CATEQUESIS DEL PAPA: QUE EL MEDITERRÁNEO RECUPERE SU VOCACIÓN DE CUNA DE CIVILIZACIÓN (27/09/2023)

Como un sueño y un desafío, el Papa Francisco definió la experiencia de los Rencontres Méditerranéennes (Encuentros Mediterráneos) celebrados en Marsella del 17 al 24 de septiembre, a cuya conclusión asistió el Papa pasando dos días en la ciudad francesa. El Santo Padre volvió así a abordar uno de los temas más urgentes y cercanos a su corazón, por un lado, la dignidad de los migrantes y refugiados y por otro el deber de elegir hoy “entre la indiferencia y la fraternidad”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El viaje apostólico a Marsella en ocasión de los “Encuentros del Mediterráneo”

¡Queridos hermanos y hermanas!

A finales de la semana pasada fui a Marsella para participar en la conclusión de los Rencontres Méditerranéennes, que involucraron a Obispos y alcaldes de la zona mediterránea, junto con numerosos jóvenes, para que la mirada se abriera al futuro. En efecto, el evento de Marsella se titulaba “Mosaico de esperanza”. Este es el sueño, este es el desafío: que el Mediterráneo recupere su vocación, de ser laboratorio de civilización y de paz.

¡El Mediterráneo, lo sabemos, es cuna de civilización, y una cuna es para la vida! No es tolerable que se convierta en una tumba, y mucho menos en lugar de conflicto. El Mar Mediterráneo es lo más opuesto que hay al enfrentamiento entre civilizaciones, a la guerra, a la trata de seres humanos. Es exactamente lo opuesto, porque el Mediterráneo comunica África, Asia y Europa; el norte y el sur, el oriente y el occidente; las personas y las culturas, los pueblos y las lenguas, las filosofías y las religiones. Cierto, el mar siempre es de alguna manera un abismo que hay que superar, y puede incluso llegar a ser peligroso. Pero sus aguas custodian tesoros de vida, sus olas y sus vientos llevan embarcaciones de todo tipo.

Desde su costa oriental, hace dos mil años, partió el Evangelio de Jesucristo.

[Su anuncio] naturalmente, no sucede por arte de magia y no se realiza de una vez por todas. Es el fruto de un camino en el que toda generación está llamada a recorrer un tramo, leyendo los signos de los tiempos en los que vive.

El encuentro de Marsella vino después de otros similares que tuvieron lugar en Bari en 2020 y en Florencia el año pasado. No fue un evento aislado, sino el paso adelante de un itinerario, que tuvo sus inicios en los “Coloquios Mediterráneos” organizados por el alcalde Giorgio La Pira, en Florencia, a finales de los años ‘50 del siglo pasado. Un paso adelante para responder, hoy, al llamado lanzado por San Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, a promover «un mundo más humano para todos, en el que todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros» (n. 44).

Del evento de Marsella, ¿qué ha salido? Ha salido una mirada sobre el Mediterráneo que definiría simplemente humana, no ideológica, no estratégica, no políticamente correcta ni instrumental, humana, es decir capaz de referirlo todo al valor primario de la persona humana y de su inviolable dignidad. Al mismo tiempo salió una mirada de esperanza. Esto es hoy muy sorprendente: cuando escuchas a los testigos que han atravesado situaciones inhumanas o que las han compartido, y precisamente de ellos recibes una “profesión de esperanza”. Y también es una mirada de fraternidad.

Hermanos y hermanas, esta esperanza, esta fraternidad, no debe “volatilizarse”, no, al contrario, debe organizarse, concretarse en acciones a largo, medio y corto plazo. Para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar. El Mediterráneo debe ser un mensaje de esperanza.

Pero hay otro aspecto complementario: es necesario volver a dar esperanza a nuestras sociedades europeas, especialmente a las nuevas generaciones. De hecho, ¿cómo podemos acoger a los demás, si no tenemos nosotros antes un horizonte abierto al futuro? Los jóvenes pobres de esperanza, cerrados en lo privado, preocupados por administrar su precariedad, ¿cómo pueden abrirse al encuentro y a compartir? Nuestras sociedades muchas veces enfermas de individualismo, de consumismo y de vacías evasiones necesitan abrirse, oxigenar el alma y el espíritu, y entonces podrán leer la crisis como oportunidad y afrontarla de forma positiva.

Europa necesita volver a encontrar pasión y entusiasmo, y en Marsella puedo decir que los he encontrado: en su pastor, el Cardenal Aveline, en los sacerdotes y en los consagrados, en los fieles laicos comprometidos en la caridad, en la educación, en el pueblo de Dios que ha demostrado gran calor en la Misa en el Estadio Vélodrome. Agradezco a todos ellos y al Presidente de la República, que con su presencia ha dado testimonio de la atención de toda Francia en el evento de Marsella. Que pueda la Virgen, que los marselleses veneran como Notre Dame de la Garde, acompañar el camino de los pueblos del Mediterráneo, para que esta región se convierta en lo que desde siempre está llamada a ser: un mosaico de civilización y de esperanza.

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