CATEQUESIS DEL PAPA: EL SILENCIO DE JOSÉ COMO ESCUELA DE ESCUCHA DEL ESPÍRITU Y DE ACCIÓN (15/12/2021)

En la cuarta catequesis dedicada al padre terrenal de Jesús, el Papa Francisco invitó este 15 de diciembre a aprender de San José a unir el silencio con la acción. “Aprendamos de José, que en los Evangelios nunca habla, aunque lo hace de otra manera, es decir, cultivando el silencio, para dejar espacio a la Palabra de Dios. De este modo, permite que el Espíritu Santo regenere y sane nuestra lengua, para no herir más a nuestros hermanos. Aprendamos de él a unir el silencio con la acción”. Esta fue la invitación que el Santo Padre dirigió esta mañana durante su catequesis, a los fieles y peregrinos reunidos en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos nuestro camino de reflexión sobre San José. Después de haber ilustrado el ambiente en el que vivió, su papel en la historia de la salvación y su ser justo y esposo de María, hoy quisiera considerar otro aspecto importante de su figura: el silencio. Muchas veces hoy se necesita el silencio. El silencio es importante, a mí me impacta un versículo del Libro de la Sabiduría que fue leído pensando en la Navidad y dice: “Cuando la noche estaba en el silencio más profundo, ahí tu palabra bajó a la tierra”. En el momento de más silencio Dios se manifestó. Es importante pensar en el silencio en esta época en la que parece que no tiene tanto valor.

Los Evangelios no nos reportan ninguna palabra de José de Nazaret, nada, no habló nunca. Eso no significa que fuera taciturno, no, hay un motivo más profundo. Con su silencio, José confirma lo que escribe San Agustín: «En la medida en que crece en nosotros la Palabra – el Verbo hecho hombre – disminuyen las palabras». [1] En la medida en que Jesús ―la vida espiritual― crece, las palabras disminuyen. Esto que podemos definir como el “papagayismo”, hablar como papagayos, continuamente, disminuye un poco. El mismo Juan Bautista, que es «la voz que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor”» (Mt 3, 1), dice ante el Verbo: «Él debe crecer y yo debo disminuir» (Jn 3, 30). Esto quiere decir que Él debe hablar y yo estar callado y José con su silencio nos invita a dejar espacio a la Presencia de la Palabra hecha carne, a Jesús.

El silencio de José no es mutismo; es un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un silencio que hace emerger su gran interioridad. «Una palabra pronunció el Padre, y fue su Hijo ― comenta San Juan de la Cruz― y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio debe ser escuchada por el alma». [2]

Jesús creció en esta “escuela”, en la casa de Nazaret, con el ejemplo cotidiano de María y José. Y no maravilla el hecho de que Él mismo, buscará espacios de silencio en sus jornadas (cf. Mt 14, 23) e invitará a sus discípulos a hacer tal experiencia, por ejemplo: «Vengan aparte, a un lugar solitario, y descansen un poco» (Mc 6, 31).

Qué hermoso sería si cada uno de nosotros, siguiendo el ejemplo de San José, lograra recuperar esta dimensión contemplativa de la vida abierta de par en par precisamente por el silencio. Pero todos sabemos por experiencia que no es fácil: el silencio nos asusta un poco, porque nos pide entrar dentro de nosotros mismos y encontrar la parte más verdadera de nosotros. Y mucha gente tiene miedo del silencio, debe hablar, hablar, hablar o escuchar, radio, televisión…, pero el silencio no puede aceptarlo porque tiene miedo. El filósofo Pascal observaba que «toda la infelicidad de los hombres proviene de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación». [3]

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de San José a cultivar espacios de silencio, en los que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros y que trae Jesús. No es fácil reconocer esta Voz, que a menudo es confundida con los miles de voces de preocupaciones, tentaciones, deseos, esperanzas que nos habitan; pero sin este entrenamiento que viene precisamente de la práctica del silencio, puede enfermarse también nuestra habla. Sin la práctica del silencio se enferma nuestra habla. Esta, en lugar de hacer que brille la verdad, se puede convertir en un arma peligrosa. De hecho, nuestras palabras se pueden convertir en adulación, vanagloria, mentira, maledicencia, calumnia. Es un dato de experiencia que, como nos recuerda el Libro de Sirácides, «mata más la lengua que la espada» (28, 18). Jesús lo dijo claramente: quien habla mal del hermano y de la hermana, quien calumnia al prójimo, es homicida (cf. Mt 5, 21-22). Mata con la lengua. Nosotros no creemos en esto, pero es la verdad. Pensemos un poco en las veces que hemos matado con la lengua ¡nos avergonzaremos! Pero nos hará mucho bien, mucho bien.

La sabiduría bíblica afirma que «muerte y vida están en poder de la lengua: quien hace buen uso de ella, comerá sus frutos» (Prov 18, 21). Y el apóstol Santiago, en su Carta, desarrolla este antiguo tema del poder, positivo y negativo, de la palabra con ejemplos deslumbrantes y dice así: «Si alguno no se equivoca al hablar, es un hombre perfecto, capaz de poner freno también a todo su cuerpo. […] también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo se envanece de grandes cosas. […] Con ella bendecimos al Señor y Padre; y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones» (3, 2-10).

Este es el motivo por el cual debemos aprender de José a cultivar el silencio: ese espacio de interioridad en nuestras jornadas en el que damos la posibilidad al Espíritu de regenerarnos, de consolarnos, de corregirnos. No digo caer en un mutismo, no, sino cultivar el silencio. Cada uno mire dentro de sí mismo: muchas veces estamos haciendo un trabajo y cuando terminamos enseguida buscamos el celular para hacer otra cosa, siempre estamos así. Y esto no ayuda, esto nos hace resbalar en la superficialidad. La profundidad del corazón crece con el silencio, silencio que no es mutismo, como he dicho, sino que deja espacio a la sabiduría, a la reflexión y al Espíritu Santo. A veces tenemos miedo de los momentos de silencio, ¡pero no debemos tener miedo! Nos hará mucho bien el silencio. Y el beneficio del corazón que tendremos sanará también nuestra lengua, nuestras palabras y sobre todo nuestras decisiones. De hecho, José unió la acción al silencio. Él habló, pero hizo, y nos mostró así lo que un día Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21). Palabras fecundas cuando hablemos, y tenemos el recuerdo de aquella canción “Palabras, palabras, palabras…” y nada de sustancial. Silencio, hablar justo, alguna vez morderse la lengua, que hace bien, en vez de decir disparates.

Concluimos con una oración:

San José, hombre de silencio,
tú que en el Evangelio no has pronunciado ninguna palabra,
enséñanos a ayunar de las palabras vanas,
a redescubrir el valor de las palabras que edifican, animan, consuelan, sostienen.
Hazte cercano a aquellos que sufren a causa de las palabras que hieren,
como las calumnias y las maledicencias,
y ayúdanos a unir siempre las palabras a los hechos. Amén.


[1] Sermón 288, 5: PL 38, 1307.

[2] Dichos de luz y amor, BAC, Madrid, 417, n. 99.

[3] Pensamientos, 139.

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