NECESARIA UNA ECONOMÍA QUE ESCUCHE EL GRITO DE LOS POBRES Y DE LA TIERRA: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO “ECONOMY OF FRANCESCO” EN ASÍS (24/09/2022)

La capacidad de cuestionar el actual modelo de desarrollo: es lo que espera el Papa Francisco de los jóvenes economistas y empresarios reunidos este 24 de septiembre en Asís, procedentes de más de 100 países, para el primer encuentro presencial de “Economy of Francesco”. La situación mundial actual exige nuevos paradigmas económicos que pongan en el centro a los pobres, el medio ambiente y el trabajo, dijo el Papa en la Sala de Eventos de Santa María de los Ángeles, en Asís, esta mañana. Compartimos a continuación, el texto de su discurso, traducido del italiano:

Muy queridas y queridos jóvenes, ¡buenos días! Saludo a todos ustedes que han venido, que tuvieron la posibilidad de estar aquí, pero también quisiera saludar a todos aquellos que no pudieron llegar aquí, que se han quedado en casa: ¡un recuerdo a todos! Estamos unidos, todos: ellos desde su sitio, nosotros aquí.

He esperado por más de 3 años este momento, desde cuando, el primero de mayo de 2019, les escribí la carta que los llamó y después los trajo aquí a Asís. Para muchos de ustedes – apenas lo escuchamos – el encuentro con la Economía de Francisco ha despertado algo que ya tenían dentro. Ya estaban comprometidos en crear una nueva economía; esa carta los reunió, les dio un horizonte más amplio, los hizo sentir parte de una comunidad mundial de jóvenes que tenían su misma vocación. Y cuando un joven ve en otro joven su misma llamada y después esta experiencia se repite con cientos, miles de otros jóvenes, entonces se hacen posibles cosas grandes, incluso esperar el cambio de un sistema enorme, un sistema complejo como la economía mundial. Más aún, hoy hablar de economía casi parece algo viejo: hoy se habla de finanzas, y las finanzas son algo acuoso, algo gaseoso, no se le puede agarrar. Una vez, una gran economista a nivel mundial me dijo que ella experimentó un encuentro entre economía, humanismo y religión. Y salió bien, aquel encuentro. Quiso hacer lo mismo con las finanzas y no lo logró. Tengan cuidado con este carácter gaseoso de las finanzas: ustedes deben retomar la actividad económica desde las raíces, desde las raíces humanas, como fueron hechas. Ustedes jóvenes, con la ayuda de Dios, saben hacerlo, pueden hacerlo; los jóvenes otras veces han hecho en el curso de la historia muchas cosas.

Están viviendo su juventud en una época nada fácil: la crisis medioambiental, después la pandemia y ahora la guerra en Ucrania y las otras guerras que siguen desde hace años en distintos países, están marcando nuestra vida. Nuestra generación les ha dejado en herencia muchas riquezas, pero no hemos sabido custodiar el planeta y no estamos custodiando la paz. Cuando ustedes escuchan que los pescadores de San Benedetto del Tronto en un año sacaron del mar 12 toneladas de basura y plásticos y cosas semejantes, ven cómo no sabemos custodiar el medio ambiente. Y en consecuencia no cuidamos tampoco la paz. Ustedes están llamados a convertirse en artesanos y constructores de la casa común, una casa común que “está en ruinas”. Digámoslo: es así. Una nueva economía, inspirada en Francisco de Asís, hoy puede y debe ser una economía amiga de la tierra, una economía de paz. Se trata de transformar una economía que mata (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53) En una economía de la vida, en todas sus dimensiones llegar a ese “buen vivir”, que no es la dulce vida o pasarla bien, no. El buen vivir es esa mística que los pueblos aborígenes nos enseñan a tener en relación con la tierra.

