EL ESPÍRITU MALIGNO GOZA CON LAS DISCORDIAS, EL ESPÍRITU SANTO TRAE LA PAZ: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DE PENTECOSTÉS (28/05/2023)

Este 28 de mayo, el Santo Padre Francisco presidió la Santa Misa en la Basílica de San Pedro y en su homilía recordó que en esta Solemnidad “la Palabra de Dios nos muestra al Espíritu Santo en acción, pues él, en efecto, es creator Spiritus tal y como la Iglesia lo invoca desde hace siglos”. En este día en que, tras cincuenta días de Pascua, termina este periodo litúrgico, el Papa ha querido señalar tres momentos en los que el Espíritu Santo actúa en la faz de la tierra: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones. Reproducimos a continuación el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

La Palabra de Dios hoy nos muestra al Espíritu Santo en acción. Lo vemos actuar en tres momentos: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones.

1. Ante todo, en el mundo que ha creado, en la creación. Desde el principio, el Espíritu Santo está en acción: «Envías tu espíritu, son creados», hemos orado con el Salmo (104, 30). Él, en efecto, es creator Spiritus (cf. S. Agustín, In Ps. 32, 2, 2), Espíritu creador; así la Iglesia lo invoca desde hace siglos. Pero, podemos preguntarnos, ¿qué hace el Espíritu en la creación del mundo? Si todo tiene origen en el Padre, si todo fue creado por medio del Hijo, ¿cuál es el papel específico del Espíritu? Un gran Padre de la Iglesia, San Basilio, escribió: «Si se intenta sustraer al Espíritu de la creación, todas las cosas se mezclan y su vida surge sin ley, sin orden» (Spir., XVI,38). Este es el papel del Espíritu: es Aquel que, al principio y en todo tiempo, hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la cohesión, de la confusión a la armonía. Este modo de actuar lo veremos siempre, en la vida de la Iglesia. Él da al mundo, en una palabra, armonía; así «dirige el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra» (Gaudium et spes, 26; Sal 104, 30). Renueva la tierra, pero cuidado: no cambiando la realidad, sino armonizándola; este es su estilo porque Él es en sí mismo armonía: Ipse harmonia est (cf. S. Basilio, In Ps. 29, 1), dice un Padre de la Iglesia.

Hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad. Muchas guerras, muchos conflictos; ¡parece increíble el mal que el hombre puede realizar! Pero, en realidad, alimentando nuestras hostilidades está el espíritu de la división, el diablo, cuyo nombre significa precisamente “el que divide”. Sí, precediendo y excediendo nuestro mal, nuestra desunión, está el espíritu maligno que «seduce toda la tierra» (Ap 12, 9). Él goza con los antagonismos, con las injusticias, con las calumnias, es su alegría. Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos por construir la armonía no bastan. He aquí entonces que el Señor, en el culmen de su Pascua, en el culmen de la salvación, derrama sobre el mundo creado su Espíritu bueno, el Espíritu Santo, que se opone al espíritu divisor porque es armonía; Espíritu de unidad que trae la paz. ¡Invoquémosle cada día sobre nuestro mundo, sobre nuestra vida y ante cualquier tipo de división!

2. Además de en la creación, lo vemos actuando en la Iglesia, a partir del día de Pentecostés. Pero notemos que el Espíritu no da inicio a la Iglesia impartiendo instrucciones y normas a la comunidad, sino descendiendo sobre cada Apóstol: cada uno recibe gracias particulares y carismas diferentes. Toda esta pluralidad de dones distintos podría generar confusión, pero el Espíritu, como en la creación, precisamente a partir de la pluralidad ama crear armonía. Su armonía no es un orden impuesto y homologado, no; en la Iglesia hay un orden «organizado según la diversidad de los dones del Espíritu» (S. Basilio, Spir., XVI, 39). En Pentecostés, de hecho, el Espíritu Santo desciende en muchas lenguas de fuego: da a cada uno la capacidad de hablar otras lenguas (cf. Hch 2, 4) y de oír la propia lengua hablada por los demás (cf. Hch 2, 6.11). Por tanto, no crea una lengua igual para todos, no elimina las diferencias, las culturas, sino que armoniza todo sin homologar, sin uniformar. Y esto debe hacernos pensar en este momento, en el que la tentación del “retroceso” busca homologar todo en disciplinas únicamente de apariencia, sin sustancia. Detengámonos en este aspecto, sobre el Espíritu que no comienza por un proyecto estructurado, como haríamos nosotros, que a menudo nos perdemos después en nuestros programas; no, Él empieza repartiendo dones gratuitos y sobreabundantes. De hecho, en Pentecostés, subraya el texto, «todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2, 4). Todos llenos, así inicia la vida de la Iglesia: no a partir de un plan preciso y articulado, sino a partir de experimentar el mismo amor de Dios. El Espíritu crea armonía así, nos invita sorprendernos por su amor y por sus dones presentes en los demás. Como nos ha dicho San Pablo: «Hay distintos carismas, pero uno solo es el Espíritu […] De hecho, todos nosotros hemos sido bautizados mediante un solo Espíritu en un solo cuerpo» (1 Cor 12, 4.13). Ver a cada hermano y hermana en la fe como parte del mismo cuerpo al que pertenezco: esta es la mirada armoniosa del Espíritu, ¡este es el camino que nos indica!

