INTEGRARSE EN LA VIDA DEL SANTO PUEBLO FIEL DE DIOS: PALABRAS DEL PAPA A CONSAGRADOS (11/12/2021)

Las palabras “discernir y acompañar” fueron señaladas por el Papa Francisco para resumir el servicio que presta la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que se reunieron este jueves, viernes y sábado con motivo de su Asamblea Plenaria. El Sumo Pontífice recibió a los cerca de sesenta participantes este 11 de diciembre en la Sala Clementina. Demostrando, ante todo, la gratitud por el trabajo que realizan al servicio de la vida consagrada en la Iglesia Universal, el Santo Padre expresó su cercanía a todos los que creen en el futuro de la vida consagrada. Con el pensamiento en el espíritu que animaba a Juan Pablo II cuando convocó el Sínodo de los Obispos sobre la Vida Consagrada, el Papa destacó lo decisivo de centrarse en “el don de Dios, en la gratuidad de su llamada y en el poder transformador de su Palabra y de su Espíritu”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Les doy la bienvenida, al término de la Asamblea Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Agradezco al Prefecto, Card. João Braz de Aviz, por sus palabras de presentación. Saludo al Secretario, Mons. José Rodríguez Carballo, y a todos los miembros del Dicasterio, presentes y ausentes. ¡Tantos Cardenales en el dicasterio, esto parece casi un cónclave!

Les agradezco por todo el trabajo que realizan, al servicio de la vida consagrada en la Iglesia universal. Quisiera decir: al servicio del Evangelio, porque todo lo que hacemos es al servicio del Evangelio, y ustedes en particular sirven a ese “evangelio” que es la vida consagrada, para que ésta sea tal, que sea evangelio para el mundo de hoy. Quiero darles mi reconocimiento y quiero animarlos, porque sé que su tarea no es fácil. Por ello quiero expresar mi cercanía a todos aquellos que creen en el futuro de la vida consagrada. Estoy cerca de ustedes

Pienso de nuevo en el espíritu que animaba a San Juan Pablo II cuando convocó el Sínodo de los Obispos sobre este tema: había por una parte la conciencia de un tiempo de trabajo, de experiencias innovadoras no siempre con resultados positivos (cf Exhort. ap. Postsin. Vita consecrata, 13); había, y hay mayormente ahora, la realidad de la disminución numérica en distintas partes del mundo; pero sobre todo prevalecía, y prevalece, la esperanza, fundada en la belleza del don que es la vida consagrada (cf. ibíd.). Esto es decisivo: fijarse en el don de Dios, en la gratuidad de su llamada, en la fuerza transformadora de su Palabra y de su Espíritu. Con esta actitud los animo a ustedes y a cuantos, en distintos institutos y en las iglesias particulares, ayudan a las consagradas y los consagrados, a partir de una memoria “deuteronómica”, a mirar con confianza el futuro. ¿Por qué digo memoria deuteronómica? Porque es muy importante recordar. Ese mensaje del Deuteronomio: “Recuerda Israel, recuerda”. Esa memoria de la historia, de la propia historia, del propio Instituto. Esa memoria de las raíces. Y esto nos hace crecer. Cuando perdemos la memoria, esa memoria de las maravillas que Dios ha hecho en la Iglesia, en nuestro Instituto, en mi vida –cada uno puede decirlo–, perdemos fuerza y no podremos dar vida. Por eso digo memoria deuteronómica.

Pienso que su servicio, hoy más que nunca, se puede resumir en dos palabras: discernir y acompañar. Conozco la multiplicidad de situaciones con las que cotidianamente tienen que lidiar. Situaciones a menudo complejas, que requieren ser estudiadas a fondo, en su historia, en diálogo con los Superiores de los Institutos y con los Pastores. Es el trabajo serio y paciente del discernimiento, que no puede realizarse más que en el horizonte de la fe y la oración. Discernir y acompañar. Acompañar especialmente a las comunidades de reciente fundación, que están incluso más expuestas al riesgo de la auto referencialidad.

Y a este respecto hay un criterio esencial de discernimiento: la capacidad de una comunidad, de un Instituto de «integrarse en la vida del Pueblo Santo de Dios por el bien de todos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 130). ¿Este Instituto es capaz de integrarse en la vida del santo pueblo fiel de Dios o no? Este criterio es decisivo para el discernimiento. La vida consagrada nace de la Iglesia, crece y puede dar frutos evangélicos sólo en la Iglesia, en la comunión viva del pueblo fiel de Dios. Por eso «los fieles tienen el derecho de ser advertidos por los Pastores sobre la autenticidad de los carismas y la confiabilidad de aquellos que se presentan como fundadores» (M.p. Authenticum charismatis, 1 noviembre 2020).

En el discernir y el acompañar hay algunas atenciones que deben tenerse siempre vivas. La atención a los fundadores que a veces tienden a ser autorreferenciales, a sentirse los únicos depositarios o intérpretes del carisma, como si estuvieran por encima de la Iglesia. La atención a la pastoral vocacional y a la formación que se propone a los candidatos. La atención a la manera en que se ejerce el servicio de la autoridad, con particular atención a la separación entre foro interno y foro externo –tema que me preocupa mucho–, a la duración de los mandatos y a la acumulación de poderes. Y la atención a los abusos de autoridad y de poder. Sobre este último tema leí un libro de reciente publicación, de Salvatore Cernuzio sobre el problema de los abusos, pero no sobre los abusos notorios, sobre los abusos de todos los días que dañan la fuerza de la vocación.

Alrededor del discernimiento con vistas a la aprobación de nuevos Institutos, de nuevas formas de vida consagrada o de nuevas comunidades, los invito a desarrollar la colaboración con los Obispos diocesanos. Y exhorto a los Pastores a no asustarse y a acoger plenamente su acompañamiento. Es responsabilidad del Pastor acompañar y, al mismo tiempo, aceptar este servicio. Esta colaboración, esta sinergia entre el Dicasterio y los Obispos permite también evitar –como lo pide el Concilio–que surjan inoportunamente institutos privados de suficiente motivación o de adecuado vigor (cf Decr. Perfectae caritatis, 19), quizá con buena voluntad, pero algo falta. Es precioso su servicio para buscar proporcionar a los Pastores y al Pueblo de Dios, criterios válidos de discernimiento

La escucha recíproca entre las oficinas de la Santa Sede y los Pastores, así como también con los Superiores Generales, es un aspecto esencial del recorrido sinodal que hemos iniciado. Pero en un sentido más amplio y más fundamental, diría que los consagrados y las consagradas están llamados a ofrecer una contribución importante en este proceso: una contribución para la cual ellos se basen –o deberían basarse–en la familiaridad con la praxis de fraternidad y de compartir tanto en la vida comunitaria como en el compromiso apostólico.

Al comienzo hablé de memoria deuteronómica”, y me viene a la mente –acerca de la memoria de las raíces–aquéllo que dice Malaquías: ¿cuál es el castigo de Dios? Cuando Dios quiere humillar a una persona, humillar a un pueblo, o –digamos–a una institución, la hace quedarse –dice Malaquías– “sin raíces y sin brotes”. Si no tenemos esta memoria deuteronómica y no tenemos el valor de tomar de ahí la savia para crecer no tendremos tampoco brotes. Una maldición fuerte: quedarse sin raíces y sin brotes.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco por el trabajo cotidiano que realizan para el discernimiento y el acompañamiento. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y por favor –como dicen los españoles– “paso la gorra” y les pido orar por mí porque lo necesito. ¡Buen camino de Adviento y feliz Navidad!

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