Aprecie su elección de estructurar este encuentro de Asís sobre la profecía. Me gustó lo que han dicho sobre la profecía. La vida de Francisco de Asís, después de su conversión, fue una profecía, que continúa también en nuestro tiempo. En la Biblia la profecía tiene mucho que ver con los jóvenes. Samuel cuando fue llamado era un muchacho, Jeremías y Ezequiel eran jóvenes; Daniel era muy joven cuando profetizó la inocencia de Susana y la salvó de la muerte (cf. Dan 13, 45-50); y el profeta Joel anuncia al pueblo que Dios infundirá su espíritu y «se convertirán en profetas sus hijos e hijas» (3, 1). Según las Escrituras, los jóvenes son portadores de un espíritu de ciencia e inteligencia. Fue el joven David quien humilló la arrogancia del gigante Goliat (cf. 1 Sam 17, 49-51). En efecto, cuando a la comunidad civil y a las empresas les faltan las capacidades de los jóvenes es toda la sociedad la que padece, se apaga la vida de todos. Falta creatividad, falta optimismo, falta entusiasmo, falta la valentía para arriesgarse. Una sociedad y una economía sin jóvenes son tristes, pesimistas, cínicas. Si ustedes quieren ver esto, vayan a estas universidades ultra especializadas en economía liberal y miren el rostro de los y las jóvenes que estudian ahí. Pero gracias a Dios están ustedes: no sólo estarán mañana, están hoy; ustedes no son solamente el “todavía no”, son también el “ya”, son el presente.

Una economía que se deja inspirar por la dimensión profética se expresa hoy en una visión nueva del medio ambiente y de la tierra. Debemos ir hacia esta armonía con el medio ambiente, con la tierra. Son muchas las personas, las empresas e instituciones que están operando una conversión ecológica. Es necesario avanzar en este camino y hacer más. Este “más” ustedes lo están haciendo y lo están pidiendo a todos. No basta con hacer un maquillaje, es necesario poner a la discusión el modelo de desarrollo. La situación es tal que no podemos solamente esperar la próxima cumbre internacional, que puede no servir: la tierra se quema hoy, y es hoy que debemos cambiar, a todos los niveles. En este último año ustedes han trabajado sobre la economía de las plantas, un tema innovador. Han visto que el paradigma vegetal contiene un enfoque distinto sobre la tierra y el medio ambiente. Las plantas saben cooperar con todo el ambiente circundante e incluso cuando compiten, en realidad están cooperando para el bien del ecosistema. Aprendamos de la mansedumbre de las plantas: su humildad y su silencio pueden ofrecernos un estilo distinto del que tenemos una urgente necesidad. Porque, si hablamos de transición ecológica, pero continuamos dentro del paradigma económico del siglo XX, que ha depredado los recursos naturales y a la tierra, las maniobras que adoptaremos serán siempre insuficientes o enfermas desde la raíz. La Biblia está llena de árboles y de plantas, desde el árbol de la vida hasta el grano de mostaza. Y San Francisco nos ayuda con su fraternidad cósmica con todas las creaturas vivas. Nosotros los hombres, en estos últimos dos siglos, hemos crecido a costa de la tierra. ¡Ha sido ella quien ha pagado la cuenta! A menudo la hemos saqueado para aumentar nuestro bienestar y ni siquiera el bienestar de todos, sino de un pequeño grupo. Es éste el tiempo de una nueva valentía en el abandono de las fuentes fósiles de energía, de acelerar el desarrollo de fuentes con impacto cero o positivo.

