TRES PRINCIPIOS DE UNA ESPIRITUALIDAD DE REPARACIÓN CONTRA ABUSOS: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA LA PROTECCIÓN DE MENORES (05/05/2023)

Este 5 de mayo, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia en la Biblioteca del Palacio Apostólico a los miembros de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores, reunidos en Asamblea Plenaria. A ellos, el Pontífice les propuso tres principios de una espiritualidad de reparación, al abordar las múltiples facetas de esta terrible plaga en la Iglesia. “Deben continuar los esfuerzos para mejorar las directrices y las normas de comportamiento del clero y de los religiosos. Espero recibir información sobre este esfuerzo y un informe anual sobre lo que, en su opinión, funciona bien y lo que no, para que puedan introducirse los cambios oportunos”, fueron parte de las palabras que el Papa les dirigió y que transcribimos a continuación, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Me alegra darles la bienvenida a todos ustedes, en particular a los nuevos miembros de la Comisión, así como también a aquellos que continúan su servicio y al grupo de colaboradores provenientes de todo el mundo, que representan una nueva y agradable adición.

Este es nuestro primer encuentro, desde cuando fueron instituidos en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, y quisiera proporcionarles algunas indicaciones. Las semillas sembradas hace casi diez años, cuando el Consejo de Cardenales recomendó la creación de este organismo, están creciendo, lo vemos. Por ello, precisamente para enfrentar los desafíos actuales con sabiduría y valentía, es importante detenernos un momento a reflexionar sobre el pasado. En los últimos diez años todos hemos aprendido mucho, ¡me incluyo!

El abuso sexual de menores por parte del clero y su mala gestión por parte de los líderes eclesiásticos han sido uno de los desafíos más grandes para la iglesia de nuestro tiempo. Muchos de ustedes han comprometido su propia vida en esta causa. Las guerras, el hambre y la indiferencia hacia el sufrimiento de los demás son realidades terribles de nuestro mundo, son realidades que claman al Cielo. La crisis de los abusos sexuales, sin embargo, es particularmente grave para la iglesia porque mina su capacidad de abrazar en plenitud la presencia liberadora de Dios y ser testimonio de ello. La incapacidad de actuar correctamente para detener este mal y de ir en ayuda de sus víctimas ha desfigurado nuestro propio testimonio del amor de Dios. En el Confiteor pedimos perdón no solo por los errores cometidos, sino también por el bien que no hemos hecho. Puede ser fácil olvidar los pecados de omisión, porque en un cierto sentido parecen menos reales; pero son muy concretos y hieren a la comunidad tanto como los otros, si no es que más.

No haber hecho lo que deberíamos haber hecho, sobre todo por parte de los líderes de la Iglesia, ha escandalizado a muchos, y en los últimos años la conciencia de este problema se ha extendido a toda la comunidad cristiana. Al mismo tiempo, sin embargo, no nos hemos quedado en silencio o inactivos. Recientemente confirmé el Motu Proprio Vos estis lux mundi (VELM), que ahora es un reglamento permanente. En él, en particular, se solicita la predisposición de lugares para la recepción de las acusaciones y el cuidado de aquellos que dicen haber sido dañados (cf. art. 2). Seguramente hay mejoramientos que pueden aportarse con base en la experiencia, con las Conferencias Episcopales y los Obispos en lo particular.

Hoy nadie puede decir honestamente que no haya sido tocado por la realidad de los abusos sexuales en la Iglesia. Por ello en su trabajo, mientras se enfrentan las muchas facetas de este problema, quisiera que tuvieran en mente los tres principios siguientes, considerándolos como parte de una espiritualidad de reparación.

1. En primer lugar, ahí donde la vida ha sido herida, estamos llamados a recordar el poder creativo de Dios para hacer surgir la esperanza de la desesperación y la vida de la muerte. El terrible sentido de pérdida experimentado por muchos a causa de los abusos puede parecer a veces demasiado pesado para soportarlo. Incluso los líderes de la Iglesia, que comparten un común sentido de vergüenza por la incapacidad de actuar, se han visto disminuidos y nuestra misma capacidad de predicar el Evangelio ha sido herida. Pero el Señor, que en todo tiempo hacen hacer cosas nuevas, puede volver a dar vida a los huesos desecados (cf. Ez 37, 6). Por ello incluso cuando el camino a recorrer es arduo y fatigoso, los exhorto a no bloquearse, a seguir tendiendo la mano, a buscar infundir confianza en aquellos que encuentran y que comparten con ustedes esta causa común. No se desanimen cuando parece que poco está cambiando para mejorar. ¡Perseveren, sigan adelante!

2. En segundo lugar, el abuso sexual ha traído laceraciones a nuestro mundo y no solo en la Iglesia. Muchas víctimas siguen desanimadas por el hecho de que un abuso ocurrido hace muchos años aún crea obstáculos hoy y divisiones en su vida. Las consecuencias de los abusos pueden verificarse entre cónyuges, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre amigos y colegas. Las comunidades están molestas; la naturaleza insidiosa del abuso derriba y divide a las personas, en su corazón y entre ellas.

