CATEQUESIS DEL PAPA: EL CELO APOSTÓLICO ES EL VALOR DE LEVANTARSE CUANDO SE CAE (24/05/2023)

El Papa Francisco dedicó su catequesis en la Audiencia General de este 24 de mayo a San Andrés Kim Tae-gon, continuando su presentación a los fieles de figuras ejemplares por el celo apostólico que han vivido. Después de San Francisco Javier, del que habló el miércoles pasado, hoy eligió al mártir y primer sacerdote coreano que dio con alegría su vida por el Evangelio en tiempos y tierras difíciles y hostiles. “Su vida fue y sigue siendo un elocuente testimonio de celo por el anuncio del Evangelio”, dijo el Sumo Pontífice, y también subrayó que “la evangelización de Corea fue obra de los laicos”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Testigos: San Andrés Kim Tae-gon

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta serie de catequesis nos colocamos en la escuela de algunos santos y santas que, como testigos ejemplares, nos enseñan el celo apostólico. Recordemos que estamos hablando del celo apostólico, el que debemos tener para anunciar el Evangelio.

Un gran ejemplo de santo con pasión por la evangelización hoy lo encontramos en una tierra muy lejana, es decir en la Iglesia coreana. Miremos al mártir y primer sacerdote coreano San Andrés Kim Tae-gon. Pero la evangelización de Corea fue hecha por los laicos. Fueron los laicos bautizados los que transmitieron la fe, no había sacerdotes, porque no los tenían: vinieron más tarde, por tanto la primera evangelización la hicieron los laicos. ¿Seríamos capaces de algo así? Pensemos: es algo interesante. Y éste es uno de los primeros sacerdotes, San Andrés. Su vida fue y sigue siendo un testimonio elocuente de celo por el anuncio del Evangelio.

Hace unos 200 años, la tierra coreana fue escenario de una persecución muy severa: los cristianos fueron perseguidos y aniquilados. Creer en Jesucristo, en la Corea de ese tiempo, quería decir estar listo a dar testimonio hasta la muerte. En particular, del ejemplo de San Andrés Kim podemos tomar dos aspectos concretos de su vida.

El primero es el modo que él debía usar para reunirse con los fieles. Dado el contexto altamente intimidatorio, el santo estaba obligado a acercarse a los cristianos de una forma no evidente, y siempre en presencia de otras personas, como si se hablaran desde hace tiempo. Entonces, para identificar la identidad cristiana de su interlocutor, San Andrés utilizaba estos expedientes: ante todo, había un signo de reconocimiento previamente acordado: te encontrarás con este cristiano y él tendrá este signo en su vestimenta o en su mano; después de lo cual, él hacía de forma oculta la pregunta – pero en voz baja-: “¿Eres discípulo de Jesús?”. Ya que otras personas asistían a la conversación, el santo tenía que hablar en voz baja, pronunciando sólo pocas palabras, las más esenciales. Entonces, para Andrés Kim, la expresión que resumía toda la identidad del cristiano era “discípulo de Cristo”: “¿Eres discípulo de Cristo?”, pero en voz baja porque era peligroso. Estaba prohibido ser cristiano.

En efecto, ser discípulo del Señor significa seguirle, seguir su camino. Y el cristiano es por su naturaleza alguien que predica y da testimonio de Jesús. Toda comunidad cristiana recibe del Espíritu Santo esta identidad, y así toda la Iglesia, desde el día de Pentecostés (cf. Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2). Y de este Espíritu que recibimos viene la pasión, la pasión por la evangelización, este celo apostólico grande: es un don del Espíritu. E incluso si el contexto circundante no es favorable, como el coreano de Andrés Kim, la pasión no cambia, al contrario, adquiere aún mayor valor. San Andrés Kim y los otros fieles coreanos demostraron que el testimonio del Evangelio dado en tiempos de persecución puede dar mucho fruto para la fe.

Veamos ahora un segundo ejemplo concreto. Cuando aún era seminarista, San Andrés tenía que encontrar una manera de acoger en secreto a los misioneros provenientes del extranjero. Esta no era una tarea fácil, porque el régimen de la época prohibía rigurosamente a todos los extranjeros entrar en el territorio. Por eso había sido – antes de esto – tan difícil encontrar un sacerdote que viniera a misionar: la misión la hacían los laicos. Una vez – piensen en esto que hizo San Andrés – una vez caminó bajo la nieve, sin comer, durante tanto tiempo que cayó al suelo exhausto, corriendo el riesgo de perder el sentido y quedarse allí congelado. En ese momento, de repente oyó una voz: “¡Levántate, camina!”. Al oír esa voz, Andrés se despertó, distinguiendo como una sombra de alguien que le guiaba.

Esta experiencia del gran testigo coreano nos hace comprender un aspecto muy importante del celo apostólico. Es decir, el valor de volver a levantarse cuando se cae. ¿Pero se caen los santos? ¡Sí! Pero desde los primeros tiempos: piensen en San Pedro: cometió un gran pecado, pero tuvo fuerza en la misericordia de Dios y se levantó. Y en San Andrés vemos esta fuerza: había caído físicamente, pero tuvo la fuerza de ir, ir, ir para llevar adelante el mensaje. Por difícil que sea la situación, que incluso a veces parezca que no deja espacio al mensaje evangélico, no debemos rendirnos y no debemos renunciar a llevar adelante lo que es esencial en nuestra vida cristiana, es decir, la evangelización. Este es el camino. Y cada uno de nosotros puede pensar: “Pero yo, ¿cómo puedo evangelizar?”. Mira a estos grandes y piensa tu pequeñez, pensemos en lo pequeño de nosotros: evangelizar a la familia, evangelizar a los amigos, hablar de Jesús, pero hablar de Jesús y evangelizar con el corazón lleno de alegría, lleno de fuerza. Y ésta la da el Espíritu Santo. Preparémonos a recibir al Espíritu Santo en el próximo Pentecostés y pidámosle esa gracia, la gracia de la valentía apostólica, la gracia de evangelizar, de llevar adelante siempre el mensaje de Jesús. Gracias.

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