QUE LA IGLESIA SEA CASA DE PUERTAS ABIERTAS: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN AVSI (03/09/2022)

El Santo Padre Francisco recibió en audiencia, este 3 de septiembre por la mañana en la Sala Clementina, a los participantes de la iniciativa de “Hospitales abiertos” en Siria. “Pensando en Siria, vienen a la mente las palabras del Libro de las Lamentaciones: «Porque tu ruina es grande como el mar, ¿quién podrá curarte?» (2, 13)”. Así lo subrayó el Santo Padre a los miembros de la Fundación AVSI, la organización sin fines de lucro que gestiona la iniciativa “Hospitales abiertos”. “Son expresiones – afirmó el Papa – que se refieren al sufrimiento en Jerusalén y que también pueden traer a la mente los que ha vivido la población siria en estos doce años de sangriento conflicto”. Compartimos a continuación, el texto pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Le doy la bienvenida a todos ustedes, reunidos en estos días para llevar adelante la encomiable iniciativa “Hospitales Abiertos” en Siria. Agradezco al Dr. Giampaolo Silvestri, Secretario General de la Fundación AVSI, por su introducción. Y saludó con viva gratitud al Card. Zenari, que desde hace catorce años es Nuncio Apostólico en Siria.

Pensando en Siria, vienen a la mente las palabras del Libro de las Lamentaciones: «Porque tu ruina es grande como el mar, ¿quién podrá curarte?» (2, 13). son expresiones que se refieren a los sufrimientos de Jerusalén y que pueden hacer pensar también en los que ha vivido la población siria en estos doce años de sangriento conflicto. Considerando el número indefinido de muertos y heridos, la destrucción de barrios y pueblos completos y de las principales infraestructuras, entre las cuales se encuentran también las hospitalarias, es espontáneo preguntarse: “¿Quién podrá ahora curarte, Siria?”. La de Siria, según los observadores internacionales, sigue siendo una de las más graves crisis en el mundo, con destrucción, crecientes necesidades humanitarias, colapso socio-económico, pobreza y hambre a niveles gravísimos.

Recibí como regalo la obra de un artista, que, inspirándose en una fotografía, en rostros reales, retrata a un padre sirio, agotado por las fuerzas, que lleva a su niño en la espalda el punto es 1 de los cerca de catorce millones de desplazados internos y refugiados, es decir más de la mitad de la población siria anterior al conflicto. Es una imagen impresionante de los muchos sufrimientos padecidos por el pueblo sirio.

Ante este inmenso sufrimiento, la Iglesia está llamada a ser un “hospital de campo”, para curar las heridas tanto espirituales como físicas. Pensemos en lo que leíamos en el Evangelio: «Llegada la tarde, después de la puesta del sol, le llevaban a todos los enfermos y endemoniados. Todas las ciudades estaba reunida ante la puerta. Curó a muchos que estaban afectados por distintas enfermedades» (Mc 1, 32-34; cf. Lc 4, 40). El Señor que cura.

Y la Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles, ha permanecido fiel al mandato de Jesús: «Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, echen a los demonios. Gratuitamente han recibido, den gratuitamente» (Mt 10, 8). Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que «llevaban a los enfermos incluso a las plazas, poniéndolos sobre camastros y camillas, para que cuando Pedro pasaba, al menos su sombra cubriese a cada uno de ellos» (5,15) y los curara.

Atesorando esta herencia, he exhortado varias veces a los sacerdotes, especialmente el Jueves Santo, a tocar las heridas, los pecados, las angustias de la gente (cf. Homilía en la Misa Crismal, 18 de abril 2019). Tocar. Y he animado a todos los fieles a tocar las llagas de Jesús, que son los muchos problemas, dificultades, persecuciones, enfermedades de las personas que sufren (cf. Regina Coeli, 28 de abril 2019; Evangelii gaudium, 24), y las guerras.

