, me doy cuenta enseguida que es el diablo, que es una tentación…” sí, pero esta vez viene disfrazada de ángel: el demonio sabe disfrazarse de ángel, entra con palabras corteses, y te convence y al final es peor que al principio… Es necesario permanecer vigilantes, vigilar el corazón. Si yo preguntara hoy a cada uno de nosotros y también a mí mismo: “¿qué está sucediendo en tu corazón?”. Quizá no sabríamos decir todo: diremos una o dos cosas, pero no todo. Vigilar el corazón, porque la vigilancia es signo de sabiduría, es signo sobre todo de humildad, porque tenemos miedo de caer y la humildad es el camino maestro de la vida cristiana.

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