LOS MUROS DEL MIEDO NO CONTRIBUIRÁN AL PROGRESO: PALABRAS DEL PAPA EN SU ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES EN CHIPRE (02/12/2021)

Por la tarde de este 2 de diciembre, en el Palacio Presidencial de Chipre, tuvo lugar la ceremonia de bienvenida al Sumo Pontífice, con la visita de cortesía al Presidente de la República. A las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático el Santo Padre manifestó su alegría y gratitud por el recibimiento dado en nombre de toda la población. El Papa Francisco, que llega “como peregrino” a un país “pequeño por su geografía, pero grande por su historia”, a una isla que a lo largo de los siglos “no ha aislado a la gente, sino que la ha unido”, y a un lugar que representa “la puerta oriental de Europa y la puerta occidental de Oriente Medio”, habla, en primer lugar, del homenaje apenas realizado al primer presidente de la República, el Arzobispo Makarios: un gesto con el que el Papa quiso homenajear “a todos los ciudadanos”. Transcribimos a continuación, el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Señor Presidente de la República, miembros del gobierno y del Cuerpo diplomático, distinguidas autoridades religiosas y civiles, insignes representantes de la sociedad y del mundo de la cultura, señoras y señores:

Los saludo cordialmente, manifestándoles mi alegría por estar aquí. Le agradezco a usted, señor presidente, por la acogida que me ha reservado en nombre de toda la población. He venido como peregrino, así, peregrino a un país pequeño por su geografía, pero grande por su historia; a una isla que a lo largo de los siglos no ha aislado a la gente, sino que la ha unido; a una tierra cuyo límite es el mar; a un lugar que marca la puerta oriental de Europa y la puerta occidental del Medio Oriente. Son una puerta abierta, un puerto que reúne. Chipre, encrucijada de civilizaciones, lleva en sí la vocación innata al encuentro, favorecida por el carácter acogedor de los chipriotas.

Acabamos de homenajear al primer presidente de esta República, el Arzobispo Makarios, y al realizar este gesto he deseado homenajear a todos los ciudadanos. Su nombre, Makarios, evoca las palabras iniciales del primer discurso de Jesús: las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12). ¿Quién es “makarios”, quién es realmente ese bienaventurado según la fe cristiana, a quien esta tierra está ligada indisolublemente? Bienaventurados pueden ser todos, y son ante todo los pobres de espíritu, los que han sido heridos por la vida, aquellos que viven con mansedumbre y misericordia, cuantos, sin aparecer, practican la justicia y construyen la paz. Las Bienaventuranzas, queridos amigos, son la perenne constitución del cristianismo. Vivirlas permite que el Evangelio sea siempre joven y fecunde la sociedad de esperanza. Las Bienaventuranzas son la brújula que orienta, en todas las latitudes, las rutas que los cristianos abordan en el viaje de la vida.

Justamente desde aquí, donde Europa y Oriente se encuentran, comenzó la primera gran inculturación del Evangelio en el continente y para mí es emocionante recorrer los pasos de los grandes misioneros de los orígenes, en particular de los santos Pablo, Bernabé y Marcos. Heme aquí, pues, peregrino entre ustedes para caminar con ustedes, queridos chipriotas; con todos ustedes, con el deseo de que la buena noticia del Evangelio desde aquí lleve a Europa un alegre mensaje en el signo de las Bienaventuranzas.

Aquello que, de hecho, los primeros cristianos dieron al mundo con la fuerza mansa del Espíritu fue un inaudito mensaje de belleza. Fue la novedad sorprendente de las Bienaventuranzas al alcance de todos para conquistar los corazones y la libertad de muchos. Este país tiene una herencia particular en ese sentido, como mensajero de belleza entre los continentes. Chipre trasluce belleza en su territorio, que es conservada y protegida con políticas ambientales oportunas y concertadas con los vecinos. La belleza se transparenta también en la arquitectura, en el arte —particularmente sacro—, en el artesanado religioso y en los numerosos tesoros arqueológicos. Trayendo del mar que nos rodea una imagen, quisiera decir que esta isla representa una perla de gran valor en el corazón del Mediterráneo.

Una perla, en efecto, se convierte en lo que es porque se forma con el paso del tiempo, requiere años para que las diversas estratificaciones la hagan compacta y reluciente. De este modo, la belleza de esta tierra deriva de las culturas que a lo largo de los siglos se encontraron y mezclaron.

También hoy la luz de Chipre tiene muchos matices, tantos son los pueblos y las personas que, con tonalidades diversas, componen la gama cromática de esta población. Pienso también en la presencia de muchos migrantes, que porcentualmente es la más relevante entre los países de la Unión Europea. Custodiar la belleza multicolor y poliédrica del conjunto no es fácil. Se necesita como para la formación de la perla, tiempo y paciencia. Se requiere una mirada amplia que abrace la variedad de las culturas y tienda hacia el futuro con amplitud de miras. Es importante, en este sentido, tutelar y promover a cada componente de la sociedad, de modo especial a los que estadísticamente son minoritarios. Pienso además en varias entidades católicas que se beneficiarían de un oportuno reconocimiento institucional, para que la contribución que aportan a la sociedad por medio de sus actividades, en particular educativas y caritativas, sea bien definido desde el punto de vista legal.

