EN ORACIÓN POR LA PAZ CON LAS RELIGIOSAS EN TIERRA SANTA: PALABRAS DE LEÓN XIV A CONGREGACIONES RELIGIOSAS FEMENINAS EN CAPÍTULOS GENERALES (22/09/2025)

Durante la audiencia de este 22 de septiembre en la Sala del Consistorio con las Religiosas de Santa Catalina Virgen y Mártir, las Misioneras Salesianas de María Inmaculada, las Hermanas de San Pablo de Chartres y las Carmelitas Descalzas de Tierra Santa, el Papa León XIV recordó a las fundadoras, «mujeres extraordinarias» que se inclinaron «sobre las miserias morales y materiales en los ambientes más abandonados de la sociedad» y dirigió un saludo especial a las consagradas presentes en lugares «invadidos por el odio y la violencia». Transcribimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.

Buenos días a todas, bienvenidas.

Me alegra encontrarlas, esta mañana, en ocasión de sus Capítulos y Asambleas Generales. Saludo a las Superioras presentes y a todas ustedes, junto a algún hermano que las acompaña también en sus asambleas.

Un rasgo común a los Institutos a los que pertenecen es la valentía que ha caracterizado sus inicios. Quisiera por ello inspirarme, para una breve reflexión, en el pasaje del libro de los Proverbios que dice: «¿Quién podrá encontrar a una mujer fuerte? Bien superior a las perlas es su valor.» (Pr 31, 10).

Pienso que sus historias pueden ofrecer una respuesta a dicha pregunta: en ellas, de hecho, Dios encontró no a una, sino a muchas mujeres fuertes y valientes, que no dudaron en correr riesgos y enfrentar problemas para abrazar sus proyectos y responder “sí” a su llamada. Y no sólo eso: ellas abrieron el camino a muchas otras que, como ustedes, siguiendo a Cristo pobre, casto y obediente, han continuado su obra, a veces hasta el martirio.

Hablamos de mujeres extraordinarias que partieron en misión en tiempos difíciles; que se inclinaron sobre las miserias morales y materiales en los ambientes más abandonados de la sociedad; que, para estar cerca de los necesitados, aceptaron arriesgar la vida, hasta perderla, víctimas de brutales violencias en tiempos de guerra.

De mujeres como ellas canta las alabanzas un antiguo himno de la Liturgia de las Horas, revelando su secreto con estas palabras: «Domaron la carne con el ayuno, alimentaron la mente con el dulce alimento de la oración, saciaron su sed con las alegrías del cielo» (Hymnus Fortem virili pectore: Commune Sanctarum Mulierum, Ad I Vesperas).

Son palabras sabias y profundas, que recuerdan las raíces de su vida de consagradas, ya sea en la contemplación como en el compromiso apostólico. La fuerza de la fidelidad, de hecho, en ambos niveles, viene de la misma fuente, Cristo, y los medios para tomar su riqueza son, como enseña la experiencia milenaria de la Iglesia, los ya nombrados: la ascesis, la oración, los Sacramentos, la intimidad con Dios, con su Palabra y con las cosas del Cielo (cf. Col 3, 12).

Quizá alguien, en nuestro mundo inmanente, podría pensar que esto es una forma de “espiritualismo”, pero sería fácilmente desmentido precisamente por el testimonio de lo que, durante los siglos, sus Congregaciones han hecho y siguen haciendo. Sólo gracias a la fuerza que viene de Dios, de hecho, todo eso ha sido posible. Todo lo demás lo experimentamos cada día: nuestro trabajo está en las manos del Señor y nosotros somos solamente instrumentos pequeños e inadecuados, “siervos inútiles”, como dice el Evangelio (cf. Lc 17, 10). Sin embargo, si nos encomendamos a Él, si permanecemos unidos a Él, grandes cosas suceden, precisamente a través de nuestra pobreza.

San Agustín, al respecto, pedía a las vírgenes: «Acérquense a las alturas con el pie de la humildad. Dios lleva hacia lo alto a quien lo sigue con humildad […]. Encomiéndele los dones que les ha dado, para que los conserven; depongan ante él su fuerza (cf. Sal 58, 10)» (De sancta virginitate, 52, 53). Y San Juan Pablo II, meditando sobre la vida religiosa con el trasfondo de la Transfiguración de Cristo (cf. Mt 17, 1-9), hablaba de «un “ascender al monte” y un “descender del monte”» (Exhort. ap. Vita consecrata, 25 marzo 1996, 14), por el cual «los discípulos que han gozado de la intimidad del Maestro, envueltos por un momento por el esplendor de la vida trinitaria y la comunión de los santos, casi raptados al horizonte de lo eterno, son inmediatamente devueltos a la realidad cotidiana, Donde no ven más que a “Jesús solo” en la humildad de la naturaleza humana, y son invitados a volver al valle, para vivir con él la fatiga del designio de Dios y emprender con valentía el camino de la cruz» (ibid.).

Bajo esta luz miremos a Regina Protmann, María Gertrude de la Preciosa Sangre, Marie-Anne de Tilly – con el Padre Louis Chauvet – Santa Teresa de Ávila, los ermitaños del Monte Carmelo, como personas íntimamente unidas a Dios y por ello consagradas a su servicio y al bien de toda la Iglesia, Comprometidas a arraigar y consolidar en las almas de los hermanos ese reino de Cristo que sintieron ante todo vivo en ellas, y a extenderlo por todas partes de la tierra (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 44).

Muy queridas todas, esta es la herencia que han recibido y que hace muy significativo el hecho de que estén aquí. También en nuestros días, de hecho, hacen falta mujeres generosas. Al respecto, permítanme dirigir un particular saludo a las Hermanas Carmelitas Descalzas de Tierra Santa, aquí presentes: es importante lo que están haciendo, con su presencia vigilante y silenciosa en lugares demasiado invadidos por el odio y la violencia, con su testimonio de abandono confiado en Dios, con su constante invocación por la paz. Todos las acompañamos con nuestra oración y, también a través de ustedes, nos acercamos a los que sufren.

Gracias a todas ustedes, hermanas, por el bien que hacen en muchos países del mundo y en tantos contextos distintos. Las bendigo de corazón y las encomiendo al Señor.

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