NECESITAMOS UNA IGLESIA PACIENTE Y FRATERNA: PALABRAS DEL PAPA A SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS EN CHIPRE (02/12/2021)

La tarde de este 2 de diciembre, el Papa Francisco aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Lárnaca, en Chipre, país donde realiza la primera parada de su viaje apostólico que también lo llevará hasta Grecia. Bajo el lema “Consuélanos en la fe”, el Santo Padre llega a tierras chipriotas para encontrarse con este pueblo, en un peregrinaje a las “fuentes de la humanidad y fraternidad”. La primera actividad del día en la que participó el Pontífice fue un encuentro con sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, catequistas, asociaciones y movimientos eclesiales de Chipre en la Catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias, Nicosia, la ciudad más grande de esta Nación. En su discurso, el Papa Francisco exhortó a todos a ser siempre una Iglesia paciente, “que discierne, acompaña e integra”; y una Iglesia fraterna, “que hace espacio al otro, que discute pero permanece unida”; siguiendo los pasos de San Bernabé, patrono de esta tierra. Compartimos a continuación, el texto de su discurso, traducido del italiano:

Beatitudes, queridos hermanos Obispos, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, queridos catequistas, hermanos y hermanas:

Me siento feliz de estar entre ustedes. Deseo expresar mi gratitud al Cardenal Béchara Boutros Raï por las palabras que me ha dirigido y saludar con afecto al Patriarca Pierbattista Pizzaballa.

Gracias a todos ustedes por su ministerio y su servicio; en particular a ustedes, hermanas, por la obra educativa que llevan adelante en la escuela, a la que asisten tantos jóvenes de la isla, lugar de encuentro, diálogo y aprendizaje del arte de construir puentes. ¡Gracias! Gracias a todos por su cercanía a las personas, especialmente en los contextos sociales y laborales donde es más difícil.

Comparto mi alegría de visitar esta tierra, caminando como peregrino tras las huellas del gran apóstol Bernabé, hijo de este pueblo, discípulo enamorado de Jesús, intrépido anunciador del Evangelio que, pasando por las nacientes comunidades cristianas, veía la gracia de Dios en acción y se alegraba de ello, y exhortaba «a todos para que permanecieran unidos al Señor con firmeza de corazón» (Hch 11, 23). Vengo con el mismo deseo: ver la gracia de Dios obrando en su Iglesia y en su tierra, alegrarme con ustedes por las maravillas que el Señor obra y exhortándolos a perseverar siempre, sin cansarse, sin nunca desanimarse. Dios e más grande. Dios es más grande que nuestras contradicciones. ¡Adelante!

Los miro y veo la riqueza de su diversidad. Es verdad, una verdadera ensalada de futas, todos diferentes. Saludo a la Iglesia maronita, que en el curso de los siglos ha llegado en varias ocasiones a la isla y que, a menudo atravesando muchas pruebas, ha perseverado en la fe. Cuando pienso en el Líbano siento mucha preocupación por la crisis en la que se encuentra y noto el sufrimiento de un pueblo cansado y probado por la violencia y el dolor. Llevo en mi oración el deseo de paz que sube desde el corazón de ese país. Les agradezco lo que hacen aquí en Chipre. Los cedros del Líbano se citan numerosas veces en la Escritura como modelos de belleza y grandeza. Pero incluso un gran cedro surge desde las raíces y crece lentamente. Ustedes son estas raíces, trasplantadas en Chipre para difundir la fragancia y la belleza del Evangelio. ¡Gracias!

