NO A LOS EMPRESARIOS “MERCENARIOS”: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PÚBLICA DE CONFINDUSTRIA (12/09/2022)

El Papa Francisco, en la audiencia de este 12 de septiembre en al Aula Pablo VI, a los empresarios italianos de Confindustria advirtió que “el sistema fiscal debe ser justo y no corrupto” y condenó “toda forma de explotación y negligencia en la seguridad”, especialmente de los inmigrantes, y de las mujeres despedidas por estar embarazadas. También invitó a los empresarios a crear puestos de trabajo para los jóvenes y a mantener salarios justos porque “si la brecha es demasiado grande, la sociedad se enferma”. Transcribimos a continuación, el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Queridos empresarios y empresarias, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Presidente por el saludo y la introducción. Me alegra poder encontrarlos y, a través de ustedes, dirigirme al mundo de los empresarios, que son un componente esencial para construir el bien común, son un motor primario de desarrollo y prosperidad.

Este tiempo no es un tiempo fácil, para ustedes y para todos. También el mundo de la empresa está sufriendo mucho. La pandemia ha puesto a dura prueba muchas actividades productivas, todo el sistema económico ha sido herido. Y ahora se agrega la guerra en Ucrania con la crisis energética que está derivando de ella. En estas crisis sufre incluso el buen empresario, que tiene la responsabilidad de su negocio, de los puestos de trabajo, que siente sobre sí las incertidumbres y los riesgos. En el mercado existen empresarios “mercenarios” y empresarios semejantes al Buen Pastor (Jn 10, 11-18), que sufren los mismos sufrimientos de sus trabajadores, que no huyen ante los muchos lobos que dan vueltas alrededor. La gente sabe reconocer a los buenos empresarios. Lo hemos visto incluso recientemente, con la muerte de Alberto Balocco: toda la comunidad empresarial y civil estaba adolorida y manifestó estimación y reconocimiento.

La Iglesia, desde sus inicios, acogió en su seno también a mercaderes, precursores de los modernos empresarios. En la Biblia y los Evangelios se habla de trabajo, de comercio, y entre las parábolas están aquellas que hablan de monedas, de propietarios de tierras, de administradores, de perlas preciosas adquiridas. El padre misericordioso en el Evangelio de Lucas (cf. 15, 11-32) se nos muestra como un hombre rico, un propietario de tierras. El buen samaritano (cf. Lc 10, 30-35) podría ser un mercader: es él quien cuida del hombre robado y herido, y después lo encomienda a otro empresario, un posadero. Los “dos denarios” que el samaritano anticipa al posadero son muy importantes: en el Evangelio no existen solamente los treinta denarios de Judas; no solo esos. En efecto, el mismo dinero puede ser utilizado, ayer como hoy, para traicionar y vender a un amigo o para salvar a una víctima. Lo vemos todos los días, cuando los denarios de Judas y los del buen samaritano conviven en los mismos mercados, en las mismas bolsas de valores, en las mismas plazas. La economía crece y se vuelve humana cuando los denarios del samaritano se hacen más numerosos que los de Judas.

Pero la vida de los empresarios en la Iglesia no ha sido siempre fácil. Las palabras duras que Jesús utiliza con respecto a los ricos y las riquezas, las del camello y el ojo de una aguja (cf. Mt 19, 23-24), han sido extendidas a veces demasiado velozmente a todo empresario y todo comerciante, uniéndolos a esos vendedores que Jesús echó del templo (cf. Mt 21, 12-13). En realidad, se puede ser comerciante, empresario, y ser seguidor de Cristo, habitantes de su Reino. La pregunta entonces se convierte en: ¿cuáles son las condiciones para que un empresario pueda entrar en el Reino de los cielos? Y me permito mostrarles algunas. No es fácil...

