CATEQUESIS DEL PAPA: EL MUNDO NECESITA JÓVENES FUERTES Y ANCIANOS SABIOS (16/03/2022)

“La vejez está en la posición correcta para captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el gozo y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor”. Así lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General de este 16 de marzo, continuando con su ciclo de catequesis sobre el sentido y el valor de la vejez, meditando en esta ocasión sobre la ancianidad como un recurso para la juventud despreocupada. Previamente se había encontrado en la Basílica de San Pedro con la comunidad del Instituto “La Zolla” de Milán a quienes subrayó dos actitudes: compartir y acoger. Compartimos a continuación el texto completo de la catequesis del Papa, así como las palabras que pronunció en la Basílica de San Pedro, todo traducido del italiano:

Palabras a la comunidad educativa del Instituto “La Zolla”

Queridos estudiantes del Instituto “La Zolla”:

Me alegra recibirlos y dirijo un cordial saludo a ustedes, a sus padres y a sus profesores, a sus abuelos: hay muchos abuelos aquí. Es muy importante para ustedes jóvenes y niños hablar con los abuelos: muy importante, hablar con los abuelos. Es importante. Su escuela de inspiración cristiana es una realidad muy valiosa para el territorio milanés y ofrece un apreciado servicio educativo en colaboración con las familias. Es importante construir una comunidad educativa en la cual, junto a los docentes, los padres de familia puedan ser protagonistas del crecimiento cultural de sus hijos. Y eso es el pacto educativo, el diálogo entre padres de familia y profesores. Se dialoga siempre, para el bien de los jóvenes, de los niños. Este pacto educativo que se ha roto muchas veces, siempre debemos cuidarlo. El diálogo es también el trabajo en conjunto, como lo hacen ustedes, padres de familia y profesores. Es importante construir una comunidad educativa, eso es muy importante.

Y a ustedes muchachos y muchachas quisiera dejarles dos palabras que me salen del corazón: compartir y acogida. Compartir y acogida, digámoslo juntos: “compartir y acogida”. Sólo los jóvenes, los grandes no. Díganlo: compartir y acogida, todos. [Repiten: “compartir y acogida”]. Ahí está, aprendan bien eso. Compartir: no se cansen de madurar junto a las personas que viven a su lado: los compañeros de escuela, los padres de familia, los abuelos, los educadores, los amigos. Se necesita hacer equipo, crecer no sólo en los conocimientos, sino también en tejer vínculos para construir una sociedad más solidaria y fraterna. Porque la paz, que necesitamos tanto, se construye artesanalmente a través de compartir. No hay máquinas para construir la paz, no: la paz siempre se hace artesanalmente. La paz en la familia, la paz en la escuela... ¿Y cómo se hace artesanalmente? Con mi trabajo, con mi compartir.

La segunda palabra: acogida. El mundo de hoy pone muchas barreras entre las personas. Y el resultado de las barreras son las exclusiones, el descarte. Eso es peligroso, si se descarta. También en la escuela – escuchen bien esto, muchachos y muchachas – en la escuela a veces hay algún compañero o compañera que es un poco extraño, un poco ridículo o que no nos cae bien: nunca lo descarten. Mucho menos le hagan bullying: no, por favor, no al bullying, nunca, todos somos iguales. Incluso si un compañero es un poco antipático, pobrecito, me acerco a él con simpatía. Siempre hagan puentes, no descarten a ninguno, por favor. No descarten. Porque con el descarte siempre comienzan las guerras. El resultado de las barreras son las exclusiones, el descarte. Hay barreras entre los Estados, entre los grupos sociales, pero también entre las personas. Y a menudo también el teléfono que no se deja de mirar se convierte en una frontera que los aísla en un mundo que tienen al alcance de la mano. Qué hermoso es en cambio mirar a los ojos a las personas, escuchar sus historias, acoger su identidad; generar, a través de la amistad, puentes con hermanos y hermanas de tradiciones, etnias y religiones distintas. Sólo de esa manera construiremos, con la ayuda de Dios, un futuro de paz. Me gustó mucho su lema – “Sorprendidos”: es hermoso. Siempre maravillados, ver la belleza, asombrados y agradecidos. Pero tengan cuidado, porque existe el peligro de volverse estúpidos: ¡no, no! Estupefactos, no estúpidos. ¿Entendido?

