QUE TU LLANTO, OH MADRE, CONMUEVA NUESTROS CORAZONES ENDURECIDOS: ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN DE RUSIA Y UCRANIA A LA SANTÍSIMA VIRGEN (23/03/2022)

La Santa Sede ha publicado el texto de la oración de Consagración y encomienda de la humanidad, y especialmente de Rusia y Ucrania, al Inmaculado Corazón de María que el Papa Francisco pronunciará al final de la Liturgia de la Penitencia en la Basílica de San Pedro, en la tarde del viernes 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación. La liturgia comenzará a las 17:00 hrs (Hora de Roma), mientras que la Consagración tendrá lugar hacia las 18:30 horas. El Papa ha pedido a todos los Obispos y sacerdotes del mundo que se unan a él en esta oración. Transcribimos a continuación el texto de la oración, traducido del italiano:

Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces: nada se te oculta de lo que nos preocupa. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu providente ternura, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos guías a Jesús, Príncipe de la paz.

Pero nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado secar por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la Tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: ¡perdónanos, Señor!

En la miseria del pecado, en nuestras fatigas y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón Inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más angustiosas de la historia nos conduces con ternura.

Recurrimos entonces a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que en todo tiempo no te cansas de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos de nuevo nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, especialmente en el momento de la prueba, no desprecias nuestras súplicas y vienes en nuestra ayuda.

Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2, 3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos agotado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha diluido la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos desperdiciado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu intervención materna.

Acoge entonces, oh Madre, esta nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tempestad de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la concordia de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos el perdón.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.

Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que por nosotros has derramado hagan florecer de nuevo este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que son obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón adolorido nos mueva a la compasión y nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.

Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «He ahí a tu hijo» (Jn 19, 26): así nos encomendó a ti a cada uno de nosotros. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «He ahí a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, exhausta y angustiada, está al pie de la cruz contigo. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados por la guerra, por el hambre, por las injusticias y la miseria.

Nosotros, entonces, Madre de Dios y nuestra, solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón Inmaculado a nosotros mismos, a la Iglesia y a la humanidad entera, de manera especial a Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que una vez más, por medio de tu Corazón, la paz vendrá. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.

Que a través de ti se derrame sobre la Tierra la divina Misericordia y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Sacia la aridez de nuestro corazón, tú que eres “fuente viva de esperanza”. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros artesanos de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por los senderos de la paz. Amén.

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