La primera es compartir. La riqueza, por una parte, ayuda mucho en la vida; pero también es verdad que a menudo la complica: no solo porque puede convertirse en un ídolo y un patrón despiadado que se apodera día tras día de toda la vida. La complica también porque la riqueza llama a la responsabilidad: una vez que poseo bienes, sobre mí pesa la responsabilidad de hacerlos dar fruto, de no desperdiciarlos, de usarlos para el bien común. Después la riqueza crea envidia alrededor, maledicencia, en ocasiones violencia y maldad. Jesús nos dice que es muy difícil para un rico entrar en el Reino de Dios. Difícil, sí, pero no imposible (cf. Mt 19, 26). Y de hecho sabemos de personas ricas que formaban parte de la primera comunidad de Jesús, por ejemplo Zaqueo de Jericó, José de Arimatea o algunas mujeres que sostenían a los apóstoles con sus bienes. En las primeras comunidades existían mujeres y hombres que no eran pobres; y en la Iglesia hay siempre personas ricas que han seguido el Evangelio de manera ejemplar: entre ellas incluso empresarios, banqueros, economistas, como por ejemplo los Beatos Giuseppe Toniolo y Giuseppe Tovini. Para entrar al Reino de los cielos, no a todos se les ha pedido despojarse como al comerciante Francisco de Asís; algunos que poseen riquezas se les ha pedido compartirlas. El compartir es otro nombre de la pobreza evangélica. Y de hecho la otra gran imagen económica que encontramos en el Nuevo Testamento es la comunión de bienes narrada por los Hechos de los Apóstoles: «La multitud de aquellos que se habían convertido en creyentes tenían un solo corazón y una sola alma [...], entre ellos todo lo tenían en común [...]. Ninguno entre ellos era necesitado» (4, 32-34).

¿Cómo vivir hoy este espíritu evangélico de compartir? Las formas son diversas y cada empresario puede encontrar la propia, según su personalidad y creatividad. Una forma de compartir es la filantropía, es decir dar a la comunidad, en distintas formas. Y aquí quiero agradecerles por su apoyo concreto al pueblo ucraniano, especialmente a los niños desplazados, para que puedan ir a la escuela; ¡gracias! Pero muy importante es esa forma en que en el mundo moderno y en las democracias representan los impuestos, una forma de compartir a menudo no entendida. El pacto fiscal es el corazón del pacto social. Los impuestos son también una forma de compartir la riqueza, de manera que ésta se convierta en bienes comunes, bienes públicos: escuela, salud, derechos, cuidados, ciencia, cultura, patrimonio. Es verdad, los impuestos deben ser justos, equitativos, fijados con base en la capacidad de contribución de cada uno, como recita la Constitución italiana (cf. art 53). El sistema y la administración fiscal deben ser eficientes y no corruptos. Pero no hace falta considerar a los impuestos como una usurpación. Éstos son una alta forma de compartir los bienes, son el corazón del pacto social.

Otra forma de compartir es la creación de trabajo, trabajo para todos, en particular para los jóvenes. Los jóvenes necesitan su confianza y ustedes necesitan de los jóvenes, porque las empresas sin jóvenes pierden innovación, energía, entusiasmo. Desde siempre el trabajo es una forma de comunión de la riqueza: contratando personas ustedes ya están distribuyendo sus bienes, ya están creando riqueza compartida. Cada nuevo puesto de trabajo creado es un pedazo de riqueza compartida de manera dinámica. También está aquí la centralidad del trabajo en la economía y su gran dignidad. Hoy la técnica pone en riesgo el hacernos olvidar esta gran verdad, pero si el nuevo capitalismo crea riqueza sin crear trabajo, entra en crisis esta buena y gran función de la riqueza. Y hablando de los jóvenes: yo, cuando encuentro a los gobernantes, muchos me dicen: “el problema de mi país es que los jóvenes se van, porque no tienen posibilidades”. Crear trabajo es un desafío y algunos países están en crisis por esta falta de trabajo. Yo les pido este favor: que aquí, en este país, gracias a su iniciativa, a su valentía, haya puestos de trabajo, que se creen sobre todo para los jóvenes.

Sin embargo, el problema del trabajo no puede resolverse si permanece anclado a solo las fronteras del mercado de trabajo: es el modelo de orden social el que hay que poner a discusión. ¿Qué modelo de orden social? Y aquí se toca la cuestión de la falta de natalidad. La falta de natalidad, combinada con el rápido envejecimiento de la población, está agravando la situación para los empresarios, pero también para la economía en general: disminuye la oferta de trabajadores y aumenta el gasto en pensiones a cargo de las finanzas públicas. Es urgente apoyar en los hechos a las familias y la natalidad. Sobre esto debemos trabajar, para salir lo antes posible del invierno demográfico en el que vive Italia y también otros países. Es un terrible invierno demográfico, que va en contra de nosotros y nos impide esta capacidad de crecer. Hoy tener hijos es una cuestión, yo diría, patriótica, incluso para llevar el país hacia adelante.