Y el Sínodo que está en curso es — y debe ser — un camino según el Espíritu: no un parlamento para reclamar derechos y necesidades según la agenda del mundo, no la ocasión para ir a donde lleva el viento, sino la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu. Porque, en el mar de la historia, la Iglesia navega sólo con Él, que es «el alma de la Iglesia» (S. Pablo VI, Discurso al Sacro Colegio por las felicitaciones onomásticas, 21 junio 1976), el corazón de la sinodalidad, el motor de la evangelización. Sin Él la Iglesia está inerte, la fe es sólo una doctrina, la moral sólo un deber, la pastoral sólo un trabajo. A veces escuchamos a los así llamados pensadores, teólogos, que nos dan doctrinas frías, parecen matemáticas, porque les falta el Espíritu en el interior. Con Él, en cambio, la fe es vida, el amor del Señor nos conquista y la esperanza renace. Volvamos a poner al Espíritu Santo en el centro de la Iglesia, de lo contrario nuestro corazón no será quemado con el amor por Jesús, sino por nosotros mismos. Pongamos al Espíritu en el principio y en el corazón de los trabajos sinodales. Porque es “a Él, sobre todo, a quien necesita hoy la Iglesia. Digámosle entonces cada día: ¡Ven!” (cf. id., Audiencia general, 29 noviembre 1972). Y caminemos juntos, porque el Espíritu, como en Pentecostés, ama descender mientras “están todos reunidos” (cf. Hch 2, 1). Sí, para mostrarse al mundo Él escogió el momento y el lugar en el que estaban todos juntos. El Pueblo de Dios, para ser colmado del Espíritu, debe entonces caminar unido, hacer sínodo. Así se renueva la armonía en la Iglesia: caminando juntos con el Espíritu al centro. ¡Hermanos y hermanas, construyamos armonía en la Iglesia!

3. Finalmente, el Espíritu crea armonía en nuestros corazones. Lo vemos en el Evangelio, cuando Jesús, la tarde de Pascua, sopla sobre los discípulos y dice: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20, 22). Lo da con un objetivo específico: para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos, para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas, disgregados por los sentimientos de culpa. Sólo el Espíritu vuelve a poner armonía en el corazón porque es Aquel que crea la «la intimidad con Dios» (S. Basilio, Spir., XIX, 49). Si queremos armonía busquémoslo a Él, no a los sustitutos mundanos. Invoquemos al Espíritu Santo cada día, comencemos cada día rezándole, ¡volvámonos dóciles a Él!

Y hoy, en su fiesta, preguntémonos: ¿soy dócil a la armonía del Espíritu? ¿O sigo mis proyectos, mis ideas, sin dejarme modelar, sin dejarme cambiar por Él? ¿Mi modo de vivir la fe es dócil al Espíritu o es necio? ¿Adherido de modo necio a las letras, a las así llamadas doctrinas que sólo son expresiones frías de la vida? ¿Me apresuro a juzgar, señalo con el dedo y le cierro la puerta en la cara a los demás, considerándome víctima de todos y de todo? O, por el contrario, ¿acojo su poder creador armonioso, acojo la “gracia del conjunto” que Él inspira, su perdón que da paz? ¿Y a mi vez perdono? El perdón es hacer espacio para que venga el Espíritu. ¿Promuevo reconciliación y creo comunión, o estoy siempre buscando, husmeando dónde hay dificultades para hablar mal, para dividir, para destruir? ¿Perdono, promuevo reconciliación, creo comunión? Si el mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros mismos, sino invoquemos al Espíritu: Él es capaz de solucionar estas cosas.

Espíritu Santo, Espíritu de Jesús y del Padre, fuente inagotable de armonía, te encomendamos el mundo, te consagramos la Iglesia y nuestros corazones. Ven, Espíritu creador, armonía de la humanidad, renueva la faz de la tierra. Ven, Don de dones, armonía de la Iglesia, haznos unidos en Ti. Ven, Espíritu del perdón, armonía del corazón, transfórmanos como Tú sabes, por medio de María.

Comentarios