Una perla trae a la luz su belleza en circunstancias difíciles. Nace en la oscuridad, cuando la ostra “sufre” después de haber recibido una visita inesperada que amenaza su incolumidad, como, por ejemplo, un grano de arena que la irrita. Para protegerse, reacciona asimilando aquello que la ha herido, envuelve aquello que para ella es peligroso y extraño y lo transforma en belleza, lo transforma en una perla.

La perla de Chipre fue obscurecida por la pandemia, que impidió a muchos visitantes que accedan a ver su belleza, agravando, como en otros lugares, las consecuencias de la crisis económica y financiera. En este período de reactivación, no será el entusiasmo por recobrar cuanto se ha perdido, lo que garantice un desarrollo sólido y duradero, sino el compromiso por promover la recuperación de la sociedad, en particular por medio de una decidida lucha contra la corrupción y las plagas que atentan contra la dignidad de la persona; pienso, por ejemplo, al tráfico de seres humanos.

Pero la herida que más sufre esta tierra es la provocada por la terrible laceración que ha sufrido en los últimos decenios. Pienso en al sufrimiento interior de cuantos no pueden regresar a sus casas y lugares de culto. Ruego por su paz, por la paz de toda la isla, y la deseo con todas las fuerzas.

El camino de la paz, que sana los conflictos y regenera la belleza de la fraternidad, está marcado por una palabra: diálogo, que usted, señor Presidente, ha repetido muchas veces. Tenemos que ayudarnos a creer en la fuerza paciente y mansa del diálogo. Esa fuerza de la paciencia, de llevar sobre la espalda, extrayéndola de las Bienaventuranzas. Sabemos que no es un camino fácil; es largo y tortuoso, pero no hay alternativas para llegar a la reconciliación. Alimentemos la esperanza con la fuerza de los gestos en lugar de poner la esperanza en gestos de fuerza. La fuerza de los gestos, más que los gestos de fuerza. Porque hay un poder de los gestos que prepara la paz, no ese de los gestos de poder, de las amenazas de venganza y de las demostraciones de poder, sino el de los gestos de distensión, de los pasos concretos de diálogo.

Pienso, por ejemplo, en el compromiso por disponerse a un debate sincero que ponga en primer lugar las exigencias de la población, a una implicación cada vez más activa de la Comunidad internacional, a la salvaguardia del patrimonio religioso y cultural, a la restitución de cuanto en este sentido es particularmente querido por la gente, como los lugares o al menos los objetos sagrados. A este respecto, quisiera expresar mi aprecio y animarlos en relación con el Religious Track of the Cyprus Peace Project, promovido por la Embajada de Suecia, para que entre los líderes religiosos se cultive el diálogo.

Justamente los tiempos que no parecen propicios, en los que el diálogo languidece son aquellos que pueden preparar la paz. Nos lo recuerda una vez más la perla, que se vuelve tal en la paciencia oscura de tejer sustancias nuevas junto al agente que la ha herido. En esta coyuntura, que no se deje prevalecer el odio, que no se renuncie a curar las heridas, que no se olviden las situaciones de las personas desaparecidas. Y que cuando viene la tentación de desanimarse, se piense en las generaciones futuras, que desean heredar un mundo pacificado, colaborador, cohesionado, no habitado por rivalidades perennes y contaminadas por conflictos no resueltos. Para esto es necesario el diálogo, sin el cual crecen la sospecha y el resentimiento.

Que sea nuestra referencia el Mediterráneo, ahora lamentablemente lugar de conflictos y de tragedias humanitarias; en su belleza profunda es el mare nostrum, el mar de todos los pueblos que se asoman a él para estar conectados, no divididos. Chipre, encrucijada geográfica, histórica, cultural y religiosa, tiene esta posición para poner en marcha una acción de paz. Que sea un moderador abierto, que sea un lugar de construcción abierto en que se construye la paz en medio del Mediterráneo.

La paz, la paz no nace, con frecuencia, de los grandes personajes, sino de la determinación cotidiana, todos los días, de los más pequeños. El continente europeo necesita reconciliación, necesita unidad, necesita valentía e impulso para caminar hacia adelante. Porque no serán los muros del miedo ni los vetos dictados por intereses nacionalistas los que ayudarán al progreso, ni tampoco por sí sola la recuperación económica podrá garantizar seguridad y estabilidad. Miremos la historia de Chipre y veamos cómo el encuentro y la acogida han dado frutos beneficiosos a largo plazo; no sólo en lo que se refiere a la historia del cristianismo, para la que Chipre fue “el trampolín de lanzamiento” en el continente, sino también por la construcción de una sociedad que ha encontrado su propia riqueza en la integración. Este espíritu amplio, esta capacidad de mirar más allá de las propias fronteras rejuvenece, permite volver a encontrar el brillo perdido.

Refiriéndose a Chipre, los Hechos de los Apóstoles narran que Pablo y Bernabé “para llegar a Pafos atravesaron toda la isla” (Hch 13, 6). Para mí es un motivo de alegría atravesar durante estos días la historia y el alma de esta tierra, con el deseo de que su anhelo de unidad y su mensaje de belleza sigan guiando su camino. O Theós na evloghí tin Kípro! [¡Que Dios bendiga a Chipre!].

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