Y después debemos aceptar el principio ético universal – que quizá no gusta – de que los daños deben ser reparados. Este es un principio ético, universal: los daños deben ser reparados. Si hemos crecido abusando del planeta y de la atmósfera, hoy debemos aprender a hacer también sacrificios en los estilos de vida aún insostenibles. De otro modo, serán nuestros hijos y nuestros nietos quienes paguen la cuenta, una cuenta que será muy alta y muy injusta. Escuchaba a un científico muy importante a nivel mundial, hace seis meses, que dijo: “Ayer nació mi nietecita. Si continuamos así, pobrecita, dentro de treinta años tendrá que vivir en un mundo inhabitable”. Serán los hijos y los nietos quienes paguen la cuenta, una cuenta que será muy alta y muy injusta. Se necesita un cambio rápido y decisivo. Esto lo digo en serio: ¡cuento con ustedes! Por favor, ¡no nos dejen tranquilos, denos el ejemplo! Les digo la verdad: para vivir en este camino se necesita valentía y algunas veces se necesita un poco de heroicidad. Escuche, en un encuentro, a un muchacho, como de 25, apenas egresado como ingeniero de alto nivel, no encontraba trabajo; finalmente lo encontró en una industria que no sabía bien qué era; cuando estudió qué debía hacer – sin trabajo, para poder trabajar – lo rechazó, porque se fabricaban armas. Estos son los héroes de hoy, estos.

La sustentabilidad, entonces, es una palabra con muchas dimensiones. Además de la medioambiental están también las dimensiones social, relacional y espiritual. La social comienza lentamente a ser reconocida: nos estamos dando cuenta de que el grito de los pobres y el grito de la tierra son el mismo grito (cf. Enc. Laudato si’, 49). Por tanto, cuando trabajamos por la transformación ecológica, debemos tener presentes los efectos que algunas opciones medioambientales producen en la pobreza. No todas las soluciones medioambientales tienen los mismos efectos sobre los pobres Y entonces deben preferirse aquellas que reducen la miseria y las desigualdades. Mientras buscamos salvar al planeta, no podemos olvidar al hombre y la mujer que sufren. La contaminación que mata no es solo la del anhídrido carbónico, también la desigualdad contamina mortalmente nuestro planeta. No podemos permitir que las nuevas calamidades medioambientales borren de la opinión pública las antiguas y siempre actuales calamidades de la injusticia social, también de las injusticias políticas. Pensemos, por ejemplo, en una injusticia política; el pobre pueblo martirizado de los Rohingya que vaga de un lado a otro porque no puede vivir en su propia patria: una injusticia política.

Está después una insustentabilidad de nuestras relaciones: en muchos países las relaciones de las personas se están empobreciendo. Sobre todo en Occidente, las comunidades se vuelven cada vez más frágiles y fragmentadas. La familia, en algunas regiones del mundo, sufre una grave crisis y con ella la acogida y la custodia de la vida. El consumismo actual busca llenar el vacío de las relaciones humanas con mercancías cada vez más sofisticadas – las soledades son un gran problema de nuestro tiempo –, pero así genera una hambruna de felicidad. Y esto es algo terrible. Piensen en el invierno demográfico, por ejemplo, cómo está en relación con todo esto. El invierno demográfico donde todos los países están disminuyendo en grandes números, porque no se tienen hijos, pero es más importante tener una relación afectiva con los perritos, con los gatos y seguir así. Es necesario retomar la procreación. Pero también en esta línea del invierno demográfico está la esclavitud de la mujer: una mujer que no puede ser madre porque apenas le comienza a aparecer la panza, la corren; a las mujeres encintas no siempre se les permite trabajar.

Hay finalmente una falta de sustentabilidad espiritual en nuestro capitalismo. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, antes que ser un buscador de bienes es un buscador de sentido. Todos nosotros somos buscadores de sentido. He aquí por qué el primer capital de toda sociedad es el espiritual, porque es el que nos da las razones para levantarnos cada día e ir al trabajo y genera esa alegría de vivir necesaria también para la economía. Nuestro mundo está consumiendo velozmente esta forma esencial de capital acumulada en los siglos por las religiones, por las tradiciones sapienciales, por la piedad popular. Y así sobre todo los jóvenes sufren por esta falta de sentido: a menudo frente al dolor y las incertidumbres de la vida se encuentran con un alma empobrecida de recursos espirituales para enfrentar sufrimientos, frustraciones, desilusiones y lutos. Mira en el porcentaje de suicidios juveniles, cómo ha aumentado: y no los publican todos, ocultan las cifras. La fragilidad de muchos jóvenes deriva de la carencia de este precioso capital espiritual – yo digo: ¿ustedes tienen un capital espiritual? Que cada uno se responda en su interior –un capital invisible pero más real que los capitales financieros o tecnológicos. Hay una urgente necesidad de reconstituir este patrimonio espiritual esencial. La técnica puede hacer mucho; nos enseña el “qué” y el “cómo” hacer: pero no nos dice el “por qué”; y así nuestras acciones se vuelven estériles y nos llenan la vida, ni siquiera la vida económica.

