CATEQUESIS DEL PAPA: EL EXCESO DE VELOCIDAD PULVERIZA LA VIDA (02/03/2022)

En este día tan especial, Miércoles de Ceniza, que coincide con el inicio de la Cuaresma y en el que se celebra la Jornada de Oración y Ayuno por la paz en Ucrania, el Papa Francisco tomó como punto de partida el pasaje bíblico de las genealogías de los antepasados (Gen 5, 1-5). “La alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida – los niños y los ancianos – ayuda también a las otras dos – los jóvenes y los adultos – a vincularse para hacer la existencia de todos más rica en humanidad”. Así el Santo Padre se refería este miércoles 2 de marzo a la riqueza intrínseca del vínculo entre las generaciones, durante su catequesis en la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, cuyo texto completo compartimos a continuación, traducido del italiano:

La longevidad: símbolo y oportunidad

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En el relato bíblico de las genealogías de los antepasados sorprende enseguida su enorme longevidad: ¡se habla de siglos! ¿Cuándo empieza, aquí, la vejez? Uno se pregunta. ¿Y qué significa el hecho de que estos antiguos padres vivan tanto después de haber engendrado a los hijos? ¡Padres e hijos viven juntos, durante siglos! Esta cadencia secular de los tiempos, narrada con estilo ritual, confiere a la relación entre longevidad y genealogía un significado simbólico fuerte, muy fuerte.

Es como si la transmisión de la vida humana, tan nueva en el universo creado, pidiera un lenta y prolongada iniciación. Todo es nuevo, en los inicios de la historia de una criatura que es espíritu y vida, conciencia y libertad, sensibilidad y responsabilidad. La nueva vida —la vida humana—, inmersa en la tensión entre su origen “a imagen y semejanza” de Dios y la fragilidad de su condición mortal, representa toda una novedad por descubrir. Y pide un largo tiempo de iniciación, en el que es indispensable el apoyo recíproco entre las generaciones, para descifrar las experiencias y confrontarse con los enigmas de la vida. En este largo tiempo, lentamente, es cultivada también la calidad espiritual del hombre.

En un cierto sentido, todo paso de época, en la historia humana, nos propone de nuevo esta sensación: es como si tuviéramos que retomar desde el inicio y con calma nuestras preguntas sobre el sentido de la vida, cuando el escenario de la condición humana aparece lleno de preguntas nuevas e interrogantes inéditos. Ciertamente, la acumulación de la memoria cultural aumenta la familiaridad necesaria para afrontar los pasajes inéditos. Los tiempos de la transmisión se reducen; pero los tiempos de la asimilación piden siempre paciencia. El exceso de velocidad, que ya obsesiona todos los pasajes de nuestra vida, hace cada experiencia más superficial y menos “nutritiva”. Los jóvenes son víctimas inconscientes de esta escisión entre el tiempo del reloj, que quiere ser quemado, y los tiempos de la vida, que requieren una adecuada “fermentación”. Una larga vida permite experimentar estos largos tiempos y los daños de la prisa.

La vejez, ciertamente, impone ritmos más lentos: pero no son sólo tiempos de inercia. La medida de estos ritmos abre, de hecho, para todos, espacios de sentido de la vida desconocidos por la obsesión de la velocidad. Perder el contacto con los ritmos lentos de la vejez cierra estos espacios para todos. Es en este horizonte que he querido instituir la fiesta de los abuelos, en el último domingo de julio. La alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida — los niños y los ancianos — ayuda también a las otras dos — los jóvenes y los adultos — a vincularse mutuamente para hacer la existencia de todos más rica en humanidad. Es necesario el diálogo entre generaciones: si no hay diálogo entre jóvenes y ancianos, entre adultos, si no hay diálogo, cada generación permanece aislada y no puede transmitir el mensaje. Un joven que no está vinculado a sus raíces, que son los abuelos, no recibe la fuerza — como el árbol tiene la fuerza de las raíces — y crece mal, crece enfermo, crece sin referencias. Por eso es necesario buscar, como una exigencia humana, el diálogo entre las generaciones. Y este diálogo es importante precisamente entre los abuelos y nietos, que son los dos extremos.