Saludo también a la Iglesia latina, presente aquí por milenios, que en el tiempo ha visto crecer, junto a sus hijos, el entusiasmo de la fe y que hoy, gracias a la presencia de tantos hermanos y hermanas migrantes, se presenta como un pueblo “multicolor”, un verdadero y auténtico lugar de encuentro entre etnias y culturas diferentes. Este rostro de la Iglesia refleja el rol de Chipre en el continente europeo: una tierra de campos dorados, una isla acariciada por las olas del mar, pero sobre todo una historia que es cruce de pueblos y mosaico de encuentros. Así es también la Iglesia. Católica, o sea universal. Espacio abierto en que todos son acogidos y alcanzados por la misericordia de Dios y la invitación a amar. Y esto no hay que olvidarlo.  Ninguno de nosotros está llamado a hacer proselitismo de predicadores. El proselitismo es estéril. No da vida. Todos estamos llamados por la misericordia de Dios, que no se cansa de llamar, no se cansa de estar cercano, no se cansa de perdonar. ¿Dónde están las raíces de nuestra vocación cristiana? En la misericordia de Dios. No hay que olvidarlo nunca.  El Señor no defrauda, su misericordia no defrauda. Siempre nos espera. No hay ni debe haber muros en la Iglesia católica, es una casa común, es el lugar de las relaciones, es la convivencia de la diversidad. El rito melquita, este otro rito… Que uno piensa de este modo, que aquella hermana viste de ese modo, que la otra viste de otro, pero la diversidad de todos. En esa diversidad, la riqueza de la unidad. ¿Y quién hace la unidad? El Espíritu Santo. ¿Y quién hace la diversidad? El Espíritu Santo. El que pueda entender, que entienda. Él es el autor de la diversidad y es el autor de la armonía. San Basilio lo decía: “Ipsi armonia est”. Eso es lo que hace. La diversidad de los dones es la unidad armónica de la Iglesia.

Queridos amigos, ahora quisiera compartir con ustedes algo a propósito de San Bernabé, su hermano y patrono, trayendo de su vida y de su misión dos palabras.

La primera palabra es paciencia. Se habla de Bernabé como de un gran hombre de fe y de equilibrio, que fue elegido por la Iglesia de Jerusalén — se puede decir la Iglesia madre — como la persona más idónea para visitar una nueva comunidad, la de Antioquía, compuesta por diversas personas que se habían convertido recientemente del paganismo. Es enviado para ir y ver qué está sucediendo, casi como un explorador. Allí encuentra personas que provienen  de otro mundo, de otra cultura y sensibilidad religiosa; personas que acaban de cambiar de vida y por eso tienen una fe llena de entusiasmo, pero todavía frágil. Como al principio. En toda esta situación, la actitud de Bernabé es de gran paciencia. Sabe esperar. Sabe esperar que el árbol crezca.

La paciencia de estar dispuesto a salir constantemente de viaje, la paciencia de entrar en la vida de personas hasta ese momento desconocidas, la paciencia de acoger la novedad sin juzgarla apresuradamente, la paciencia del discernimiento, que sabe captar los signos de la obra de Dios en todas partes, la paciencia de “estudiar” otras culturas y tradiciones.

Bernabé tuvo sobre todo la paciencia del acompañamiento. Deja crecer, acompañando. No pisotea la fe frágil de los recién llegados con actitudes estrictas, inflexibles, o con requerimientos demasiado exigentes en cuanto a la observancia de los preceptos. No. Los deja crecer, los acompaña, los toma de la mano, dialoga con ellos. Bernabé no se escandaliza. Como un padre o una madre no se escandalizan por sus hijos. Les acompañan, les ayudan a crecer. Tengan esto en mente. Las divisiones. El proselitismo dentro de la Iglesia… este es de estos, este de los otros… no funciona. Deja crecer y acompaña. Si se debe reprender a alguno, lo reprende, pero con amor, con paz. El hombre de la paciencia.

Necesitamos una Iglesia paciente, queridos hermanos y hermanas. Una Iglesia que no se deja desconcertar y turbar por los cambios, sino que acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio.

En esta isla es precioso el trabajo que desarrollan ustedes en la acogida de nuevos hermanos y hermanas que llegan desde otros lugares del mundo. Como Bernabé, también ustedes están llamados a cultivar una mirada paciente y atenta, a ser signos visibles y creíbles de la paciencia de Dios que nunca deja a nadie fuera de casa, nunca nadie privado de su tierno abrazo.

La Iglesia en Chipre tiene estos brazos abiertos: acoge, integra, acompaña. Es un mensaje importante también para la Iglesia en toda Europa, marcada por la crisis de fe. No sirve ser impulsivos, no sirve ser agresivos, o nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis. Es necesario volver a comenzar a anunciar el Evangelio con paciencia, tomar las bienaventuranzas de la mano, sobre todo anunciarlas a las nuevas generaciones.