Encontrándome en la ciudad de Francisco, no puedo dejar de detenerme en la pobreza. Hacer economía inspirándose en él significa comprometerse a poner en el centro a los pobres. A partir de ellos mirar la economía, a partir de ellos mirar el mundo. Sin la estimación, el cuidado, el amor por los pobres, por cada persona pobre, por cada persona frágil y vulnerable, desde el concebido en el vientre materno hasta la persona enferma y con discapacidad, hasta el anciano en dificultades, no existe la “Economía de Francisco”. Diré más: una economía de Francisco no puede limitarse a trabajar por y con los pobres. Mientras nuestro sistema siga produciendo descartados y nosotros trabajemos según este sistema, seremos cómplices de una economía que mata. Preguntémonos entonces: ¿estamos haciendo suficiente para cambiar esta economía, unos contentamos con barnizar una pared cambiando el color, sin cambiar la estructura de la casa? No se trata de dar pinceladas de barniz, no: es necesario cambiar la estructura. Quizás la respuesta no está en lo que nosotros podemos hacer, sino en cómo logramos abrir caminos nuevos para que los mismos pobres puedan convertirse en protagonistas del cambio. En este sentido hay experiencias muy grandes, muy desarrolladas en la India y en Filipinas.

San Francisco amó no solo a los pobres, amo también la pobreza. Este modo de vivir austero, digámoslo así. Francisco iba con los leprosos no tanto para ayudarlos, iba porque quería hacerse pobre como ellos. Siguiendo a Jesucristo, se despojó de todo para ser pobre con los pobres. Y bien, la primera economía de mercado nació en el siglo XIII en Europa en contacto cotidiano con los hermanos franciscanos, que eran amigos de aquellos primeros comerciantes. Esa economía creaba riqueza, es verdad, pero no despreciaba la pobreza. Crear riqueza sin despreciar la pobreza. Nuestro capitalismo, en cambio, quiere ayudar a los pobres, pero no los estima, no entiende la bienaventuranza paradójica: “bienaventurados los pobres” (cf. Lc 6, 20). Nosotros no debemos amar la miseria, más aún debemos combatirla, sobre todo creando trabajo, trabajo digno. Pero el Evangelio nos dice que sin estimar a los pobres no se puede combatir ninguna miseria. Y es en cambio desde aquí que debemos partir, también ustedes empresarios y economistas: viviendo estas paradojas evangélicas de Francisco. Cuando yo hablo con la gente o confieso, pregunto siempre: “¿Usted da limosna a los pobres?” – “¡Sí, sí, sí!” – “Y cuando usted da la limosna al pobre, ¿lo mira a los ojos?” – “No lo sé...” – “Y cuando das la limosna, ¿avientas la moneda o tocas la mano del pobre?”. No miran a los ojos y no tocan; y esto es alejarse del espíritu de pobreza, alejarse de la verdadera realidad de los pobres, alejarse de la humanidad que debe tener toda relación humana. Alguno me dirá: “Papa, ya vamos tarde, ¿cuándo terminas?”: termino ahora.

Y a la luz de esta reflexión, quisiera dejarles tres indicaciones de camino para seguir adelante.