Imaginemos una ciudad en que la convivencia de las diferentes edades forme parte integral del proyecto global de su hábitat. Pensemos en la formación de relaciones afectivas entre vejez y juventud que se irradien en el estilo general de las relaciones. La superposición de las generaciones se convertiría en fuente de energía para un humanismo verdaderamente visible y vivible. La ciudad moderna tiende a ser hostil con los ancianos (y no por casualidad también lo es con los niños). Esta sociedad que tiene este espíritu del descarte y descarta tantos niños no deseados, descarta a los viejos: los descarta, no sirven y los pone en una casa para ancianos, resguardados… El exceso de velocidad nos mete en una centrífuga que nos barre como confeti. Se pierde por completo la mirada de conjunto. Cada uno se aferra a su propio pedacito, que flota sobre los flujos de la ciudad-mercado, para la cual los ritmos lentos son pérdidas y la velocidad es dinero. El exceso de velocidad pulveriza la vida, no la hace más intensa. Y la sabiduría requiere “perder tiempo”. Cuando tú vuelves a casa y ves a tu hijo, a tu hija pequeña y “pierdes tiempo”, pero este coloquio es fundamental para la sociedad. Y cuando tú vuelves a casa y está el abuelo o la abuela que quizá no razona bien o, no sé, ha perdido un poco la capacidad de hablar, y tú estás con él o con ella, tú “pierdes tiempo”, pero este “perder tiempo” fortalece a la familia humana. Es necesario gastar tiempo — un tiempo que no es redituable — con los niños y con los viejos, porque ellos nos dan otra capacidad de ver la vida.

La pandemia, en la cual aún estamos obligados a vivir, ha impuesto — muy dolorosamente, por desgracia — un revés para el culto obtuso a la velocidad. Y en este período los abuelos han servido como barrera ante la “deshidratación” emocional de los más pequeños. La alianza visible de las generaciones, que armoniza los tiempos y los ritmos, nos restituye la esperanza de no vivir la vida en vano. Y restituye a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, cerrando el camino a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume. La palabra clave aquí es “perder tiempo”. A cada uno de ustedes les pregunto: ¿sabes perder el tiempo, o estás siempre apurado por la velocidad? “No, tengo prisa, no puedo…”. ¿Sabes perder el tiempo con los abuelos, con los viejos? ¿Sabes perder el tiempo jugando con tus hijos, con los niños? Este es el punto de referencia. Piensen un poco. Y esto restituye a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, bloqueando — como he dicho — el camino a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume. Los ritmos de la vejez son un recurso indispensable para captar el sentido de la vida marcada por el tiempo. Los viejos tienen sus ritmos, pero son ritmos que nos ayudan. Gracias a esta mediación, se hace más creíble el destino de la vida en el encuentro con Dios: un designio que está escondido en la creación del ser humano “a su imagen y semejanza” y está sellado en el hacerse hombre del Hijo de Dios.

Hoy se verifica una mayor longevidad de la vida humana. Esto nos ofrece la oportunidad de acrecentar la alianza entre todas las etapas de la vida. Mucha longevidad, pero debemos hacer más alianza. Y también nos ayuda a crecer la alianza con el sentido de la vida en su totalidad. El sentido de la vida no está solamente en la edad adulta, de los 25 a los 60. El sentido de la vida es todo, desde el nacimiento hasta la muerte y tú deberías ser capaz de dialogar con todos, también tener relaciones afectivas con todos, así tu madurez será más rica, más fuerte. Y también nos ofrece este significado de la vida, que es integral. Que el Espíritu nos conceda la inteligencia y la fuerza para esta reforma: es necesaria una reforma. La prepotencia del tiempo del reloj debe convertirse en la belleza de los ritmos de la vida. Esta es la reforma que debemos hacer en nuestros corazones, en la familia y en la sociedad. Repito: ¿reformar qué? Qué la prepotencia del tiempo del reloj sea convertida en la belleza de los ritmos de la vida. Convertir la prepotencia del tiempo, que siempre nos apura, a los ritmos propios de la vida. La alianza de las generaciones es indispensable. Una sociedad donde los viejos no hablan con los jóvenes, los jóvenes no hablan con los viejos, los adultos no hablan con los viejos ni con los jóvenes, es una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, sino que se mira a sí misma. Y se queda sola. Que Dios nos ayude a encontrar la música adecuada para esta armonización de las diferentes edades: los pequeños, los viejos, los adultos, todos juntos: una hermosa sinfonía de diálogo.

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