CATEQUESIS DEL PAPA: JOSÉ, HOMBRE JUSTO Y ESPOSO DE MARÍA (01/12/2021)

“Los novios cristianos están llamados a dar testimonio de un amor que tenga la valentía de pasar de las lógicas del enamoramiento a las del amor maduro”, puesto que “amar” no es pretender que el otro o la vida “corresponda con nuestra imaginación”, sino que significa más bien “elegir en plena libertad tomar la responsabilidad de la vida, así como se nos ofrece”. Así el Papa Francisco, en su catequesis de este 1º de diciembre y continuando con su reflexión sobre la figura de San José, quiso dar un mensaje a todos los novios. Lo hizo profundizando en características del padre adoptivo de Jesús: su ser “justo” y esposo prometido de María. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos nuestro camino de reflexión sobre la figura de San José. Hoy quisiera profundizar en su ser “justo” y “esposo prometido de María”, y dar así un mensaje a todos los novios, también a los recién casados. Muchas historias relacionadas con José pueblan los pasajes de los evangelios apócrifos, es decir, no canónicos, que han influido también en el arte y diferentes lugares de culto. Estos escritos que no están en la Biblia — son historias que la piedad cristiana hacía en ese tiempo — responden al deseo de colmar los vacíos narrativos de los Evangelios canónicos, los que están en la Biblia, los cuales nos dan todo lo que es esencial para la fe y la vida cristiana.

El evangelista Mateo. Esto es importante: ¿qué dice el Evangelio sobre José? No qué dicen esos evangelios apócrifos, que no son una cosa fea o mala; son bonitos, pero no son la Palabra de Dios. En cambio, los Evangelios, que están en la Biblia, son la Palabra de Dios. Entre estos el evangelista Mateo que define a José como hombre “justo”. Escuchamos su relato: «He aquí como ocurrió el nacimiento de Jesucristo: su madre, María, siendo prometida de José, antes de que fueran a vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. José su esposo, que era justo y no quería repudiarla, decidió dejarla en secreto» (1, 18-19). Porque los novios, cuando la prometida no era fiel o quedaba encinta, ¡debían denunciarla! Y las mujeres en aquella época eran lapidadas. Pero José era justo. Dice: “No, esto no lo haré. Me quedo callado”.

Para comprender el comportamiento de José ante María, es útil recordar las costumbres matrimoniales del antiguo Israel. El matrimonio comprendía dos fases muy definidas. La primera era como un compromiso oficial, que implicaba ya una situación nueva: en particular la mujer, incluso viviendo aún en la casa paterna todavía durante un año, era considerada de hecho “esposa” de su prometido. Todavía no vivían juntos, pero era como si fuera la esposa. El segundo hecho era el traslado de la esposa de la casa paterna a la casa del esposo. Esto sucedía con una procesión festiva, que completaba el matrimonio. Y las amigas de la esposa la acompañaban allí. Con base en estas costumbres, el hecho de que «antes de que fueran a vivir juntos, se encontró encinta», exponía a la Virgen a la acusación de adulterio. Y esta culpa, según la Ley antigua, tenía que ser castigada con la lapidación (cf. Dt 22, 20-21). Sin embargo, en la praxis judía sucesiva se había afianzado una interpretación más moderada que imponía solo el acto de repudio, pero con consecuencias civiles y penales para la mujer, pero no la lapidación.

El Evangelio dice que José era “justo” precisamente por estar sujeto a la ley como todo hombre piadoso israelita. Pero dentro de él, el amor por María y la confianza que tiene en ella le sugieren una forma que salva la observancia de la ley y el honor de la esposa: decide repudiarla en secreto, sin ruido, sin someterla a la humillación pública. Elige el camino de la discreción, sin juicio ni venganza. ¡Pero cuánta santidad en José! Nosotros, que apenas tenemos una noticia un poco folclórica o un poco fea sobre alguien, ¡vamos enseguida al chismorreo! José en cambio está callado.

Pero añade enseguida el evangelista Mateo: «Sin embargo mientras estaba pensando en estas cosas, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa, porque lo engendrado en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le llamarás Jesús: él de hecho salvará a su pueblo de sus pecados”» (1, 20-21). Interviene en el discernimiento de José la voz de Dios que, a través de un sueño, le revela un significado más grande de su misma justicia. ¡Y qué importante es para cada uno de nosotros cultivar una vida justa y al mismo tiempo sentirnos siempre necesitados de la ayuda de Dios! Para poder ampliar nuestros horizontes y considerar las circunstancias de la vida desde un punto de vista diferente, más amplio. Muchas veces nos sentimos prisioneros de lo que nos ha sucedido: “¡Pero mira lo que me ha pasado!” y permanecemos prisioneros de esa cosa mala que nos ha pasado; pero precisamente ante algunas circunstancias de la vida, que nos parecen inicialmente dramáticas, se esconde una Providencia que con el tiempo toma forma e ilumina de significado incluso el dolor que nos ha afectado. La tentación es cerrarnos en ese dolor, en ese pensamiento de las cosas no hermosas que nos suceden a nosotros. Y esto no hace bien. Esto lleva a la tristeza y a la amargura. El corazón amargo es muy feo.

