EL TOMISMO NO DEBE SER UN OBJETO DE MUSEO: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN EL XI CONGRESO INTERNACIONAL DE TOMISMO (22/09/2022)

La mañana de este 22 de septiembre, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia en la Sala Clementina del Vaticano a los participantes en el XI Congreso Internacional de Tomismo, promovido por la Pontificia Academia de Santo Tomás. “Antes de hablar de Santo Tomás, antes de hablar de tomismo, antes de enseñar, hay que contemplar: contemplar al maestro, comprender más allá del pensamiento intelectual lo que el maestro vivió y lo que el maestro quiso decirnos”, dijo el Papa dirigiéndose espontáneamente a los presentes a quienes después entregó el discurso que había preparado previamente. Compartimos a continuación, las palabras improvisadas por el Santo Padre, así como el texto del discurso originalmente preparado por él, para este encuentro:

Me agrada este encuentro después de tantos años porque se trata de reflexionar sobre un maestro. A veces, cuando se reflexiona sobre una persona que fue creadora de escuelas, filosóficas o teológicas, se corre el riesgo de instrumentalizar al maestro para decir las cosas que a mí me parecen y con el tomismo ha sucedido esto. Muchas interpretaciones – pienso en una por ejemplo – casuísticas, del tú mismo que ha sido esclavo del pensamiento casuístico. Recuerdo la de un español que ha escrito muchos libros, un tal Losada, creo que se llamaba así, no recuerdo bien, que para explicar el “continuo metafísico” según Santo Tomás, inventó los “puncta inflata”. Así una interpretación de tipo casuística, de tipo oportunista disminuye y hace ridículo el pensamiento del maestro.

Cuando queremos explicar el pensamiento de un maestro, el primer paso es la contemplación, para nosotros ser recibidos en ese pensamiento magisterial. El segundo, con timidez, es la explicación. Y finalmente, con mucha cautela, la interpretación, pero esta con mucha cautela. El maestro es muy grande, el maestro es alguien que hace escuela y que creó una escuela. El maestro es alguien que pone en movimiento toda una corriente de pensamiento. Nunca debo usar al maestro para las cosas que yo pienso, sino para poner las cosas que pienso a la luz del maestro, que sea la luz del maestro la que interprete esto.

Me permito contarles una experiencia de un dominico. En el Sínodo sobre la familia había puntos que no eran claros bajo la doctrina católica y también interpretaciones de Santo Tomás que no eran claras. En ese tiempo estábamos precisamente discutiendo porque no encontrábamos el camino. Fue un dominico, el Cardenal Schönborn, quien nos dio una lección de teología tomista – ¡pero a una altura! –, porque él entendía a Tomás y lo explicó sin usarlo, con grandeza. Vivimos esa experiencia de aquel gran dominico, que fue secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Habría otras..., pero quiero mencionar ésta. Por una parte muchas interpretaciones que reducen el pensamiento del maestro y después la experiencia de uno que lo abrió para todos: “No, esto dice Tomás”, y probó lo que decía. Eso es maravilloso, es algo muy grande.

Por eso les pido: antes de hablar de Santo Tomás, antes de hablar del tomismo, antes de enseñar, es necesario contemplar: contemplar al maestro, entender además del pensamiento intelectual lo que vivió el maestro y lo que quiso decirnos el maestro. La señal es que cuando yo reduzco la figura de un maestro a la figura de un pensador, arruinó el pensamiento; le quito la fuerza, le quito la vida. Y Santo Tomás fue una luz en el pensamiento de la Iglesia, y nosotros debemos defenderlo de todos estos “reduccionismos intelectuales” que aprisionan la grandeza de su pensamiento magisterial.

Esto es lo que quiero decirles, además del discurso que cada uno de ustedes se llevará. Pero quise detenerme para decirles esto: es un maestro, no es un intelectual como muchos, no, es distinto.

Les agradezco mucho. Y ahora me gustaría darles la bendición y después saludar a aquellos que quieran saludar. ¡Si alguno no quiere saludarme, no lo obligo!

Discurso entregado

Señores Cardenales, ilustres académicos, señoras y señores:

Me alegra recibir a todos ustedes, venidos a Roma desde distintas partes del mundo para celebrar el undécimo Congreso Tomista Internacional. Agradezco al Card. Luis Ladaria por las corteses palabras que me dirigió. Saludo al P. Serge-Thomas Bonino, Presidente de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino y a todos los académicos presentes. Expresó también mi gratitud al Card. Gianfranco Ravasi que, como presidente del Consejo de coordinación de las Academias Pontificias, acompañó por muchos años la vida de la Academia.

El año próximo se celebrará el séptimo centenario de la canonización de Santo Tomás de Aquino, celebrada en Aviñón en 1323. Tal evento nos recuerda que este grandísimo teólogo – el “Doctor común” de la Iglesia – es ante todo un santo, un fiel discípulo de la Sabiduría encarnada. Por eso, en la oración colecta de su memoria pedimos a Dios, «que lo hizo grande para la búsqueda de la santidad de vida y la pasión por la sagrada doctrina», que «nos conceda comprender sus enseñanzas e imitar sus ejemplos». Y aquí encontramos también su programa espiritual: imitar al Santo y dejarse iluminar y guiar por el Doctor y Maestro.