La primera: mirar el mundo con los ojos de los más pobres. El movimiento franciscano supo inventar en el medioevo las primeras teorías económicas e incluso los primeros bancos solidarios (los “Montes de Piedad”), porque miraba el mundo con los ojos de los más pobres. También ustedes mejorarán la economía si miran las cosas desde la perspectiva de las víctimas y los descartados. Pero para tener los ojos de los pobres y de las víctimas es necesario conocerlos, es necesario ser sus amigos. Y, créanme, si se hacen amigos de los pobres, si comparten su vida, compartirán también algo del Reino de Dios, porque Jesús dijo que de ellos es el Reino de los cielos y por eso son bienaventurados (cf. Lc 6, 20). Y lo repito: que sus decisiones cotidianas no produzcan descartados.

La segunda: ustedes son sobre todo estudiantes, estudiosos y empresarios, pero no se olviden del trabajo, no se olviden de los trabajadores. El trabajo de las manos. El trabajo ya es el desafío de nuestro tiempo y será aún más el desafío de mañana. Sin trabajo digno y bien remunerado los jóvenes no se convierten realmente en adultos, las desigualdades aumentan. A veces se puede sobrevivir sin trabajo, pero no se vive bien. Por ello, mientras crean bienes y servicios, no se olviden de crear trabajo, buen trabajo y trabajo para todos.

La tercera indicación es: encarnación. En los momentos cruciales de la historia, quien ha sabido dejar una buena impronta lo hizo porque tradujo los ideales, los deseos, los valores en obras concretas. Es decir, los encarnó. Además de escribir y hacer congresos, estos hombres y mujeres dieron vida a escuelas y universidades, a bancos, a sindicatos, a cooperativas, a instituciones. El mundo de la economía lo cambiarán si junto al corazón y a la cabeza usan también las manos. Los tres lenguajes. Se piensa: la cabeza, el lenguaje del pensamiento, pero no solamente, unido al lenguaje del sentimiento, del corazón. Y no sólo eso: unido al lenguaje de las manos. Y tú debes hacer lo que sientes y piensas, sentir lo que haces y pensar lo que sientes y haces. Esta es la unión de los tres lenguajes. Las ideas son necesarias, nos atraen mucho sobre todo de jóvenes, pero pueden transformarse en trampas si no se vuelven “carne”, es decir algo concreto, compromiso cotidiano: los tres lenguajes. Las ideas solas se enferman y acabaremos en órbita, todos, si son solamente ideas. Las ideas son necesarias, pero deben volverse “carne”. La iglesia siempre ha rechazado la tentación gnóstica – gnosis, Eso de la idea sola –, que piensa cambiar el mundo solo con un conocimiento distinto, sin la fatiga de la carne. Las obras son menos “luminosas” que las grandes ideas, porque son concretas, particulares, limitadas, con luz y sombra al mismo tiempo, pero fecundan día tras día la tierra: la realidad es superior a la idea (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 233). Queridos jóvenes, la realidad es siempre superior a la idea: tengan cuidado con esto.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco por su compromiso: gracias. Sigan adelante, con la inspiración y la intercesión de San Francisco. Y yo – si están de acuerdo – quisiera concluir con una oración. Yo la leo y ustedes con el corazón la siguen:

Padre, Te pedimos perdón por haber herido gravemente a la tierra, por no haber respetado a las culturas indígenas, por no haber estimado y amado a los más pobres, por haber creado riqueza sin comunión. Dios vivo, que con tu Espíritu has inspirado el corazón, los brazos y la mente de estos jóvenes y los has hecho partir hacia una tierra prometida, mira con benevolencia su generosidad, su amor, su deseo de gastar la vida por un ideal grande. Bendícelos, Padre, en sus empresas, en sus estudios, en sus sueños; acompañarlos en las dificultades y en los sufrimientos, ayudarlos a transformarlos en virtud y en sabiduría. Sostiene sus deseos de bien y de vida, apóyalos en sus desilusiones ante los malos ejemplos, haz que no se desanimen y que continúen en el camino. Tú, cuyo Hijo unigénito se hizo carpintero, dales la alegría de transformar el mundo con el amor, con el ingenio y con las manos. Amén.

Y muchas gracias.

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