Queridos amigos, su iniciativa “Hospitales Abiertos”, comprometida en apoyar a los tres hospitales católicos, que trabajan en Siria desde hace cien años, y a cuatro consultorios, surgió bajo el patrocinio del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y está apoyada por la generosidad de Instituciones eclesiales – Papal Foundation y algunas Conferencias Episcopales –, de algunas Instituciones de gobierno – de Hungría y de Italia –, de Instituciones humanitarias católicas y de muchas personas generosas.

“Hospitales Abiertos” es su programa. Abiertos a enfermos pobres, sin distinción de pertenencia étnica y religiosa. Esta característica expresa una iglesia que quiere ser casa con puertas abiertas en lugar de fraternidad humana. En nuestras instituciones asistenciales-caritativas, las personas, sobre todo los pobres, deben sentirse “en casa” y experimentar un clima de acogida digna. Y entonces, como subrayaron correctamente, el fruto que se recoge es doble: curar los cuerpos y coser nuevamente el tejido social, promoviendo ese mosaico de convivencia ejemplar entre distintos grupos étnico-religiosos característicos de Siria. A este respecto, es significativo que muchísimos musulmanes asistidos en sus hospitales son los que más lo reconocen.

Esta iniciativa suya, junto a otras que han sido promovidas por la Iglesia en Siria, surge de la creatividad del amor, o, como decía San Juan Pablo II, de la «fantasía de la caridad» (carta ap. Novo millennio ineunte, 50).

Hoy me regalaron un hermoso icono de Jesús Buen Samaritano. Aquel desafortunado de la parábola evangélica, robado y dejado medio muerto a la orilla del camino, puede ser otra imagen dramática de Siria, agredida, robada y abandonada media muerta al borde del camino. Pero no olvidaba ni abandonada por Cristo, el Buen Samaritano, y por tantos buenos samaritanos: personas en lo individual, asociaciones, instituciones. Algunos cientos de estos buenos samaritanos, entre los cuales hay algunos voluntarios, han perdido la vida ayudando al prójimo. A ellos se dirige todo nuestro reconocimiento.

En la Encíclica Fratelli tutti escribí: «La historia del Buen Samaritano se repite: la falta de cuidado social y político hace de muchos lugares del mundo caminos desolados, donde las disputas internas e internacionales y el saqueo de oportunidades dejan a muchos marginados de la tierra al borde del camino» (n.71). E invitaba a reflexionar: « todos tenemos una responsabilidad con respecto a aquel herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra» (n. 79).

Ante tantas y tan graves necesidades, sentimos hasta el límite de nuestras posibilidades de intervenir. Nos sentimos un poco como los discípulos de Jesús ante la numerosa multitud a la que hay que quitar el hambre: «No tenemos más que 5 panes y dos peces; ¿pero qué es eso para tanta gente?» (Jn 6, 5-9). Una gota de agua en el desierto, podríamos decir. Sin embargo incluso el pedregoso desierto de Siria, después de las primeras lluvias de primavera, se envuelve en una capa de verde. ¡Tantas pequeñas gotas, tantas hojas de hierba!

Muy queridos todos, les agradezco por su trabajo y los bendigo de corazón. ¡Sigan adelante! ¡Que los enfermos puedan ser curados, que la esperanza pueda renacer, que el desierto pueda florecer de nuevo! Lo pido a Dios para ustedes y con ustedes. Y, por favor, no se olviden de orar también por mí. Gracias.

(Después de la bendición)

Esta es la imagen, de este papá sirio que huye con su hijo, la que me hizo venir a la mente cuando San José tuvo que huir a Egipto: no se fue en una carroza, no, estaba así, huyendo precariamente. El original de esta imagen me la regaló el autor que es un artista piamontés; quiero ofrecérsela a ustedes para que mirando a este papá sirio y a su hijo piensen en esta huida a Egipto de cada día, de este pueblo que sufre tanto. Gracias.

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