Siempre a propósito de la natalidad: a veces, una mujer que es empleada aquí o trabaja allá, tiene miedo de quedar embarazada, porque existe una realidad – no digo entre ustedes – pero existe una realidad en que apenas se comienza a ver la panza, la corren. “No, no, no puedes estar embarazada”. Por favor, este es un problema de las mujeres trabajadoras: estúdienlo, vean qué pueden hacer para que una mujer embarazada pueda continuar, tanto con el hijo que espera como con el trabajo. Y siempre a propósito del trabajo, hay otro tema que debe hacerse evidente. Italia tiene una fuerte vocación comunitaria y territorial: el trabajo siempre ha sido considerado dentro de un pacto social más amplio, donde la empresa es parte integral de la comunidad. El territorio vive de la empresa y la empresa obtiene la savia de los recursos cercanos, contribuyendo de manera sustancial al bienestar de los lugares en que se encuentra colocada. A este respecto, debe subrayarse el papel positivo que juegan los negocios en la realidad de la inmigración, favoreciendo la integración constructiva y valorando capacidades indispensables para la supervivencia de la empresa en el contexto actual. Al mismo tiempo es necesario reiterar con fuerza el “no” a toda forma de explotación de las personas y a la negligencia en su seguridad. El problema de los migrantes: el migrante debe ser acogido, acompañado, apoyado e integrado y la manera de integrarlo es el trabajo. Pero si el migrante es rechazado o simplemente utilizado como un bracero sin derechos, eso es una gran injusticia y también le hace mal al propio país.

Me gusta recordar también que el empresario mismo es un trabajador. ¡Y eso es hermoso! No vive de rentas; el verdadero empresario vive de trabajo, vive trabajando, y sigue siendo empresario aunque trabaja. El buen empresario conoce a los trabajadores porque conoce el trabajo. Muchos de ustedes son empresarios artesanos, que comparten la misma fatiga y belleza cotidiana de los empleados. Una de las graves crisis de nuestro tiempo es la pérdida de contacto de los empresarios con el trabajo: creciendo, haciéndose grandes, la vida transcurre en oficinas, reuniones, viajes, convenciones y no se frecuentan más las oficinas y las fábricas. Se olvida “el olor” del trabajo. Es terrible. Es como lo que nos sucede a los sacerdotes y obispos, cuando olvidamos el olor de las ovejas, ya no somos pastores, somos funcionarios. Se olvida el olor del trabajo, ya no se reconocen los productos a ojos cerrados tocándolos; y cuando un empresario ya no toca sus productos, pierde contacto con la vida de su empresa y a menudo inicia también su declinación económica. El contacto, la cercanía, que es el estilo de Dios: estar cerca.

Crear trabajo después genera una cierta igualdad en sus empresas y la sociedad. Es verdad que en las empresas existe la jerarquía, es verdad que existen funciones y salarios distintos, pero los salarios no deben ser muy distintos. Hoy la cuota de valor que va al trabajo es muy pequeña, sobre todo si la comparamos con la que va a los rendimientos financieros y a los sueldos de los altos ejecutivos. Si la brecha entre los sueldos más altos y los más bajos se hace muy ancha, se enferma la comunidad empresarial y muy rápido se enferma la sociedad. Adriano Olivetti, un gran colega suyo del siglo pasado, había establecido un límite en la distancia entre los sueldos más altos y los más bajos, porque sabía que cuando los salarios y los sueldos son muy distintos se pierde en la comunidad empresarial el sentido de pertenencia a un destino común, no se crea empatía y solidaridad entre todos; y así, ante una crisis, la comunidad laboral no responde como podría responder, con graves consecuencias para todos. El valor que ustedes crean depende de todos y de cada uno: depende también de su creatividad, del talento y la innovación, depende también de la cooperación de todos, del trabajo cotidiano de todos. Porque si es verdad que cada trabajador depende de sus empresarios y dirigentes, también es verdad que el empresario depende de sus trabajadores, de su creatividad, de su corazón y su alma: podríamos decir que depende de su “capital” espiritual, de los trabajadores.

Queridos amigos, los grandes desafíos de nuestra sociedad no podrán vencerse sin buenos empresarios, y esto es cierto. Los animo a sentir la urgencia de nuestro tiempo, hacer protagonistas de este cambio de época. Con su creatividad e innovación pueden dar vida a un sistema económico distinto, donde la salvaguardia del ambiente sea un objetivo directo e inmediato de su acción económica. Sin nuevos empresarios la tierra no resistirá el impacto del capitalismo y dejaremos a las próximas generaciones un planeta muy herido, quizá imposible de vivir. Lo hecho hasta ahora no basta: por favor ayudémonos juntos a hacer más.

Y les agradezco por haber venido y deseo todo bien para ustedes y su trabajo. De corazón los bendigo junto con sus familias. Y por favor, les pido no olvidarse de orar por mí. Gracias.

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