NO HAY JUSTICIA SIN COMPASIÓN, NI LEGITIMIDAD SIN ESCUCHAR EL DOLOR AJENO: VIDEO MENSAJE DE LEÓN XIV SOBRE LAMPEDUSA (12/09/2025)
Queridos hermanos y hermanas reunidos en Lampedusa:
“O’scià!”. El soplo, el respiro: esto se desean, saludándose en su dialecto. Y así los saludó en 2013 nuestro amado Papa Francisco cuando fue a visitarlos: fue su primer viaje. Sepan que en la lengua de la Biblia el soplo, el respiro son lo que nosotros traducimos “el espíritu”. Y así, al saludarnos – hoy a la distancia, pero espero que pronto presencialmente, en persona –, como creyentes invocamos los unos para los otros al Espíritu Santo, el soplo de Dios.
Los frutos del Espíritu, queridos amigos, son abundantes entre ustedes. Me recuerdan lo que escribió el apóstol Pablo a los cristianos de Tesalónica: ustedes «han acogido la Palabra en medio de grandes pruebas, con la alegría del Espíritu Santo, para convertirse en modelo para todos los creyentes» (1 Tes 1, 6-7). La posición geográfica de Lampedusa y Linosa, de hecho, desde siempre hace de ustedes una puerta de Europa. En las últimas décadas, esto ha requerido a su comunidad un enorme esfuerzo de acogida, que desde el corazón del Mediterráneo los ha llevado al corazón de la Iglesia, «tanto que – sigue diciendo San Pablo – no necesitamos hablar de ello» (1 Tes 1, 8), porque su fe y su caridad ya son conocidas para todos. Es un patrimonio inmaterial, pero real.
Mi “gracias”, que es el “gracias” de toda la Iglesia por su testimonio, prolonga y renueva el del Papa Francisco. “Gracias” a las asociaciones, a los voluntarios, a los alcaldes y las administraciones que se han sucedido en el tiempo; “gracias” a los sacerdotes, a los médicos, a las fuerzas de seguridad y a todos aquellos que, a menudo de forma invisible, han mostrado y muestran la sonrisa y la atención de un rostro humano a personas sobrevivientes en su viaje desesperado de esperanza.
Ustedes son un baluarte de esa humanidad que las razones gritadas, los miedos atávicos y las medidas injustas tienden a agrietar. No hay justicia sin compasión, no hay legitimidad sin la escucha del dolor de los demás. Tantas víctimas – y entre ellas cuántas madres y cuántos niños – desde la profundidad del Mare Nostrum gritan no solo al cielo, sino a nuestros corazones. Demasiados hermanos y hermanas migrantes han sido sepultados en Lampedusa y reposan en la tierra como semillas de las que quiere germinar un mundo nuevo. No faltan, gracias a Dios, miles de rostros y de nombres de personas que hoy viven una vida mejor y nunca olvidarán su caridad. Muchos de ellos se han convertido a su vez en constructores de Justicia y de paz, porque el bien es contagioso.
Hermanas y hermanos, ¡que el soplo del Espíritu no les falte nunca! Es verdad, con el paso de los años puede aparecer el cansancio. Como en una carrera, puede faltar el aliento. Las fatigas tienden a cuestionar lo que se ha hecho y, a veces, también a dividirnos. Hace falta reaccionar juntos, estando unidos y abriéndonos de nuevo al aliento de Dios. Todo el bien que han hecho podría aparecer como gotas en el mar. ¡No es así, es mucho más!
La globalización de la indiferencia, que el Papa Francisco denunció precisamente desde Lampedusa, parece hoy haber cambiado a una globalización de la impotencia. Frente a la injusticia y el dolor inocente estamos más conscientes, lo corremos el riesgo de quedarnos quietos, silenciosos y tristes, vencidos por la sensación de que no hay nada que hacer. ¿Qué puedo hacer yo, frente a males tan grandes? La globalización de la impotencia es hija de una mentira: que la historia siempre ha sido así, que la historia está escrita por los vencedores. Entonces parece que nosotros no podemos hacer nada. Sin embargo, no: la historia es devastada por los prepotentes, pero es salvada por los humildes, los justos, los mártires, en los que el bien resplandece y la auténtica humanidad resiste y se renueva.
Así como a la globalización de la indiferencia el Papa Francisco opuso la cultura del encuentro, así quisiera que hoy, juntos, comenzáramos a oponer a la globalización de la impotencia una cultura de la reconciliación. Reconciliarse es una forma particular de encontrarse. Hoy debemos encontrarnos curando nuestras heridas, perdonándonos el mal que hemos hecho y también el que no hemos hecho, pero del que sufrimos los efectos. Tanto miedo, tantos prejuicios, grandes muros incluso invisibles existen entre nosotros y entre nuestros pueblos, como consecuencias de una historia herida. El mal se transmite de una generación a la otra, de una comunidad a la otra. ¡Pero también el bien se transmite y sabe ser más fuerte! Para practicarlo, para volver a poner la circulación, debemos convertirnos en expertos de reconciliación. Es necesario reparar lo que está roto, tratar con delicadeza las memorias que sangran, acercarnos unos a otros con paciencia, identificarnos en la historia y el dolor de los demás, reconocer que tenemos los mismos sueños, las mismas esperanzas. No existen enemigos: solo existen hermanos y hermanas. Es la cultura de la reconciliación. Hacen falta gestos de reconciliación y políticas de reconciliación.
Queridos hermanos y hermanas, sigamos adelante juntos en este camino de encuentro y reconciliación. Así se multiplicarán las islas de paz, se convertirá en pilares de puentes, para que la paz pueda llegar a todos los pueblos y a todas las criaturas. En este horizonte de esperanza y de compromiso, por la intercesión de María Estrella del Mar los bendigo y con mucho afecto los saludo. O’scià! Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre e Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes. Amén.
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