Pero nuestra vida no está destinada a permanecer dividida. Lo que se ha roto no debe quedarse hecho pedazos. La creación nos dice que todas las partes de nuestra existencia están relacionadas de manera coherente y la vida de fe relaciona además a este mundo con el que vendrá. Todo está relacionado. El mandamiento recibido por Jesús de parte del padre es que de todo ello nada ni nadie se pierda (cf. Jn 6, 39). Entonces ahí donde la vida se ha roto, les pido contribuir de manera concreta y reunir los pedazos, en la esperanza de que cuanto se ha destruido se puede reconstruir.

Recientemente me encontré con un grupo de sobrevivientes de abusos, que pidieron encontrar la dirección del instituto religioso que administraba la escuela a la que asistían hace casi 50 años. Hablo de ello porque ellos lo refirieron abiertamente. Todas eran personas ancianas y algunas de ellas, conscientes del veloz paso del tiempo, expresaron el deseo de vivir en paz los últimos años de la vida. Y la paz, para ellos, significaba retomar la relación con la iglesia que los había ofendido, querían cerrar no solo con el mal sufrido, sino también con las preguntas que desde entonces llevaban dentro de sí. Querían ser escuchados, creídos, querían que alguien les ayudara a entender. Hablamos juntos y tuvieron la valentía de abrirse. En particular, la hija de uno de los abusados habló del impacto que la experiencia de su padre tuvo en toda su familia. Reparar los tejidos lacerados por la historia es un acto de redención, es el acto del Siervo sufriente, que no evitó el dolor, sino que tomó sobre sí toda culpa (cf. Is 53, 1-14). Este es el camino de la reparación y la redención: el camino de la cruz de Cristo. En el caso específico, puedo decir que para estos sobrevivientes hubo un verdadero diálogo durante los encuentros, al término de los cuales dijeron sentirse acogidos por hermanos y haber recuperado un sentido de esperanza para el futuro.

3. En tercer lugar los exhortó a cultivar en ustedes el respeto y la gentileza de Dios. La poetisa y activista norteamericana Maya Angelou ha escrito: «He aprendido que la gente olvidará lo que he dicho, la gente olvidará lo que he hecho, pero la gente nunca olvidará cómo la he hecho sentir». Sean entonces delicados en su actuar, soportando los unos los pesos de los otros (cf. Gal 6,1-2), sin lamentarse, sino pensando que este momento de reparación para la iglesia dejará lugar a otro momento de la historia de la salvación. ¡El Dios vivo no ha agotado su reserva de gracias y bendiciones! No olvidemos que las llagas de la pasión han permanecido en el cuerpo del Señor Resucitado, ya no sin embargo como fuente de sufrimiento o vergüenza, sino como signos de misericordia y transformación.

Ahora es el momento de remediar el daño hecho a las generaciones que nos han precedido y aquellos que siguen sufriendo. Este período pascual es signo de que se prepara para nosotros un nuevo tiempo, una nueva primavera fecundada por el trabajo y las lágrimas compartidas con quien ha sufrido. Por eso es importante que nunca dejemos de seguir adelante.

Comprometan sus habilidades y su capacidad para contribuir en la reparación de una terrible plaga de la Iglesia, poniéndose al servicio de las distintas Iglesias particulares. Desde la vida ordinaria de una Diócesis en sus parroquias y en su seminario, a la formación de los catequistas, los profesores y otros agentes pastorales, la importancia del cuidado de los menores y las personas frágiles debe ser una norma para todos; y en este sentido, en la vida religiosa y apostólica, la novicia de clausura debe atenerse a los mismos estándares ministeriales del hermano anciano que ha pasado toda una vida enseñando a los jóvenes.

Los principios del respeto de la dignidad de todos, de la buena conducta y un estilo de vida sano deben convertirse en una norma universal, independientemente de la cultura y la situación económica y social de las personas. Todos los ministros de la Iglesia deben mostrarlos en el servicio a los fieles y a su vez deben ser tratados con respeto y dignidad por quien guía a la comunidad. Por lo demás, una cultura del cuidado tendrá lugar sólo si existe una conversión pastoral en tal sentido entre sus líderes.

Me siento animado por los planes que han preparado para enfrentar las desigualdades al interior de la Iglesia, en términos de formación y servicio a las víctimas, en África, Asia y América Latina. No es justo, de hecho, que las áreas más prósperas del planeta puedan contar con programas de cuidado bien formados y financiados, en que las víctimas y sus familias son respetadas, mientras aquellos que viven en otras partes del mundo sufren en silencio, quizás rechazados o estigmatizados cuando buscan hacerse notar para contar los abusos sufridos. También en este ámbito, la iglesia debe esforzarse por convertirse en un ejemplo de acogida y de un buen modo de actuar.

El esfuerzo por mejorar las líneas guía y los estándares de comportamiento del clero y los religiosos deben continuar. Espero recibir información sobre este esfuerzo y un reporte anual sobre aquello que consideran que está funcionando bien y sobre lo que no funciona, de manera que se puedan aportar las modificaciones oportunas.

El año pasado los exhorté a compartir sus capacidades sobre las distintos formas en que piensan que el trabajo de la curia romana puede influir en la protección de los menores, para enriquecerse mutuamente en éste su nuevo papel. Aprecié con placer el acuerdo de cooperación que estipularon con el Dicasterio para la Evangelización, sobre todo en consideración de su vasto rango de acción en muchos de los lugares más olvidados del mundo.

Ya han hecho mucho en estos primeros seis meses. Los bendigo de corazón. Sepan que estoy cerca de su trabajo y no se olviden de orar por mí. Yo lo haré por ustedes.

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