La misma oración pone en relieve la pasión de Fray Tomás por la sagrada doctrina. En efecto, él fue un hombre apasionado por la Verdad, un buscador incansable del rostro de Dios. Su biógrafo refiere que ya desde niño habría preguntado: «¿Qué es Dios?» [1]. Esta pregunta acompañó a Tomás y lo motivó toda la vida. Tal búsqueda de la verdad sobre Dios fue movida y permeada por el amor. Así escribe él mismo: «Impulsado por una ardiente voluntad de creer, el hombre ama la verdad que cree, la considera en su inteligencia y la abraza con las razones que pueda encontrar para tal objetivo» [2]. Perseguir humildemente, bajo la guía del Espíritu Santo, el intellectus fidei no es opcional para el creyente, sino que es parte del mismo dinamismo de su fe. Es necesario que la Palabra de Dios, ya acogida en el corazón, llegue a la inteligencia para “renovar nuestra forma de pensar” (cf. Rom 12 ,2), para que valoremos todas las cosas a la luz de la Sabiduría eterna. Por tanto, la búsqueda apasionada de Dios es al mismo tiempo oración y contemplación, de manera que Santo Tomás es modelo de la teología que nace y crece en la atmósfera de la adoración.

Esta búsqueda de la verdad sobre Dios usa las dos “alas” de la fe y la razón. Como sabemos, la manera en que Santo Tomás supo coordinar las dos luces de la fe y la razón sigue siendo ejemplar. San Pablo VI escribía: «El punto central y casi el núcleo de la solución que Santo Tomás dio al problema del nuevo encuentro entre la razón y la fe con la genialidad de su intuición profética, fue el de la conciliación entre la secularidad del mundo y la radicalidad del Evangelio, huyendo así a la antinatural tendencia negativa del mundo y de sus valores, sin por otro lado renunciar a las supremas e inflexibles exigencias del orden sobrenatural» [3]. El cristiano, por tanto, no teme iniciar un diálogo racional sincero con la cultura de su propio tiempo, convencido, según la fórmula del Ambrosiaster tan estimado por Tomás, que «toda verdad, desde donde sea dicha, viene del Espíritu Santo» [4].

En la oración colecta ya citada pedimos la gracia no solo de imitar al Santo sino también de «comprender sus enseñanzas». En efecto, Santo Tomás es la fuente de una tradición de pensamiento de la cual ha sido reconocida «la novedad perenne» [5]. El tomismo no debe ser un objeto de museo, sino una fuente siempre viva, según el tema de su Congreso: “Vetera novis augere. Los recursos de la tradición tomista en el contexto actual”. Es necesario promover, según la expresión de Jacques Maritain, un “tomismo vivo”, capaz de renovarse para responder a las preguntas actuales. Así, el tomismo avanza siguiendo un doble movimiento vital de “sístole y diástole”. Sístole, porque necesita primero concentrarse en el estudio de la obra de Santo Tomás en su contexto histórico-cultural, para identificar los principios estructurales y captar la originalidad. Después, sin embargo, viene la diástole: dirigirse en el diálogo al mundo actual, para asimilar críticamente aquello que de verdadero y justo existe en la cultura del tiempo.

Entre muchas doctrinas iluminadoras de Aquino, quisiera solamente llamar la atención, como dije en la Encíclica Laudato si’, sobre la fecundidad de su enseñanza acerca de la creación. No por casualidad, el escritor inglés Chesterton llamó a Aquino “Tomás del Creador”. La creación es para Santo Tomás la primerísima manifestación de la estupenda generosidad de Dios, más aún, de su gratuita misericordia [6]. Es la clave del amor, dice Tomás, que abrió la mano de Dios y la tiene siempre abierta [7]. Él contempla después la belleza de Dios que resplandece en la diversidad ordenada de las criaturas. El universo de las criaturas visibles e invisibles no es ni un bloque monolítico ni puramente diversidad sin forma, sino que forma un orden, un todo, en el que todas las criaturas están relacionadas porque todas vienen de Dios y van a Dios y porque actúan unas sobre las otras creando así una densa red de relaciones. «Santo Tomás de Aquino subrayó sabiamente que la multiplicidad y la variedad provienen de la intención del primer agente, el Cual quiso que lo que falta a cada cosa para representar la bondad divina sea suplido por las demás cosas, porque su bondad no puede ser adecuadamente representada por una sola creatura. Por eso, necesitamos entender la variedad de las cosas en sus múltiples relaciones. Por tanto, se entiende mejor la importancia y el significado de cualquier creatura, si se la contempla en el conjunto del plan de Dios» [8].

Por todo esto, queridos hermanos y hermanas, en la estela de mis predecesores les pido: ¡Vayan con Tomás! No tengan miedo de acrecentar y enriquecer con cosas nuevas las cosas antiguas y siempre fecundas. Les deseo buen trabajo y de corazón les bendigo. Y les pido por favor orar por mí. Gracias.


[1] Petrus Calo, Vita s. Thomas Aquinatis, en Fontes vitae s. Thomae Aquinatis, edición de D. Prümmer e M.-H. Laurent, Toulouse, s. d., p. 19.

[2] Summa theologiae, IIa-IIae, q. 2, a. 10.

[3] Carta ap. Lumen Ecclesiae (20 novembre 1974), 8: AAS 66 (1974), 680.

[4] Ambrosiaster, In I Cor 12,3: PL 17, 258. cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, Ia-IIae, q. 109, a. 1, ad 1.

[5] S. Juan Pablo II, Carta Enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998), 43-44.

[6] cf. Santo Tomás de Aquino, In IV Sent., d. 46, q. 2, a. 2, qla. 2, ad 1; Summa theologiae, Ia, q. 21, a. 4, ad 4.

[7] cf. Santo Tomás de Aquino, In II Sent., Prologus.

[8] Carta Enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 86.

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