Quisiera que nos detuviéramos a reflexionar sobre un detalle de esta historia narrada por el Evangelio y que muy a menudo descuidamos. María y José son dos novios que probablemente han cultivado sueños y expectativas respecto a su vida y a su futuro. Dios parece entrar como un imprevisto en su historia y, aunque con un esfuerzo inicial, ambos abren de par en par el corazón a la realidad que se pone ante ellos.

Queridos hermanos y hermanas, muy a menudo nuestra vida no es como la habíamos imaginado. Sobre todo en las relaciones de amor, de afecto, nos cuesta trabajo pasar de la lógica del enamoramiento a la del amor maduro. Y se debe pasar del enamoramiento al amor maduro. Ustedes recién casados, piensen bien en esto. La primera fase siempre está marcada por un cierto encanto, que nos hace vivir inmersos en un imaginario que a menudo no corresponde a la realidad de los hechos. Pero precisamente cuando el enamoramiento con sus expectativas parece terminar, ahí puede comenzar el amor verdadero. Amar de hecho no es pretender que el otro o la vida corresponda con nuestra imaginación; significa más bien elegir en plena libertad tomar la responsabilidad de la vida, así como se nos ofrece. Es por esto por lo que José nos da una lección importante, elige a María “con los ojos abiertos”. Y podemos decir con todos los riesgos. Piensen, en el Evangelio de Juan, un reproche que hacen los doctores de la ley a Jesús es este: “Nosotros no somos hijos que provienen de allí”, en referencia a la prostitución. Pero porque estos sabían cómo se había quedado embarazada María y querían ensuciar a la madre de Jesús. Para mí es el pasaje más sucio, más demoniaco del Evangelio. Y el riesgo de José nos da esta lección: toma la vida como viene. ¿Dios ha intervenido ahí? La tomo. Y José hace como le había ordenado el Ángel del Señor: de hecho, dice el Evangelio: «Despertándose del sueño, José hizo como el Ángel del Señor le había mandado, tomó consigo a su esposa, y sin conocerla, ella dio a luz un hijo, y le llamó Jesús» (Mt 1, 24-25). Los novios cristianos están llamados a dar testimonio de un amor así, que tenga la valentía de pasar de las lógicas del enamoramiento a las del amor maduro. Y esta es una elección exigente, que, en lugar de aprisionar la vida, puede fortalecer el amor para que sea duradero frente a las pruebas del tiempo. El amor de una pareja va adelante en la vida y madura cada día. El amor del noviazgo es un poco —permítanme la palabra—, un poco romántico. Ustedes lo han vivido todo, pero después empieza el amor maduro, de todos los días, el trabajo, los niños que llegan. Y a veces ese romanticismo desaparece un poco. ¿Pero no hay amor? Sí, pero amor maduro. “Pero sabe, padre, nosotros a veces nos peleamos…”. Esto sucede desde el tiempo de Adán y Eva hasta hoy: que los esposos peleen es el pan nuestro de cada día. “¿Pero no se debe pelear?” Sí, se puede. “Y, padre, pero a veces levantamos la voz” – “Sucede”. “Y también a veces vuelan los platos” – “Sucede”. ¿Pero qué hacer para que esto no dañe la vida del matrimonio? Escuchen bien: no terminen nunca el día sin hacer las paces. Hemos peleado, yo te he dicho palabrotas, Dios mío, te he dicho cosas horribles. Pero ahora termina la jornada: tengo que hacer las paces. ¿Saben por qué? Porque la guerra fría al día siguiente es muy peligrosa. No permitan que el día siguiente empiece con una guerra. Por eso hacer las paces antes de ir a la cama. Recuérdenlo siempre: nunca terminen el día sin hacer las paces. Y esto los ayudará en la vida matrimonial. Este recorrido del enamoramiento al amor maduro es una elección exigente, pero tenemos que ir sobre ese camino.

Y también esta vez concluimos con una oración a San José.

San José,
tú que has amado a María con libertad,
y has elegido renunciar a tu imaginario para hacer espacio a la realidad,
ayuda a cada uno de nosotros a dejarnos sorprender por Dios
y a acoger la vida no como un imprevisto del cual defendernos,
sino como un misterio que esconde el secreto de la verdadera alegría.
Obtén para todos los novios cristianos la alegría y la radicalidad,
pero conservando siempre la conciencia
de que sólo la misericordia y el perdón hacen posible el amor. Amén.

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