Gracias por este encuentro, gracias por su testimonio. Hago oración por ustedes y ustedes, por favor, no se olviden de orar por mí. Y ahora les pido pensar, tener un pensamiento: pensemos en los muchos niños y niñas, muchachos y muchachas que están en guerra, que hoy en Ucrania están sufriendo. Son como nosotros, como ustedes: seis, siete, diez, catorce años y ustedes tienen ante sí un futuro, una seguridad social de poder crecer en una sociedad en paz. En cambio estos pequeños, incluso pequeñísimos, deben huir de las bombas. Están sufriendo mucho. Con ese frío que hace allá... Pensemos. Cada uno de nosotros piense en estos niños, en estas niñas, en estos muchachos, en estas muchachas. Hoy están sufriendo; hoy, a tres mil kilómetros de aquí. Oremos al Señor. Yo haré la oración y ustedes con el corazón, con la mente, oren conmigo. “Señor Jesús, te pido por los niños, las niñas, los muchachos, las muchachas que están viviendo bajo las bombas, que ven esta guerra terrible, que no tienen de comer, que deben huir dejando su casa, todo. Señor Jesús, mira a estos niños, a estos jóvenes: míralos, protégelos. Son las víctimas de la soberbia de nosotros, los adultos. Señor Jesús, bendice a estos niños y protégelos”. Juntos pidamos a la Virgen para que los proteja: Dios te salve, María...

Y así, en silencio como estamos, recibamos la bendición del señor: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y gracias por este encuentro: gracias, gracias. Y no se olviden, no se olviden: asombrados y agradecidos. Todos juntos: asombrados y agradecidos.

Texto de la Catequesis

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El relato bíblico —con el lenguaje simbólico de la época en que fue escrito— nos dice algo impresionante: Dios estaba tan amargado por la difundida maldad de los hombres, que se había convertido en un estilo de vida normal, que pensó que se había equivocado al crearlos y decidió eliminarlos. Una solución radical. Podría incluso tener un giro paradójico de misericordia. No más humanos, no más historia, no más juicio, no más condena. Y muchas víctimas predestinadas por la corrupción, por la violencia, por la injusticia serían perdonadas para siempre.

¿No nos sucede a veces también a nosotros — abrumados por el sentido de impotencia contra el mal o desmoralizados por los “profetas de desventuras” — que pensamos que era mejor no haber nacido? ¿Debemos dar crédito a ciertas teorías recientes, que denuncian a la especie humana como un daño evolutivo para la vida en nuestro planeta? ¿Todo negativo? No.

De hecho, estamos bajo presión, expuestos a peticiones opuestas que nos confunden. Por un lado, tenemos el optimismo de una juventud eterna, iluminado por los progresos extraordinarios de la técnica, que pinta un futuro lleno de máquinas más eficientes y más inteligentes que nosotros, que curarán nuestros males y pensarán para nosotros las mejores soluciones para no morir: el mundo del robot. Por otro lado, nuestra fantasía parece cada vez más concentrada en la representación de una catástrofe final que nos extinguirá. Lo que sucede con una eventual guerra atómica. El “día después” de esto —si estaremos todavía, días y seres humanos— se deberá empezar de cero. Destruir todo para volver a empezar de cero. No quiero hacer banal el tema del progreso, naturalmente. Pero parece que el símbolo del diluvio está ganando terreno en nuestro inconsciente. La pandemia actual, además, pone una hipoteca grave sobre nuestra despreocupada representación de las cosas que cuentan, para la vida y para su destino.

En el relato bíblico, cuando se trata de poner a salvo de la corrupción y del diluvio la vida de la tierra, Dios encomienda tal empresa a la fidelidad del más viejo de todos, al “justo” Noé. ¿La vejez salvará el mundo, me pregunto? ¿En qué sentido? ¿Y cómo salvará el mundo, la vejez? ¿Y cuál es el horizonte? ¿La vida más allá de la muerte o solamente la supervivencia hasta el diluvio?

Una palabra de Jesús, que evoca “los días de Noé”, nos ayuda a profundizar el sentido de la página bíblica que hemos escuchado. Jesús, hablando de los últimos tiempos, dice: «Como sucedió en los días de Noé, así será en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, tomaban mujer, tomaban marido, hasta el día que entró Noé en el arca y vino el diluvio y los hizo morir a todos» (Lc 17, 26-27). En efecto, comer y beber, tomar mujer o marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción, allí? En realidad, Jesús pone el acento sobre el hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a gozar de la vida, pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y envenena el sentido. Cuando se pierde la percepción de la corrupción, y la corrupción se vuelve una cosa normal: todo tiene su precio, ¡todo! Se compra, se vende, opiniones, actos de justicia… Esto, en el mundo de los negocios, en el mundo de muchas profesiones, es común. Y viven despreocupadamente incluso la corrupción, como si fuera parte de la normalidad del bienestar humano. Cuando tú vas a hacer algo y es lento, el proceso para hacerlo es un poco lento, cuántas veces se escucha decir: “Pero, si me das una propina yo acelero esto”. Muchas veces. “Dame algo y yo lo hago avanzar”. Lo sabemos bien, todos nosotros. El mundo de la corrupción parece parte de la normalidad del ser humano; y esto es terrible. Esta mañana hablé con un señor que me decía de este problema en su tierra. Los bienes de la vida son consumidos y gozados sin preocupación por la calidad espiritual de la vida, sin cuidado por el hábitat de la casa común. Todo se explota, sin preocuparse de la mortificación y de la degradación que muchos sufren, y tampoco del mal que envenena a la comunidad. Mientras la vida normal pueda estar llena de “bienestar”, no queremos pensar en lo que la hace vacía de justicia y amor. “Pero ¡yo estoy bien! ¿Por qué debo pensar en los problemas, en las guerras, en la miseria humana, en cuánta pobreza, en cuánta maldad? No, yo estoy bien. No me importan los demás”. Este es el pensamiento inconsciente que nos hace avanzar en vivir un estado de corrupción.