A ustedes, hermanos Obispos, quisiera decirles: sean pastores pacientes en la cercanía, no se cansen nunca de buscar a Dios en la oración; busquen a los sacerdotes, en el encuentro; a los hermanos de otras confesiones cristianas, con respeto y solicitud; a los fieles, allí donde viven. Y a ustedes, queridos sacerdotes que están aquí, quisiera decirles: sean pacientes con los fieles. Siempre dispuestos a animarlos, sean ministros incansables del perdón y de la misericordia de Dios. Nunca jueces severos, siempre padres amorosos. Cuando yo leo la parábola del hijo pródigo, el hermano mayor era un juez riguroso, pero el papá era misericordioso, imagen del Padre, que siempre perdona. Es más, que siempre te está esperando para perdonar.

El año pasado, un grupo de jóvenes, que hacen espectáculo de música pop, han querido interpretar la parábola del hijo pródigo, cantada con música pop. Los diálogos… hermosísimo. Pero la cosa más bella fue la discusión final. Cuando el hijo pródigo va con un amigo y le dice: “Yo así, no puedo seguir, quiero volver a casa. Pero tengo miedo de que mi padre me cierre la puerta en la cara. Me eche fuera. Y con este miedo, no sé cómo hacer”. “Pero tu padre es bueno”, “Sí, pero sabes que mi hermano está allí, que le calienta la cabeza”. Y estaban haciendo esto de la ópera pop. Y el amigo le dice “haz una cosa: escríbele a tu papá y dile que quieres regresar, pero que tienes miedo que no te reciba bien. Dile a tu papá que si quiere recibirte bien, que ponga un pañuelo sobre la ventana más alta de la casa, y así tu papá te dirá antes si te recibirá bien o echará fuera”. Se cierra ese acto y en el siguiente acto, el hijo va en camino hacia la casa del papá, y cuando el camino gira, se ve la casa del papá. Estaba llena de pañuelos blancos. Llena. Este es Dios para nosotros. Este es Dios para nosotros, no se cansa de perdonarnos. Y cuando nosotros comenzamos a hablar “si, Señor, yo hice…”, Él dice “cállate”, nos tapa la boca. A ustedes, sacerdotes, por favor, no sean rigoristas en la confesión. Cuando vean a las personas en esa dificultad… “he entendido, he entendido”. Esto no quiere decir “manga ancha”, no. Quiere decir corazón de padre, como corazón de padre es el de Dios.

La obra que el Señor realiza en la vida de cada persona es una historia sagrada, dejémonos apasionar por ella. En la multiforme variedad de su pueblo, paciencia significa también tener oídos y corazón para diferentes sensibilidades espirituales, distintos modos de expresar la fe, culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, por favor, no… sino integrar todas las culturas, todas las psicologías de la gente con paciencia materna. Porque la Iglesia es madre. Es lo que deseamos hacer con la gracia de Dios en el itinerario sinodal: oración paciente, escucha paciente de una Iglesia dócil a Dios y abierta al hombre. Esta es la paciencia, uno de los aspectos de Bernabé.

Pero en la historia de Bernabé hay un segundo aspecto importante que quisiera subrayar: su encuentro con Pablo de Tarso y la amistad fraterna entre ellos, que los conducirá a vivir juntos la misión. Después de la conversión de Pablo —que antes había sido un encarnizado perseguidor de los cristianos— «todos le temían, porque no creían que él también fuera discípulo» (Hch 9, 26). Aquí el libro de los Hechos dice algo muy hermoso: Bernabé lo toma consigo, lo presenta a la comunidad, cuenta lo que le había sucedido y responde por él (cf. v. 27). Escuchemos este “lo toma consigo”. La expresión recuerda la misma misión de Jesús, que tomó consigo a los discípulos por los caminos de Galilea, que tomó sobre sí nuestra humanidad herida por el pecado. Es una actitud de amistad, una actitud de compartir la vida. “Tomar consigo”, “tomar sobre sí” es hacerse cargo de la historia del otro, darse el tiempo para conocerlo sin etiquetarlo, el pecado de etiquetar a la gente, por favor… sin etiquetarlo. Cargarlo sobre los hombros cuando está cansado o herido, como hace el buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37). Esto se llama fraternidad, y esta la segunda palabra que quisiera decirles. La primera, paciencia, la segunda, fraternidad.

