EL MEDITERRÁNEO, UN CEMENTERIO DONDE ESTÁ SEPULTADA LA DIGNIDAD HUMANA: PALABRAS DEL PAPA ANTE EL MEMORIAL POR LOS MARINEROS Y MIGRANTES PERDIDOS EN EL MAR (22/09/2023)

Ante el Memorial de los marineros y migrantes perdidos en el mar en Marsella, junto a los líderes religiosos, el Papa Francisco se expresó este 22 de septiembre acerca de los numerosos hermanos y hermanas “ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón”. Estamos ante una encrucijada, afirmó el Santo Padre en el momento de recogimiento con líderes religiosos: fraternidad o indiferencia, encuentro o confrontación. No podemos resignarnos, dijo, “a ver seres humanos tratados como mercancía de cambio”. Compartimos a continuación las palabras del Santo Padre, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por estar aquí. Ante nosotros está el mar, fuente de vida, pero este lugar evoca la tragedia de los naufragios, que provocan muerte. Estamos reunidos en memoria de aquellos que no lo lograron, que no fueron salvados. No nos acostumbremos a considerar los naufragios como hechos de noticiero y los muertos en el mar como cifras: no, son nombres y apellidos, son rostros e historias, son vidas destrozadas y sueños rotos. Pienso en tantos hermanos y hermanas ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón. Ante un drama como éste no sirven las palabras, si no los hechos. Pero primero, hace falta humanidad, silencio, llanto, compasión y oración. Los invito ahora a un momento de silencio en memoria de estos hermanos y hermanas nuestros: dejémonos tocar por sus tragedias. [Momento de silencio]

Demasiadas personas, huyendo de conflictos, pobreza y desastres ambientales, encuentran entre las olas del Mediterráneo el rechazo definitivo a su búsqueda de un futuro mejor. Y así este espléndido mar se ha convertido en un enorme cementerio, donde muchos hermanos y hermanas son privadas incluso del derecho a tener una tumba, y lo que es sepultado es la dignidad humana. En el libro-testimonio “Hermanito”, el protagonista, al final del atribulado viaje que lo lleva de la República de Guinea a Europa, afirma: «Cuando te sientas sobre el mar estás en una encrucijada. Por un lado la vida, por el otro la muerte. Ahí no hay otras salidas» (A. Arzallus Antia – I. Balde, Hermanito, Milán 2021, 107). Amigos, también ante nosotros se coloca una encrucijada: por un lado la fraternidad, que fecunda de bien a la comunidad humana; por el otro la indiferencia, que ensangrienta el Mediterráneo. Nos encontramos ante una encrucijada de civilización. O la cultura de la humanidad y la hermandad, o la cultura de la indiferencia: que cada quien se las arregle como pueda.

No podemos resignarnos a ver a seres humanos tratados como mercancías de cambio, aprisionados y torturados de manera atroz – lo sabemos, muchas veces, cuando los expulsamos, son destinados a ser torturados y aprisionados –; ya no podemos asistir a los dramas de los naufragios, debidos a tráficos odiosos y al fanatismo de la indiferencia. La indiferencia se vuelve fanática. Las personas que corren el riesgo de ahogarse cuando son abandonadas sobre las olas deben ser socorridas. ¡Es un deber de humanidad, es un deber de civilización!

El Cielo nos bendecirá, si en la tierra y en el mar sabemos cuidar de los más débiles, sí sabemos superar la parálisis del miedo y el desinterés que condena a muerte con guantes de terciopelo. En eso, nosotros los representantes de distintas religiones estamos llamados a servir de ejemplo. Dios, de hecho, bendijo al padre Abraham. Él fue llamado a dejar su tierra de origen y «partió sin saber a dónde iba» (Heb 11, 8). Huésped y peregrino en tierra extranjera, acogió a los viajantes que pasaron cerca de su tienda (cf. Gen 18): «exiliado de su patria, sin casa, fue el mismo casa y patria de todos» (S. Pedro Crisólogo, Discursos, 121). Y «como recompensa de su hospitalidad, obtuvo tener una descendencia» (S. Ambrosio de Milán, De officiis, II, 21). En las raíces de los 3 monoteísmos mediterráneos está entonces la acogida, el amor por el extranjero en nombre de Dios. Y eso es vital si, como nuestro padre Abraham, soñamos un porvenir próspero. No olvidemos el estribillo de la Biblia: “el huérfano, la viuda y el migrante, el extranjero”. Huérfano, viuda y extranjero: esos son los que Dios nos manda cuidar.

Nosotros los creyentes, entonces, debemos ser ejemplares en la acogida recíproca y fraterna. A menudo no son fáciles las relaciones entre los grupos religiosos, con el gusano del extremismo en la plaga ideológica del fundamentalismo que corroe en la vida real de las comunidades. Pero quisiera, a propósito, hacer eco de lo que escribió un hombre de Dios que vivió no lejos de aquí: «que nadie guarde en su corazón sentimientos de odio por su prójimo, sino amor, porque el que odia aunque sea a un solo hombre no podrá estar tranquilo ante Dios. Dios no escucha su oración mientras guarde cólera en su corazón» (S. Cesario de Arles, Discursos, XIV, 2).

Hoy también Marsella, caracterizado por un variado pluralismo religioso, tiene ante sí una encrucijada: encuentro o desencuentro. Y yo le agradezco a todos ustedes, que tomen el camino del encuentro: gracias por su compromiso solidario y concreto por la promoción humana y la integración. Marsella es un modelo de integración. Es hermoso que aquí, junto a las distintas realidades que trabajan con los migrantes, se encuentre Marseille-Espérance, organismo de diálogo interreligioso que promueve la fraternidad y la convivencia pacífica. Miremos a los pioneros y a los testigos del diálogo, como Jules Isaac, que vivió aquí cerca, de quien hace poco se recordó el 60º aniversario de su muerte. Ustedes son la Marsella del futuro. Sigan adelante sin desanimarse, para que esta ciudad sea para Francia, para Europa y el mundo un mosaico de esperanza.

Como deseo, quisiera finalmente citar algunas palabras que David Sassoli pronunció en Bari, en ocasión de un anterior encuentro sobre el Mediterráneo: «En Bagdad, en la Casa de la Sabiduría del Califa Al Ma’mun, se encontraban judíos, cristianos y musulmanes leyendo los libros sagrados y a los filósofos griegos. Hoy todos sentimos, creyentes y laicos, la necesidad de reconstruir esa casa para continuar juntos combatiendo a los ídolos, derribando muros, construyendo puentes, dando cuerpo a un nuevo humanismo. Mirar en profundidad a nuestro tiempo y amarlo aún más cuando es difícil de amar, creo que es la semilla lanzada en estos días tan atentos a nuestro destino. ¡Basta de tener miedo de los problemas que nos plantea el Mediterráneo! […] Para la Unión Europea y para todos nosotros está en juegos nuestra supervivencia» (Discurso en ocasión del Encuentro de reflexión y espiritualidad “Mediterráneo frontera de paz”, 22 de febrero 2020).

Hermanos, hermanas, ¡afrontemos unidos los problemas, no hagamos naufragar la esperanza, construyamos juntos un mosaico de paz!

Me da gusto ver aquí a muchos de ustedes que van al mar para salvar, salvar a los migrantes. Y muchas veces les impiden ir, porque – se dice –a la nave le falta algo, le falta esto, aquello otro... Son gestos de odio contra el hermano, disfrazados de “equilibrio”. Gracias por todo lo que hacen.

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