¿La corrupción puede volverse normalidad?, me pregunto. Hermanos y hermanas, lamentablemente sí. Se puede respirar el aire de la corrupción como se respira el oxígeno. “Pero es normal; si usted quiere que yo haga esto rápido, ¿cuánto me da?”. ¡Es normal! ¡Es normal, pero es algo terrible, no es bueno! ¿Qué es lo que abre el camino? Una cosa: la despreocupación que se dirige solo al cuidado de sí mismos: este es el pasaje que abre la puerta a la corrupción que hunde la vida de todos. La corrupción obtiene gran ventaja de esta despreocupación que no es buena. Cuando a una persona le parece bien todo y no le importan los demás: esta despreocupación ablanda nuestras defensas, ofusca la conciencia y nos vuelve —incluso involuntariamente—cómplices. Porque la corrupción nunca va sola: una persona siempre tiene cómplices. Y la corrupción siempre se amplía, se amplía.

La vejez está en la posición correcta para captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el gozo y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor: esto es todo corrupción. La especial sensibilidad de nosotros los viejos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Seremos nosotros quien demos la alarma, la alerta: “Tengan cuidado, que esto es la corrupción, no te lleva a nada”. La sabiduría de los viejos es muy necesaria, hoy, para ir contra la corrupción. Las nuevas generaciones esperan de nosotros los viejos, de nosotros los ancianos una palabra que sea profecía, que abra las puertas a nuevas perspectivas fuera de este mundo despreocupado de la corrupción, de la costumbre de las cosas corruptas. La bendición de Dios elige la vejez, por este carisma tan humano y humanizante. ¿Qué sentido tiene mi vejez? Cada uno de nosotros los viejos podemos preguntarnos. El sentido es este: ser profeta de la corrupción y decir a los demás: “¡Deténganse, yo he hecho ese camino y no te lleva a nada! Deja que te cuente mi experiencia”. Nosotros los ancianos debemos ser profetas contra la corrupción, como Noé fue el profeta contra la corrupción de su tiempo, porque era el único en que Dios confió. Yo les pregunto a todos ustedes – y también me pregunto a mí: ¿mi corazón está abierto a ser profeta contra la corrupción de hoy? Hay algo terrible, cuando los ancianos no han madurado y se vuelven viejos con las mismas costumbres corruptas de los jóvenes. Pensemos en el relato bíblico de los jueces de Susana: son el ejemplo de una vejez corrupta. Y nosotros, con una vejez así no seremos capaces de ser profetas para las jóvenes generaciones.

Y Noé es el ejemplo de esta vejez generadora: no es corrupta, es generadora. Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros los ancianos debemos cuidar de los jóvenes, de los niños que están en peligro. Construye el arca de la acogida y hace entrar a hombres y animales. En el cuidado por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo el gesto tierno y generoso de la creación, que en realidad es el pensamiento mismo que inspira el mandamiento de Dios: una bendición, una nueva creación (cf. Gen 8, 15-9,17). La vocación de Noé permanece siempre actual. El santo patriarca debe interceder todavía por nosotros. Y nosotros, mujeres y hombres de una cierta edad —por no decir viejos, porque algunos se ofenden— no olvidemos que tenemos la posibilidad de la sabiduría, de decir a los demás: “Mira, este camino de corrupción no lleva a nada”. Nosotros debemos ser como el buen vino que al final envejecido puede dar un mensaje bueno y no malo.

Hago un llamado, hoy, a todas las personas que tienen una cierta edad, por no decir viejos. Tengan cuidado: ustedes tienen la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que se vive y en la que avanza este modo de vivir de relativismo, totalmente relativo, como si todo fuera lícito. Avancemos. El mundo lo necesita, necesita jóvenes fuertes, que vayan adelante, y viejos sabios. Pidamos al Señor la gracia de la sabiduría.

Oración por la paz en Ucrania

Queridos hermanos y hermanas, en el dolor de esta guerra hagamos una oración todos juntos, pidiendo al Señor el perdón y pidiendo la paz. Lo haremos con una oración escrita por un obispo italiano.

Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un bunker de Kharkiv, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado de veinte años al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas a la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!

Perdónanos Señor,
perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestro hermano, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel. Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia,
que no se haga nuestra voluntad,
¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas detenido la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!

Amén.

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