Bernabé y Pablo, como hermanos, viajan juntos para anunciar el Evangelio, incluso en medio de persecuciones. En la Iglesia de Antioquía «se quedaron juntos todo un año e instruyeron a mucha gente» (Hch 11, 26). Ambos después, por voluntad del Espíritu Santo, fueron reservados para una misión más grande y «zarparon hacia Chipre» (Hch 13, 4). Y la Palabra de Dios corría y crecía no sólo por sus cualidades humanas, sino sobre todo porque eran hermanos en el nombre de Dios y esta fraternidad entre ellos hacía resplandecer el mandamiento del amor. Hermanos distintos, diferentes, como los dedos de una mano. Todos distintos pero todos con la misma dignidad. Hermanos. Después, como sucede en la vida, pasa algo inesperado. Los Hechos cuentan que los dos tuvieron un fuerte desacuerdo y sus caminos se separan (cf. Hch 15, 39). También entre los hermanos se discute, a veces hay disputas. Pero Pablo y Bernabé no se separaron por motivos personales, sino porque estaban discutiendo acerca de su ministerio, sobre cómo llevar adelante la misión, y tenían visiones diferentes. Bernabé decide llevar a la misión también al joven Marcos. Pablo no quiere. Discuten, pero por algunas cartas sucesivas de Pablo se intuye que entre ellos no quedó rencor. Incluso a Timoteo, que tiene que alcanzarlo más adelante, Pablo le escribe: «Ven a verme cuanto antes […] Recoge a Marcos [¡justamente a él!] y tráelo, pues me será útil en mi ministerio» (2 Tm 4, 9.11). Esta es la fraternidad en la Iglesia. Se puede discutir sobre las visiones, sobre el punto de vista. Y conviene hacerlo, conviene. Hace bien. Discutir hace bien. Discuten sobre sensibilidades e ideas distintas. Porque es feo no discutir nunca. Cuando hay “esta paz”, muy rigorista, no es de Dios. En una familia, los hermanos y hermanas discuten. Intercambias puntos de vista diferentes sobre la vida. Yo sospecho de aquellos que no discuten nunca. Porque tienen agendas ocultas, siempre.

Esta es la fraternidad en la Iglesia, se puede discutir sobre visiones, sensibilidades e ideas diferentes. Y en ciertas cosas, decirse las cosas en la cara con franqueza. Y esto ayuda en ciertos casos, y no decirlo por detrás con un chismorreo que no sirve a nadie. Es ocasión de crecimiento y de cambio, la discusión. Pero recordemos siempre que se discute no para hacerse la guerra, no para imponerse, sino para expresar y vivir la vitalidad del Espíritu, que es amor y comunión. Se discute, pero seguimos siendo hermanos.

Yo recuerdo de niño, éramos cinco. Discutíamos entre nosotros fuertemente y no a veces, todos los días. Pero después, en la mesa, estábamos todos juntos. La discusión de la familia de una madre. La Madre Iglesia y los hijos discuten. Se está alargando mucho este sermón.

Queridos hermanos y hermanas: necesitamos una Iglesia fraterna. Que sea instrumento de fraternidad para el mundo. Aquí en Chipre existen muchas sensibilidades espirituales y eclesiales, varias historias de procedencia, de ritos, de tradiciones diferentes; pero no debemos sentir la diversidad como una amenaza contra la identidad, no. Ni debemos recelar y preocuparnos de los respectivos espacios. Si caemos en esta tentación crece el miedo, y el miedo genera desconfianza, y la desconfianza conduce a la sospecha y, antes o después, te lleva a la guerra.

Somos hermanos amados por un único Padre. Están inmersos en el Mediterráneo, un mar con diferentes historias, un mar que ha acunado numerosas civilizaciones, un mar del que todavía hoy desembarcan personas, pueblos y culturas de todas partes del mundo.

Con su fraternidad pueden recordar a todos, a toda Europa, que para construir un futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos, superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad. Necesitamos acogernos e integrarnos, caminar juntos, ser hermanos y hermanas todos.

Les agradezco por lo que son y por lo que hacen, por la alegría con la que anuncian el Evangelio, y por las fatigas y renuncias con las que lo sostienen y lo hacen avanzar. Este es el camino trazado por los santos apóstoles Pablo y Bernabé. Les deseo que sean siempre una Iglesia paciente, que discierne, que no se espanta nunca, discierne, que acompaña y que integra; y una Iglesia fraterna, que hace espacio al otro, discute, pero permanece unida. Incluso crece en la discusión. Los bendigo a cada uno de ustedes y, por favor, sigan orando por mí, porque lo necesito. Efcharistó! [¡Gracias!]

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