EL EVANGELIO ES LA RESPUESTA AL DESCONCIERTO ACTUAL DE LOS JÓVENES: PALABRAS DEL PAPA A LA FAMILIA VOCACIONISTA (22/05/2023)

Oración, anuncio y misión, estos son los tres “senderos” necesarios para cuidar de las vocaciones, que tanta falta hacen hoy. Este es el camino que el Papa Francisco indicó a la Familia Vocacionista, a cuyos miembros recibió la mañana de este 22 de mayo en el Aula Pablo VI del Vaticano, y a quienes les pidió sembrar, preparar, hacer crecer y acompañar las vocaciones, partiendo del ejemplo de su fundador San Justino María Russolillo, apóstol de las vocaciones canonizado en mayo del año pasado. Compartimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:

Hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Les agradezco por su visita y estoy contento de recibirlos a un año de la canonización de San Justino María Russolillo, apóstol de las vocaciones y fundador de su Familia Vocacionista.

Celebrar un aniversario como éste significa para nosotros, además de hacer memoria agradecida por los dones de Dios y el camino realizado, también preguntarnos qué luces podemos recibir para el presente y qué herencia estamos llamados a adoptar para el futuro a partir del testimonio de San Justino. En otras palabras: qué mensaje nos deja él para renovar nuestro seguimiento del Señor. Cada uno de nosotros debe hacerse esta pregunta en el interior, interrogarse.

Su llamado es el de ofrecer un «servicio a todas las vocaciones» (S. Russolillo, El Espíritu y el Carisma de Don Justino, Centro de Estudios Vocacionistas, 60). Este carisma surge del deseo del joven Justino quien, aún seminarista, sintió fuerte en el corazón el impulso a cuidar las vocaciones, en particular aquellas al sacerdocio ordenado y a la vida consagrada. Y hay mucha necesidad también hoy de esto: cuidar las vocaciones. Y les pido, por favor: cuiden las vocaciones: siémbrenlas, prepárenlas, háganlas crecer, acompáñenlas.

¿Y cómo hacerlo? Mirando a San Justino, quisiera indicarles tres senderos: la oración, el anuncio, la misión.

Ante todo, la oración. Cada uno responda en su interior a esta pregunta, no en voz alta, sino dentro del corazón: ¿hago oración por las vocaciones? ¿O solamente digo un Padre Nuestro o un Ave María un poco a la carrera? ¿Ofrezco una oración intensa por las vocaciones? La oración es la raíz de toda nuestra actividad y de todo apostolado. La primacía no es de nuestras obras, de nuestras estructuras y nuestras organizaciones, sino de la oración. Tiene la primacía. Y por eso la primera pregunta es: ¿hago oración por las vocaciones? Porque cuando entramos en el espíritu de la contemplación y la adoración, el Señor nos transforma y podemos ser un reflejo del amor del Padre para aquellos que encontramos en el camino, ser personas nuevas, luminosas, acogedoras, alegres. Cuando nos volvemos así, ofrecemos el primer servicio a las vocaciones, porque aquellos a los que encontramos, en particular los jóvenes, son atraídos por nuestra forma de ser y por la opción de vida que hemos hecho: pueden captar la luz de Dios reflejada en nuestros rostros, su ternura y su amor en nuestros gestos, su alegría en el corazón de quien se ha entregado completamente a Él. Las vocaciones, sobre todo las de especial consagración, a menudo nacen así, por el contacto con algún sacerdote o alguna religiosa que muestran una hermosa humanidad, una paz del corazón, una alegría invencible, un trato amoroso y acogedor. Y es la oración la que nos hace volvernos así. ¡No la olvidemos! Orar por las vocaciones, intensamente.

En su apostolado, además, no hay que olvidar la importancia del anuncio. Anunciar al Señor. San Justino hablaba del « deber de la predicación cotidiana y de la búsqueda y el cultivo perpetuo de las vocaciones» (Reglas y Constituciones, I, 75, art. 802), recomendando especialmente la enseñanza del catecismo. Se trata de una indicación que conserva su importancia y hace actual su carisma. En el contexto cultural actual, de hecho, mientras el sentido de la presencia de Dios va desapareciendo y la fe se desvanece, puede suceder que las personas, en particular los jóvenes, no lleguen a entender el sentido y la dirección de su vida, y quizás se conformen con vivir al día, o la proyecten sin interrogarse sobre cuál es su camino, qué sueño tiene el Señor para ellos. Y entonces se ve la necesidad de volver a la evangelización: anunciar la Palabra, comunicar de manera sencilla y apasionada los contenidos de la fe, y acompañar a las personas en el discernimiento. Se necesita esto en la Iglesia: que las energías de nuestro apostolado sean sobre todo dirigidas al encuentro y la escucha, para acompañar en el discernimiento. Esto les pido: ¡reúnan a todos con la alegría del Evangelio, ayuden a las personas en el discernimiento espiritual, gástense en la evangelización!

Finalmente, les recuerdo cultivar y renovar siempre el espíritu misionero. El vocacionista, dice San Justino, es un apóstol, es un misionero, es un testigo del Evangelio, y «toda la Congregación Vocacionista debe ser eminentemente misionera» (reglas y constituciones, I, 89, art. 971). Se trata de poner en circulación, en la vida de la Iglesia pero también en los distintos ámbitos de la sociedad en que trabajan, todo aquello que es útil para comunicar la alegría del Evangelio, para dialogar con los jóvenes, para manifestar cercanía a las familias, para fecundar las actividades humanas, especialmente las que se desarrollan en el campo educativo. Una misión, esta, para la cual es necesario y valioso el servicio de muchos laicos que comparten el carisma de San Justino. Pero agrego otra cosa: Justino recomendaba que toda comunidad vocacionista se convirtiera en «un claustro para los religiosos; casa del clero; cenáculo de las vocaciones; oficina del pueblo; dispensario de luz y consuelo; corazón de la comunidad parroquial y diocesana» (Obras, I, p. 363). También de esta manera se lleva adelante la misión: haciéndose capaces de acogida, de escucha, de cercanía.

Queridos hermanos y hermanas, les deseo que sean siempre un espacio abierto para la acogida de las personas y el cuidado de las vocaciones; un lugar de oración y discernimiento para quien busca; un lugar de consuelo para quien está herido; un “taller del Espíritu” donde quien entra puede vivir la experiencia de ser moldeado por el artesano divino que es el Espíritu Santo. Y no se desanimen en las fatigas y las dificultades: ¡el Señor está cerca de ustedes y San Justino intercede por ustedes! Sigan adelante con valentía. Los bendigo de corazón y, por favor, oren por mí. Gracias.

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