NO PODEMOS ACOSTUMBRARNOS A LOS ACCIDENTES Y MUERTES EN EL TRABAJO: PALABRAS DEL PAPA A LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE TRABAJADORES MUTILADOS E INVÁLIDOS (11/09/2023)

El Papa Francisco se reunió este 11 de septiembre, en la Sala Clementina, con la Asociación Nacional de Trabajadores Mutilados e Inválidos por el Trabajo (ANMIL), asociación que agrupa a amputados e inválidos en el trabajo, y volvió a hablar de la necesidad de garantizar la seguridad. El aumento de los accidentes “se produce cuando el trabajo se deshumaniza”, cuando el objetivo exclusivo se convierte en la productividad. El Pontífice advirtió sobre el fenómeno del lavado de conciencia: “La vida no se vende por ningún motivo, tanto más si es pobre, precaria y frágil. Somos seres humanos y no máquinas”, dijo el Santo Padre en el mensaje cuyo texto compartimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

les doy la bienvenida en ocasión del octogésimo aniversario de su asociación. Era 1943, año decisivo para Italia en la Segunda Guerra Mundial. Dieron los primeros pasos en ese contexto, que nos recuerda que todo conflicto armado lleva consigo multitudes de mutilados, también hoy; y que la población civil sufre las dramáticas consecuencias de esa locura que es la guerra. Terminado el conflicto, permanecen los escombros, también en los cuerpos y los corazones, y la paz se reconstruye día a día, año tras año, a través del cuidado y la promoción de la vida y de su dignidad, a partir de los más débiles, a partir de los más desfavorecidos.

Hoy, entonces, quisiera expresarles un sentido agradecimiento a todos ustedes. Gracias ante todo por lo que siguen haciendo para el cuidado en la representación de las víctimas de accidentes en el trabajo, de las viudas y los huérfanos de los caídos. Aún tengo en la mente a los cinco hermanos muertos por un tren mientras estaban trabajando. Gracias porque tienen alta su atención sobre el tema de la seguridad en los lugares de trabajo, donde ocurren todavía muchas muertes y desgracias. Gracias por las iniciativas que promueven para mejorar la legislación civil en materia de accidentes de trabajo y de reinserción profesional de las personas que se encuentran en condiciones de invalidez. Se trata, de hecho, no solo de garantizar el justo cuidado asistencial y de prevención hacia quienes sufren formas de discapacidad, sino también de dar nuevas oportunidades a personas que pueden ser reinsertadas y cuya dignidad pide ser reconocida en plenitud. Gracias, finalmente, por su trabajo de sensibilización de la opinión pública acerca de la prevención de los accidentes y sobre políticas de seguridad, en particular en favor de las mujeres y los jóvenes. Las tragedias y dramas en los lugares de trabajo desafortunadamente no cesan, a pesar de la tecnología de la cual disponemos para favorecer lugares y tiempos seguros. A veces parece que escuchamos un boletín de guerra. Esto ocurre cuando el trabajo se deshumaniza y, en lugar de ser el instrumento con el cual el ser humano se realiza a sí mismo poniéndose a disposición de la comunidad, se vuelve algo exasperado por la ganancia. Y eso es terrible. Las tragedias se inician cuando el fin ya no es el hombre, sino la productividad y el hombre se vuelve una máquina de producción. Amigos, las tareas educativas y formativas que les esperan son aún fundamentales, tanto con respecto a los trabajadores, como con los proveedores de trabajo, como al interior de la sociedad. La seguridad en el trabajo es como el aire que respiramos: nos damos cuenta de su importancia sólo cuando trágicamente falta, ¡y siempre es demasiado tarde!

La parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 30-37) se repite: ante las personas heridas y que corren el riesgo del abandono a la orilla del camino de la vida podemos hacer como esos dos personajes religiosos, el sacerdote y el levita que, para no contaminarse, no se detienen y siguen de frente, en la indiferencia. En el mundo del trabajo a veces sucede justamente así: se sigue adelante, como si no pasara nada, devotos de la idolatría del mercado. Pero no podemos acostumbrarnos a los accidentes en el trabajo, ni resignarnos a la indiferencia ante los accidentes. No podemos aceptar el descarte de la vida humana. Las muertes y los accidentes son un trágico empobrecimiento social que involucra a todos, no solo a las empresas o a las familias afectadas. No debemos cansarnos de aprender y reaprender el arte de cuidar, en nombre de la común humanidad. La seguridad, en efecto, no solo está garantizada por una buena legislación, que debe hacerse respetar, sino también por la capacidad de vivir como hermanos y hermanas en los lugares de trabajo.

El Apóstol Pablo, reflexionando sobre el valor de la corporeidad, plantea una pregunta extremadamente actual: «¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes? Los recibieron de Dios y ustedes no se pertenecen a ustedes mismos». Y concluye: «¡Glorifiquen a Dios en su cuerpo!» (1 Cor 6, 19-20). San Pablo se refiere a la afectividad, pero podemos ampliar la mirada también al mundo del trabajo. Si el cuerpo es templo del Espíritu Santo, significa que, cuidando sus fragilidades, alabamos a Dios. La humanidad es entonces “lugar de culto” y el cuidado es la actitud con la que colaboramos a la obra misma del Creador. A tanto llega la fe cristiana: la centralidad de la persona, como templo del Espíritu Santo, no conoce descartes, no conoce compraventas o abaratamientos de la vida humana. No se puede, en nombre de una mayor ganancia, pedir más horas laborales, haciendo disminuir la concentración, o pensar en considerar las pólizas de seguro o las peticiones de seguridad como gastos inútiles y pérdidas de ganancia.

La seguridad en el trabajo es parte integral del cuidado de la persona. Más aún, para un empleador, es el primer deber y la primera forma de bien. Se han difundido en cambio formas que van en el sentido contrario y que en una palabra se pueden llamar carewashing. Ocurre con empresarios o legisladores, en lugar de invertir en la seguridad, prefieren lavarse la conciencia con alguna obra de beneficencia. Es terrible. Así anteponen su imagen pública a todo lo demás, haciéndose benefactores en la cultura o en el deporte, en obras buenas, haciendo accesibles las obras de arte o edificios de culto, pero no prestando atención al hecho de que, como enseña un gran padre y doctor de la Iglesia, «la gloria de Dios es el hombre viviente» (San Ireneo de Lyon, Contra las herejías, IV, 20, 7). Este es el primer trabajo: cuidar a los hermanos y hermanas, el cuerpo de los hermanos y hermanas. La responsabilidad hacia los trabajadores es prioritaria: la vida no se vende por ninguna razón, mucho más si es pobre, precaria y frágil. Somos seres humanos y no maquinarias, personas únicas y no piezas de intercambio. Y muchas veces algunos trabajadores son tratados como piezas de intercambio.

Por eso, renuevo mi gratitud por su compromiso y los animo a seguir adelante, para ayudar a la sociedad a progresar desde el punto de vista cultural, a comprender que el ser humano es más importante que el interés económico, que cada persona es un don para la comunidad y que mutilar o hacer inválida a una sola hiere a todo el tejido social. Los encomiendo a la protección de San José, patrono de todos los trabajadores. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y ustedes, por favor, oren por mí, que lo necesito. Gracias.

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