DIOS NUNCA USA LA VIOLENCIA, SUFRE POR NOSOTROS Y CON NOSOTROS: ÁNGELUS DEL 20/03/2022

“Estamos en el corazón del camino cuaresmal”, así inició su reflexión antes de la oración del Ángelus el Papa Francisco, este 20 de marzo, III Domingo de Cuaresma, desde el Palacio Apostólico junto a los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. El Santo Padre, meditando el Evangelio del día (Lc 13, 1-9), mencionó algunas interrogantes ante las trágicas noticias presentes en el relato bíblico, cuando “Pilato había hecho matar a algunos galileos”. Y afirmó que hoy también “cuando las noticias negativas nos oprimen y nos sentimos impotentes ante el mal, a menudo viene el preguntarse: ¿se trata de un castigo de Dios?”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Estamos en el corazón del camino cuaresmal, y hoy el Evangelio inicialmente presenta a Jesús que comenta algunos sucesos. Cuando aún seguía vivo el recuerdo de dieciocho personas muertas a causa del derrumbe de una torre, le cuentan de que algunos galileos que Pilato había hecho matar (cf. Lc 13, 1). Y hay una pregunta que parece acompañar estas trágicas noticias: ¿de quién es la culpa de estos hechos terribles? ¿Quizás aquellas personas eran más culpables que otras y Dios las ha castigado? Estos son interrogantes que vuelven siempre actuales; cuando las noticias negativas nos oprimen y nos sentimos impotentes ante el mal, a menudo viene el preguntarse: ¿se trata quizá de un castigo de Dios? ¿Es Él quien envía una guerra o una pandemia para castigarnos por nuestros pecados? ¿Y por qué el Señor no interviene?

Debemos tener cuidado: cuando el mal nos oprime, corremos el riesgo de perder lucidez, y para encontrar una respuesta fácil a cuanto no logramos explicarnos, terminamos por echarle la culpa a Dios. Y muchas veces la fea y mala costumbre de las blasfemias viene de ahí. ¡Cuántas veces le atribuimos nuestras desgracias, le atribuimos las desventuras del mundo a Él que, en cambio, nos deja siempre libres y, por tanto, no interviene nunca imponiéndose, sólo proponiéndose; a Él, que nunca usa la violencia y, aún más, ¡sufre por nosotros y con nosotros! Jesús, de hecho, rechaza y contesta con fuerza la idea de imputar a Dios nuestros males: aquellas personas que mandó matar Pilato y las que murieron bajo la torre no eran más culpables que otras y no son víctimas de un Dios despiadado y vengativo, que no existe. De Dios nunca puede venir el mal, porque Él «no nos trata según nuestros pecados» (Sal 103, 10), sino según su misericordia. Es el estilo de Dios. No puede tratarnos de otro modo. Siempre nos trata con misericordia.

En vez de culpar a Dios, dice Jesús, es necesario mirarse dentro: es el pecado el que produce la muerte; son nuestros egoísmos los que laceran las relaciones; son nuestras decisiones equivocadas y violentas las que desencadenan el mal. En este punto, el Señor ofrece la verdadera solución. ¿Cuál es? La conversión: «Si no se convierten – dice –, perecerán todos del mismo modo» (Lc 13, 5). Es una invitación apremiante, especialmente en este tiempo de Cuaresma. Acojámosla con corazón abierto. Convirtámonos del mal, renunciemos a aquel pecado que nos seduce, abrámonos a la lógica del Evangelio: ¡porque, donde reinan el amor y la fraternidad, el mal ya no tiene poder!

Jesús, sin embargo, sabe que convertirse no es fácil, y quiere ayudarnos en eso. Sabe que muchas veces volvemos a caer en los mismos errores y en los mismos pecados; que nos desanimamos y, quizá, nos parece que nuestro esfuerzo por el bien es inútil en un mundo donde el mal parece reinar. Y entonces, después de su llamado, nos anima con una parábola que relata la paciencia que Dios. Debemos pensar en la paciencia de Dios, la paciencia que Dios tiene con nosotros. Nos ofrece la imagen consoladora de una higuera que no da frutos en el periodo establecido, pero que no es cortada: se le concede más tiempo, otra posibilidad. Me gusta pensar que un hermoso nombre de Dios sería “el Dios de la otra posibilidad”: siempre nos da otra oportunidad, siempre, siempre. Así es su misericordia. Así hace el Señor con nosotros: no nos corta de su amor, no se desanima, no se cansa de darnos nuevamente confianza con ternura. Hermanos y hermanas, ¡Dios cree en nosotros! Dios confía en nosotros y nos acompaña con paciencia, la paciencia de Dios con nosotros. No se desanima, sino que siempre pone de nuevo esperanza en nosotros. Dios es Padre y te mira como padre: como el mejor de los papás, no ve los resultados que aún no has alcanzado, sino los frutos que aún puedes dar; no lleva la cuenta de tus faltas, sino que anima tus posibilidades; no se detiene en tu pasado, sino que apuesta con confianza por tu futuro. Porque Dios está cerca, está cerca de nosotros. El estilo de Dios – no lo olvidemos–: cercanía; Él está cerca, con misericordia y ternura. Y así nos acompaña Dios: cercano, misericordioso y tierno.

Pidamos entonces a la Virgen María que nos infunda esperanza y valor, y que encienda en nosotros el deseo de conversión.

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